El quinto peronismo

Actualidad02 de julio de 2024
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La primera vez que fui a la Plaza de Mayo fue en la panza de mi mamá. Era el 1° de Mayo de 1975. En la caja de un camión, desde Boulogne al centro, mi mamá, embarazada de nueve meses, creía que me iba a parir ese día. Casi 50 años después, acá estamos, frente al desafío de construir un nuevo camino.

De las internas que se ocupen los demás: acá queremos pensar el conjunto. Y tenemos que tener cuidado con el “peronismo caníbal”, el que no quiere dejar rastro de su paso. El segundo Perón se comió al primer Perón. Lo mismo ocurrió con el tercer Perón en relación al segundo, y con Menem y los peronismos anteriores. Tenemos que aprender a ser más responsables. 

Porque con la repetición de ese mecanismo, los valores del peronismo serán gradualmente para un sector cada día más limitado. Y por eso quienes escribimos en estas páginas sobre la renovación del peronismo tenemos que acordar una primera cuestión: el espejo retrovisor es siempre más chico que el parabrisas.

El orgullo nacional es superador de cualquier ideología. La vida, vivida con dignidad, vale más que la libertad. No se puede ser libre si te morís de hambre. La crisis de representación política y social que sufrimos los dirigentes que hace décadas tratamos de transformar la realidad ya pasó la etapa de la autocrítica. El poder sirve como verbo, ya no más como sustantivo.

La refundación de un movimiento nacional bien amplio nos exige abordajes conceptuales –el objetivo no cambió mucho desde la publicación de La doctrina peronista–, pero también estrictamente metodológicos. Hagámonos cargo: la representación es la consecuencia de una propuesta concreta y confiable, mucho más amplia que el loop en forma de fragmentación discursiva de los recortes en los canales de streaming.  

Si bien este dossier es necesario para desmalezar, los votantes peronistas son solo una parte del electorado objetivo. Nuestra plataforma tiene que estar dirigida a sectores mucho más amplios que los que históricamente representamos. Yo no quiero organizar a los pobres, quiero que dejen de serlo. Y la confianza personal no es lo mismo que la confianza política.

Esa confianza, de quienes hace cuatro años fueron nuestros votantes, vive todavía en los cientos de miles de organizaciones que agrupan una mirada histórico-política de la tradición de la justicia social: los clubes de barrio, los merenderos, las escuelas públicas, las organizaciones ambientales, las redes de militantes digitales, las mujeres, los empresarios que viven el día a día, los científicos, los que defienden el orgullo de ser argentinos. 

Hace poco me enteré de que Pablo, hijo de un tornero de Lanús, defendió su tesis de doctorado en ingeniería frente al Jurado de la Universidad Nacional de La Plata, que le puso un 10 en la primera página de su investigación sobre métodos para mejorar la eficiencia energética en las microrredes urbanas. Su compañera ya es doctora en biología y fue becada por una empresa para ir cuatro meses a California, al centro del poder mundial, a investigar técnicas para mejorar los tratamientos contra el cáncer. 

Mientras este tipo de cosas todavía ocurren, hagamos foco en lo que pasa cuando vamos al almacén y en que no cierren la fábrica que les da trabajo a 50 personas, que abran todos los días los jardines de infantes y que no caiga agua de los techos de los hospitales. O que los patrulleros tengan nafta. Hagamos foco en seguir enseñando, para que los cientos de miles de chicos y chicas que votan por primera vez puedan entender que el nivel de crueldad en el que vivimos no será la nueva y perpetua normalidad.

Por Malena Galmarini * Politóloga, ex presidenta de AySA. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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