El vice dios siempre es ateo
Argentina tiene una larga tradición de conflictos entre los presidentes y sus vices. Sin embargo, a diferencia de lo que pasa en el sistema político europeo, que es parlamentario, dónde los gobiernos se forman por alianzas y por roturas de alianzas pueden caer, nuestro sistema es presidencialista. La diferencia de poder que hay entre la cabeza del ejecutivo y el vicepresidente es abismal. Si un vicepresidente tiene diferencias con el gobierno que integra es poco lo que puede hacer más allá de declaraciones políticas dejando sentada su postura. Mario Benedetti una vez escribió “el vice dios siempre es ateo”.
Domingo F. Sarmiento fue presidente entre 1868 y 1874, su vice era Valentín Alsina por el que es evidente que no sentía mucha simpatía. Es memorable está frase que le escribió y que muchos presidentes hubieran querido repetir: “Usted no se meta en mi gobierno; limítese a tocar la campanilla en el Senado durante seis años, y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer para que vea mi buena salud”.
La segunda presidencia de Perón comenzó en junio de 1952. El tema del vicepresidente fue muy controversial. Primero por el clamor popular que pidió que fuera Evita la elegida, pero una vez que se decidió que en ese cargo siga el radical Hortensio Quijano, ocurrió su fallecimiento antes de poder asumir. Por eso, en 1954 se convocó a la ciudadanía a una elección inédita, se votó el cargo de vicepresidente y el elegido fue Alberto Tesaire que derrotó a Crisólogo Larralde con el impresionante 63% de los votos.
En 1958, con el peronismo proscripto, la fórmula presidencial ganadora fue Arturo Frondizi- Alejandro Gómez. A poco de comenzar el gobierno Frondizi incumplió todo lo que había propuesto en materia petrolera y firmó contratos con las multinacionales estadounidenses. Gómez criticó esas y otras políticas y terminó renunciando a los seis meses.
En 1973 Perón llegó enfermo a la presidencia y su muerte era una fuerte posibilidad. La elección del vicepresidente fue todo un tema. Se barajó a Antonio Cafiero, hubo una gran chance de que fuera el radical Ricardo Balbín, pero nadie lograba el acuerdo de todos. Por eso, finalmente el general decidió que María Estela Martínez de Perón, Isabel, fuera la candidata. Lo que no había logrado Eva Duarte lo tenía servido en bandeja esta mujer que parecía llegada de otro mundo. En 1974 murió Perón y ella se convirtió en la primera presidenta de la Argentina.
Después de la dictadura el rol de los vicepresidentes pareció por mucho tiempo no dar lugar a problemas. Víctor Martínez, el vice de Raúl Alfonsín, no hizo casi otra cosa que tocar la campana en el senado como pedía Sarmiento.
Eduardo Duhalde fue el vice de Carlos Menem en su primer período presidencial hasta que decidió ser el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Los problemas entre ellos no ocurrieron durante ese primer período.
El gran escándalo llegó a partir de 1999 con el triunfo de la Alianza con la fórmula Fernando De la Rua- Carlos Chacho Álvarez. Aquí es dónde quedó bien patente la dificultad de las coaliciones en nuestro sistema político, la UCR se alió al FREPASO, jugaron una interna, y los roles se definieron con el triunfo radical que les posibilitó tener la presidencia. De la Rúa tomó un rumbo político y económico de ajuste que no representaba los idearios frepasistas. La ruptura final llegó cuando se votó la reforma laboral regresiva en el Senado y arreciaron denuncias de sobornos con fondos de la SIDE. De manera increíble, fue el propio vicepresidente el que se puso al frente de las denuncias que golpeaban de lleno en el gobierno. El 6 de octubre del año 2000 Álvarez anunció su renuncia indeclinable al cargo de vicepresidente y dejó sin una pata de apoyo muy importante a De la Rúa que cayó un año después.
La zaga de los roces y choques de los presidentes con sus vices volvió a editarse en 2003. La fórmula ganadora fue Néstor Kirchner- Daniel Scioli. Venían de distintas tradiciones políticas. En rigor Scioli no tenía mucha tradición, después de ser motonauta se metió en política de la mano del menemismo al que hoy por hoy volvió con entusiasmos renovados. Pero en su rol de vice de Kirchner empezó a expresar en público diferencias con la política que se estaba emprendiendo. La gota que rebasó el vaso fue cuando declaró que le parecía que los precios de los servicios públicos estaban atrasados. Desde ese momento lo metieron en un freezer del que recién salió cuando se convirtió en gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Cuando en 2008 estalló el conflicto de las patronales agropecuarias contra las retenciones, el gobierno de Cristina Kirchner llevaba tres meses en el poder. El vice era Julio Cobos que venía de ser gobernador de Mendoza por la UCR. Después de casi cuatro meses de tremenda tensión el conflicto se definió en una votación dramática en el senado. Cobos debía definir con su voto, a la madrugada, y en medio de una expectativa y una tensión insana. Votó en contra de su propio gobierno y le dio el triunfo a la Mesa de Enlace. Se convirtió en el ídolo de todos los opositores y usó su cargo para darles espacio y visibilidad. Muchos soñaron con el juicio político a Cristina y Cobos presidente, empezando por el mismo.
Estos antecedentes pueden servir para entender por qué la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner que triunfó en 2019 es de una enorme excentricidad. Los términos estaban invertidos: ella era la que aportaba el caudal político electoral y se convirtió en vice, es decir, mucho poder y pocas posibilidades de ejercerlo. A la inversa, el presidente no tenía ningún caudal electoral, pero se encontró con un enorme poder. No hace falta teorizar mucho, la historia está a la vista, Cristina ejerció su derecho a criticar el rumbo político, pero es poco lo que pudo hacer, Alberto hizo primar sus criterios y el corolario fue el triunfo de Milei.
La actual disputa es, cómo siempre, una mezcla de factores personales, pero también un trasfondo más profundo. Milei y Villarroel son dos políticos de derecha, pero representan tradiciones políticas muy diferentes. Ella es una nacionalista pro Videla y él es un ultraliberal. Si no median otras fuerzas con peso propio que inclinen la balanza, es el presidente el que lleva las de ganar.
Por Sergio Wischñevsky / P12