Trump y la teoría del loco revisitada: el nuevo Nixon tiene WiFi

Actualidad - Internacional18 de abril de 2025
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La locura ya no se improvisa. Se programa. Se viraliza. Y, si eres Trump, se monetiza antes de que llegue a ser trending topic.
En plena escalada bélica global, mientras las potencias juegan a reconfigurar el mundo como si fuera un tablero táctico, Donald Trump vuelve a escena con el guión de siempre y un software nuevo. La “teoría del loco”, aquella estrategia ideada por Nixon para aterrorizar a sus enemigos proyectando una imagen de imprevisibilidad radical, regresa tuneada para el siglo XXI: con memes, algoritmos y pulsos geopolíticos en directo.
Pero esta vez, no hay telón de acero ni línea roja: solo caos calculado, polarización rentable y la sospecha de que, si todo parece arder, quizá no sea un accidente. Es estrategia.

La doctrina del hombre loco: no es locura, es cálculo

La llamada “madman theory” fue diseñada por Nixon y Kissinger en los años 70. Su lógica es simple: si logras convencer a tus enemigos de que eres capaz de cualquier cosa, incluso de apretar el botón nuclear sin pensarlo dos veces, estarán más dispuestos a ceder ante tus exigencias. Trump, lejos de ser un alumno rebelde, parece haber aprendido bien esta lección. Pero ha ido más lejos: ha expandido esa estrategia al escenario interno, convirtiéndola en una herramienta de dominación política y electoral.

Lo que para muchos comentaristas políticos son bandazos —un día elogia a Putin, al siguiente lo amenaza; hoy condena la OTAN, mañana se jacta de su liderazgo global— para Trump son movimientos perfectamente alineados con una narrativa: la de romper con el orden liberal post-Guerra Fría para reinstalar un mundo de relaciones bilaterales, transacciones directas y poder sin intermediarios. Bajo esta lógica, el multilateralismo es debilidad, y la imprevisibilidad es una ventaja geopolítica.

La cita clave la dio el propio Nixon, relatada por su jefe de gabinete H. R. Haldeman:

“I call it the Madman Theory, Bob. I want the North Vietnamese to believe I’ve reached the point where I might do anything to stop the war. We’ll just slip the word to them that, for God’s sake, you know Nixon is obsessed about Communism. We can’t restrain him when he’s angry and he has his hand on the nuclear button and Ho Chi Minh himself will be in Paris in two days begging for peace.”

Trump no lo dice. Lo encarna. También es Géminis, como Xi Jinping. ¿Coincidencia? Solo si no crees en los horóscopos geopolíticos.

Trump, caos global y el algoritmo del poder

Estamos asistiendo a una fase de aceleración del conflicto internacional sin precedentes desde la Guerra Fría. La invasión prolongada de Ucrania, el desbordamiento regional del conflicto en Gaza, y la posibilidad cada vez más tangible de un conflicto entre China y Taiwán colocan a Estados Unidos en el centro de un juego de equilibrios extremadamente inestable.

Y en ese tablero, Trump parece estar esperando su turno para volver a mover ficha. Ya ha dejado que, desde que regresó al poder, desmantelaría el apoyo militar a Ucrania si no se cumplen sus condiciones. También ha coqueteado con la idea de dejar que Rusia “haga lo que quiera” con los países que “no pagan lo suficiente” a la OTAN. ¿Disparate? ¿Amenaza? ¿O parte de un sofisticado chantaje estratégico diseñado para reordenar alianzas bajo nuevas condiciones de poder?

Mientras tanto, los mercados tiemblan y se reajustan. O eso parece. En realidad, lo que hacen es reaccionar al juego de espejos de Trump. Su reciente anuncio de una pausa de 90 días en los nuevos aranceles —exceptuando a China— provocó un repunte súbito en Wall Street: el S&P 500 marcó su mejor jornada desde 2008, mientras el Nasdaq se disparó un 12% en 24 horas. Pero más que alivio económico, lo que hubo fue un ejercicio de manipulación emocional bursátil.

La narrativa arancelaria de Trump ha creado un ciclo de miedo y euforia controlada, donde los grandes ganadores son los de siempre: inversores bien posicionados, fondos que operan con algoritmos sincronizados al Twitter presidencial, e incluso miembros del entorno más cercano al poder. Según reportes recientes, figuras como Donald Trump Jr. habrían obtenido ganancias sustanciales tras los movimientos bursátiles ligados a las decisiones arancelarias de su padre. Los billonarios no solo sobreviven al caos, lo orquestan. Y cuando todo arde, Wall Street no entra en pánico. Saca el champán y brinda.

Lo que muchos todavía consideran una serie de “ocurrencias autoritarias” de Trump se articula, en realidad, en un plan meticuloso: el Proyecto 2025. No se trata de una distopía, sino de un manual detallado para vaciar la democracia desde dentro. En el contexto internacional, esta lógica se traduce en una política exterior que prioriza el interés unilateral de EE. UU., la destrucción de organismos internacionales como instrumentos inútiles de burocracia globalista y la reconfiguración del liderazgo mundial bajo una premisa transaccional: poder a cambio de sumisión. Trump no quiere aliados, quiere clientes. No busca paz, busca control.

El teatro del ego y la diplomacia del caos

Hoy sabemos que el autoritarismo no necesita censores, necesita motores de búsqueda. Que no hace falta represión abierta cuando se controla el flujo de información desde las plataformas digitales. Trump lo entendió antes que nadie. Su uso de las redes sociales como arma de manipulación emocional masiva ha sido replicado por líderes de India, Hungría, Brasil y Turquía.

Mientras las democracias intentan sobrevivir al fact-checking, los autócratas modernos entienden que lo importante ya no es la verdad, sino la atención. Y Trump domina ese arte. Cada tuit incendiario, cada amenaza de retiro de tropas, cada contradicción pública, es parte de una lógica superior: mantener el caos en el centro del escenario para que nadie vea lo que se está cocinando en los márgenes.

Nada simboliza mejor esta estrategia que su relación con Vladimir Putin. Es como una relación de colegas de villanía global: uno hace el gesto duro, el otro lo retuitea. Trump lo ha admirado, amenazado, justificado y ridiculizado, todo en cuestión de semanas. Pero hay una constante: nunca ha cuestionado su poder. El respeto de Trump hacia los “líderes fuertes” no es casualidad, es aspiracional. Lo mismo aplica a su relación con Kim Jong-un. Su histórico encuentro en la zona desmilitarizada de Corea fue teatral, sí. Pero también fue una forma de decirle al mundo: “Yo puedo hablar con todos los enemigos que ustedes no entienden”. Es la diplomacia del ego, pero también del cálculo: ningún presidente norteamericano desde Nixon ha transformado más el lenguaje de la política exterior.

Seguir tratando a Trump como un payaso imprevisible es no entender su verdadero poder. El riesgo no está en sus exabruptos, sino en lo que esconden: un plan coherente para sustituir la hegemonía democrática por un nuevo paradigma autoritario tecnológico. La política exterior es el campo de prueba para ese modelo. Y el contexto actual, con una guerra global larvada, es el escenario perfecto para desplegarlo.

Trump no está improvisando. Está construyendo. Como un arquitecto de Lego geopolítico, pero con menos instrucciones y más testosterona. No desde el consenso, sino desde la ruptura. No desde la legalidad democrática, sino desde su vaciamiento estratégico. En ese sentido, su política exterior no es un cúmulo de errores, sino una estrategia sofisticada que se alimenta del desconcierto de sus adversarios. La gran paradoja es que, cuanto más lo subestimamos, más se fortalece su modelo.

Mientras tanto, en este lado del Atlántico, la ciudadanía —al menos la española— parece atrapada en una tragicomedia doméstica sin pausa. El foco no está en exigir rendición de cuentas sobre cómo nos posicionamos frente a Trump, ni en reclamar una diplomacia europea firme o una estrategia común para contener la deriva autoritaria global. No. Aquí seguimos enfrascados en guerras culturales de baja intensidad, mientras los egos se baten en duelo por una hegemonía que nadie traduce en política internacional real.

El rifirrafe entre Rubiño e Iglesias de la otra noche fue el ejemplo perfecto: un choque de posturas sin horizonte, que entretiene más de lo que preocupa, y que no hace nada por situar el foco donde realmente urge. Trump avanza con estrategia, recursos y proyección. Nosotros con zascas en directo y trending topics. Spoiler: no vamos ganando.

Para colmo, mientras aquí nos distraemos, en el otro extremo del mapa geopolítico, algunas cuentas chinas han comenzado a hacer lo que muchos en Occidente no se atreven: reírse abiertamente de Trump. En las redes sociales del gigante asiático circulan ya montajes, memes y parodias que lo retratan como un emperador delirante, un avatar de la hipérbole política americana. Lo que para ellos es sátira, para nosotros debería ser una alarma. Porque mientras el meme se ríe, el algoritmo avanza. Trump, por contradictorio que parezca, se alimenta de ambas cosas. Y si queda alguna duda sobre su capacidad de autoparodia como arma política, basta con observar la última maniobra de marketing: la Trump Gold Card. Un pase VIP simbólico vinculado a una campaña que, según reportes, plantea la posibilidad de una visa dorada de 5 millones de dólares para inversores extranjeros. ¿Sátira? ¿Realidad alternativa? ¿O simplemente otro ejemplo de cómo Trump mezcla branding, diplomacia y negocio personal sin despeinarse? Una excentricidad cuidadosamente calculada para dominar titulares, alimentar su leyenda y recordarnos quién sigue siendo el showrunner absoluto del caos.

Frente al ruido de la inminencia del conflicto global, no basta con esperar que Trump desaparezca del tablero. Tampoco sirve encasillarlo en el teatro del exabrupto. Su lógica funciona precisamente porque se disfraza de torpeza.

Y si al final todo estalla —el orden, la diplomacia, las bolsas, los algoritmos— no será porque nadie lo vio venir, sino porque muchos prefirieron reírse. Subestimar a un narcisista con WiFi y acceso al botón nuclear puede ser el error político más moderno que existe. El segundo, creer que después de él vuelve la normalidad.

*Elsa Arnaiz Chico preside Talento para el Futuro, es profesora universitaria y colabora con la Global Partnership for Education .

Nota:retinatendencias.com

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