La tormenta perfecta de Tesla: Musk, la política y el ascenso de los vehículos chinos





Hay pocas dudas: por innovación y por prestaciones, los vehículos eléctricos de Tesla siguen estando, en muchos aspectos, entre los mejores del mercado. Pero a pesar de ello, la marca se encuentra ahora inmersa en una crisis que trasciende la calidad de sus vehículos, y que más que deberse a problemas técnicos (que también los tiene), se trata de una tormenta perfecta de política, protestas y, por supuesto, la imparable competencia china.
En un giro que muy pocos se habrían atrevido a anticipar, Donald Trump ha decidido adentrarse en un terreno que le resulta personalmente tan extraterrestre y tan poco atractivo como el de la movilidad eléctrica. Por un lado, se le ha visto respaldar a su «co-presidente» montando un showroom de Tesla en plena Casa Blanca, un movimiento que raya en lo insólito, y por otro, ha anunciado que los ataques a concesionarios Tesla serán tratados nada menos que como terrorismo. La absurda jugada de adquirir él mismo un Tesla Model S de 90,000 dólares, algo que aliena gratuitamente a los compradores tradicionales de la marca que no soportan ver a semejante personaje sentado en el mismo coche que ellos conducen, y que no llegará a tener ningún efecto sobre los que no eran clientes de la marca porque reniegan de cualquier tipo de movilidad eléctrica, ha contribuido a encender una polémica que va más allá de una simple cuestión empresarial, y se asoma directamente a la definición de corrupción. Este inusual entrelazamiento de telenovela entre política y tecnología refleja cómo, en la era actual, las decisiones corporativas pueden verse profundamente marcadas por agendas y discursos populistas polarizados.
Pero la crisis de imagen de Tesla no se limita al terreno político: los propios usuarios y accionistas han comenzado a manifestar su descontento de maneras insólitas. Entre las protestas más curiosas se encuentra la de aquellos propietarios que ponen pegatinas en sus vehículos o incluso los disfrazan con insignias falsas de otras marcas o les quitan sus logotipos, en un acto de resistencia simbólica contra lo que consideran un distanciamiento entre la compañía y sus clientes. A nadie le gusta conducir un vehículo que muchos llaman «Swasticar», que se asocia con un personaje devenido en un neo-nazi repulsivo como Musk, o que te pueden vandalizar en cualquier momento. Al mismo tiempo, aparecen movimientos que buscan protestar contra las ventas masivas de acciones por parte de Elon Musk y que han comenzado a resonar en redes y foros especializados, y usuarios vendiendo sus coches, poniendo de manifiesto que, para muchos, la lealtad a la marca va de la mano con una identidad que se siente traicionada por decisiones corporativas polémicas.
Y si bien Tesla lidia con controversias de imagen y maniobras políticas, parece cada vez más difícil obviar el desafío que representa el mercado asiático. Los fabricantes chinos, con una capacidad de innovación que se está disparando cada vez más, han empezado a superar a Tesla en varios aspectos con vehículos que combinan alta tecnología, precios competitivos y, sobre todo, un entendimiento profundo de las demandas de un mercado global cada vez más exigente. Las empresas chinas están erosionando cada vez más el liderazgo que Tesla ostentó durante años, y esta competencia feroz presiona a la firma de Elon Musk a reinventarse y a buscar un equilibrio entre la innovación tecnológica y la gestión de una desastrosa imagen corporativa.
La situación de Tesla pone en evidencia una realidad ineludible: en el contexto actual, la excelencia de un producto no garantiza en absoluto la estabilidad de una marca. La crisis que atraviesa Tesla es un reflejo de la convergencia de múltiples frentes – político, social y económico – que, al final, afectan directamente a la percepción del consumidor. Mientras la compañía siga siendo el referente de la innovación en el sector, debería aprender a separar la calidad de sus vehículos de las disputas políticas y las tensiones internas que le están llevando a dilapidar completamente ese capital de confianza y esa fidelidad de marca que, hasta hace unos pocos meses, ningún otro fabricante podía igualar.
La paradoja de Tesla es evidente: sigue ofreciendo lo mejor en tecnología y diseño, pero su futuro depende de su capacidad para navegar en aguas cada vez más turbulentas, donde la política y la competencia global exigen respuestas rápidas y, sobre todo, un replanteamiento de su identidad corporativa. La lección es clara: en un mundo polarizado, la excelencia técnica ya no es suficiente para garantizar el éxito de una marca. Y una sorpresa: si tu CEO, de la noche a la mañana, se convierte en un imbécil neo-nazi, ultraderechista, que se dedica a echar trabajadores públicos a la calle como si no hubiese un mañana y que aliena a sus mejores clientes, tus vehículos se vuelven inmediatamente menos atractivos y tus ventas caen a plomo. Vaya, quién lo iba a decir…
Nota: https://www.enriquedans.com/