Aquello que llamamos genocidio
Junto con el de los hereros y los namas a partir de 1904, el genocidio de los armenios de 1915 es uno de los primeros del siglo XX. Desde fines del año 2023 asistimos a lo que podría ser el primer genocidio del siglo XXI: la destrucción de los palestinos de Gaza.
La calificación de genocidio resulta compleja (1): en derecho, la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio adoptada por las Naciones Unidas en 1948 se refiere a todo acto “perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso” (Véase el recuadro, “Historia del delito de genocidio”, pág. 29). Además, en esta controversia también pueden participar la historia y las Ciencias Sociales. A tal punto que en la segunda mitad del siglo XX surgió un campo de investigación interdisciplinario: los genocide studies, una de cuyas actividades consiste en comparar esos crímenes contra la humanidad con el fin de mejorar su comprensión. Cada genocidio es singular, pero se observan similitudes; en particular, que tienden a suceder en un contexto de guerra.
Si bien la calificación jurídica se basa en criterios objetivos, también contiene una dimensión política. Como recuerda el historiador Perry Anderson, el derecho internacional es un “derecho del más fuerte” (2): en tensión con los juristas o los historiadores, en el proceso de calificación también participan actores estatales y no estatales en cuanto tienen interés en que un crimen masivo sea presentado como un genocidio o no lo sea –sabiendo que la Convención de 1948 tiene una intención performativa: impedir que se produzca o que continúe–.
Cada nuevo caso potencial amplía el espacio de las comparaciones. Así sucede hoy con Gaza. Comparar permite comprender un acontecimiento en curso que, por definición, es difícil de entender. Pero ello no necesariamente implica que los términos de la comparación sean de la misma naturaleza.
El genocidio de los armenios ocasionó aproximadamente un millón y medio de muertes. Entre 1915 y 1923, dos tercios de la población armenia del Imperio Otomano murió. A ello se suman las violaciones, las reducciones a la esclavitud, los secuestros de niños y las conversiones forzadas. Según Francesca Albanese, relatora de Naciones Unidas para los territorios ocupados, seis meses después del comienzo de la operación israelí en Gaza, el ejército israelí había matado a más de 30.000 palestinos y herido a otros 71.000 (3). Son cifras incompletas: 13.000 niños murieron; más del 80% de la población del enclave fue desplazada.
Humanidad denegada
Un etnonacionalismo agresivo guía a ambos procesos: el de los Jóvenes Turcos, que tomaron el poder en 1908 en el Imperio Otomano en declive; el del gobierno de extrema derecha de Benjamin Netanyahu, que tiene ministros fascistas. Los Jóvenes Turcos –y luego Mustafa Kemal, que completó el genocidio de los armenios (4)– construyeron un pueblo turco a través de la violencia masiva, depurando étnicamente a las minorías. El gobierno israelí, por su parte, puso en marcha un proyecto de “Gran Israel” entre el Jordán y el Mediterráneo.
En el caso armenio, el genocidio tuvo lugar durante una fase de transición hacia la creación de un Estado-nación. La violencia que se abatió sobre los armenios, tras una fase de apertura hacia los elementos no turcos del Imperio, provino de la voluntad del gobierno de los Jóvenes Turcos de fundarlo en una identidad étnica musulmana homogénea. Así, la depuración concernió también, en cada caso según modalidades específicas, a los asirios, los griegos y los judíos.
En Palestina, se trata más bien de un colonialismo de poblamiento, que opera desde finales del siglo XIX: la violencia es inherente al proyecto sionista, y la ofensiva israelí iniciada en octubre de 2023 es la más destructiva de una larga serie de operaciones de limpieza étnica. Según el historiador Rashid Khalidi, Israel está llevando a cabo una “guerra de cien años” contra el pueblo palestino (5).
Un número creciente de Estados, de organizaciones de la sociedad civil internacional y de expertos toman en serio la tesis de un genocidio en Gaza.
La cuestión del poblamiento no estuvo ausente en el caso armenio. Este genocidio tuvo un componente de “ingeniería demográfica”, al organizar en las provincias armenias del Este la instalación de musulmanes provenientes particularmente de los Balcanes, en donde la Sublime Puerta sufrió derrotas militares durante este período. Algunos historiadores del Imperio Otomano tardío mencionan una colonización interna (6). Se trataba de erradicar a los armenios de la región.
Si bien la memoria colectiva establece el 24 de abril de 1915 como fecha del comienzo del genocidio de los armenios, otros crímenes de gran magnitud lo precedieron durante las últimas décadas del siglo XIX: en particular, las masacres llamadas “hamidianas” de 1894-1897 y de Adaná en 1909. Los historiadores debaten sobre la continuidad entre esos asesinatos masivos y el genocidio de los armenios. En cualquier caso, la violencia se perpetuó. Un siglo después del genocidio, en septiembre de 2022, Azerbaiyán, apoyado por Turquía, procedió a la depuración étnica de 120.000 armenios en el Alto Karabaj.
En ambos casos, el terreno se prepara con un lenguaje deshumanizante: “cerdos” y “perros” para los armenios; “animales humanos” para los palestinos, según la expresión del ministro de Defensa israelí, Yoav Galant. La denegación de humanidad precede a la masacre. A pesar de las reformas impulsadas bajo el Imperio Otomano a mediados del siglo XIX, conocidas bajo el nombre de Tanzimat, los armenios siguieron siendo ciudadanos de segunda categoría. La situación de apartheid que impera en Israel a comienzos del siglo XXI, documentada particularmente por Amnesty International, Human Rights Watch y B’tselem, implica que los individuos gozan de derechos escalonados en función de su pertenencia étnico-religiosa.
No obstante, dos diferencias requieren un estudio más exhaustivo. En primer lugar, su subordinación en tanto grupo no impide que algunos armenios pertenecieran a las élites otomanas, en particular a las económicas. Luego, la separación espacial –apartheid significa separación– padecida por los armenios no es equivalente a la impuesta a los palestinos –muro de separación en Cisjordania; prisión a cielo abierto en Gaza–.
Aspiración de independencia
El surgimiento de una conciencia nacional es un dato importante en ambas situaciones. Los armenios primero exigieron derechos y seguridad a los imperios otomano y ruso, en los cuales se encontraban, y luego pidieron la independencia. Por su parte, la identidad palestina se construyó desde fines del siglo XIX, en la Palestina otomana, en el seno de las clases instruidas (7). Luego se reforzó con la lucha contra el sionismo. En ambos casos, las masacres debían impedir la realización de esta aspiración a la independencia.
Otro rasgo similar: la comunidad internacional permaneció ampliamente pasiva frente a ambos dramas. Los historiadores debaten sobre el rol preciso del Reich alemán, aliado de la Sublime Puerta durante la Primera Guerra Mundial, en la destrucción de los armenios (8). Algunos sostienen que los oficiales alemanes desempeñaron un rol activo; otros, que podrían haber impedido al menos en parte el genocidio. Durante el reconocimiento del genocidio por parte de Berlín, en junio de 2016, una resolución del Bundestag admitió “el rol lamentable del Reich que, en tanto principal aliado militar del Imperio Otomano (…), no hizo nada para detener ese crimen contra la humanidad”. Y añadió que “el Imperio alemán tiene una parte de responsabilidad en esos acontecimientos” (9). La masacre en Gaza también implica apoyos internacionales, con Estados Unidos a la cabeza, quien ofrece a Israel una protección diplomática y le provee casi incondicionalmente armas y municiones.
Más allá de la deshumanización simbólica, los genocidios son procesos muy materiales. La apropiación de las propiedades o de las cuentas bancarias armenias permitió el surgimiento de las clases medias turcas que formarían la base del régimen kemalista (10). El acaparamiento de tierras palestinas con fines de poblamiento, pero también de valorización capitalista constituye una dimensión del conflicto (11). Antes de los Acuerdos de Oslo en 1993 había menos de 100.000 colonos en Cisjordania. Hoy son cerca de 800.000. En el caso israelí, hay argumentos religiosos que fundamentan el derecho de los judíos a vivir en Palestina. La religión también es uno de los muchos factores explicativos de la destrucción de los armenios, pero sin dudas no tiene la misma centralidad, y no todos los historiadores le otorgan la misma importancia.
En lo que concierne a los armenios, no puede olvidarse la dimensión “local” de las masacres. Una de las formaciones paramilitares vinculadas con los Jóvenes Turcos que puso en marcha el genocidio –la Organización Especial– se apoyó en criminales comunes y en tropas irregulares (particularmente kurdas) incitados a acabar con los armenios. Si bien en Gaza el ejército israelí procedió a bombardeos indiscriminados, en Cisjordania los abusos cometidos por colonos también tienen una dimensión local, con elementos radicalizados que gozan de la protección estatal.
En 1915, el genocidio comenzó con el asesinato de las élites armenias de Estambul: eliminar la cabeza de la comunidad significaba desorganizarla con el fin de eliminar más fácilmente al resto de la población. Contra los gazatíes se advierte una ofensiva general. Pero allí también se apunta a los intelectuales, como lo demuestran el asesinato del poeta Refaat Alareer por parte del ejército israelí el 6 de diciembre de 2023, la muerte de 125 periodistas documentada en el informe de Albanese o la destrucción de las doce universidades de Gaza.
“¿Quién se acuerda de los armenios?”
Un número creciente de Estados, de organizaciones de la sociedad civil internacional y de expertos toman en serio la tesis de un genocidio en Gaza. El historiador israelí Raz Segal parece haber formulado primero esta hipótesis, desde el 13 de octubre (12). Poco después, Omer Bartov, especialista israelí-estadounidense de la Shoah, enunció la idea de una intención genocida por parte de Israel (13). Y luego la Corte Internacional de Justicia (CIJ), ante quien acudió Sudáfrica, consideró a fines de enero, con una aplastante mayoría, que el riesgo es real.
Un siglo después de los acontecimientos, el reconocimiento del genocidio de los armenios por parte de la comunidad internacional tuvo importantes avances. Sin embargo, Turquía todavía no admitió su responsabilidad y rechaza esa calificación: admite masacres en el contexto de la Primera Guerra Mundial, pero refuta la existencia de una intención de eliminar a los armenios.
Si bien los debates relativos a la calificación de genocidio a menudo versan sobre esta cuestión, aquellos que lo cometen rara vez formulan explícitamente esta intención (14). Sin embargo, no faltan declaraciones de “depuración” por parte de los dirigentes israelíes. Así, Benjamin Netanyahu pidió a sus asesores que elaboraran un plan para “reducir la población de Gaza al nivel más bajo posible”. El ejército israelí recurrió a la inteligencia artificial para matar de manera sistemática (15). Documentar la metodología de la destrucción tomará tiempo, pero la intención de aniquilar también se observa en el acto.
Consciente de que esas dos tragedias se evocan mutuamente, el poeta palestino Najwan Darwish escribió: “¿Quién se acuerda de los armenios?”, en referencia a una frase atribuida a Adolf Hitler en la víspera de la invasión de Polonia (16). “Escribí un poema sobre la historia armenia; hoy, veo que nosotros, los palestinos, estamos viviendo de nuevo algo parecido. Aquí se puede ver la ironía de la historia; la historia se burla de nosotros –constata Darwish en una entrevista en The Guardian–. Nos dice: usted piensa que escribe sobre el pasado, pero en realidad escribe sobre su futuro” (17).
1. Dominik J. Schaller, “From Lemkin to Clooney: The development and state of genocide studies”, en Genocide Studies and Prevention, Vol. 6, N° 3, 2011.
2. Perry Anderson, “El derecho internacional del más fuerte”, Le Monde diplomatique, febrero de 2024.
3. Francesca Albanese, “Anatomy of a Genocide – Report of the Special Rapporteur on the situation of human rights in the Palestinian territory occupied since 1967 to Human Rights Council – Advance unedited version (A/HRC/55/73)”, 24 de marzo de 2024, www.un.org
4. Raymond Kévorkian, Parachever un génocide. Mustafa Kemal et l’élimination des rescapés arméniens et grecs (1918-1922), Odile Jacob, París, 2023.
5. Rashid Khalidi, The Hundred Year’s War on Palestine. A History of Settler Colonialism and Resistance, 1917-2017, Metropolitan Books, Nueva York, 2020.
6. Olivier Bouquet, Pourquoi l’Empire ottoman? Six siècles d’histoire, París, Folio, 2022.
7. Rashid Khalidi, L’identité palestinienne. La construction d’une conscience nationale moderne, París, La Fabrique, 2003.
8. Stefan Ihrig, Justifying Genocide. Germany and the Armenian from Bismarck to Hitler, Harvard University Press, Cambridge, 2016.
9. Frédéric Lemaître, “En réaction à la reconnaissance du génocide arménien par l’Allemagne, la Turquie rappelle son ambassadeur à Berlin”, Le Monde, 2 de junio de 2016.
10. Hamit Bozarslan, Vincent Duclert y Raymond Kévorkian, Comprendre le génocide des Arméniens, Tallandier, París, 2015.
11. Haim Yacobi, “Planning, Land Ownership, and Settler Colonialism in Israel/Palestine”, Journal of Palestine Studies, Vol. 51, N° 2, 2022.
12. Raz Segal, “A textbook case of genocide”, Jewish Currents, Nueva York, 13 de octubre de 2023.
13. Omer Bartov, “What I believe as a historian of genocide”, The New York Times, 10/11/2023.
14. Scott Straus, “Second-generation comparative research on genocide”, World Politics, Vol. 59, N° 3, Baltimore, abril de 2007.
15. Yuval Abraham, “‘Lavender’: The AI machine directing Israel’s bombing spree in Gaza”, 3 de abril de 2023, www.972mag.com
16. Najwan Darwish, Nothing more to lose, New York Review of Books / Poets, Nueva York, 2014.
17. Alexia Underwood, “Palestinian poet Najwan Darwish: ‘We can’t begin to comprehend the loss of art’”, The Guardian, Londres, 4 de enero de 2024.
Por Razmig Keucheyan * Sociólogo. Autor de La naturaleza es un campo de batalla, Capital intelectual, Buenos Aires, 2016. / El Diplo