Cómo sería si Milei no fuera Milei
Como sería el Gobierno de Javier Milei si Javier Milei no fuera como es.
Si no se creyera encomendado por el propio Dios para salvar al mundo del Maligno, si no viera al demonio en cada presidente al que acusa de comunista, si no repitiera en cada lugar que visita que es el político más importante y el mayor referente internacional de la libertad, si no agrediera cada vez que habla, si no insultara a quien piensa distinto, si no tratara de “nido de ratas” a quienes la sociedad votó como sus representantes en el Congreso, si no empleara las herramientas del Estado para apretar a los críticos, si no estuviera obsesionado públicamente con metáforas explícitas sobre la sexualidad en general y la homosexualidad en particular, si no usara un lenguaje vulgar y chistes de mal gusto frente a audiencias con niños y familias, si aplicara sus medidas de ajuste sin festejarlas burlonamente frente a quienes las sufren en forma directa, si no descalificara a sus colegas economistas que no están tan convencidos de que esté haciendo las cosas bien, si explicara las supuestas bondades del anarcocapitalismo sin afirmar que los que defienden a otras escuelas económicas son chantas, si no se sumara a la violencia de las redes agregando la violencia de un jefe de Estado, si no tratara de “virus” a una corriente política que representa a un porcentaje importante de la sociedad, si no rechazara las preguntas de los periodistas que no piensan como él, si no protagonizara uno de cada tres ataques registrados contra periodistas en lo que va del año.
Utilidad contrafáctica.
Es cierto que si Milei no fuera como es, un 30% de los argentinos no lo habría votado dos veces (en las PASO y en las generales) y un 26% no se habría sumado en el balotaje. Y es probable que si no fuera como es, de ese 56% que lo votó para ser Presidente hoy quedaría menos del 44% promedio que, según las encuestas, aún lo sigue apoyando a pesar del “mayor ajuste de la historia de la humanidad”.
Qué pasaría si no hablara con violencia, si dejara su obsesión por las metáforas sexuales...
Hacer el análisis contrafáctico de qué habría pasado si este hombre hubiera promovido un gobierno de Estado mínimo como transición hacia el anarcocapitalismo, pero despojado de sus rasgos delirantes y patologías violentas; serviría por dos motivos.
Uno, para no dejar de ser conscientes del nivel de excentricidades que una relevante porción de la sociedad es capaz de naturalizar. Para entender qué nos trajo hasta Milei y por qué se lo eligió a él como herramienta de destrucción masiva de un sistema de creencias que se daba por correcto desde la recuperación democrática.
El segundo valor de este tipo de análisis es que sirve para entender que, si Milei no fuera como es, sus ideas y las de sus funcionarios podrían ser analizadas dentro de un clima de cierta razonabilidad. En lugar de este circo político y mediático que pone en ridículo a todos.
Esto es, que si Milei simplemente fuera un Presidente decidido a aplicar un plan anti-Estado con el argumento de que eso desplegaría las fuerzas productivas, lo que sucedería sería un interesante debate que incluso podría derivar en que el oficialismo contara con más votos legislativos de los que lo suelen acompañar. Y si explicara su premisa de déficit cero para eliminar la inflación y generar crédito y crecimiento, sin calificar de “degenerados fiscales” a los que no piensan exactamente igual, coincidiría –al menos de palabra– hasta con dirigentes que él hoy considera enemigos acérrimos.
Razones libertarias.
El domingo pasado, cuando presentó el proyecto de Presupuesto 2025 ante el Congreso, hubo momentos en los que pareció que Milei no era Milei. Fue cuando sintetizó su modelo económico sin gritos ni agravios, como si fuera un mandatario normal, de esos que van por el mundo exponiendo sus modelos sin insultos ni gestos obscenos.
Las ideas de Milei pueden ser total o parcialmente rebatibles y los números que las sustentan total o parcialmente cuestionables. Pero dichas sin violencia ni extremismos anarquistas, bien podrían ser parte de un enriquecedor debate democrático capaz de alcanzar algún tipo de consenso sustentable.
Milei dijo que cuando los Estados gastan más de lo que tienen, se debe endeudar, subir impuestos o emitir. Prometió que habrá superávit a cualquier precio, porque “el déficit genera inflación, destrucción del capital y pobreza”. Sostuvo que hay sectores que usufructuaron política y personalmente de la emisión sin control y del gasto público. Rechazó una vez más la lógica de que cuando existe una necesidad nace un derecho porque “las necesidades son infinitas y los recursos, finitos”. Anunció que rechazará cualquier ley que implique aumentar el gasto sin “una expresa explicación de qué partida hay que reducir para cubrirlo”. Postuló que así el país crecerá y bajarán los impuestos y que (en esta etapa preanarquista) el Estado debe limitarse a “asegurar la estabilidad monetaria y el imperio de la ley”, el resto lo deben hacer los privados o los gobiernos provinciales.
... si no se burlara de los que sufren y si sólo intentara explicar las ventajas de su modelo
Formas de fondo.
Pero, como el escorpión, Milei es Milei y su instinto agresivo es más fuerte que él.
En medio del discurso, acusó a los legisladores a los que les pedía votar el Presupuesto, de pasarse “el día promulgando leyes que oscilan entre ridículas, inútiles y nocivas” y hasta arriesgó una teoría propia de líderes antidemocráticos: “Es una regla tácita que cuantos más votos tiene un proyecto en el Congreso, peor es para la sociedad.” En la misma línea, parafraseó aquel recordado eslogan de la última dictadura: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”.
Una pena.
Porque si Milei no fuera Milei y sólo fuera un Presidente dispuesto a aplicar “el mayor ajuste de la historia de la humanidad”, dentro de lo polémico que ya sería, al menos se podrían analizar razones en lugar de pasiones. Y todos dejarían de perder tanto tiempo escuchando exabruptos y replicando chicanas.
Hasta es probable que legisladores que hoy lo repelen, más por sus formas que por su fondo, podrían sumar su voto a algunas iniciativas si esas formas fueran distintas.
A su vez, el Gobierno podría exhibir ante la sociedad y los inversores una previsibilidad muy superior a la que surge de una ley aprobada a oscuras o de un decreto sin legitimidad.
El problema es que Milei es Milei.
Y el verdadero problema es que las formas siempre son un fiel reflejo de lo que hay en el fondo.
Por Gustavo González / Perfil