El milagro que nunca llega

Actualidad21 de agosto de 2024
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El 1 de marzo de 1976, una semana después de irse de Buenos Aires, el enviado del Fondo Monetario Internacional (FMI) escribió un memorándum al director del organismo, explicándole que la situación era más grave de lo imaginado y que Emilio Mondelli, ministro de Economía de Isabel Perón, no contaba con el apoyo político necesario para llevar adelante los cambios que el FMI requería en materia de política cambiaria.

Tres semanas más tarde, el 24 de marzo de 1976, un golpe cívico militar derrocó a la Presidenta y colocó en su lugar al general Jorge Rafael Videla, quien designó como ministro de Economía a José Alfredo Martínez de Hoz. El funcionario era hasta ese momento titular del Consejo Empresario Argentino (CEA), entidad que agrupaba a las principales empresas nacionales y que había tenido un rol preponderante en la preparación del golpe. Apenas tres días después de asumir el gobierno, la tapa de Clarín anunciaba con inocultable entusiasmo que Estados Unidos reconocía a la Junta militar y que el FMI otorgaba a la dictadura el crédito que le había retaceado al gobierno electo de Isabel Perón.

La buena predisposición del FMI hacia las dictaduras argentinas es un viejo hábito que surgió desde el inicio de su relación. En efecto, como Juan D. Perón rechazó con cierta obstinación que la Argentina formara parte del organismo, argumentando que era un instrumento de los países centrales para imponer políticas económicas a los países periféricos, el Fondo tuvo que esperar el golpe de 1955 y la dictadura del general Aramburu para que nuestro país adhiriera al organismo e iniciara el ciclo de endeudamiento crónico que padecemos hasta hoy. Designado por aquel entonces titular de la Junta Nacional de Granos, el joven José Alfredo Martínez de Hoz miraba y aprendía.

Dos años después del golpe de Videla, en abril de 1978, la revista Gente publicó una entrevista a David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank y uno de los hombres más poderosos del mundo. El banquero no escatimó elogios hacia el ministro de Economía de la dictadura: “Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz (...). Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa han sido muy, pero muy exitosas para resucitar la economía de la Argentina (…). Como resultado de esto, tanto el Banco Interamericano para el Desarrollo, como el Banco Mundial han aprobado últimamente un nivel récord de créditos a la Argentina”.

En octubre de 2004, David Rockefeller volvió a dar una entrevista a un medio argentino, esta vez al diario La Nación. Luego de una encomiable autocrítica referida a las dictaduras que antes había apoyado con pasión (“Ni qué hablar de las dictaduras, que siempre han resultado un desastre”), el banquero elogió a Domingo Cavallo, ex ministro de Economía de Carlos Menem y Fernando de la Rúa: “Siempre me sentí más cercano a la perspectiva de Cavallo. Menem era más un político, y uno tendría la impresión de que estaba más sujeto a la corrupción de lo que hubiese sido deseable para el bien del país. En cambio, a Cavallo lo sigo viendo cada tanto acá en Estados Unidos”. Previsiblemente, consideró que “Perón les hizo muchísimo daño a los argentinos”.

Tal vez por pudor, así como nada había dicho en 1978 sobre el terrorismo de Estado que apoyó Martínez de Hoz; el presidente del Chase Manhattan Bank nada dijo esta vez sobre la renuncia de Cavallo en diciembre del 2001, que precedió a la de De la Rúa y dejó un país en llamas y un tendal de muertos. Tampoco mencionó el apoyo del FMI a la decisión financiera más desastrosa del gobierno de la Alianza: el Megacanje, una reestructuración de deuda ruinosa para el país, llevada adelante por el ministro Cavallo junto al inoxidable Federico Sturzenegger, por entonces secretario de Política Económica. El truco, que derivó luego en el procesamiento de ambos funcionarios, consistió en eludir el default pateando para más adelante los vencimientos de deuda a cambio de incrementar sustancialmente los pagos de interés y capital a futuro por unos 66.000 millones de dólares.

Apenas un año después de la entrevista, el Presidente Néstor Kirchner inició una de las quitas más importantes de deuda soberana. Se llevó a cabo en dos tramos, uno en 2005, bajo su presidencia y con su ministro Roberto Lavagna; el otro durante la presidencia de CFK, con Amado Boudou. 

Según cálculos de Andrés Wainer, coautor de Endeudar y fugar, un análisis de la historia económica argentina, de Martínez de Hoz a Macri, ensayo editado por Eduardo Basualdo, la quita de ambos tramos de reestructuración fue en promedio del 42,8%: la deuda pasó así de 75.447 millones de dólares a 43.129 millones.

Lavagna afirmó por aquel entonces que durante el canje parte del “staff del Fondo trató de dar respuesta favorable a las presiones de los acreedores, intentando imponer sin éxito exigencias en favor de los intereses de los bonistas (…) Esta es la primera reestructuración que se hizo sin apoyo financiero de los organismos multilaterales”.

Por su parte, Kirchner advirtió: “Este gobierno ha decidido no aceptar más condicionamientos. Si el Fondo quiere acuerdos tiene que hacerlo para el crecimiento, no para el achique”. El 15 de diciembre del 2005 anunció el pago anticipado de la deuda con el FMI, unos 9.800 millones de dólares: “Hace 50 años que viene siendo motivo de nuestros desvelos”. Con esa medida, concretaba la “estrategia de reducción de deuda, a un nivel compatible con nuestras posibilidades de crecimiento y pago, ganando, además, grados de libertad para la decisión nacional”. Alejaba así al FMI con los mismos motivos por los que Perón justificó su rechazo a integrarlo.

Trece años después, el 8 de mayo del 2018, el Presidente Mauricio Macri, algo grogui, anunció la vuelta del FMI: “Las condiciones mundiales están cada día más complejas (…) frente a esta nueva situación internacional, y de manera preventiva, he decidido iniciar conversaciones con el FMI para que nos otorgue una línea de apoyo financiero.”

En realidad, como lo explicó él mismo y contrariando los estatutos del organismo, ese dinero, unos 47.000 millones de dólares, fue utilizado en su mayor parte para garantizar la fuga de quienes entraron en la bicicleta financiera, comprando pesos para beneficiarse de las altas tasas de interés, antes de volver a adquirir dólares y fugarlos. Los fondos frescos del FMI compensaron la reticencia de los mercados a seguir inyectando dólares en la maltrecha economía de Cambiemos, comandada por el mesadinerista Luis Caputo, otro inoxidable, el famoso Toto de la Champions.

El préstamo del Fondo, extravagante por su monto, sólo fue posible gracias al apoyo del Presidente Donald Trump, quien por aquel entonces elogiaba a su amigo Macri desde la Casa Blanca: “Estados Unidos apoya el programa de reformas económicas del Presidente Mauricio Macri de la Argentina, que está orientado al mercado, enfocado en el crecimiento y ha mejorado el futuro de la Argentina”. De la misma forma, Christine Lagarde —la titular del FMI de quien debíamos enamorarnos, según las palabras febriles de Macri— dio un “firme respaldo a las reformas” emprendidas por el gobierno de Cambiemos.

Alberto Fernández inició su mandato en 2019 denunciando penalmente el ruinoso acuerdo con el Fondo, pero apenas dos años después, su ministro de Economía, Martín Guzmán, le dio la legitimidad que Macri no había logrado obtener, haciéndolo votar por el Congreso. Lo que empezó como un rechazo firme terminó como una continuidad apasionada.

Hace unos días, el Presidente de los Pies de Ninfa incurrió una vez más en lo que ya es su marca de fábrica: el discurso en jeringoso financiero y el autoelogio sostenido. Esta vez fue en el Consejo de las Américas, un coso fundado hace 60 años por David Rockefeller, el amigo de Martínez de Hoz y Cavallo, cuyo candoroso objetivo es “promover el libre comercio, la democracia y los mercados abiertos en las Américas”. Por supuesto, los mercados abiertos rigen para todos, salvo para los Estados Unidos, país que predica el librecambismo sin por eso ejercerlo.

El Consejo de las Américas se llevó a cabo esta vez en un lujoso hotel céntrico de Buenos Aires, y el padre de Conan cerró el ágape con una suelta de cifras imaginarias que apuntalan una realidad paralela asombrosa, aun para el generoso estándar de La Libertad Avanza. Pero esa contabilidad creativa no fue lo más extraordinario de la velada, sino un lamento sentido, que el mandatario lanzó desde el corazón: “Todo el mundo ve el milagro, menos los argentinos”.

Es cierto que Milei recibe felicitaciones de “el mundo”. Sin ir más lejos, durante una conversación con Elon Musk en la plataforma X, Donald Trump lo elogió: “Escuché que está haciendo un trabajo genial”, y Musk fue aún más allá: “Argentina de la noche a la mañana está experimentando una gran mejora y prosperidad”.

La búsqueda del elogio de afuera —de ese limitado afuera conformado por Estados Unidos y los organismos financieros internacionales— es un clásico de nuestra derecha, hoy extrema derecha. Es el premio más deseado, el que cada nuevo funcionario neoliberal sueña traer de Washington. Lo que algunos entusiastas de la motosierra parecen olvidar es que, desde hace al menos cincuenta años, el elogio de afuera siempre presagia el fracaso adentro.

El mundo ve el milagro, los argentinos lo padecemos.

 

Por Sebastián Fernández / El Cohete 

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