Geolocalizando… ¿a quién?
Un interesante artículo en Financial Times, «Forget privacy, young internet users want to be tracked« da cuenta de cómo las generaciones más jóvenes no solo no tienen ningún problema en compartir su localización con su familia o amigos, sino que incluso quieren hacerlo, porque les parece incluso más conveniente o más seguro disponer de ese dato.
El artículo no es la primera noticia que tengo sobre ese hábito de la llamada Generación Z, es algo que había leído ya anteriormente, y me evoca el comportamiento de mi familia cuando mi hija comenzó a ir a excursiones con el colegio, antes incluso de la era smartphone y las apps de geolocalización, y se llevaba en la mochila un pequeño dispositivo con GPS que nos permitía tenerla geolocalizada, algo que nos proporcionaba bastante tranquilidad mental. Desde entonces, mi hija nunca ha tenido ningún problema con el hecho de que conozcamos su geolocalización incluso durante los años de la adolescencia, e incluso ahora, que tiene ya treinta años y su propia familia, sigue compartiéndola con nosotros a través tanto de Google Maps como de su iPhone.
Yo mismo comparto mi geolocalización, además de con mi mujer, mi hija, mi madre y otras personas de la familia, con alguno de mis mejores amigos, con quien comencé a hacerlo porque él vivía en una zona de frecuente actividad sísmica, pero hemos seguido haciéndolo de manera rutinaria. La geolocalización es un dato que intento evitar compartir con la mayoría de mis apps salvo con aquellas que tiene pleno sentido hacerlo, y cuya comercialización encuentro completamente injustificable, más aún cuando se lleva a cabo sin ningún tipo de ética ni límites. Obviamente, aplaudí cuando Apple comenzó a introducir restricciones y advertencias en el rastreo de geolocalización de las apps instaladas en sus smartphones y provocó una crisis en el asqueroso mercado de los data brokers, como también me pareció fantástico cuando comenzó a ofrecer geolocalización vía satélite para situaciones de emergencia cuando el usuario estaba en zonas sin cobertura.
Sin embargo, esa fuerte prevención que mantengo ante el uso comercial de mis datos de geolocalización desaparece completamente cuando se trata de compartirlos con familia o amigos, y me parece muy interesante que las generaciones más jóvenes, al menos cuando finalmente les permiten tener un smartphone, no tengan reparos ni problemas a la hora de compartir su geolocalización con sus padres. De hecho, me parece un buen incentivo a la hora de fomentar que posean un smartphone antes, dado que, como ya he ducho en numerosas ocasiones, prefiero con mucho jóvenes con smartphone bien educados y prevenidos en su uso y sus peligros, a jóvenes completamente desinformados que lo reciben más adelante cuando todo intento de educarlos ya suele llegar muy tarde.
La geolocalización es una herramienta muy potente, cuyo uso debe administrarse con sentido común. Pero con la educación y las actitudes adecuadas, considerando que permite una gestión con numerosos grados de libertad, creo que es no solo útil, sino conveniente, y una prueba de confianza. ¿Que hay quien la usa mal? Por supuesto, como toda herramienta: el desarrollo de unos protocolos de uso adecuados y razonables suele producirse mucho después de su disponibilidad generalizada. Pero si las generaciones más jóvenes no tienen problemas con compartir su geolocalización, desarrollan sus propias normas de etiqueta, usos y costumbres al respecto, y eso no refleja, como todo parece indicar, un desprecio sistemático por la privacidad, me parece una actitud francamente positiva.
Nota: enriquedans.com