El año del sapo
“He pasado un año maravilloso; no ha sido este”.
Parafraseando a Groucho Marx
No creo en el horóscopo chino, querido lector, ni en ninguna otra clase de astrología, pero me animo a dudar de mis propias “no creencias” y decir que, si a cada año le corresponde un animal, el 2024 fue sin dudas “el año del sapo”.
Porque hasta los gorilas tuvieron un límite, para no hablar de los pingüinos. El gato se vio dejado de lado; del bisonte, el peludo y la tortuga hace rato que no se habla; y la morsa pasó a retiro hace décadas. El (o la) pato se vio superado en su propia ridiculez, un león que insulta y escupe es un león bastante trucho, los peces gordos andan por ahí, el tigre se llamó a silencio, los avestruces meten la cabeza en el agujero como nunca, algunos se llenan de mosca, y varias víboras dejaron de percibir sus sobres y están desocupadas (aunque las más venenosas siguen haciendo lo suyo).
Entonces, este fue el año en el que gran parte de los argentinos nos morfamos el sapo nuestro de cada día sin tener que pedirlo en ningún rezo.
Y ahora podríamos decir que ha llegado el momento, como suele ocurrir en cada fin de año, de hacer un balance, de poner en una columna los “debe” y en otras los “haber” de este 2024, lo bueno y lo malo que nos ha pasado singular y colectivamente, las pérdidas, las ganancias y las perspectivas.
Sí, podríamos decir todo eso, pero, tal como Bartleby el escribiente, “preferiría no hacerlo”.
Es que, querido lector, ¿es realmente necesario revivir, en este fin de año, todo lo que nos ha pasado en los últimos tiempos? ¿Es necesario recordar todo lo que hemos perdido, incluidas taaantas cosas que antes tampoco teníamos pero (al menos yo) creíamos que sí? ¿Es realmente necesario hacer una lista de referentes, dirigentes y deferentes que nos desilusionaron, nos decepcionaron (por no decir “defecaron”, que queda feo); o siquiera una lista, mucho más breve sin duda, de los/las que no hicieron tal cosa, ni nada? ¿Es necesario enumerar a todas las personas que de diferentes maneras hemos perdido, o podríamos permitirnos, singular o colectivamente, elaborar los duelos y mantener vivos los recuerdos sin hacer de ellos una estadística?
Sabrá usted, querido lector asiduo de esta columna, y más aún las personas cercanas a quien esto escribe, de mi profunda e irrevocable decepción respecto de ciertas referencias, colectivos, disciplinas instituciones, estructuras, etc. Sabrá también que la falta de esperanza es lo que me permite ser optimista (o sea “hacer, no esperar”)... El precio de tomar ciertas decisiones puede llevar a ciertas soledades/orfandades, pero el precio de no tomarlas puede ser más caro aún. Creo que el absurdo es mucho más sensato que el sentido común, y que, parafraseando a Serrat en ese “Cada loco con su tema” que nos convidara en aquel 1983, “prefiero lo humano a lo virtual, la boludez natural a la inteligencia artificial, un buen chiste a una aplicación tecno, un abrazo a un emoticón...", y así…
En su última peli, Coup de chance (Golpe de suerte), Woody Allen dice que “cada persona que nace se ganó la lotería” (ya que fueron justo ese espermatozoide y ese óvulo los que se encontraron), o sea que seríamos una especie de casualidad, de chiste con patas. En tal caso, quizás podamos, para este tiempo que se nos está acercando, dejar de lado el balance y proponer, por ejemplo, el deseo. Va entonces mi deseo, lector:
“Ojalá que el 2025 sea un año de película, una fiesta inolvidable de sexo loco, amor sin barreras, gran comilona, dinero fácil, pan y chocolate. Que la ley del deseo, la fuerza del cariño y la vitalidad de los afectos triunfen sobre la amenaza fantasma. Que no estemos perdidos en la noche, solos en la madrugada, con la asignatura pendiente de ese obscuro objeto de deseo. Que seamos dignos de ser en el concierto del tren de la vida. Que nos importe la vida de los otros y la justicia para todos, que el satánico Doctor No se tome el tren de las 3:10 a Yuma a la hora señalada, y el gran dictador y el año que vivimos en peligro sean solo recuerdos en nuestros años felices”.
¡Chin chin!
Por Marcelo Rudaeff / P12