Dos palabras

Actualidad27/12/2025
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Cuando el político fascista usa el calificativo de “socialista” como injuria y lo arroja contra un sujeto o contra un movimiento popular, ataca a poderes que pueden hacer trastabillar su dominación de clase -la de la gran propiedad- tanto en la base social como en la cúspide de la política. Con esta injuria el fascista pretende inhibir poderes que están por fuera de su campo de fuerzas. Por ejemplo, el Parlamento vive de la discusión, allí se ventilan ideas, y estas suelen activar el espíritu crítico. En él todo interés, toda institución social, se convierte en idea y puesto que la vida de las ideas -sean políticas, culturales, científicas o académicas- es incómoda para el poder fascista, este lo interviene con los motes de “socialista”, “nido de ratas” o comprando voluntades con la “Banelco”.

Puesto que la lucha de lxs oradores en el Parlamento se ramifica hacia y se complementa con la lucha en el campo mediático, la imagen de “los ensobrados” sirve para deslegitimar la idea disidente en este último. Esta desligitimación de la lucha mediática busca interrumpir la lucha de clases puesto que la lucha del Parlamento llega a través de los medios a la taberna, la iglesia, el club, la escuela, la villa, el barrio, el bar, el trabajo. Esta lista de palabras remite a la constitución siempre latente de otra mayoría y el poder fascista pretende obturar la constitución de mayorías alternativas de tipo popular, que habiliten decisiones emancipatorias. El político fascista no quiere verse colocado otra vez frente a la revolución porque tiene presente el recuerdo histórico de lo que aconteció en el siglo XX. Y la revolución, entre otras cosas, es organización de mayorías, palabra que no remite apenas a un número sino a un poder, una potencia, una facultad, una imaginación alternativa. Entonces, cuando el político fascista rebaja el Parlamento -o algunas de sus fracciones- usando expresiones como “nido de ratas” o tildando de “socialista” lo que antes ensalzaba como “liberal”, en realidad está confesando públicamente lo que le ordena el interés de la clase de la gran propiedad a la que sirve. El poder fascista para imponer su orden al país, para mantener intacto su poder social, debe imponer ese orden también al Parlamento y quebrantar o fragilizar su poder político, porque el poder legislativo es una de las tantas manifestaciones de la lucha de clases. De hecho, el Parlamento es pluriclasista, además de bicameral y federal. Guiadxs por Marx, podemos decir que sobre las formas de la propiedad (bases materiales) y sobre las condiciones sociales de existencia (las relaciones sociales) se organiza una estructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos que se configuran de un modo peculiar: la clase.

El complemento de la escena del Parlamento es la de la Plaza Congreso, en la que todos los miércoles se instituye el régimen del gendarme cuyo propósito es desmoralizar. La reacción se presenta con la fisonomía propia de nuestra época: reprimir duramente envía un mensaje a todo un campo de lucha, el de la emancipación: “si esto les pasa a los viejos, que son mucho más frágiles que ustedes, qué les pasará si se disponen a acometer la lucha de clases”.

Último: o de las simetrías. Dijimos que el político fascista que emplea el calificativo de “socialista” como injuria reconvierte la palabra “fascista” en insulto. Esto tiene su propósito: deshistorizar ese poder e impedir la comprensión de su comportamiento para obturar o retrasar la alternativa política depositada en el campo de la emancipación. Ellos hacen todos los esfuerzos a su alcance para quebrar nuestro vínculo con la historia: la política empalmada con la temporalidad. Y nuestro campo muy a manudo acepta los postulados de esa trampa al hacer propia la idea de “novedad”, de lo “nuevo”, de la “necesidad de lo nuevo”. Que el campo de la emancipación oriente su deseo hacia lo nuevo, las “nuevas canciones”, digamos, demuestra la condición de una imaginación que late dentro de los límites angostos y definidos por la vida capital, nuestro campo antagonista. “Lo nuevo” es una ilusión de consumo como el (eterno) juvenilismo. La incesante búsqueda de novedad fractura los vínculos del campo con nuestras luchas históricas. La reacción promueve y se beneficia de esa ruptura al tiempo que se ubica permanentemente en el flujo libidinal de lo ha sido. Kast recoloca a Chile en el punto histórico Pinochet. El experimento teratológico habla de la “gran Argentina”: preperonista y presufragista. Trump apela al coloniaje de apropiación total contra Estados y pueblos soberanos. La alternativa es la revolución, una idea histórica -un sueño antiguo- que abre una perspectiva de vida futura común. Por ejemplo, la revolución de octubre de 1917 en Petrogrado arrastra la idea y la acción de los primeros grupos revolucionarios rusos de 1860. “Revolución” quiere decir desplazamiento de clase. Sacar a la clase de la gran propiedad del Estado. El primer gobierno de Yrigoyen y el 17 de octubre de 1945 fueron manifestaciones políticas nacionales que obligaron a la élite conservadora a ceder el dominio directo del Estado.

La clase de la gran propiedad tiene un gran interés material por el Estado. Este interés está entretejido íntimamente con conservar para sí ese organismo extenso y ramificado sobre todo el territorio nacional. Esta clase coloca en el Estado a su “población sobrante” -familiares, amigxs, amigxs de lxs amigxs, parentelas de distinta índole, etc.- “y completa en forma de sueldos del Estado lo que no puede embolsarse en forma de beneficios, intereses, rentas y honorarios” (Marx, 18 Brumario, p. 61). Esta clase no quiere un “Estado chico o eficiente”, quiere el Estado para sí. Cuestión nacional que se inscribe en otra, continental, resumible con una antigua sentencia breve de Simón Bolívar, de la carta al coronel Patricio Campbell, fechada en Guayaquil el 5 de agosto de 1829: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Por eso mismo, y entre otras razones, es necesario organizar el desplazamiento de clase. Luchas, rebeliones, insurrecciones, rebeldías, revoluciones, emancipaciones, siempre encontrarán nuevos espacios para prosperar, hasta tanto toda la sociedad se disponga a alojarlxs y habitarlxs.

 
La nota contine lenguaje inclusivo por decisión del autor.

Por Rocco Carbone * Filósofo y analista político. CONICET / La Tecla Eñe

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