







PARTE 1
Mi amiga Clarisa fue la que me mostró el video que se había viralizado.


–Marina, ¡sos vos esta! ¿Cómo es que hiciste esto? –me preguntó con un 50% de asombro y un 50% de admiración. Obvio que mi familia había sentido vergüenza… pero yo me sentí feliz o algo parecido.
Lo había tomado la cámara de seguridad de la oficina de la prepaga. Había ido a reclamar el reintegro de una consulta al ginecólogo y como el supervisor me contestó mal (o YO lo interpreté así), agarré un matafuego y se lo vacié en el ojete.
Es decir, le mandé la manguera por atrás del pantalón. En el video se ve muy divertido cómo las nubes de polvo salen en chorro desde las botamangas. Pero el chorro de polvo que sale por la bragueta es espectacular. El polvo del matafuego es fosfato monoamónico, apenas irrita la piel. Yo antes ya había averiguado. Porque lo tenía pensado, porque como soy bioquímica, sé del asunto. Siempre fui muy sensata y racional. Ahora, si soy así, ¿cómo es que llegué a esto? Yo creo que es porque como no hay un estallido social, estamos haciendo microestallidos.
PARTE 2: EL SUEÑO NACIONALYPOPULARMENTE SOÑADO
–¡Es increíble! ¡Esto no explota! ¿Qué le pasa a la gente? –escucho y me escucho decir todo el tiempo cuando veo la situación económica y que no se llega a fin de mes, y se sacan derechos y etcétera, etcétera. Debe ser por eso el sueño que tuve.
Seguro que cansada de suponer que el estallido iba a llegar por las boletas de luz o gas, las tarifas del transporte o el aumento de los alimentos, soñé que todo se iba a la mierda por dos factores:
El aumento de honorarios de los animadores infantiles y el alquiler de peloteros.
El aumento de las entradas del Bafici. Al no soportar que suban los precios para este festival de cine independiente, de calidad y de autor, masas de hombres con barba y anteojos de carey y chicas sin depilar y sin corpiño desataron el caos.
Fue un sueño raro, y cuando me desperté, como en automático, agarré el teléfono y empecé a boludear. Como para despejarme.
PARTE 3. ¿LOS VIDEO DE MICROESTALLIDOS INSPIRAN?
Ya en la segunda hora de boludeo veo en Instagram un video que transcurre en la playa. Un turista le quiere pegar a un guardavida porque este no lo deja meterse al agua en una zona prohibida.
–¡Que alguien los separe! ¡Que alguien los separe! –dice una señora, que es la que estaba grabando el video. Obvio, ella no podía separarlos porque estaba grabando. Miré el video dos veces.
El algoritmo o lo que sea me empezó a mandar entonces más videos de este estilo. Uno tipo le rompe el farol a una camioneta porque está estacionada delante de su garaje. Una señora agarra de los pelos a una piba porque no levantó la caca de su perro. Un pelado le apunta con un revólver a un vecino vestido con guayabera porque puso la música muy alta.
Me pregunté: ¿La gente está más irritable y violenta o es igual que siempre, solo que nos enteramos más porque alguien lo graba? Creo que son las dos cosas. Inconscientemente, nos violentamos y nos grabamos para que podamos vernos unos a otros estallando. Ese es el estallido social. Pero en microestallidos. Y no contra una autoridad, sino contra uno igual o parecido. Como una especie de autocastigo. Si no puedo ser feliz y estoy frustrado, me doy la revancha con otro frustrado como yo. Con el primero que haga algo que me moleste. No está tan mal, entonces. Cada pueblo tiene los videos que se merece.
PARTE 4. ¿QUERÉS TENER RAZÓN O QUERÉS SER FELIZ?
Ahí decidí dedicarme a los microestallidos. Al principio buscaba motivos supuestamente legítimos, como el avasallamiento de mis derechos; alguien se me adelanta en la cola del supermercado, habla muy fuerte con celular, me tira el auto encima cuando voy a cruzar. Pero no se dan todo el tiempo.
Si una quiere sentir ese parecido a la felicidad que es levantar la autoestima teniendo razón o sometiendo al otro en una disputa, tiene que construir la oportunidad. Y así es como ya se me puede ver en videos donde le pego con una merluza en la cara a un tipo porque me molesta que se llame Jorge. Le hago comer a una maestra 34 alfajores de maicena, y sin tomar agua, ni té, ni gaseosa, ni nada, porque ella le enseñó a mi hija que el meridiano de Greenwich es el meridiano que marca el 0 grado de longitud y yo creo que debería ser el Meridiano de Lanús el que lo haga.
En un cumpleaños se ve cómo amenazo a una pareja con un turboventilador marca Liliana porque me molesta cómo bailan «Dancing Queen» de Abba.
Empiezo a rociar de nafta un Ford Fiesta con luces en el chasis que está escuchando reggaeton a un volumen considerable. Los obligo a dar seis vueltas a la manzana escuchando al palo «Sueño con serpientes», de Silvio Rodríguez. Ellos piden por favor volver a Daddy Yanqui. Ahí es cuando les prendo fuego al auto, dejándolos salir antes, obvio.
PARTE 5. SUSTITUTOS
Soy bioquímica y sé que las cosas tienen un funcionamiento. Muchas veces hay protocolos que no vemos. Cosas que funcionan con lógicas ocultas. Creo que mientras no podamos ser felices, el sistema nos ofrece la posibilidad de tener razón en algo y sentirnos menos estúpidos por un rato. Y hasta tener un orgullo, por ahí efímero, pero suficiente como para seguir viviendo sin la depresión que nos trae reconocer que nos viven cagando.
Con el tiempo voy dándome cuenta de que este autocastigo que como sociedad nos damos, en mi caso tiene ciertos parámetros. Como una tabla de equivalencias. Por ejemplo:
Frustración por no poder tener el tiempo libre suficiente: se equilibra gritándole seis veces «conchuda hija de mil putas» a una que me cruzó con la bicicleta en la bicisenda.
Frustración por los intereses de la tarjeta de crédito: se equilibra vaciándole un balde de bosta en la cabeza a un motoquero que nos rozó el espejo del auto.
Frustración por tener que trabajar el doble para ganar lo mismo que hace tres años: se equilibra pateándole el hámster que se le escapo al vecino y meterlo de emboquillada en el balcón de enfrente.
Frustración por no ser todo lo feliz que uno debería ser: meterle un manotazo en la cara a una monja y hacerla caer sentada sobre un balde de helado Grido de sambayón.
Si todo se vuelve cada vez mas personalizado e individual, ¿por qué no lo iba a ser también la furia? La infelicidad fluye más que la felicidad. Así, es más fácil tener el goce de tener razón, ese momento de estúpida victoria, que es un pobre pero eficiente sustituto de la felicidad.
Por Pedro Saborido / Revista Acción







