El jardinero útil
El país no se recupera con facilidad de la crónica pérdida de densidad histórica y política. Si se prefiere, la sangre que alimenta la vida se diluye en cada curva de la memoria. La anemia histórica es esa dificultad que nuestro país tiene para sedimentar una memoria que no sea la de la catástrofe producida por el mal revestido de bien, o el «mejor nuevo por conocer que malo conocido». La propia historia se vuelve insoportable bajo esa sangre perenne pero agotada. El poder sabe de la potencia liberadora de la memoria, por eso intenta dejarla atrás. La disputa y el avance lento pero irrefrenable del rumor ayuda, y mucho. Le quita dimensiones, o la dimensiona como un malentendido doloroso colmado de muerte. Nada que con tiempo no se pueda superar por decantación. Una memoria irresuelta pero evocada como la imagen difusa de un tiempo que ha quedado en el olvido.
Sin embargo, ese olvido acosa. Vuelve. Entra en la historia como una memoria política y sale como otra. La sombra de Facundo y el sueño de la revolución productiva. La memoria política del dolor y el daño encausado por la teleología de lo soportable, el sendero que se bifurca pero que siempre se orienta hacia el credo del ordenamiento social, la religión del poder.
Esa sangre es vampírica, necesita de la anemia del pueblo para poder desarrollarse y dar continuidad histórica a su sedimento oscuro. El hierro popular horadado por la gota de agua que muta en óxido y explosión, esa es la paradoja generada por el daño autoinfligido de rencillas exhibidas a cielo abierto y sin mensurar la dimensión del deterioro producido. Las mismas rencillas que evidencian hoy un egoísmo de candidaturas que disparan contra quien, tal vez, pueda reencauzar el helter skelter que vive el peronismo. El destino del ataque es conocido y enfrenta un dilema político de difícil resolución: O se somete a la nomenclatura de prosapia minimalista pero que documenta la autocrítica, o funda ese nuevo espacio que recupere al peronismo del caos y el desorden.
El momento es de una ceguera tal que ni siquiera escucha la palabra propia​, la íntima​, la mejor de las consejeras o la peor de sus enemigos. Es difícil digerir esta mugre usada, este sapo en el pulmón.
Frankenstein (1931)
​Habitamos ese interregno de notable ignorancia política. En el mientras tanto en el que la vida se nos va, el neoliberalismo financiero y tecnocapitalista abraza en nuestro país la vena autoritaria y cobija a un puñado de seres destructivos y dañados en su constitución psíquica para que lleven adelante medidas económicas que trocan la vida en muerte, aunque conservemos la apariencia de cuando estábamos vivos.
Decisiones de política económica marcadas por la ortodoxia del ajuste en el gasto público, el control del déficit fiscal vía endeudamiento y recesión económica, y la baja de la inflación a través de la destrucción productiva, del mercado interno y del consumo. Como reza la frase que es ya dictamen: bajar la inflación para dirigirse hacia la paz de los cementerios. Esto es Milei, más allá, o más acá de sus deseos fantasmáticos de establecer una suerte de nepotismo cuyo escudo de casta/armas esté representado por el león rugiente, avasallante. Quizás, no más que “el gatito mimoso” del poder. El jardinero errático al que el pueblo defraudado le entregó la violenta tijera de podar. También, y no es menor, un pueblo violentado por una conducta política ruin que dañó la “víscera más sensible” de ese pueblo al que se propuso representar.
Así, el jardín es despedazado hoy por los jardineros del poder, el que desde siempre deseó que esa memoria política no se transforme en conciencia colectiva. Cambiemos la figura (en términos de escena y representación): Milei es aquel que arrasa con el orden elemental de la vida y espera su turno para ser consagrado por el poder del capital, aunque este parezca su momento de gloria. Un jardinero útil pero descartable, porque lo que verdaderamente concentra la atención del capital, del poder, es cristalizar como modo de vida un sistema económico cuya profunda desigualdad ni siquiera iguala en la muerte, porque los despidos son cesantías y la represión es un incidente.
Los términos del contrato actual están planteados: el buitre no tiene pasión y en la fiebre de los espíritus impotentes nuestros cuerpos destiñen.
Por Conrado Yasenza *Periodista. Docente en UNDAV. / La Tecl@ Eñe