Tecno-oligarcas: parte I

Economía08/06/2025
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Hay quienes, como Balaji Srinivasan y Peter Thiel, idean planes de escape para los aristócratas digitales. Cada uno con su herejía: el primero pretende crear “Estados-red”, territorios gobernados por la blockchain donde la lealtad a las empresas de tecnología condicionaría el acceso a la ciudadanía y el derecho a ser protegido por la policía; el segundo sueña con micronaciones que flotarían en aguas internacionales como yates de lujo y donde los ricos podrían vivir sus fantasías libertarias fuera del alcance de los gobiernos.

Más allá de eso, todo Silicon Valley, llevado por su adicción solucionista, echa espuma por la boca con ideas como burbujas financieras en un mercado donde las grandes utopías se revalorizan más rápidamente que las stock-options. Como si nada, Sam Altman trabaja en planes para (no) regular la inteligencia artificial, e incluso en un Estado de bienestar administrado por la IA (“¡capitalismo para todos!”). Mientras tanto, los apóstoles de las criptomonedas (Marc Andreessen, David Sacks), los aspirantes a colonizadores del espacio (Elon Musk, Jeff Bezos) y los renovadores de la energía nuclear (Bill Gates, Jeff Bezos y Sam Altman, de nuevo) proponen sus extravagantes remedios para problemas aparentemente inexplicables. (Pero, ¿quién podría estar desviando toda esta energía que de pronto nos resulta tan indispensable?).

También existe un creciente interés dentro de este pequeño mundo por cuestiones más terrenales, como la política exterior y la defensa. Por ejemplo, Eric Schmidt, un hombre con la misma personalidad que un Google Docs en blanco: además de haber coescrito dos libros con Henry Kissinger, colabora periódicamente en Foreign Affairs y otras fábricas de visiones apocalíptico-dogmáticas. Y, atención: aborda grandes asuntos, de esos que provocan inclinaciones de cabeza cuando se discuten en almuerzos de expertos. “Ucrania está perdiendo la guerra de los drones” (1), proclama uno de sus artículos, publicado en enero de 2024. ¿Podría tratarse del mismo Eric Schmidt que, unos meses antes, había creado una empresa secreta de drones suicidas? Pura coincidencia, seguramente (2).

«Es la Escuela de Frankfurt condimentada con Nasdaq, con un poco de la Agencia Central de Inteligencia»

Ahora que las élites tecnológicas están a bordo, especular sobre el futuro de la guerra ya no es cosa de “intelectuales de la defensa” que murmuran para sus adentros en la RAND Corporation; todo el mundo tiene algo que decir. Alex Karp, CEO de Palantir, y Palmer Luckey, fundador de Anduril (que entre los dos suman más de 11.000 millones de dólares), se presentan como valientes David frente a los derrochadores Goliat del Pentágono. Elon Musk, el Zelig por excelencia del tecno-capitalismo, también tiene una opinión firme al respecto. En las guerras del futuro, que tendrán como objetivo principal las infraestructuras, dijo en un reciente discurso en la Academia Militar de West Point: “Todos los sistemas de comunicaciones con base terrestre—cables de fibra óptica, torres de telefonía móvil—serán destruidos”. Ah, si tan solo tuviéramos a mano un proveedor de Internet satelital, ¡estaríamos salvados!

El “intelectual específico” de Michel Foucault (3), que extraía su autoridad de la experiencia limitada a un campo concreto, parece bastante obsoleto frente a un Palmer Luckey, niño prodigio de la realidad virtual devenido proveedor militar. Luckey ya no lleva un saco de tweed, ahora viste como un surfista: shorts cargo, ojotas y camisa floreada  –y se pavonea por los medios de comunicación, presentándose como un “propagandista” que nunca dudará en “distorsionar la verdad”–. En este panteón reformulado, el sensato analista de la guerra fría ha sido sustituido por un nuevo arquetipo: inmensamente rico, deseoso de cultivar su imagen e ideológicamente desinhibido.

Ideologías rentables

Sería un error reducir a los empresarios de Silicon Valley a meros entretenedores del público. En primer lugar, porque producen opiniones a un ritmo industrial –y sus entradas de blog, podcasts y publicaciones en Substack tienen la sutileza de un tren de mercancía–. En segundo lugar, porque bajo las apariencias de charlas de bar, sus “reacciones en caliente” suelen estar vinculadas a tradiciones filosóficas bien definidas. En otras palabras, lo que tomamos por pensamiento fast-food –nuggets de ideas ultraprocesadas y fritas en capital riesgo– contiene en realidad ingredientes de calidad que los mejores sibaritas no repudiarían.

De modo que no es de extrañar que la última moda de estos multimillonarios sea presumir sus lecturas, y que la biblioteca se haya convertido en el marcador de estatus definitivo (4). Y sus estantes están llenos de títulos inverosímiles: ¿qué pensaría Albert O. Hirschman si le dijeran que su contundente teoría desarrollada en Salida, voz y lealtad se utilizaría para justificar la construcción de Estados-red, ciudades privatizadas y comunidades autónomas flotantes (5)?

En este árbol genealógico intelectual, una de las ramas conecta a Peter Thiel con Leo Strauss y René Girard: una filiación que los comentaristas rara vez se privan de subrayar (6). Pero hay otra rama, aún más sólida, que conduce de Theodor Adorno y Talcott Parsons con Alex Karp, quien les dedica una tesis doctoral (que ahora constituye la base teórica del imperio de la vigilancia creado por Palantir)(7). Karp también salpica sus mensajes a los accionistas con referencias eruditas, incluida una reciente de Samuel Huntington (8).

Sin embargo, por mucho que se busque, no hay nada adorniano en la “realpolitik para optimistas” que promueve. “Si el mundo se ha convertido en un lugar mejor en los últimos setenta u ochenta años, se debe a un solo y único factor: la capacidad superior de Estados Unidos para organizar la violencia”, declaró en Fox Business en marzo. Es la Escuela de Frankfurt condimentada con Nasdaq, con un poco de la Agencia Central de Inteligencia (CIA): allí donde Adorno y Max Horkheimer veían la racionalidad de la Ilustración como un velo que ocultaba la violencia, Karp nos explica que la violencia organizada es la prueba de los beneficios de la hegemonía estadounidense. Además, hay mucho dinero que ganar si se quiere contribuir a perfeccionar aún más su organización, esta vez con la ayuda de algoritmos, drones e inteligencia artificial.

Como nos recuerda esta retórica combativa, nada molesta tanto en Silicon Valley como el pensamiento desconectado de la acción. Sin dudas, Marx habría aplaudido semejante afición por la praxis: en lugar de limitarse a disertar sobre el mundo, estas élites tienen ahora la voluntad, los medios y también, al parecer, los “huevos” para transformarlo (9). Y la vuelta de Donald Trump al poder les ha dado acceso directo a la maquinaria federal: Andreessen hace de coach de recursos humanos, Thiel instala a sus lugartenientes en cada planta y Musk y sus socios desatan su locura destructiva en el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) (10). En todas partes, la estrategia es la misma, la misma que ya ha acabado con las industrias del pasado: disrupción primero, reparación después.

Esta nueva especie, que llamo “intelectuales-oligarcas”, está socavando la taxonomía bien ordenada a la que nos hemos acostumbrado. Los magnates de la era industrial crearon fundaciones dedicadas a su visión del mundo o financiaron organizaciones sin fines de lucro. Los reyes-filósofos de Silicon Valley han ideado híbridos mucho más corpulentos: carteras de acciones que sirven de argumentos filosóficos, posiciones de mercado que operacionalizan sus convicciones, fondos de inversión que son también fortalezas ideológicas. Es la evolución de Hegel: el capitalismo (tesis) da paso al filantrocapitalismo (antítesis), luego a las guerras culturales como centros de ganancia (síntesis).

Basta examinar uno de los puntos álgidos de estas guerras: la inversión ética, también conocida por las siglas ESG de principios medioambientales, sociales y de gobernanza. Para los no iniciados, estos principios marcan la tardía toma de conciencia por parte de Wall Street de que envenenar los ríos, explotar a los trabajadores y elegir solamente a compañeros de golf para formar parte de su consejo administrativo puede, a largo plazo, perjudicar el balance final. De ahí esta (cuestionable) iniciativa del mundo de las finanzas: un intento de evaluar la moralidad de las empresas del mismo modo que un informe trimestral de resultados. Las empresas reciben “puntuaciones ESG”, una suerte de índice moral de solvencia que se supone demuestra que ya no se dedican a destruir la naturaleza ni a pisotear la dignidad humana.

Hay una fascinación casi enfermiza en observar cómo las élites tecnológicas han desplegado su artillería en este campo de batalla, tan alejado a primera vista de sus imperios digitales. En pocos años se ha puesto en marcha una implacable maquinaria de denuncia, calificando alternativamente el ESG de “fraude” (Musk), “pura estafa” (Chamath Palihapitiya) o de “idea zombie” (Andreessen) (11).

Y estos hombres no se limitan a la condena verbal: cuando suena la llamada de la praxis, responden con inversiones. Justo después de comparar el ESG con el comunismo chino, Peter Thiel optó por invertir en Strive Asset Management, un fondo que promete ignorar las consideraciones éticas en sus decisiones de inversión (y que en aquel momento dirigía quien fuera la mano derecha de Musk al frente de DOGE, Vivek Ramaswamy, cuya efímera campaña presidencial se centró en un único tema: acabar con el “capitalismo woke”). Andreessen, por su parte, no solamente financió un fondo cristiano pro-MAGA, New Founding, sino que también ayudó a germinar 1789 Capital, otro baluarte anti-ESG que ahora cuenta con el apoyo de Donald Trump Jr. Esta es su genialidad: transformar posiciones intelectuales en posiciones de mercado utilizando los megáfonos digitales (que a menudo poseen) para alterar la realidad en una dirección favorable a sus desembolsos de capital.

Expertos en demoliciones

¿La huella ideológica de Silicon Valley ha cavado surcos más profundos de lo que imaginábamos? ¿Es la “Little Tech” que Andreessen y los suyos dicen encarnar más grande de lo que su pantomima nos quiere hacer creer? Pues esta es la inquietante hipótesis que nos vemos obligados a contemplar: nuestras élites tecnológicas multitareas acaso sean precisamente las fuerzas –astutas, poderosas, a veces delirantes– que actúan detrás de la “transformación estructural del espacio público” identificada por Jürgen Habermas en sus primeros escritos (12).

Antes de que la teoría de los sistemas inflara su prosa y la introducción de matices amortiguara su ira, el joven Habermas se apresuró en señalar al culpable: la erosión del debate crítico y transparente se debía a la influencia corruptora de la concentración de poder. Y dio en el clavo. Pero, curiosamente, en una actualización de su libro de 1962 publicada en 2023, el aristócrata académico opta en cambio por detenerse en temas como la “conducción por algoritmos”, más bien como alguien que se afana en enderezar los marcos que cuelgan de las paredes de una casa a punto de derrumbarse (13).

El principal peligro al que nos enfrentamos reside menos en las plataformas dirigidas por algoritmos que en los oligarcas que las poseen.

Sin embargo, parece cada vez más evidente que el principal peligro al que nos enfrentamos reside menos en las plataformas dirigidas por algoritmos que en los oligarcas que las poseen. ¿Por qué? Porque tienen en sus manos tres instrumentos mortíferos: la gravedad plutocrática (fortunas tan inmensas que distorsionan hasta las propiedades físicas de la realidad), la autoridad oracular (visiones tecnológicas presentadas como profecías ineludibles) y la soberanía sobre las plataformas (control de los foros donde tiene lugar la conversación pública). Musk haciéndose con Twitter (ahora X), Andreessen invirtiendo en Substack, Thiel cortejando a Rumble, el YouTube conservador: todos han colonizado el medio y el mensaje, el sistema y el “mundo vivido” de Habermas.

Si el intelectual público de antaño podía compararse con el arqueólogo que excava metódicamente para desenterrar artefactos culturales que luego se describen en revistas especializadas, los intelectuales-oligarcas de hoy se asemejan a expertos en demoliciones: cargan sectores enteros de la sociedad con explosivos ideológicos y activan el detonador desde la seguridad de sus paraísos fiscales. En lugar de escribir sobre el futuro, lo están haciendo realidad, orquestando el mayor experimento no controlado de la historia mediante “pruebas beta” de sus teorías en poblaciones no consintientes.

Lo que los distingue de las otras élites estiradas que los precedieron no es su avaricia, sino su verborrea: una producción torrencial que incluso Balzac encontraría agotadora. Los barones de la industria crearon think tanks para reciclar sus intereses personales en pensamiento estratégico; nuestros intelectuales-oligarcas prescinden de estos intermediarios. No son los algoritmos los que dirigen, sino la conversación en sí. Lo hacen con granadas de memes filosóficos que, cuando se lanzan en X a mitad de la noche, queda garantizado que estallarán en las portadas de los diarios del mundo entero a primera hora de la mañana.

1. Eric Schmidt, “Ukraine Is Losing the Drone War”, Foreign Affairs, 22 de enero de 2024. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/ukraine/ukraine-losing-drone-war-eric-schmidt

2. Victor Chaix, Auguste Lehuger y Zako Sapey-Triomphe, “Políticas de la Inteligencia Artificial”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2024.

3. Charles E. Scott, “Foucault, Specific Intellectuals, and Political Power”, International Studies in Philosophy, Vol. 35, Nº 2, 2003. Disponible en: https://www.pdcnet.org/intstudphil/content/intstudphil_2003_0035_0002_0041_0050

4. Henry Farrell, “Silicon Valley’s Reading List Reveals Its Political Ambitions”, Bloomberg, 21 de febrero de 2025. Disponible en: https://www.bloomberg.com/news/articles/2025-02-21/to-understand-doge-look-to-the-tech-industry-s-reading-list

5. Henry Farrell, “No Exit Opportunities: Business Models and Political Thought in Silicon Valley”, American Affairs, otoño de 2024, Vol. VIII, Nº 3. Disponible en: https://americanaffairsjournal.org/2024/08/no-exit-opportunities-business-models-and-political-thought-in-silicon-valley/

6. Peter Thiel, “The Straussian Moment”, Uncommon Knowledge with Peter Robinson, Hoover Institution, 23 de septiembre de 2019. Disponible en: https://www.hoover.org/research/peter-thiel-straussian-moment-0; Véase también Peter Thiel on René Girard, Imitatio: https://www.youtube.com/watch?v=esk7W9Jowtc.

7. Moira Weigel, “Palantir Goes to the Frankfurt School”, boundary 2 online, julio de 2020. Disponible en: https://www.boundary2.org/2020/07/moira-weigel-palantir-goes-to-the-frankfurt-school/

8. Benoît Bréville, “La tecnología se arrodilla”, Le Monde diplomatique, febrero de 2025.

9. Raphael Satter, “Exclusive: DOGE staffer ‘Big Balls’ provided tech support to cybercrime ring, records show”, Reuters, 26 de marzo de 2025. Disponible en: https://www.reuters.com/world/us/doge-staffer-big-balls-provided-tech-support-cybercrime-ring-records-show-2025-03-26/

10. [N. de la E.] Al momento de publicación de este artículo (14-04-2025), Elon Musk no había anunciado su salida del gobierno de Estados Unidos. Más información en: https://www.theguardian.com/technology/2025/may/29/elon-musk-announces-exit-from-us-government-role-after-breaking-with-trump-on-tax-bill

11. Lionel Richard, “Intellectuels, histoire d’une étiquette”, Le Monde diplomatique, agosto de 2024.

12. https://en.wikipedia.org/wiki/The_Structural_Transformation_of_the_Public_Sphere.

13. https://www.wiley.com/en-us/A+New+Structural+Transformation+of+the+Public+Sphere+and+Deliberative+Politics-p-9781509558957

Por Evgeny Morozov * Escritor e investigador sobre las implicancias políticas y sociales de la tecnología. Autor del podcast “A sense of rebellion”. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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