Prepararse… ¿para qué?
Una de las cosas que más me llamó la atención cuando, en 1996, me fui a vivir con mi familia a California, fue que el colegio de mi hija nos requiriese que preparásemos un kit de emergencia para el caso de un posible terremoto que provocase que no pudiésemos ir a buscarla. El kit en cuestión contenía desde comida no perecedera (latas, barritas energéticas, leche evaporada, etc.) calculada para tres días, hasta un suministro importante de agua embotellada, suministros de primeros auxilios, y bastantes cosas más, y tenía un tamaño bastante respetable que nos llamó muchísimo la atención.
Montar el kit era bastante laborioso, y sobre todo, generaba mucha angustia pensando en que, si había que hacer eso, era porque la probabilidad de una catástrofe natural de ese tipo era mucho más alta que en mi natal España. El kit se quedaba en el colegio, y cada cierto tiempo, te avisaban para que sustituyeses algunos de sus elementos. Este tipo de «disaster preparedness« era algo completamente ajeno a nuestra realidad en España. Sin embargo, con el incremento de la probabilidad de desastres naturales debidos a la emergencia climática en el sur de Europa, esta mentalidad de preparación se está volviendo cada vez más relevante y necesaria.
La emergencia climática es una realidad innegable que está transformando nuestro entorno a una velocidad absolutamente alarmante. Cada vez más, la probabilidad de que un fenómeno extremo nos afecte a nosotros o a nuestro patrimonio es más elevada. En el sur de Europa, estamos presenciando un aumento en la frecuencia y severidad de fenómenos extremos como olas de calor, inundaciones, incendios forestales de intensidad inusualmente elevada, y otros desastres naturales. Hace una semana, un incendio en el cierre de arizonica (una cupresácea muy resinosa que estaba, además, bastante seca) de la finca de mi vecino de enfrente, nos hizo tener que tomar medidas de seguridad a toda velocidad, dedicarnos a mojar urgentemente las plantas de nuestro jardín para evitar una posible propagación, y nos alarmó con llamas de cuatro metros de altura generadas en pocos minutos… suficiente como para que ahora esté pensando en incorporar una buena cantidad de elementos anti-incendios en mi casa. Verle las orejas al lobo es algo muy disuasorio.
Las estadísticas son claras: las temperaturas récord y los eventos climáticos extremos están dejando de ser anomalías para convertirse en la nueva norma. Este cambio exige una adaptación en nuestra forma de vida y, más específicamente, en cómo nos preparamos para estos eventos. En los Estados Unidos, especialmente en zonas propensas a desastres naturales como California o Florida, existe una cultura bien establecida de preparación para emergencias. Las escuelas, las empresas y las familias tienen planes completamente detallados para enfrentar terremotos, huracanes y otros eventos catastróficos, y lo ven como algo perfectamente normal, parte del día a día.
España en particular y el sur de Europa en general deben comenzar a adoptar esta mentalidad de preparación para desastres de forma lo más urgente posible, porque la emergencia climática no solo amenaza nuestros ecosistemas, sino también nuestra seguridad y bienestar. La preparación no se trata solo de responder a un desastre, sino de estar listos para minimizar sus impactos y recuperarnos más rápidamente: no en vano, la probabilidad cada vez más elevada de mi país de sufrir este tipo de circunstancias está alentando el desarrollo de compañías y de fondos dedicados a luchar contra su posible impacto.
Uno de los primeros pasos es la educación y la concienciación: las escuelas, como en el caso que viví en Los Angeles, pueden jugar un papel crucial. Los programas educativos deben incluir planes de emergencia y listas de suministros que las familias deben tener a mano. Además, es vital que las autoridades locales y nacionales promuevan campañas de concienciación sobre la importancia de estar preparados para posibles desastres.
Un kit de emergencia debe estar diseñado para cubrir las necesidades básicas de una persona o una familia durante al menos 72 horas, y ello incluye muchos elementos específicos, que van desde mantener un stock de la medicación habitual de cada miembro de la familia, hasta tener en cuenta las necesidades de nuestra electrónica de consumo, que puede ser fundamental a la hora de establecer comunicaciones. Desde bolsas estancas para el caso de inundaciones, hasta packs de baterías cargados o paneles solares portátiles con los que poder recargar un smartphone si no hay suministro eléctrico.
Además, las autoridades locales y nacionales deben concienciarse para tomar un papel activo en la promoción de la preparación para desastres, que incluye no solo campañas de concienciación, sino también la implementación de infraestructuras resilientes y sistemas de alerta temprana. Las comunidades locales pueden organizar desde páginas web con toda la información, hasta talleres y simulacros para asegurarse de que todos los miembros de la comunidad sepan qué hacer y a dónde recurrir en caso de desastre.
La preparación salva vidas. España y el sur de Europa están en una encrucijada climática que exige una adaptación urgente, y adoptar una mentalidad de «disaster preparedness» no solo es prudente, sino cada vez más, necesario. Ante una emergencia climática frente a la que seguimos siendo excesivamente lentos en nuestras reacciones y decisiones colectivas, nuestro futuro depende de nuestra capacidad individual para anticipar, prepararnos y responder a los desastres naturales con eficacia. Piensa sobre ello: espero sinceramente que no me lo tengas que agradecer…
Nota: www.enriquedans.com