Economía - Las deudas como método

Economía 25 de mayo de 2024
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Argentina, 1985. En septiembre de 2022, el estreno de la película que narra el Juicio a las Juntas acusadas de torturar, desaparecer y asesinar en masa durante la última dictadura militar animó anticipadamente los balances sobre la democracia recuperada en 1983. El éxito de audiencia –pública en las salas de cine y privada en el streaming de Amazon, hasta su nominación a los premios Oscar como mejor película extranjera– estuvo acompañado por ciertas controversias acerca del modo en que se debía narrar la ficción de un capítulo crucial de la historia argentina reciente.

Sobre la figura destacada por el film, el fiscal Julio César Strassera, se trazaron algunas de las líneas del debate. Para unos, la centralidad de Strassera opacaba en exceso los protagonismos históricos del presidente Raúl Alfonsín y de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), además de las organizaciones de derechos humanos. Para otros, Strassera no era tanto el inculpador de los militares de fines del siglo XX como el  inquisidor de la democracia de principios del siglo XXI. 

En efecto, en 2003, en los momentos fundantes del kirchnerismo, Strassera se paró del lado de enfrente del gobierno de entonces y acusó duramente a Néstor y Cristina Kirchner: “Se enriquecieron con la 1050”, dijo, evocando la circular emitida por el Banco Central de la dictadura, un implacable dispositivo indexatorio accionado en 1980 que, como veremos, regó el territorio nacional de familias endeudadas con préstamos impagables, desalojos por deudas hipotecarias incobrables y viviendas rematadas a precio vil.

Argentina, 1985 reavivaba esa polémica divisiva que traía al presente un separador social y político de los años de frontera entre dictadura y democracia. Cabía preguntar: “¿De qué lado de la 1050 estás?”.

En cada acto de su campaña electoral, Alfonsín recitaba el Preámbulo de la Constitución y apostrofaba a la patria financiera: la democracia de 1983 venía a poner fin al horror de la dictadura, a la deuda externa del Estado sometido por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y al endeudamiento de las familias damnificadas por la Circular 1050.

En el mes de estreno de la película, la figura del economista de ideas libertarias Javier Milei estaba instalada como la novedad política del momento. Poco después, las mediciones de intención de voto para las elecciones presidenciales de 2023 estimaban muy competitiva su candidatura, una proyección que, sin embargo, no logró adelantar la sorpresa electoral de las primarias de agosto de ese año, cuando Milei recibió el 30% de apoyo, que lo posicionó como el más votado, ni mucho menos la victoria en segunda vuelta sobre Sergio Massa, que lo llevaría a asumir la presidencia el 10 de diciembre de ese año.

El resultado expresaba la brecha entre el conjunto de la sociedad y una oferta política que había organizado la polarización más de una década atrás. Una fuga con cuentagotas fue dejando más despoblado de votantes a cada uno de los dos espacios definidos por la “grieta”: apoyos provenientes tanto del Frente de Todos (FDT) como de la alianza Cambiemos se drenaron hacia la figura de Milei. Durante la campaña electoral y ante una nueva crisis profunda, el verbo “dolarizar” se instaló en el debate público. Entre otras medidas, Milei propuso acabar con el Banco Central de la República Argentina (BCRA) y reemplazar el peso por la moneda estadounidense. Las ideas libertarias envolvían la promoción del dólar como tabla de salvación para un país en crisis. En su campaña, Milei recuperaba parte de la agenda que había quedado sepultada en 2001 y, en un clima de inflación e inestabilidad cambiaria, reivindicaba los nombres del apogeo de la convertibilidad: Carlos Menem y Domingo Cavallo. Al comienzo de la gestión de Milei, esta reivindicación tuvo gestos concretos: un sobrino de Menem asumió la presidencia de la Cámara de Diputados, uno de los ministros más poderosos y exmiembro de la Corte Suprema durante el menemismo tomó las riendas de un puesto clave de la administración nacional. 

Esta reivindicación nos retrotrae a uno de los enigmas mayores de la Argentina democrática: ¿cómo un gobierno cuyas políticas destruyeron el empleo y llevaron la desocupación por primera vez hasta la escala de los dos dígitos gozó de un sólido apoyo como se expresó en 1995, cuando obtuvo un rotundo triunfo en las urnas de la reelección? A Menem lo votó el “partido de los endeudados en dólares”, se mofaba el humor gráfico de la época, como veremos más adelante. Los analistas apelaron a un concepto nuevo, el “voto cuota”. Convertibilidad o muerte. Una salida de la paridad peso-dólar (solo garantizada por la continuidad de Menem en el gobierno) arrastraría consigo a millones de consumidores, que perderían viviendas y bienes de confort al faltarles los pesos para pagar deudas que venían saldando en cuotas dolarizadas (para mayor precisión, en dólares convertibles). Ese enigma de la democracia de los noventa tiene su respuesta en cada extracto bancario de la época, que mostraba cuál era su saldo con cifras de color verde: cuota al día o deuda.

Nada hay en la vida social por fuera de las deudas: si las dejábamos de lado, la narración de las cuatro décadas de democracia en nuestro país quedaba inconclusa.

Pero volvamos a 2023. Pocos meses antes de las primarias, y durante el año que estaría signado por los balances de cuatro décadas argentinas de régimen democrático ininterrumpido, el contexto de una efervescente coyuntura política produjo estas capturas nítidas de la conversación pública que conectan directo con el argumento y textura de la trama de este libro. Si las deudas de la democracia fue el leitmotiv más convocante y abarcador para auscultar el derrotero de sociedad, economía y política argentinas desde 1983, aquí transformamos esa fórmula y la sustituimos por una clave y un método. Estas páginas presentan una historia social y política de las deudas en democracia. Como saldo impago en las cuentas públicas, familiares o personales, las deudas son para la democracia cifra y símbolo, y –para nosotros– un método para comprender el cómo y aun el porqué de promesas y fracasos democráticos.

En la Argentina, apenas la oímos, la palabra “deuda” nos transporta a una extensa historia que conecta a nuestro país, en especial al Estado nacional, con acreedores externos, internacionales, multilaterales, o privados. Y algo se repite una y otra vez: nos convertimos en expertos espectadores de rondas de negociaciones entre funcionarios argentinos y el FMI, con los fondos buitre o con bufetes de abogados más otros representantes de instituciones globales o regionales y de holdings de particulares.

Una historia menos sistematizada pero igualmente poderosa y decisiva para el destino de amplios sectores de la sociedad y para el de las promesas de la democracia argentina es la que escriben las deudas de hogares y familias, aquellas llamadas personales o privadas.

Exactamente esas deudas nos importan en este análisis. 

¿Cuáles deudas importan?

Durante mucho tiempo, la deuda pública o soberana absorbió la atención intelectual, política y periodística en la Argentina, en detrimento de una historia que requería también ser narrada y cuyo relato se propone de aquí en más. Había razones objetivas para ello. Desde fines de los setenta, la Argentina ingresó en una espiral de endeudamiento externo crónico que condicionó los instrumentos de la política económica y la vida de amplios sectores de la sociedad. En muchos trabajos anteriores, algunos de ellos retomados en próximas secciones, he señalado que las altas y bajas finanzas no son realidades autónomas entre sí sino vinculadas entre sí, aunque esos nexos no sean ni directos ni mecánicos. Una historia de las deudas es también una entrada privilegiada para retratar otra cara de la más conocida historia de la deuda, un hilo para guiarse en el laberinto de sus ramificaciones en la sociedad y política argentinas.

Otro impedimento para narrar la historia de las deudas de los hogares argentinos ha sido la atención y el interés desviados al estudio de la inflación. La escasa proporción del crédito (medida en relación con el PBI) del cual desde hace décadas han podido beneficiarse las familias argentinas ha llevado a los economistas a dedicar poco de su tiempo a las deudas originadas con el sistema bancario formal. En no pocas ocasiones fui testigo directo de esa expresa indiferencia estadística. “En la Argentina, las deudas de las familias no son un problema”, me respondían colegas economistas, con los datos del BCRA en una mano y con los datos de inflación del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) en la otra.

La dinámica inflacionaria que condicionó la historia de las deudas a ambos lados del mostrador, limitando el crédito formal y pulverizando los ingresos, ha sido (y todavía es) un emergente de una puja distributiva. Las tensiones recurrentes del tipo de cambio son un indicador clave del desencuentro entre las aspiraciones materiales de los sectores medios y populares y las posibilidades económicas para concretarlas, del desfase entre la programación económica anticíclica y la recurrente escasez de las divisas necesarias para el desarrollo social y económico sostenible que las políticas se fijan como objetivo, según lo ha analizado el economista Pablo Gerchunoff en El Dipló (2020). Ante esta restricción externa, sobre el tipo de cambio se proyectan los ganadores y perdedores. Esta historia describe el vaivén entre un tipo de cambio que fatalmente desemboca en retraso para no interrumpir el acceso de sectores populares y medios a bienes y servicios con precio en dólares, y un tipo de cambio alto que favorece la competitividad del sector externo argentino a costa de cercenar el bienestar de esos mismos sectores populares y medios. Estos movimientos pendulares del tipo de cambio alimentan la persistencia de la inflación. La serie histórica de los endeudamientos que nos propusimos reconstruir complementa y complejiza los desencuentros materiales, ya de por sí poderosos en resonancias simbólicas y políticas, resumidos en los índices de inflación.

¿Adiós al trabajo? ¿Bienvenidas las deudas?

En la introducción del libro colectivo El laberinto de la moneda y las finanzas, publicado en 2015, con Alexandre Roig buscábamos entender qué instituciones y prácticas estaban tornándose centrales para comprender las dinámicas de integración social contemporánea, más allá del trabajo. Allí propusimos considerar al dinero (y, más específicamente, a las deudas) como un eslabón escondido (pero inocultable) de las narrativas contemporáneas de las ciencias sociales sobre la integración social. Nos preguntamos qué sucedía si, en vez de priorizar el trabajo como articulador mayor por defecto, reconstruíamos la integración social a partir de las deudas: ¿y si ellas expresan mejor qué posibilidades de bienestar y protección la sociedad provee (o no) a individuos y hogares? ¿Adónde nos llevaba hallar en las deudas fuentes de conexión social cruciales, en relación de reemplazo, complementariedad y tensión con el trabajo, antes dador privilegiado, primordial y subordinante sin par de esa conexión?

En la sociedad financiarizada, las deudas producen nuevas formas de integración y, por supuesto, de sujeción. La historia que ahora empezamos a reconstruir se vincula con esas transformaciones del capitalismo contemporáneo, pero está atenta a las particularidades locales y evita “traducir” de manera automática ciertos procesos globales al caso argentino. Esta reconstrucción se basa en una perspectiva que ha desplazado la atención –antes enfocada en el modelo clásico del Estado de bienestar– hacia otro que, para explicar el bienestar de la población, se centra en las “infraestructuras monetarias”, sobre todo el crédito y las deudas. El acceso a derechos básicos como la vivienda, salud, educación y hasta la alimentación, que en las sociedades industriales había estado vinculado a la relación salarial, ahora está mediado por la capacidad de los hogares de obtener financiamiento en un muy heterogéneo y desigual mercado del crédito. Desde esta perspectiva, el crédito y las deudas ya no son una opción sino una necesidad para los hogares, que los gestionan para proveerse una “red de protección” frente a aquellos riesgos que ya no pueden atender con sus ingresos laborales ni mediante la protección garantizada por el Estado. Fui rastreando las huellas de esta transformación, no siempre lineal, no siempre sin retrocesos, hasta chocar con el endeudamiento como una nueva cuestión social, fuente de desigualdad, explotación y dominación, que condiciona todos los proyectos políticos, alienta las versiones de extrema derecha y exige repensar las versiones progresistas o de izquierda.

Una geometría variable

Las deudas como símbolo del anudamiento entre sociedad, política y economía reclaman un itinerario metodológico sui generis. Nuestro tema es una realidad huidiza; desborda o está por debajo del radar estadístico oficial, en parte porque incluye innumerables formas de endeudamiento ajenas al sistema bancario formal. No hay registros públicos, no hay inventarios generales disponibles de deudas con familiares, con amigos, del fiado en pequeños comercios, del dinero obtenido de prestamistas, de atrasos en pagos de alquiler, expensas, servicios, impuestos, prepagas de salud, educación privada barrial o clubes deportivos. La pandemia de covid-19 puso en negro sobre blanco el abismo entre la estadística pública y las diversas realidades de las deudas. En aquellos largos meses, mientras los números públicos que monitorean al sistema bancario no registraban aumento de las deudas, estas estallaban por fuera de ese detector: se multiplicaban las generadas por los servicios e impuestos que se dejaron de pagar, los préstamos entre familiares que amortiguaron lo peor de la crisis, el retraso en las cuotas que solventaban servicios de educación o salud.

La geometría del endeudamiento es mucho más variable que la aritmética de la estadística económica. La separación entre deuda pública y privada no alcanza para dar cuenta de las experiencias sociales y políticas de los endeudamientos. Las deudas mezclan trazos de la vida privada –ámbito de la intimidad donde, por lo común, transcurre su gestión– con otros trazos, amplios, de intensa vida pública, cada vez que aquella gestión se complementa y prolonga con organización y protesta públicas. La historia aquí reconstruida toma nota de esta doble vida de las deudas, que el lenguaje corriente y experto separa de manera tajante, aunque en realidad son “dos caras de la misma moneda”, y este carácter bifronte las vuelve un instrumental de refinada precisión para la memoria (nuestra memoria) biográfica, personal y social. Su recuerdo retorna del pasado para interpelar el presente. A veces subterráneas (o soterradas, pese a su intensidad indeleble e imprescriptible), estas memorias son piezas clave: ni contexto ni accesorio, las deudas son modos de transitar y tramitar las crisis sociales; su derrotero ofrece una versión a escala de las transformaciones mayores de la estructura de la sociedad argentina en estas cuatro décadas desde el retorno de la democracia.

La biografía de las deudas

La prehistoria de este libro se escribe en ídish. El crédito y las deudas son parte de mi historia familiar. Soy nieto de un inmigrante judío del Este europeo que llegó a Buenos Aires en la segunda década del siglo XX y cuyo primer oficio fue el de kuentenik. Como tantos otros inmigrantes, mi abuelo recorría la ciudad y sus alrededores vendiendo a crédito baratijas que producía una industria ligera nacional, que había crecido durante la Primera Guerra Mundial, pero todavía estaba en formación. Las dinámicas de crédito y deuda servían para socializar a los judíos con los goym (no judíos), para pasear a los vendedores ambulantes por la capital argentina, que en pocos lustros multiplicaba su población y cambiaba notoriamente, y para reunir algunos ahorros y progresar a trabajos y emprendimientos más redituables, como en el caso de Isaac Wilkis.

Comencé a escribir este libro en 2010, cuando terminé mi tesis de doctorado y lo continué más activamente después de publicar mi primer libro, Las sospechas del dinero (Wilkis, 2013). En aquel momento, la agenda académica delataba las consecuencias de la crisis financiera global desatada en 2008 por las hipotecas subprime: las investigaciones sobre crédito y deudas en todas sus dimensiones se habían convertido en la niña mimada del campo académico.

En este libro convierto a los endeudamientos monetarios de las familias y hogares en una vía regia para comprender la dialéctica entre aspiraciones sociales, promesas políticas y una economía cada vez más encerrada en sus contradicciones estructurales.

En un comienzo, durante mi etnografía sobre los usos del dinero en el mundo popular, que derivó en mi tesis, fui encontrándome con fascinantes historias cuyo hilo conductor eran deudas que vinculaban a grupos familiares, punteros políticos y sus seguidores, y comerciantes, con los vecinos del barrio. Estas historias me atraparon. Con ellas, podía recomponer la vida total del barrio. Me preguntaba: ¿queda algo por fuera de las deudas? Era difícil dar una respuesta afirmativa. Las historias estaban cargadas de dramatismo. Algunas derivaban en enfrentamientos violentos, otras (muchas) producían recuerdos imborrables, que sellaban para siempre un vínculo amistoso o filial. Bosquejé una investigación y un libro idóneos para captar esas dimensiones de las deudas, tanto la colectiva como la individual, y apunté a la capacidad narrativa que se juega cuando las personas deben o prestan.

Ese proyecto original se postergó una vez más por otra investigación que me atrapó entre 2015 y 2019 y que derivó en la publicación, en coautoría con Mariana Luzzi, de El dólar. Historia de una moneda argentina (1930-2019), historia social y cultural de la moneda estadounidense en nuestro país. Pero de inmediato, ese mismo 2019, reanudé la dedicación central a las deudas; paradójicamente, o no, se intensificó durante la pandemia de covid-19. La crisis sanitaria fue un laboratorio a cielo abierto del acrecentamiento y visibilización de todo tipo de desigualdades (entre ellas, las asociadas a las deudas). Me dediqué a conceptualizar esta nueva cuestión social, a producir instrumentos de medición cuantitativa sobre el crecimiento de las deudas y las consecuencias que producían sobre el bienestar de los grupos más vulnerables, así como a elaborar estudios cualitativos sobre los modos de gestionarlas cotidianamente.

Los libros anteriores funcionaron como puentes hacia este. Las sospechas del dinero me proveyó la necesidad de desplegar una narrativa sobre las deudas capaz de conectar lo biográfico y lo colectivo sin separarlos. Ese libro tenía una conclusión inspirada en el más que clásico Ensayo sobre el don de Marcel Mauss, el texto arquetípico sobre el rol de las deudas en la vida social. Nada hay en la vida social por fuera de las deudas: si las dejábamos de lado, la narración de las cuatro décadas de democracia en nuestro país quedaba inconclusa. El  dólar. Historia de una moneda argentina (1930-2019) me proporcionó el marco histórico donde insertar esta historia de las deudas desde 1983 hasta el presente. La historia del dólar y la historia de las deudas son series que se cruzan, muchas veces se explican y alimentan recíprocamente. No siempre permiten pensarlas como historias en espejo, sino que muchas veces una necesita de la otra para completarse.

Esa experiencia jalonó una concepción que busqué replicar en estas páginas: la sociología del dinero es un capítulo crucial de la sociología política. El realismo sociológico parado en la primera fila de la conversación pública postula: “Sin dinero, no hay política ni mucho menos política democrática”. Pero el dinero existe en la vida social de muchas maneras y produce muchas consecuencias. No siempre es igual a sí mismo. ¿Cómo los significados y usos del dinero han configurado la política democrática realmente existente? Esa es la pregunta que se hacen mis investigaciones de hace más de una década. Llevado a las barriadas pobres, este interrogante dejaba en evidencia que el dinero tenía un rol crucial en la construcción de lealtades políticas; trasladado a la historia del dólar, revelaba que el mercado cambiario era una institución central de la democracia argentina al menos desde 1983. En este libro, doy un paso más: convierto a los endeudamientos monetarios de las familias y hogares en una vía regia para comprender la dialéctica entre aspiraciones sociales, promesas políticas y una economía cada vez más encerrada en sus contradicciones estructurales.

Ninguna deuda me es ajena

El argumento de este libro fue elaborado sobre la base de materiales muy heterogéneos que reuní y analicé entre 2007 y 2023: registros etnográficos, entrevistas semiestructuradas, encuestas, archivo de diarios, revistas y publicidades televisivas, notas de opinión publicadas en diferentes medios son todas las piezas reunidas. El libro no es una etnografía, pero retoma partes de mis investigaciones etnográficas. No se basa en un estudio cuantitativo, pero acude a encuestas propias o ajenas realizadas en diferentes momentos de los últimos diez años. No es un estudio monográfico basado en entrevistas cualitativas, pero recurre a fragmentos de las casi trescientas entrevistas realizadas por asistentes de  investigación, colegas o por mí mismo en casi diez proyectos que coordiné en estos últimos quince años. No es exclusivamente historiográfico, pero el archivo fue una decisiva (¡y salvadora!) alternativa cuando la extensión temporal hasta 1983 dejó a mis investigaciones más actuales “cortas” para cubrir ese período. Exploré fechas clave de los ochenta y noventa en diarios de tirada nacional como Crónica, Diario Popular, Clarín o La Nación y revistas como Esto, Somos, Noticias y El Ojo del Consumidor de la asociación Acción del Consumidor (Adelco) o El Indexado, un boletín de las familias cordobesas afectadas por la indexación de los ochenta. Otra breve incursión de archivo, también audiovisual y epistolar, me sirvió para indagar los años finales de la dictadura, y ayudó a contar mejor cómo las promesas democráticas y las deudas son parte de una misma historia. Así, recuperé avisos publicitarios de comerciales y campañas políticas cuando daban elementos para narrar una época desde el prisma del crédito y las deudas. Me apoyé en el archivo de cartas enviadas a los presidentes Alfonsín, Menem y Cristina Fernández de Kirchner para sacar a la luz la voz de ciudadanos y ciudadanas que interpelaban a la máxima autoridad del Estado con las deudas como motivo de sus reclamos.

No es un libro de intervención pública, pero recopilé más de treinta notas de opinión publicadas en medios nacionales (Página/12, El Dipló, Tiempo Argentino, Revista Anfibia, elDiarioAR, entre otros), escritas en solitario o con colegas, entre 2012 y 2022. También me resultó útil releer documentos más técnicos que yo mismo elaboré para entes del Estado y organismos internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) o redacté asociado con organizaciones de derechos humanos como el CELS. Al trabajar sobre estos artículos, comprendí también que, durante el desarrollo de argumentos públicos sobre la importancia de las deudas, fui partícipe involuntario del objeto mismo de este libro. Por eso, varias veces repienso las líneas argumentativas de esas notas y documentos. Leí papers o libros de muchos y muchas colegas que escribieron sobre crédito y deudas en nuestro país, cuyas investigaciones me inspiraron, me ayudaron en esta reflexión y permitieron narrar mejor las experiencias sociales y políticas de las deudas: Pablo Figueiro, Alexandre Roig, Gabriel Kessler, Sabina Frederic, Sabrina Calandrón, Santiago Galar, Iara Hadad, Luci Cavallero, Verónica Gago, Mariana Luzzi, Emilia Schijman, Luciano Montenegro, Fernando Moyano, Malena Rubinstein, Florencia Labiano, Pablo Nemiña, entre otros.

Ningún material me fue ajeno, porque ninguna deuda lo fue. Elegir cuáles son las deudas que importan fue una decisión pragmática. En esta coyuntura social y política, ¿hay deudas significativas que arrojan luz sobre ella? Con esta pregunta en mente, leí los materiales y armé la serie histórica que organiza el argumento de este libro. Es un método heterodoxo para el canon de la historia económica tradicional, centrada en el sistema bancario o la deuda pública. Y también es heterodoxo para el canon de la sociología política, que no ha incluido a las deudas en su agenda ni las ha investigado como un desafío para los gobiernos  democráticos que se sucedieron en estos años.

Sigo creyendo que la sociología vale la pena si es capaz de producir una narración atractiva y sorprendente, si logra poner en palabras claras el descubrimiento repentino y la captura instantánea de las formas de una realidad social antes inadvertida que condiciona y sostiene las biografías personales y colectivas. Cada página de este libro está animada por ese principio. Cada uno de sus capítulos encara las deudas como símbolo y método de nuestras aspiraciones y fracasos como sociedad democrática.

Por Ariel Wilkis * Sociólogo, decano de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDAES). / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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