







Formados en universidades extranjeras o en las trincheras del mercado local, muchos de ellos hicieron carrera en fondos de inversión y bancos globales como JP Morgan, Templeton, Deutsche Bank, Barclays o Merril Lynch, desde donde pasaron a ocupar posiciones influyentes en el diseño y ejecución de políticas públicas en la Argentina.


En una aproximación antropológica al perfil de estos economistas, banqueros y traders se puede concluir que, lejos de constituir un grupo homogéneo por clase u origen, comparten una misma lógica de acción: la lealtad al capital financiero global por encima de cualquier compromiso nacional. Se plantea como hipótesis central que estos sujetos encarnan una forma contemporánea de mercenarismo profesional: prestan sus servicios técnicos y discursivos al poder financiero transnacional, al que responden con fidelidad ideológica, incluso cuando sus decisiones impactan negativamente en las economías y sociedades de origen.
La consolidación de elites económicas transnacionales ha sido ampliamente estudiada en la antropología del poder y la sociología global. Autores como Leslie Sklair (2001) han conceptualizado la “clase capitalista transnacional” como un grupo de actores que, más allá de sus orígenes nacionales, comparten intereses, valores y prácticas orientadas a la reproducción del capital global. En este marco, los ex traders argentinos pueden ser comprendidos como parte de esta elite, actuando como intermediarios entre las estructuras financieras internacionales y las políticas económicas locales.
La tecnocracia financiera, entendida como el dominio de expertos en economía y finanzas en la toma de decisiones políticas, ha sido objeto de análisis por parte de estudiosos como Bourdieu (1998), quien destaca cómo el capital técnico y simbólico de estos actores les permite legitimar sus intervenciones en la esfera pública. En el contexto argentino, esta tecnocracia se manifiesta en la figura de economistas que, tras formarse en instituciones extranjeras o en el mercado financiero local, acceden a cargos de poder donde implementan políticas alineadas con los intereses del capital transnacional.
Mercenarismo y legitimación
El concepto de “mercenarismo profesional” se refiere a la práctica de ofrecer servicios especializados al mejor postor, sin un compromiso ideológico o nacional específico. Esta noción se materializa en su disposición a implementar medidas económicas que favorecen al capital financiero internacional, incluso cuando estas decisiones pueden tener consecuencias adversas para la economía y sociedad locales.
La lealtad al capital global también se refleja en la adopción de discursos que promueven la desregulación y la apertura económica, posicionando estas medidas como soluciones técnicas neutrales, cuando en realidad responden a una ideología específica. Este fenómeno ha sido analizado por autores como Ferguson (2006), quien argumenta que las intervenciones tecnocráticas a menudo despolitizan decisiones profundamente políticas, presentándolas como inevitables o apolíticas.
La legitimación como expertos en economía se construye a través de diversos dispositivos simbólicos y discursivos. Su formación en universidades prestigiosas, la experiencia en instituciones financieras internacionales y la capacidad de comunicarse en un lenguaje técnico especializado les otorgan una autoridad percibida como objetiva y neutral. Sin embargo, esta autoridad se basa en una serie de prácticas y representaciones que refuerzan su posición de poder y su capacidad de influir en las políticas económicas. Además, la presencia mediática y la participación en foros internacionales les permiten consolidar su imagen como actores clave en la economía global.
Mercado o Nación
El análisis se concentrará en las trayectorias de Luis Caputo, Santiago Bausili, José Luis Daza, Pablo Quirno, Martín Benegas Lynch y Vladimir Werning. Las fuentes incluyen el libro Golden Boys, de Hernán Iglesias Illa, documentos periodísticos y declaraciones públicas. Desde una perspectiva etnográfica, se busca rastrear no sólo las biografías de estos individuos, sino también los dispositivos simbólicos, lingüísticos y estéticos que les otorgan legitimidad como “expertos” y los consolidan como agentes privilegiados de una gobernanza económica sin rostro.
* Luis Caputo
Es el operador de deuda sin patria. Educado en la Universidad de Buenos Aires “con la nuestra”, hizo carrera como trader en JP Morgan y Deutsche Bank. Durante el gobierno de Mauricio Macri, ocupó el Ministerio de Finanzas y la presidencia del Banco Central, desde donde organizó emisiones masivas de deuda en tiempo récord y en condiciones ruinosas para el país. Fue además uno de los arquitectos del acuerdo record con el FMI por 57.000 millones de dólares.
Actualmente, como ministro de Economía de Javier Milei, sostiene una narrativa de ortodoxia dura: equilibrio fiscal, superávit comercial, levantamiento del cepo cambiario y subordinación plena a las exigencias del FMI y Wall Street, mientras negocia nuevos desembolsos que refuerzan la dependencia estructural del país. Su visión del mundo es funcional al capital especulativo. El Estado es un estorbo, la política una molestia y la pobreza un costo inevitable.
* José Luis Daza
Es un académico devenido gurú del capital especulativo. Formado en la Universidad de Chile y doctorado en la Universidad de Georgetown, representa una figura bisagra entre el análisis académico y la praxis especulativa. Luego de pasar por el FMI y el Deutsche Bank, fundó QFR Capital Management, un fondo con foco en mercados emergentes. Con antecedentes persuasivos, fue precursor ante Miguel Kiguel del posterior megacanje por el que fueran procesados por la justicia -más tarde- Federico Sturzenegger y Domingo Cavallo.
Su lógica de intervención atravesada por un discurso tecnocrático que, bajo el ropaje de neutralidad, defiende activamente políticas de apertura financiera, liberalización del tipo de cambio y ajuste fiscal. Su influencia sobre equipos económicos en América latina se consolidó no sólo por su experticia sino por su pertenencia a una red informal de economistas formateados en la lógica de la “racionalidad de mercado”.
En los últimos años, su papel en el gobierno de Milei confirma su reincorporación activa al diseño de políticas locales, como voz privilegiada del capital extranjero. Su lógica no cambia: los países deben parecer creíbles ante los fondos, aunque ello implique sufrir severas restricciones sociales internas.
* Santiago Bausili
Es el burócrata del bono y la sumisión al mercado. Discípulo directo de Caputo, y también ex JP Morgan y Deutsche, Bausili es hoy presidente del BCRA. Su perfil de trader devenido funcionario lo coloca en la zona más cruda del modelo, la de garantizar rendimientos al capital financiero sin interferencias políticas.
En 2018, el fiscal Di Lello lo imputó por incompatibilidad de funciones debido a contratos que, desde su cargo público, favorecieron a su ex empleador financiero. Inclusive cobro “bonus” de su ex empleador, mientras ejercía cargo público. Pero Bausili no cayó. Fue protegido por la lógica que convierte al Estado en un family office de los fondos de inversión. Es el “yes man” perfecto de la city.
* Pablo Quirno
Es el arquitecto del “carry trade” y la continuidad silenciosa. Poco visible en los medios, pero de enorme influencia institucional, representa la continuidad tecnocrática entre gobiernos. Fue parte esencial del andamiaje que permitió el ingreso de capitales especulativos bajo la administración Macri a través del famoso “carry trade”, es decir, la “bicicleta financiera” que enriqueció fondos extranjeros mientras destruía la producción local.
Su rol ha sido el de institucionalizar una cultura de gestión del Estado subordinada a las exigencias del financiamiento externo, sin ruido, sin exposición mediática y con gran eficiencia operativa. Una figura clásica del “mercenario elegante”.
* Martín Benegas Lynch
Representa la radicalización doctrinaria del dogma. Nieto del referente liberal Alberto Benegas Lynch (h) y hermano del diputado libertario Alberto Jr., Martín representa la dimensión dogmática. Aunque menos visible que otros, su rol como formador de cuadros ideológicos en finanzas y como facilitador del ingreso de cuadros tecnócratas al Estado es clave.
Benegas Lynch es una bisagra entre la vieja aristocracia liberal argentina y el nuevo fundamentalismo libertario, promueve una visión estatofóbica, donde la sociedad debe ser “liberada” del Estado. En sus intervenciones públicas y privadas promueve el dogma de “la única deuda legítima es la voluntaria”, descartando toda perspectiva de soberanía fiscal. Sus apariciones en foros y think tanks como Libertad y Progreso, Atlas Network y Fundación Cívico Republicana revelan su función: la de sembrar el evangelio neoliberal en las nuevas generaciones.
* Vladimir Werning
Un macroeconomista obediente. Economista jefe para América Latina en JP Morgan y actual secretario de Política Económica, Werning combina una formación técnica sólida con una notable docilidad ante las agendas financieras globales. Su papel es central: diseñar los marcos macro que dan “soporte al relato del ajuste”.
Representa el modelo “analista de escritorio”, racionalidad instrumental, modelización econométrica y neutralidad discursiva. Pero detrás de esa neutralidad se esconde una opción política concreta; dar previsibilidad al capital por sobre las condiciones de vida de la población. Su paso por el gobierno de Macri y su actual rol bajo Milei consolidan su perfil como garante técnico de políticas impopulares. Su estilo es menos estridente que Caputo, pero no menos funcional al desguace del Estado.
Agentes culturales
Estos seis casos demuestran que no se trata simplemente de técnicos eficientes, sino de agentes culturales profundamente imbricados en la lógica del capital financiero global. Operan desde una racionalidad transnacional, deslocalizada, cuya lealtad está con los flujos, los bonos y los ratings, no con las sociedades que los formaron ni con las instituciones que administran. Son, en sentido antropológico y político, mercenarios adiestrados del capital global.
La figura del Golden Boy argentino -bilingüe, cosmopolita, meritocrático y posnacional- no puede entenderse solo desde sus decisiones técnicas o biografías profesionales. Es preciso internarse en su mundo simbólico, las prácticas cotidianas, los ritos de pertenencia, la performatividad discursiva y corporal que reproducen una cultura compartida. Es en este plano donde emerge un rasgo estructural: el cinismo como ethos profesional.
Lenguaje para la exclusión
El idioma no es el español ni el inglés; es una jerga tecnocrática saturada de anglicismos, acrónimos, métricas y eufemismos. Hablan de carry trade, swap, spread, compliance, policy mix, tightening, forward guidance, sustainability, primary balance. Cada término encierra un universo de supuesta neutralidad técnica, pero enmascara juicios de valor ideológicos; “disciplina fiscal” se traduce en recortes sociales; “credibilidad” en subordinación externa; “ajuste” en sufrimiento.
Esta lengua no solo comunica, sino que excluye; traza una frontera simbólica entre quienes “entienden” y quienes deben obedecer. Pierre Bourdieu (1991) señaló que los expertos ejercen poder simbólico cuando logran hacer pasar sus construcciones culturales por verdades universales. En este sentido, el cinismo no está solo en lo que se dice, sino en el gesto de no decir lo que realmente se está haciendo. En el capitalismo financiero tardío, la ética ha sido reemplazada por la eficacia.
Así, se construye una moral calculada, que reemplaza principios por resultados. Como señala Zygmunt Bauman (2000), en la modernidad líquida las decisiones no se juzgan por su justicia, sino por su funcionalidad.
Muchos de los Golden Boys tienen en común una especie de desarraigo estructural. Si bien algunos provienen de clases altas tradicionales, otros son ejemplos de ascenso social meritocrático. Pero ese ascenso no construye vínculo social, sino desligue; el éxito individual se basa en la ruptura con cualquier obligación colectiva.
Este desarraigo, lejos de ser un defecto, se convierte en capital; les permite moverse sin culpa, intervenir sin remordimientos y salir indemnes de crisis que ayudaron a provocar. Como señala Saskia Sassen (2005), la elite transnacional es aquella capaz de “relocalizarse” en función del interés financiero, sin necesidad de dar explicaciones ni rendir cuentas en ningún territorio.
El cinismo profesional también se construye sobre la negación del daño. No se nombra el hambre ni la represión. Solo se nombran spreads, tasas, curvas y objetivos cumplidos.
Este vaciamiento semántico es también una estrategia de impunidad simbólica. Como sostiene Hannah Arendt (1963), el mal puede operar no desde la perversión consciente, sino desde la banalidad tecnocrática; desde quienes ejecutan órdenes sin pensar, desde quienes niegan las consecuencias humanas de sus decisiones numéricas.
Frente a esta situación, la crítica no puede limitarse a lo económico. Es necesario avanzar en una antropología política del poder tecnocrático, que desnaturalice las narrativas de neutralidad, recupere la politicidad de lo técnico y restituya la centralidad del conflicto como motor de la transformación social.
Por Pablo Tigani * Director de Fundación / P12







