Tiempos, ficciones y realidades
El gobierno mileísta está generando una dinámica económica y social, que constituirá un verdadero experimento con la población argentina.
Heredero de una ya larga tradición de gobiernos neoliberales, que han logrado ir llevando la Argentina hacia el subdesarrollo económico y social y la dependencia más marcada, tiene la particularidad de haber dejado de lado cierta pretensión de civilidad y de cordura, de “seriedad” y “moderación” a la hora de implementar las medidas antipopulares.
Probablemente la desfachatez reaccionaria del proyecto Milei tenga que ver con cambios mundiales y locales.
En el plano internacional, tenemos el telón de fondo de un capitalismo que se muerde la cola al agobiar a los sectores productivos y del consumo con exacciones financieras interminables, y que no produce los efectos de “prosperidad” que promueve eficazmente como imaginario universal. Ese capitalismo tiende a reemplazar la escurridiza perspectiva de prosperidad, con la construcción del enemigo interno que sería el culpable de que el capitalismo no desparrame abundancia por doquier. En cada lugar se puede encontrar algún enemigo interno a quien culpar, y si no aparece, se lo inventa. Los migrantes, los “negros”, los sindicalistas, los comunistas, los peronistas o kirchneristas, los “políticos”.
En lo local contribuyó a la llegada del mileísmo el debilitamiento del proyecto popular debido al derrotista gobierno de Alberto Fernández, con el cual Cristina Kirchner lamentablemente no rompió, y el consiguiente envalentonamiento del poder social de los sectores dominantes, que, a través de los medios y las redes, lograron manipular a una parte de los sectores populares.
No nos cansamos de señalar un elemento de análisis que consideramos fundamental para entender el desconcierto popular: para mucha gente, ha sido muy difícil distinguir entre un gobierno conservador proveniente y portador de un supuesto proyecto “popular”, y el esquema distributivo y de poder antipopular profundizado por el macrismo que este gobierno saliente no se animó a modificar.
Para entender lo nuevo que está ocurriendo, deben computarse también las particularidades de la elite libertaria, extremadamente ideologizada, convencida de portar un saber económico sofisticado que nadie, salvo ellos, reconoce, que es al mismo tiempo fuertemente anticomunista –estilo manual vetusto de la guerra fría- y extremadamente antinacional, al punto de confesar con orgullo la admiración por la criminal de guerra Margaret Thatcher.
Fruto de este contexto, Milei parece lanzado con todo en avanzar en las reformas que le reclama el capital, haciendo caso omiso de lo que pueda pensar o sentir la ciudadanía, la población, o “el pueblo”, categoría a la que desprecian, junto con la idea de justicia social.
Hay en Milei un espíritu vanguardista, en el que minorías iluminadas “conducen” a la población hacia el progreso. Esa es la lectura que mostró en su discurso presidencial inaugural sobre los hechos de 1810 y luego sobre la generación liberal que incidió ideológicamente en la etapa institucional de la organización nacional. Serían minorías ilustradas, visionarias, inspiradas en (algo tan abstracto como) “la libertad” las que hacen la historia.
Por cierto, no es Milei ni su gente una minoría ilustrada, sino todo lo contrario. Se trata de una minoría ignorante –tanto de la historia como de la sociedad- y con una alienación que los hace extremadamente funcionales a intereses sectoriales e internacionales cuya preeminencia garantiza el retroceso nacional.
Mauricio Macri, que fue cauto y calculador en su propio gobierno, buscando evitar confrontaciones de dudoso resultado –de allí su inicial gradualismo-, alienta hoy a Milei a embestir sin tapujos al país, encarnando la aplicación sin cortapisas de las demandas del capital sin limitaciones de ninguna índole.
Hay que decir que una parte de la elite económica argentina piensa exactamente lo mismo, lo que se refleja con claridad en sus voceros mediáticos, que conservan y cultivan una capacidad nada despreciable de radicalizar hacia la derecha a una parte de la ciudadanía. Cuando Marcelo Longobardi propuso hace un tiempo un “reseteo autoritario” de la Argentina, no hacía otra cosa que ser vocero de una parte de la elite económica que a pesar de ser capaz de colonizar en alto grado la “democracia”, los medios, el sentido común de amplios sectores, el poder judicial y el sistema de partidos políticos, se siente limitada por las instituciones republicanas y los derechos democráticos de las mayorías.
Las medidas que se están tomando empujan en varios terrenos diferentes: las medidas macroeconómicas que inciden en el bienestar cotidiano de la gente, y las reformas de fondo, que son reclamadas por diversas fracciones empresarias (plasmadas en el reciente DNU) que están velando por sus propios negocios. Un tercer tipo de medidas, como la dolarización o la eliminación del Banco Central, tienen que ver con la liquidación de instrumentos de soberanía económica y del refuerzo a la sujeción a los Estados Unidos.
Las medidas económicas y la realidad social
El gobierno, desde que fue electo, promueve el salto de los precios de todos los bienes y servicios, sin ningún tipo de discriminación, por ejemplo, entre bienes imprescindibles (alimentos, medicamentos) y otros bienes cuyo consumo puede ser postergado o suspendido.
Por ahora, estamos presenciando una preocupante aceleración de la inflación, en la que inciden las remarcaciones salvajes de las grandes empresas, que caen en cascada hasta en los más pequeños establecimientos comerciales, la suba de insumos difundidos, como la nafta, o la energía eléctrica, a esos graves incrementos se le agregarán las quitas de subsidios a los servicios públicos –gas, agua, energía eléctrica-, la eliminación de retenciones a bienes salario, el pase a precios de la devaluación del dólar, la eliminación de límites a la suba de alquileres, etc.
Una verdadera pesadilla de precios, destinada a reducir violentamente el salario real de la gran mayoría de la población con ingresos fijos.
Pero el gobierno no limita su ataque a desbalancear dramáticamente la puja entre precios y salarios. También contribuye por su cuenta a derrumbar la actividad económica al paralizar la obra pública y limitar las transferencias a las provincias. Se rumorea que se congelarían los salarios de los empleados públicos, además de propiciar despidos de agentes estatales.
El cuadro previsible para los próximos meses es de inflación que al menos duplicará el peor de los meses de Massa, y la caída en picada del salario, lo que arrastrará indefectiblemente al consumo y llevará a la contracción de la actividad económica. El brusco hundimiento económico impactará en miles de comercios y profesionales que serán despojados de sus respectivas clientelas, ya que éstas deberán concentrar sus ingresos en pagar los gastos fundamentales para subsistir.
El desempleo probablemente se duplicará, dada la caída de la construcción y otras actividades que suministran trabajos precarios pero abundantes. La población empleada en actividades precarias sufrirá especialmente.
Este cuadro en ciernes, que no pueden desconocer quienes están promoviendo todos estos movimientos económicos regresivos, puede estar relacionado con el objetivo de lograr un gran superávit comercial en 2024, combinación de alzas en las exportaciones argentinas, y una dramática contracción en las importaciones, dada la fuerte recesión que está siendo provocada por el gobierno.
¿Qué destino tendrán los eventuales 30.000 millones de superávit comercial ,que pueden estimarse a priori, se conseguirán este año? No lo sabemos y sólo puede suponerse que pueden constituir un fondo para apoyar en algún momento la dolarización de la economía, o el canje de las LELIQs por otros activos en dólares. Eso si los exportadores, liberados ahora de toda condicionalidad por parte del Estado, traen los dólares al país.
No debe esperarse de este gobierno ninguna iniciativa ni productiva ni redistributiva, porque desconocen esos temas y no les importan. Milei y su grupo, giran en torno a abstracciones económicas decimonónicas, operaciones financieras desvinculadas del mundo productivo, y suposiciones tan fantasiosas como refutadas sobre las bondades de los mercados.
La secuencia previsible del próximo período económico es: inflación muy alta, que hunde los salarios y el mercado interno. Eventual nueva devaluación, que relance otra oleada inflacionaria y de mayor contracción productiva, y luego recesión profunda, durante un tiempo indeterminado, dado que no se contempla ninguna iniciativa pública para aliviar esos resultados. ¿Y después? Después vendrá la magia del mercado y de los capitales del mundo que vendrán felices a desarrollar a la Argentina y a llenarnos de empleos muy bien remunerados…
Vale la pena recordar que no hay un solo ejemplo en el mundo de países desarrollados que lo hayan hecho en base a la inversión externa y al capital extranjero. Menos aún de los grandes fondos de inversión, representados en el actual gabinete.
Foto: Luis Robayo-AFP
Las ilusiones detrás del voto a Milei, y el discurso que las acompaña
El mileísmo, a nivel discursivo, es una mezcla de los viejos argumentos de la derecha neoliberal-conservadora argentina, con otros nuevos sofismas, más modernos, orientados a captar a otro público distinto de las clases medias gorilas o conservadoras.
Por supuesto que ya está presente la idea de que lo que dejaron los “populistas” es un desastre tan grande que obligará a hacer “grandes sacrificios”. Las masas siempre entran por el aro de que supuestamente “todos” hacen los sacrificios, cuando ocurre sistemáticamente que son ellas las únicas sacrificadas en aras de las ganancias de la cúpula de la sociedad.
Milei ha innovado en el sentido de ampliar el período histórico que el gorilismo, cuyo vocero transitorio es Macri, define como de decadencia (desde Perón, claro). El actual presidente también incluye al radicalismo y hasta a los conservadores de los años ´30 en la cuenta de la decadencia argentina. Desde el voto universal que Argentina viene en caída, abandonando su estatus de “potencia mundial” (SIC).
Los culpables: nada nuevo, los políticos. Eso ya fue escuchado en los años ´90, como preludio a la caída de la convertibilidad, y retoma el latiguillo favorable a todos los golpes militares de la historia argentina: los políticos son corruptos, son una casta que se favorece de la política y vive a costa de la penuria del pueblo. Tiene que venir alguien “de afuera” a depurar las instituciones. Es un argumento extremadamente difundido, y muy efectivo para disimular la existencia de la explotación económica y de los poderosos intereses -concretos y materiales- que rigen la vida de la sociedad.
Milei le puso un toque de furia y de agresividad al argumento, lo que le dio credibilidad ante sectores de la sociedad sólo capaces de captar trazos muy gruesos, gestos más que argumentos, y que confunden una personalidad autoritaria y desequilibrada con formas de honestidad y sinceridad personal.
Lo cierto es que está funcionando a pleno la idea de que deberá pasarse un período en el que habrá que sacrificarse para llegar al momento de la prosperidad.
Eso no estaba en el discurso preelectoral, pero fue rápidamente absorbido por los que serán sacrificados. De todas formas, persiste en ellos la expectativa de que será un sacrificio no muy cruento, no muy doloroso, y por un período no muy extenso, es decir que ya en un próximo tramo de la gestión mileísta se podrán ver los frutos del sacrificio.
En una reciente encuesta, se preguntó a una muestra poblacional representativa, cuánto tiempo estaba dispuesto a otorgarle al gobierno para que muestre resultados, con relación a las promesas que efectuó. Un tercio de la muestra se mostró dispuesto a esperar los 4 años, pero un 38% le da un máximo de 6 meses. Hay un 10% que “no sabe”, y otro 20% da un plazo entre uno y dos años. Es razonable que el público con mayor adhesión ideológica se acumule en el término completo del mandato, pero también es visible que la mayoría se mantiene a la expectativa, y en muchos casos con una mecha muy corta: más de un cuarto de la población le da 3 meses para mostrar resultados.
Es importante entender que la encuesta se efectuó durante la primera semana de gobierno, cuando recién se empezaban a sentir los efectos de lo que será un ataque brutal contra los ingresos de la mayoría de la población, propiciado desde el gobierno nacional.
Sostenemos que el ajuste sin cortapisas –que se sentirá en todo su rigor ya en marzo-abril- moverá a todos esos porcentajes, en la dirección clara de una reducción de la paciencia con la actual gestión.
Es imposible que en 3 o 6 meses pueda haber algún tipo de alivio al bolsillo popular.
Al contrario: los efectos empobrecedores son acumulativos, ya que cada mes nuevas personas perderán sus empleos, no llegarán a fin de mes, o deberán reducir sus consumos y sus ahorros. En 6 meses, existirá una amplia mayoría social, indignada por la agresión indisimulable de la gestión mileísta. Seguramente muchos de los factores de poder “auspiciantes” del actual experimento, tomarán oportunamente distancia diciendo que están de acuerdo “con la filosofía” pero que la “ejecución del programa” ha sido muy mala, achacándole la culpa a Milei y su troupe.
Dos trenes que chocan a alta velocidad (adentro de la cabeza)
Por supuesto que este escenario, que consideramos altamente probable, nos genera enormes interrogantes, con relación a cómo procesará la sociedad argentina lo que aquí ocurra en los próximos meses. Y decimos meses y no años, por la violencia del ajuste lanzado por el gobierno, contra la mayoría de la sociedad.
¿Cómo se procesará lo que esté ocurriendo? Por un lado, estará el enorme aparato de propaganda de la vieja y de la nueva derecha, defendiendo las reformas neoliberales y la redistribución regresiva del ingreso, con argumentos “técnicos” y “objetivos” basados en la idea fundamental de que no había otra cosa que hacer, o el ya conocido e impuesto “no hay plata”. Además, habrá que echar la culpa de la situación a “alguien”, ya demonizado, o por demonizar.
Está demostrado –si no, Milei no sería presidente- que hay un público importante dispuesto a aceptar como ciertas las más increíbles aseveraciones y argumentos. Desde que la dolarización es fácil y necesaria, hasta que se debe “volar” al Banco Central para tener moneda sana, o que se ajustará a la “casta” y no a la gente, todo cuento lanzado desde el libertarianismo parece ser aceptable y nadie de su público lo examina con algún grado de rigurosidad. Parece que eso “no es lo importante”.
Pero ese público no es homogéneo, e incluye no pocos sectores populares –como por ejemplo los emblemáticos trabajadores de Rapi- que serán sometidos a meses, si no años, muy crueles en materia laboral y de ingresos.
La realidad objetiva será muy dura, muy clara y contundente, impiadosa. Pero las ideas que puede desplegar la derecha mileísta también pueden ser efectivas, dado que hay una masa social despolitizada, desinformada, y partícipe de un sentido común sembrado por los medios de comunicación conservadores.
Fantasía o realidad: ¿qué primará? O ¿de qué forma se combinarán?
Puede ocurrir que alguien esté convencido de que es pobre porque su dinero fue a parar a los “políticos chorros”, pero ¿qué pasará si no puede acceder a una canasta básica de alimentos, o a medicamentos imprescindibles, o a pagar el alquiler para su núcleo familiar, y que eso se continúa agravando y profundizando luego de varios meses de gobierno de Milei?
¿En qué medida los discursos circulantes son capaces de dar forma a las explicaciones sociales, a la “comprensión” de los hechos, y por lo tanto al comportamiento de los sujetos? Y ¿qué discursos circularán dentro de seis meses, quienes serán sus emisores, y cuáles sonarán más verosímiles y creíbles?
Se despliega un impresionante escenario de conflicto social y de disputa por el sentido de los acontecimientos. Eso es lo que ha elegido poner en marcha, por aventurerismo o codicia, la derecha empresaria argentina.
Ni que hablar que en este panorama hay un amplísimo margen para la acción política.
¿Quiénes serán los protagonistas de esos tiempos agitados? No tendremos que esperar demasiado para saberlo.
Por Ricardo Aronskind * Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento. / La Tecla Eñe