







En 2021 señalé que el parque mundial de equipos de aire acondicionado pasaría de dos mil a seis mil millones de unidades en apenas tres décadas, lo que nos condenaría a un bucle de más calor, mayor demanda eléctrica y mayores emisiones si no mejorábamos su eficiencia.


Cuatro años después, la paradoja india confirma que la desigualdad en el acceso a la refrigeración ya causa miles de muertes cada verano: temperaturas por encima de 50ºC, redes eléctricas colapsadas y solo una cuarta parte de los hogares con algún sistema de enfriamiento. El aire acondicionado ha dejado de ser un lujo y se ha convertido en una tecnología de supervivencia que define quiénes sobreviven a unas olas de calor cada vez más frecuentes.
La Agencia Internacional de la Energía estima que en 2022 la climatización consumió 2,100 TWh, el 7% de la electricidad global y el 3% de las emisiones de dióxido de carbono. Si la tendencia continúa, el número de aparatos superará los 5,500 millones en 2050, y su demanda energética podría triplicarse. Sin embargo, bastaría con adoptar estándares que obliguen a comprar los modelos más eficientes ya disponibles para recortar casi a la mitad ese crecimiento previsto.
Las mejoras vienen de varias direcciones. Los compresores de velocidad variable, los llamados inverters, reducen hasta un 40% el consumo respecto a los equipos de arranque y parada, al modular su potencia entre el 25% y el 100% y alcanzar índices estacionales de eficiencia energética mucho más elevados que los equipos tradicionales. Las bombas de calor de clima frío, impulsadas en los Estados Unidos por el programa Cold-Climate Heat Pump Challenge, mantienen coeficientes de rendimiento de 2,4 a -15º y utilizan refrigerantes con bajo potencial de calentamiento global. Start-ups como Trellis Air separan la deshumidificación del ciclo de enfriamiento mediante desecantes avanzados y prometen recortar hasta un noventa por ciento la factura eléctrica. Y los prototipos ganadores del Global Cooling Prize combinan ciclos híbridos y gestión inteligente para reducir cinco veces el impacto climático de un split convencional.
Lo ocurrido este año en Corea del Sur adelanta lo que veremos en otros mercados: con una penetración cercana al 100%, las ventas de unidades de aire acondicionado crecieron más del 50% porque los hogares sustituyeron aparatos antiguos por modelos mucho más eficientes, aliviando así una red que sufre picos de cien gigavatios en las jornadas más calurosas. La lección es evidente: cuanto antes eleven los países sus requisitos mínimos y ofrezcan incentivos para el reemplazo, más fácil será cerrar la brecha entre la necesidad de refrigeración y la capacidad de la red (y de la atmósfera) para soportarla.
El aire acondicionado del futuro no será opcional, pero sí debe ser obligatoriamente ultraeficiente, con refrigerantes de bajo impacto y preparado para dialogar con la red eléctrica. La tecnología existe, falta la voluntad regulatoria y el apoyo financiero para que la transición no deje atrás a quienes más lo necesitan. La alternativa es la barbarie de un planeta cada vez más inhóspito, plagado de compresores ineficientes y derrochadores. Elegir lo primero depende, literalmente, de que empecemos a cambiar los aparatos que compramos hoy.
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