Radicalizar hasta que aclare

Actualidad23 de noviembre de 2024
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Según los historiadores, el general Juan Perón utilizó la frase “desensillar hasta que aclare” como mensaje para sus seguidores ante el panorama que se abría con el golpe de Onganía en 1966. No se trababa simplemente de no precipitarse ante la tormenta que abría el derrocamiento del radical Arturo Illia –quien gobernaba desde 1963 con el peronismo proscripto–, sino de la necesidad de apreciar estratégicamente el proceso histórico y el desenvolvimiento de las fuerzas sociales y políticas. La resolución estratégica debía dar lugar a un plan de acción del movimiento peronista, en donde el sector obrero organizado debía jugar un rol preponderante.

Cualquier expectativa acerca de la posibilidad de que Onganía abriera alguna puerta hacia la legalización del peronismo se esfumó rápidamente. La conformación del equipo de gestión del Presidente de facto –con Adalbert Krieger Vasena, un hombre de las multinacionales [1], al frente del Ministerio de Economía– confirmó los peores vaticinios. El propio Perón, en su intercambio epistolar con José Alonso, secretario general de la CGT, ponía negro sobre blanco sus peores presagios: “Los hombres que han aparecido como cabeza de los nombramientos, son toda una garantía de ese fracaso que comienzo a entrever. Onganía ha puesto de manifiesto una tremenda inexpertitud [sic], no solo en sus nombramientos sino en algunas de sus afirmaciones (como que el gobierno actuará en forma indefinida) (…) nosotros debemos asegurarnos que ningún peronista se incorpore a semejante elenco si es que no quieren quemarse a corto plazo”. Casi un mensaje premonitorio desde el más allá para el pichichi Daniel Scioli.

Proseguía Perón: “Nuevamente [Álvaro] Alsogaray [2] manejando la economía con la misma tendencia que tantos desastres ha producido ya y que llevará al gobierno de facto a un callejón sin salida como lo llevó a Frondizi. En la Secretaría Técnica de la Presidencia, el nombramiento del doctor Saravia, cuyo padre es abogado de Bemberg [3] y él integraba su estudio […] todo parece volver a las peores épocas”. Como nos muestra el cíclico retorno de la derecha en la Argentina (ya sea a través de las botas o de los votos), la historia se repite –no sólo dos veces, como decía Marx, primero como tragedia y después como farsa– sino en múltiples ocasiones. Y como sugiere Slavoj Zizek, la farsa puede ser incluso más terrorífica que la tragedia original. 

El triunfo de Trump y la advertencia de Sanders

El candidato del Partido Republicano, el ex mandatario Donald Trump, se impuso categóricamente en las elecciones del 5 de noviembre y será el primer Presidente en 130 años –el anterior fue Glover Cleveland [4]– en ejercer un segundo mandato separado del primero. A pesar de que las encuestas auguraban una paridad extrema, la democracia le ha garantizado un triunfo inapelable al candidato que sueña con ser un dictador. Como ha sostenido Jeffrey Goldberg en The Atlantic: “A medida que su presidencia se acercaba a su fin, y en los años posteriores, se ha ido interesando cada vez más en las ventajas de la dictadura (…) ‘Necesito el tipo de generales que tuvo Hitler’, dijo Trump en una conversación privada en la Casa Blanca”. En el actual contexto, la amplitud de su victoria será interpretada por el propio Trump como una vía libre para tensar al extremo a la democracia norteamericana.

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Trump venció en los siete estados pendulares que definirían la elección, y también en la suma del voto popular tomando al país como distrito único, lo que el Partido Republicano no lograba desde 2004 cuando George W. Bush derrotó a John Kerry. También cosechó la mayoría en el Senado y –al cierre de esta nota– se encontraba a sólo cuatro escaños de alcanzar el control de la Cámara de Representantes, lo que torna muy probable su dominio total del Congreso para los primeros dos años de su presidencia. Este cuadro de predominio se completa con una estratégica mayoría en la Corte Suprema de Justicia, donde seis de los nueve miembros son conservadores y él pudo designar a tres de ellos entre 2017 y 2021: Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Barrett.

Semejante panorama obliga a una seria autocrítica por parte de los demócratas, aun cuando la presidencia de Joe Biden haya sido posiblemente la más progresista en términos económicos desde Lyndon Johnson (1963-1969). Como recordaba Horacio Verbitsky hace un par de semanas, retomando un excelente artículo de Nicholas Lemann en The New Yorker, entre las políticas más destacadas de Biden “se cuentan los programas para establecer fuentes limpias de energía, crear o traer de vuelta [a los Estados Unidos] una serie de industrias deslocalizadas, fortalecer la sindicalización del trabajo, construir miles de proyectos de infraestructura, incorporar objetivos de equidad racial y romper las concentraciones de poder económico”. Una economía en crecimiento por encima de la del resto de los países desarrollados (3% anual), un desempleo históricamente bajo (4%) y una inflación en su punto más reducido desde 2021 (2,4%) no le alcanzaron a Kamala Harris para imponerse. La brecha entre expectativas y realizaciones, entre percepción y realidad, hizo que el electorado estadounidense se plegara al mensaje autoritario y disruptivo de Trump en desmedro de la macroeconomía de la Bidenomics.

En este contexto, conviene tomar en consideración el mensaje post-electoral del senador Bernie Sanders, reelecto por el estado de Vermont y representante de la menguada ala izquierdista del Partido Demócrata. A continuación, algunos de sus fragmentos más relevantes:

  • “No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”.
  • “Mientras los líderes demócratas defienden el statu quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio”.
  • “Me pregunto si los muy bien remunerados consultores contratados por el Partido Demócrata aprendieron la lección de esta campaña desastrosa”. 

Reescribiendo los manuales de ciencia política

Lo sucedido en la elección presidencial de los Estados Unidos acentúa la necesidad de revisar los clásicos manuales de Ciencia Política. El cambio de época que presenciamos a nivel global –con el auge de discursos radicalizados que ponen en entredicho como nunca antes la moderación y la corrección política– obliga a repensar algunos de los hallazgos tradicionales de la politología.

Uno de ellos refiere a la denominada “ventaja electoral del oficialismo” (incumbency advantage), relacionada con un beneficio electoral sistemático atribuible a los partidos y candidatos oficialistas por el solo hecho de ocupar el gobierno. Se trata, según describen los especialistas, de un sesgo en las condiciones de la competencia que hace que quienes ocupan el poder político, independientemente de su desempeño en el gobierno, tengan más chances de ganar las elecciones. Según aquellos manuales, la ventaja electoral del oficialismo puede provenir de diversas fuentes, entre las que se destaca el acceso a recursos económicos de origen estatal vedados a la oposición.

Sin embargo, esta suerte de “ley de hierro” de la ciencia política ha entrado en crisis. Como describe en un muy interesante artículo el medio británico de centroderecha Financial Times, “las condiciones económicas y geopolíticas de los últimos años han creado posiblemente el entorno más hostil de la historia para los partidos y políticos en el poder en todo el mundo desarrollado”. La información del FT es concluyente: “Los gobernantes de cada uno de los diez países principales que han sido estudiados por el proyecto de investigación global ParlGov y que celebraron elecciones nacionales en 2024 recibieron una patada de los votantes. Es la primera vez que esto sucede en casi 120 años de registro”.

En efecto, la base de datos de parlamentos y gobiernos (ParlGov) es una muy relevante infraestructura para el análisis político con datos de todas las democracias de la Unión Europea y de la mayoría de los países de la OCDE (37 países). Dicha base ha consolidado información de alrededor de 1.700 partidos, 1.000 elecciones (9.800 resultados) y 1.600 gabinetes (4.000 partidos) desde 1900 hasta 2023.

Lejos de lo que busca ser instalado por los medios dominantes, es importante señalar que no nos encontramos frente a un avance de la derecha global y el concomitante retroceso del progresismo. Según describe María Victoria Murillo, directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia, “lo que la gente denomina ola de derecha o de izquierda, en realidad es ola de recambio”. Sin tomar en cuenta la agenda electoral de 2024, la información del periodo 2019-2023 en América Latina responde a los mismos parámetros que describe Financial Times para el mundo desarrollado. Desde la primera elección de Nayib Bukele en El Salvador en 2019 hasta fines del año pasado se celebraron 19 comicios presidenciales, con 17 triunfos de la oposición. Las dos excepciones fueron la reelección de Daniel Ortega en Nicaragua en 2021 (con sus principales rivales encarcelados) y la victoria del Partido Colorado en Paraguay, que sólo ha perdido una elección presidencial en 76 años. 

En el espejo de López Obrador

Descartada la tesis del avance irrefrenable de las derechas a nivel global, sí existe algo de lo que el progresismo –o los movimientos populares en general– deberían tomar nota. Fenómenos como el de Trump en Estados Unidos, Meloni en Italia, Orban en Hungría o Milei en la Argentina exhiben la necesidad –para el éxito electoral en los tiempos que corren– de mensajes claros, directos, poco alambicados y comprensibles para el electorado en general. En el caso de las derechas, la simpleza en el mensaje busca esconder estratégicamente (aun para sus propias bases populares) que las políticas impulsadas procuran profundizar el predominio de los sectores concentrados de la economía. En el caso del progresismo, el mensaje claro debería estar dirigido justamente a desenmascarar el verdadero proyecto concentrador de la derecha y, a la vez, exhibir con nitidez los logros de los gobiernos populares que mejoran la calidad de vida de las grandes mayorías.

El ejemplo paradigmático de esto último lo encontramos en México y el fenomenal desempeño de Andrés Manuel López Obrador, quien –a contramano de la tendencia actual de las derrotas oficialistas– garantizó con su legado el triunfo de su sucesora Claudia Sheinbaum Pardo, la primera mujer en ejercer la presidencia en ese país norteamericano. Luego de seis años, AMLO concluyó su mandato con más del 60% de imagen positiva y logró articular un ambicioso proyecto denominado la Cuarta Transformación, que –como la Independencia, la Reforma y la Revolución en ese país– buscó renovar los cimientos de la sociedad mexicana. Apuntalado por la expansión económica y los programas sociales (con un impresionante incremento del salario mínimo de casi 120% por sobre la inflación), AMLO gobernó sobre la base de una estrategia comunicacional exitosa, el contacto directo con los sectores populares y una mejora tangible de las condiciones de vida de la población.

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El futuro de la Argentina requiere que el progresismo se muestre decididamente opositor y que transmita un mensaje claro de resistencia al gobierno de extrema derecha de Milei. Los Presidentes o candidatos presidenciales que procuraron alcanzar una lógica “atrapatodo” –un término clásico de la ciencia política perteneciente a Otto Kirchheimer, quien lo utilizó originalmente para referir a los partidos políticos que buscan atraer votantes de diversas ideologías en contraposición con los que expresan una ideología marcada– han exhibido un rotundo fracaso durante los últimos 25 años. Los nombres de Fernando de la Rúa, Mauricio Macri, Daniel Scioli, Alberto Fernández, Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta son parte de esta larga lista.

Todas las consultoras de opinión pública, desde la macrista Casa Tres –que conducen el ex secretario general de la presidencia de Macri, Fernando de Andreis, y su socia Mora Jozami, ex esposa de Fulvio Pompeo– hasta Zuban-Córdoba, revelan el fuerte posicionamiento de los liderazgos abiertamente opositores en detrimento de las posturas moderadas. El último trabajo de Casa Tres muestra en octubre un muy significativo crecimiento de siete puntos de Cristina Fernández, encabezando con claridad el podio de los opositores a Milei. Ante la consulta respecto de “quién representa a la oposición hoy en día”, un 32% de los consultados aseguró que es la ex mandataria, un 25% afirmó que “nadie”, mientras que un 15% ubicó en ese lugar a Axel Kicillof. Muy lejos aparecen los opositores moderados como Martín Lousteau de la UCR (3%) o Sergio Massa del Frente Renovador (2%). Por su parte, la última encuesta de Zuban-Córdoba –también de octubre– muestra a Kicillof (48%) y a CFK (45%) como los dos opositores con mejor imagen y en franco crecimiento durante los últimos siete meses, en los que Cristina creció diez puntos y Axel cuatro.

Según se aprecia, con el caso mexicano como referencia ineludible y el crecimiento de la oposición kirchnerista en las encuestas argentinas, el camino estratégico para las oposiciones del campo popular no encontrará destino en el terreno de la moderación. Reformulando las palabras de Juan Perón en tiempos de la Revolución Argentina, podría afirmarse que ha llegado el momento de “radicalizar hasta que aclare”.

Por Luciano Anzelini * El autor es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor de Relaciones Internacionales (UBA, UNQ, UNSAM, UTDT).
 

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