







Salvo contadas excepciones, la advertencia desde el Fondo Monetario en torno al panorama de las reservas pasó prácticamente de largo. Es como si todos, ya, dieran por sentado que el apoyo global de Washington acabó con cualquier duda acerca de la fortaleza externa de Argentina. Como si a nadie se le ocurriera que podemos estar sentados, a mediano y largo plazo, sobre el mismo polvorín estructural previo a las elecciones.
La portavoz del organismo, Julie Kozack, dijo en conferencia de prensa que el país debe aprovechar para producir un marco monetario y cambiario “coherente” y, de esa forma, acumular las divisas que necesita porque, de por sí, luce “desafiante” que el gobierno argentino pueda cumplir las metas comprometidas.
Le dio carácter de “indispensable” al logro de obtener esos fondos porque, de lo contrario, Argentina se verá expuesta a afrontar “eventuales shocks” que le impedirían su acceso a los mercados.
En otras palabras, compren dólares porque si no podrían tener otra crisis como la que los llevó a ir de rodillas al propio FMI, primero, y después al Tesoro de los Estados Unidos.
Si bien no fue una declaración oficial del organismo en forma de documento, Caputo Toto -a quien el Presidente felicitó de inmediato en un posteo desaforado- reaccionó con el anuncio de que se retorna al mercado de capitales, a través de la emisión de nueva deuda en dólares.
Deuda para pagar más deuda, con un bono a cuatro años, es un manotazo archiconocido que el ministro de Economía disfrazó bajo el ardid de que “no es deuda nueva”, sino una que se usa “para pagar deuda vieja”.
La dialéctica de la frase es fenomenal, sin siquiera contar que ese viejo endeudamiento corresponde al que contrajo el propio Caputo durante el gobierno de Mauricio Macri.
Eso se refinanció bajo la gestión de Martín Guzmán. De paso: se opine lo que se quiera sobre ese tira y afloje, nunca sucedió que el peronismo debiera refinanciar deudas propias. La que le quedó a Néstor Kichner fue liquidada por completo en enero de 2006. Y Juan Perón la había cancelado también enteramente en 1952, para que la Fusiladora diera después el paso de reintroducirla a su antojo.
Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese, el peronismo siempre se hizo cargo de las deudas de sus enemigos.
En diciembre de 2015, la deuda externa argentina era, en números redondos, de 64 mil millones de dólares (14 por ciento del PBI). En junio de 2019 había pasado a 168 mil millones de dólares (40 por ciento del PBI).
Es fundamental recordarlo, o directamente anoticiarse, porque la memoria frente a este tipo de antecedentes casi no existe. Como registro generalizado, la retentiva ya parece haberse extinguido acerca lo que supere ¿unos días? ¿Unos meses?
El rigor analítico suele empezar y terminar en el presente perpetuo, a tono con los tiempos de las dictaduras digitales.
Así, y para el caso, el resultado final e irreversible de la fórmula dólar barato, tasas altas y (brutal) apertura importadora no cuenta en las miradas que se agotan en el ahora mismo.
Sin embargo, debería admitirse que los efectismos gubernamentales vienen arreglándoselas para trazar la imagen de ir zafando. No contradice a lo anterior, aun cuando se anote que toda encuesta y termómetro callejero muestran una mayoritaria opinión negativa sobre el Gobierno, la imagen de Milei y las perspectivas económicas.
No es un Síndrome de Estocolmo masivo (ganaron 40 a 35, no 80 a 20). Es el renovado contraste con la invisibilidad de toda propuesta opositora que recree esperanzas de otra cosa probable y creíble. Repetirlo hasta que resulte extenuante no varía la certeza de su sustancia.
Tampoco es información lo que falta acerca del industricidio en marcha, por ejemplo pero, nunca, un ejemplo menor.
El sector automotor, con una producción en retroceso por el acelere de las unidades importadas, tuvo una caída de casi el 20 por ciento en noviembre respecto de octubre y, contra el mismo período del año anterior, el descenso es de 30 por ciento.
Ese indicador, conocido esta semana, impacta en particular por el efecto laboral multiplicador que tiene una rama como la automotriz. Pero no deja de ser un agregado dramático a los cierres y despidos que se precipitan sin cesar y que, a la par, se añaden a los Procesos Preventivos de Crisis (PPC). Suelen prologar, precisamente, a los despidos y quiebras. En los primeros diez meses de este año ya hubo casi 150 PPC. Superan al total de 2024, con una marca que es la más alta desde 2018 y 2019.
Si es por el sector industrial y a septiembre último, la utilización de capacidad instalada apenas está por encima del 61 por ciento. Son virtualmente los mismos datos que reflejaba la industria en plena pandemia y cuarentena.
Es probable que no haya una mejor foto que ésa para simbolizar la recesión negada por el Indec, mediante su ingeniería de dibujos estadísticos.
Pero también puede elegirse el retrato de la multinacional Mondelez, que frenó la producción de galletitas y alfajores, en su planta bonaerense de Pacheco, debido al consumo planchado. Son marcas como Oreo, Pepitos, Lincoln, Milca y Shot. Las más populares.
Se inscriben en el derrumbe en ventas de productos de la canasta básica: alimentos, bebidas, artículos de tocador y limpieza. La categoría “desayuno y merienda”, que incluye a las galletitas, es la que exhibe un menor repunte desde el declive generalizado de 2024.
Asimismo como foto de época, sobrarán los libertontos capaces de adjudicar el dato a los cambios de hábitos alimenticios que reducen el consumo de comida chatarra. No es chiste. De hecho, el viernes, al difundirse la noticia, esos especímenes pulularon en las redes y foros de medios oficialistas contando lo sencillo que es hacer galletas de avena con frutos secos. Son las lecturas profundas acerca de la recesión.
Sin caer en tales extremos de delirio, relevamientos de consultoras y temperaturas de la calle ratifican igualmente aquello de que “hay que aguantar”, “otra no queda”, “a mí nadie me regala nada y los políticos hacen la suya”, “lo volví a votar porque que querés que haga”. Y etcéteras, muchos, de similar naturaleza.
Otra reiteración, entonces y para continuar cansando: desde “el palo” puede comprenderse el enojo y hasta la furia frente a esos argumentos, que ahondarían lo de “la clase” que vota en contra de sus intereses. Pero la seriedad compele a que el análisis preceda a la irritación, porque de lo contrario cerramos el estadio y chau.
Tomados estos mismos días de data profundizada en cuanto al escenario recesivo de la economía, ¿qué pasó al otro lado del campo?
El peronismo perdió la primera minoría en Diputados, a manos libertaristas que incluyeron la transferencia no gratuita de legisladores entrados por Fuerza Patria más el desguace de los amarillos y representantes provinciales. Se verá si eso no es susceptible de cambiar de nuevo, como cuando el oficialismo perdió, en 2024, numerosas votaciones.
Por el momento, o para variar, lo constatable es que el poder no se discute. Se ejerce. Y el Gobierno lo hace.
Ya completamente acéfalo en materia de conducción real y no emotiva, la principal fuerza opositora se desgaja hasta el punto de una de las crisis más graves de su historia -si no la peor- y de que Cristina haya llamado a intentar, justamente, una mesa conductiva que evite la balcanización del “movimiento”.
Es enhorabuena, aunque haya quienes lo juzguen tardío. Toma nota propositiva antes para hacer que para comentar. Abre la mano. Lo que siga deberá corroborarse con amplitud de miras, desprendimientos personales, cuestiones programáticas. Y aceptación de que, tarde o temprano, no puede haber lugar para conducciones compartidas.
A propósito de los citados dibujos del Indec, el jueves se conoció el informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina (OSDA). Es de la Universidad Católica Argentina. La UCA, no algún centro de estudios troskista, kircho o símiles.
El estudio desmonta las cifras oficiales de baja en el índice de pobreza, al recalcar que se redujo el sub-registro habitual en la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).
El Indec mide de tal manera que los ingresos laborales y no laborales tienen que dar necesariamente mejor. La nota de Mara Pedrazzoli, en Página/12 del viernes, lo explica muy bien. Detalla una de las claves del trabajo, que pasa por la trampa o la falla del Indec al reducir el bajo impacto del “modelo libertario” en la creación de empleo productivo y bien remunerado.
Pero, quizás, lo que resalta sobremanera es la frase acerca de que este modelo no se encuentra consolidado porque “por ahora, están desarmando lo viejo más que construir lo nuevo”.
Es interesante esa definición.
Se nos ocurre que tan interesante como el desafío de que la oposición deje de reposar en lo viejo que ya no funciona, si se trata de entusiasmar sólo con eso. Rescatar lo que sí funcionó es imprescindible. Agotarse allí está visto que es inútil y, sobre todo, contraproducente.
Por Eduardo Aliverti / P12





















