Ingenieros del caos
Los ingenieros del caos comprendieron antes que otros que la rabia constituía una fuente colosal de energía, y que podía explotarse para lograr cualquier objetivo, siempre y cuando se entendieran los mecanismos y se dominara la tecnología. Waldo [1] no es más que la traducción política de las redes sociales. Una maquinaria temible que se alimenta de rabia y tiene como único principio el compromiso con sus simpatizantes. Lo importante es alimentar la rabia con contenidos “calientes” que susciten emociones. Detrás de la oficina de Davide Casaleggio en Milán, una pantalla mide en tiempo real la popularidad de los contenidos publicados en las diversas plataformas de la galaxia del M5S. Poco importa que sean positivos o negativos, progresistas o reaccionarios, verdaderos o falsos. Los conceptos que agradan son desarrollados y recuperados, y se transforman en campañas virales e iniciativas políticas. El resto desaparece, en un proceso darwiniano que tiene por único criterio la atención generada en la red.
Desde finales de 2014, la Liga de Matteo Salvini ha desarrollado un aparato similar, apodado «la Bestia». Los perfiles sociales de Salvini son analizados sistemáticamente para conocer qué publicaciones y tuits concentran la mayor cantidad de actividad y qué tipo de personas interactuaron. No se escatiman esfuerzos para alimentar a la Bestia, como demuestra el caso de la iniciativa Vinci Salvini, un juego en línea lanzado durante la campaña electoral de 2018 que permitía a quienes produjeran contenido a favor de la Liga acumular puntos y, por qué no, mantener un encuentro con el propio líder del partido. Todos los datos son fagocitados por la Bestia, que los escupe en forma de eslóganes y campañas capaces de cautivar a cientos de miles, a veces a millones de votantes. Por supuesto, como en el caso de Waldo, una mano humana se oculta tras la Bestia. Pertenece a Luca Morisi, doctor en Filosofía de la Universidad de Verona, donde enseñó “computación filosófica” durante diez años, es decir, “cómo la revolución digital redetermina los temas clásicos del pensamiento occidental”. Claramente, el fruto de esta cuidadosa reflexión se identifica con las posturas al estilo Mussolini 2.0 del Capitán, el apodo que Morisi ha acuñado para Salvini.
Matteo es un defensor de la comunicación polarizada —dice—. Busca el contacto con la gente, incluso cuando lo encañonan con una bazuca. Se crece con el conflicto. Así, se las ingenia, incluso mejor que Trump, para involucrar a aquellos que lo apoyan. Si vas de vacaciones y encuentras un restaurante que te gusta, pones un “me gusta” en su página de Facebook, pero es muy poco probable que vuelvas. El secreto de Salvini reside en el hecho de haber logrado catalizar una atención constante en torno de su figura. La continuidad del contacto es lo más importante [2].
Engagement, engagement, engagement. El parámetro clave es siempre el mismo. Gracias a la astucia de Morisi, el Capitán se convirtió en pocos meses en el líder europeo más seguido en Facebook, con 3,3 millones de “me gusta”, contra los 2,5 millones de Angela Merkel y los 2,3 de Macron. Trump acumula 22 millones, pero —añade Morisi— “Matteo le gana en términos de participación pública: 2,6 millones de clics por semana para Salvini frente a 1,5 millones para Trump”.
Para lograr estos resultados, hay quien afirma que la Liga utilizó ejércitos de software y de perfiles falsos. Morisi lo ha negado: “Nunca he creado ni administrado perfiles falsos de Twitter o Facebook para aumentar artificialmente la participación”, ha asegurado. En cambio, reivindica haber creado avatares de carne y hueso. “En 2014, nosotros creamos una estrategia, ‘Conviértete en portavoz de Salvini’, que dio mucho que hablar: el usuario se registraba y aceptaba tuitear automáticamente los contenidos publicados por Salvini. No eran personas inventadas, sino gente real que accedió a tuitear contenidos concretos en determinados contextos”. La iniciativa fue un éxito. Decenas de miles de personas, a menudo novicias en Internet, acordaron registrarse en las redes sociales para convertirse en avatares del Capitano. “Pero desde entonces ha habido un apoyo tan fuerte, incluso en Twitter, que ya ni siquiera las necesitamos”.
Este resultado, indiscutible en términos numéricos, nació en parte gracias a la habilidad de Morisi. Los nuevos ingenieros del caos son a menudo creativos y a veces dominan técnicas que los propagandistas tradicionales no siempre conocen. En Alemania, la campaña del partido de extrema derecha AFD se las ingenió para que, cada vez que algún elector escribía el nombre de “Angela Merkel” en Google, el primer resultado fuera una página que denunciaba la traición de la canciller sobre la política de refugiados y las víctimas del terrorismo en Alemania. En Estados Unidos, detrás de la aparente simplicidad de la campaña low cost de Trump, también se usaron técnicas psicométricas de Cambridge Analytica y, sobre todo, la capacidad para aprovechar las características más avanzadas de Facebook gracias a un equipo de técnicos puestos a disposición por la red social (que la campaña de Hillary Clinton había rechazado). En Brasil, los comunicadores a cargo de la campaña del candidato ultranacionalista Jair Bolsonaro eludieron los límites del contenido político en Facebook comprando miles de números de teléfono para bombardear a los usuarios de WhatsApp con mensajes y noticias falsas.
No obstante, pese a los logros de los ingenieros del caos, la verdadera ventaja competitiva de Waldo no es de naturaleza técnica. Reside en las características del contenido en que se basa la propaganda populista. La indignación, el miedo, los prejuicios, el insulto, la polémica racista o sexista se propagan en la web y generan mucha más atención y compromiso que los debates soporíferos de la vieja política. Los ingenieros del caos son muy conscientes de ello. En palabras de Andy Wigmore, mano derecha del líder soberanista británico Nigel Farage y estratega de una de las dos campañas a favor del Brexit: “Cuando publicábamos algo sobre economía, obteníamos a lo sumo 3.000 o 4.000 ‘me gusta’. Si poníamos algo emocional, lográbamos 300.000 o 400.000 ‘me gusta’ en cada ocasión, ¡a veces incluso dos o tres millones!”. En Alemania, el contenido incendiario de los mensajes de la AFD ha permitido al partido de extrema derecha imponerse en la red. Según una investigación de la agencia NewsWhip, cada publicación en la página de Facebook de la AFD produce, de promedio, cinco veces más interacciones que una publicación de la Unión Demócrata Cristiana (CDU). ¿Qué más da si el compromiso de fidelidad procede de avivar los rescoldos de los prejuicios y el racismo, o de propagar informaciones falsas? “Nosotros fotografiamos la realidad —se defiende Morisi—. Por supuesto, usamos un cromatismo saturado, pero uno se da cuenta de que, de hecho, estos sentimientos ya existen en las personas”.
Waldo asegura no hacer nada más que repetir lo que la gente piensa y hacerlo sin hipocresía, con el lenguaje que la gente usa. Y mucho mejor si las elites enemigas del pueblo consideran ofensivo y vulgar este lenguaje. Es un signo de su desconexión del pueblo, que solo Waldo representa. Mejor aún, refleja. Pero, al posicionarse como espejo de lo peor, Waldo actúa en calidad de su multiplicador. En Italia, como en los Estados Unidos de Trump o en la Hungría de Orbán, el primer y principal efecto de la nueva propaganda es la relajación del habla y el comportamiento.
Por primera vez en mucho tiempo, la vulgaridad y los insultos personales han dejado de ser tabú. Los prejuicios, el racismo y el sexismo salen de su escondrijo. Las patrañas y las teorías conspirativas se convierten en una clave para interpretar la realidad.
Y todo esto se presenta como una guerra sacrosanta para la liberación de la palabra del pueblo, finalmente emancipada de los códigos opresivos de las elites globalizadas y políticamente correctas. Las mismas elites que ocasionaron la crisis financiera, causaron el empobrecimiento de las clases trabajadoras y, como guinda del pastel, conspiraron con las ONG y grupos de interés judeo-masónicos para reemplazar la fuerza laboral local por migrantes de países en desarrollo.
Una vez que la ira se ha desatado, se hace posible construir cualquier tipo de operación política. “Averigua por qué la gente está indignada, diles que es culpa de Europa, vota y haz que se vote Brexit”: así resumía uno de los ingenieros del caos la estrategia, elemental y peligrosa, de una campaña de referéndum que parecía destinada a la derrota. “Déjenme ser el abanderado de vuestra ira”: de esta forma, el candidato más improbable de la historia materializó su asalto a la Casa Blanca.
Detrás de los principales acontecimientos geopolíticos de los últimos años, está la risa burlona de Waldo, el oso azul que parecía ser una broma y se convirtió en el actor que está cambiando la faz del mundo. Si para Lenin el comunismo eran los sóviets y la electricidad, para los ingenieros del caos el populismo nace de la combinación de la ira con los algoritmos.
[1] Se refiere al personaje protagonista de un capítulo de la serie de Black Mirror
[2] Bruno Vespa: Rivoluzione. Uomini e retroscena della Terza Repubblica, Mondadori, Milán, 2018.}
* Este artículo es un extracto del libro Los ingenieros del caos (Oberon, Madrid, 2020). Traducción: Nicolás Boullosa.