¿Lucha de clases o autodeterminación?

Historia 20 de abril de 2023
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Solidarios con el combate de los ucranianos contra la agresión rusa, militantes de izquierda erigieron el derecho de los pueblos a la autodeterminación como principio absoluto. Quienes se reivindican de tradición marxista no dudan en apelar a la misma para justificar su compromiso. En realidad, tanto Karl Marx y Friedrich Engels como algunos de los marxistas revolucionarios que les siguieron plantearon la cuestión del derecho de los pueblos sin atarla a una exigencia intangible cualesquiera fueran las circunstancias históricas.

Al reflexionar sobre el período de revoluciones y de contrarrevoluciones en la Europa de mediados del siglo XIX conocido como “Primavera de los Pueblos”, Engels publicó una serie de artículos particularmente virulentos contra las pretensiones a la autonomía nacional de los eslavos, checos, serbios, moravos, rutenos, croatas, eslovenos, pretensiones que los Habsburgo instrumentalizaban para poner a estos pueblos en contra de las revoluciones democráticas en Austria, Hungría e Italia: “Los paneslavistas […] se hallaban en arduo dilema: o bien desistían de la revolución y la monarquía unitaria salvaba por lo menos en parte la nacionalidad, o bien desistían de la nacionalidad y el desmembramiento de la monarquía unitaria salvaba la revolución […]. El destino de la revolución de Europa Oriental dependía de la posición de los checos y los eslavos meridionales. […] en el instante decisivo ellos traicionaron la revolución en Petersburgo y Olmütz por amor a sus mezquinas esperanzas nacionales”. En el mismo orden de ideas, Marx subraya que “en Viena, los croatas, los panduros, los checos, los serechanos y otros bribones harapientos de la misma especie degollaron la libertad germánica, y en este momento el Zar es omnipresente en Europa”.

Estos textos de Engels y Marx fueron severamente criticados por el historiador ucraniano Roman Rosdolsky, alegando que Engels habría querido establecer una teoría esencialista según la cual habría pueblos capaces, por su naturaleza, de acceder a la autodeterminación nacional (alemanes, polacos, húngaros, italianos) y otros que no, como los eslavos y, entre ellos, los ucranianos, que Engels calificaba como “pueblos ‘sin historia’”. Sin embargo, nada valida semejante afirmación. Engels se ciñó al análisis concreto del contexto que predominaba en Europa en 1846-1849 bajo una triple consideración: la del desarrollo del capitalismo en esa época en el Este y Sur de Europa; la del tipo de confrontaciones de clases que se derivaba de él y, finalmente, la de las revueltas, insurrecciones o revoluciones democráticas potenciales de las cuales estaba grávida la secuencia histórica de la época, sin ninguna generalización extra.

Instrumentalizaciones

Rosa Luxemburgo fue igual de radical en este tema. Para ella, en el contexto de los enfrentamientos inter-imperialistas que habían llevado al desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, “la defensa de la patria es una pura ficción que impide toda aprehensión de conjunto de la situación histórica en su contexto mundial […] En esta época de imperialismo desbocado, no puede haber ya guerras nacionales […] Los pequeños Estados-nación, cuyas clases dirigentes son juguetes y cómplices de sus camaradas de clase de los grandes Estados, no son sino peones en el juego imperialista de las grandes potencias”.

La cuestión de la autonomía nacional se piensa con los intereses del proletariado en el horizonte.

Sin embargo, contrariamente a lo que en general se sostiene, Rosa Luxemburgo no se oponía en lo más mínimo al principio del derecho de las naciones a la autodeterminación. En su crítica a la socialdemocracia a comienzos de la Gran Guerra, precisa: “Es cierto, el socialismo reconoce a cada pueblo el derecho […] a la libre determinación de su propio destino. Pero es una verdadera burla del socialismo proponer a los Estados capitalistas actuales como la expresión de ese derecho a la libre determinación”. Luego, escribe en 1918, al comentar las consecuencias inmediatas de la guerra: “La idea de la lucha de clases capitula formalmente ante la idea nacional […]. El nacionalismo está de moda. De todas partes surgen naciones y mini-naciones que se presentan para hacer valer su derecho a constituir un Estado. Cadáveres en descomposición animados por una nueva pulsión primaveral salen de sus sepulcros seculares, y pueblos ‘sin historia’ […] sienten una obligación candente de crear un Estado. Polacos, ucranianos, bielorrusos, lituanos, diez nuevas naciones en el Cáucaso. Los sionistas ya están construyendo su gueto palestino, incluso si, por el momento, se encuentra en Filadelfia. Es el sabbat de las brujas en la noche nacionalista”.

Lenin también tomó posición, en varias oportunidades, respecto del derecho de las naciones a la autodeterminación, y de modo más matizado que lo que se suele afirmar. Partiendo del principio de que un pueblo que domina a otro no puede ser un pueblo libre (principio ya afirmado por Marx y Engels a propósito de Inglaterra en relación con Irlanda), Lenin está resueltamente comprometido, por cierto, en favor del derecho de aquellos pueblos sometidos a la dominación de los imperios a disponer de sí mismos, pero siempre subordinando ese derecho a los quehaceres del proletariado revolucionario. Para él, lo que debe primar sistemáticamente es el punto de vista de la socialdemocracia, es decir, el punto de vista de clase: “El hecho de que la socialdemocracia reconozca el derecho de todas las nacionalidades a su libre determinación no significa en absoluto que renuncie a formular su propio juicio respecto de la oportunidad para tal o cual nación, en cada caso particular, de separarse como un Estado diferente. Por el contrario, los socialdemócratas deben formular un juicio que les pertenece con propiedad teniendo en cuenta también las condiciones de desarrollo del capitalismo […] [así como] los intereses de la lucha de clases del proletariado por el socialismo”.

Una vez en el poder, Lenin juzga que el primer Estado obrero, todavía frágil, tiene interés en atraer hacia él, respetando sus aspiraciones y derechos, a todos los pueblos sometidos hasta entonces al yugo de las monarquías imperiales, zarista o austrohúngara. Cualquier otra estrategia haría correr el riesgo de que la joven República soviética, a ojos de esos pueblos hasta entonces oprimidos, apareciera como la continuación de la arrogancia del antiguo imperio zarista, y eso se volvería contra la propia Revolución de Octubre. Por esa razón criticó con firmeza las posiciones de Joseph Stalin y Félix Dzerjinski respecto de la cuestión de las nacionalidades, posiciones que calificó precisamente como “gran-rusas”.

Por su lugar en la revolución bolchevique y en el movimiento obrero internacional, León Trotsky volvió él también sobre este asunto, y en múltiples oportunidades. Se sitúa en la misma línea que Lenin, pensando siempre la cuestión de la autonomía nacional con la lucha de clases y las tareas del proletariado revolucionario en el horizonte. “El derecho de las naciones a disponer de sí mismas es la fórmula esencial de la democracia para las naciones oprimidas. Ahí donde la opresión de clase y de casta se complejiza con la servidumbre nacional, las reivindicaciones de la democracia revisten ante todo la forma de reivindicaciones por la igualdad, la autonomía o la completa independencia”. Sin embargo, no se engaña: “La gran carnicería imperialista introdujo cambios decisivos en este asunto. Durante la guerra, todos los pequeñoburgueses y social-patriotas hicieron jugar […] el principio del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos […]. Por todos los medios, los gobiernos beligerantes se esforzaron por acaparar este lema, primero en la guerra que llevaron unos contra otros y después en su lucha contra la Rusia soviética. El imperialismo alemán explotó la independencia nacional de los polacos, los ucranianos, los letones, los estonios, los finlandeses, los caucásicos, primero contra el zarismo, después, en una escala más amplia, contra nosotros […]. La República soviética […] proclamó abiertamente el derecho de los pueblos a la autodeterminación y la libertad para ellos de constituirse en Estados nacionales independientes. Entendiendo cuán importante era este principio en la época de una transición al socialismo, nuestro partido no lo transformó jamás, sin embargo, en un dogma absoluto, superior a todas las demás necesidades y tareas históricas”.

Estados Unidos Soviéticos de Europa”

Una vez desterrado de la URSS, en su lucha resuelta contra el odioso régimen de Stalin, Trotsky no deja de ser partidario de la independencia de las repúblicas soviéticas, incluso de su derecho a la secesión en relación con Moscú. Considerando el lugar eminentemente decisivo que ocupa la nación ucraniana, tanto en el plano histórico como económico y político, afirma que “sólo hay un lema […]: Por una Ucrania soviética, obrera y campesina, unida, libre e independiente”. Esta precisión en la formulación (“soviética, obrera y campesina”), a menudo olvidada en las referencias a ese texto, tiene una total importancia en cuanto al modo en que Trotsky plantea la cuestión de la autodeterminación. Para él, la reivindicación de independencia de las nacionalidades oprimidas por la glaciación estalinista de la URSS era legítima no solamente en el plano de los principios, sino también en tanto fuerza que podría desestabilizar el poder estalinista y precipitar su caída. Una caída que, en el contexto de las conmociones sociales que presagiaban la inminencia de la guerra, abriría una nueva era revolucionaria, en la perspectiva de los “Estados-Unidos Soviéticos de Europa”, de las “Repúblicas Obreras y Campesinas Unidas de Europa” que elabora a partir de 1923. Para Trotsky, la defensa del derecho de las naciones a disponer de sí mismas se inscribe así en el marco de su teoría de la “revolución permanente”.

Marx y Engels, Luxemburgo, Lenin, Trotsky: en contextos revolucionarios o contrarrevolucionarios, de conflictos internacionales y guerras civiles, las cinco figuras mencionadas subordinaron la cuestión nacional y la de la autodeterminación a los intereses del proletariado. Si bien sus posiciones se caracterizan por algunas constantes, no por eso dejan de tener matices y pueden dar lugar a divergencias, por ejemplo, entre Luxemburgo y Lenin. Pero ninguno de ellos pretendió jamás edificar una teoría del derecho absoluto de las naciones a la autodeterminación.

Por Alain Bihr y Yannis Thanassekos * Le Monde Diplomatique

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