La encrucijada de la educación superior: ¿una carrera universitaria o cursos de capacitación con salida laboral?

Recursos Humanos 03 de marzo de 2023
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Juan Pablo Murra es un reconocido académico y líder educativo en México, que desde 2019 se desempeña como rector de Profesional y Posgrado en el Tecnológico de Monterrey. Con más una larga trayectoria en el sector ha liderado importantes iniciativas en áreas como la innovación educativa, la formación de líderes con un enfoque global, la internacionalización y la promoción de la investigación científica. En esta entrevista revela sus ideas acerca de cómo debe ser la educación superior y analiza por qué el sistema que desarrolló el Tec es casi único en el mundo.

—¿Cómo evalúa las acciones que hace el Tec, como el Congreso Internacional de Innovación Educativa?

—Creo que el congreso se ha ido consolidando. Me encanta pensar que la gente empieza a pensarlo como un espacio de encuentro común, no solo como un evento del Tec. Hemos logrado que se fuera ampliando tanto en visión como en alcance. La última edición ha sido un balance entre las conferencias y las conversaciones con grupos pequeños. Yo creo que la capacidad de que no sea solo una conferencia sino que haya networking hace que sea un congreso valga la pena.

—¿Qué aprende en un congreso como el CIIE que después pueda llevar a la práctica?

—Es un lugar para tener las antenas muy abiertas como para identificar qué conceptos e ideas son relevantes en donde tu estás. Hay que coleccionar ideas o conceptos que a lo mejor no te son útiles ahora, pero sí en dos o tres años. Yo, en particular, aprendí sobre el aprendizaje para toda la vida: cómo las universidades tienen la necesidad de ser más ágiles en el desarrollo de programas de este tipo, de estar aún más conectadas con la industria. Creo que hay que estar atento, aunque no sepas cuándo va a dar fruto. No todo tiene que ser para el lunes en la mañana.

—Si se habla de la educación para el trabajo, hay un modelo universitario tradicional con una carrera de cuatro o cinco años, y están los bootcamps con cursos cortos que tienen salida laboral casi inmediata. ¿Cómo es la respuesta del Tec en ambos casos?

—Hay un riesgo en el sector, que es que todas las universidades nos queramos parecer demasiado. Michael Crow, en su libro sobre la quinta ola. habla del isomorfismo. No debería ser así. Yo creo que debería haber instituciones enfocadas más en los temas de empleabilidad en el corto plazo y debería haber instituciones que formen en competencias para la empleabilidad pero también de liderazgo y personales, que permitan que te prepares para el segundo o tercer empleo, para ser un buen ciudadano. Son modelos son distintos. Formar gente con estas capacidades más transversales en un bootcamp de seis meses no es compatible.

—Pero el Tec también tiene bootcamps.

—Sí, tenemos carreras de grado y también tenemos bootcamps. Normalmente los cursan la gente que ya completó una carrera y quiere complementar su información. Pero puedo imaginarme que haya gente que, cuando sale de la prepa, haga un bootcamp, aprenda a programar y busque un empleo. A lo mejor, va a tener un sueldo superior que alguien que estudió una carrera con menos empleabilidad, pero qué va a pasar con el segundo o tercer trabajo. Creo que no hay una respuesta correcta. Por otro lado, en nuestro caso un bootcamp cuesta 5.000 dólares y una carrera tiene 48.000. Es costo-beneficio. Nosotros tenemos el reto de ver cómo hacemos para que haya mejores puentes, para que alguien que ya hizo un bootcamp le sirva como crédito y que, con otras credenciales, se vuelva un grado completo.

—Habla del problema de isomorfismo, pero los problemas son los mismos en todas las universidades: la acreditación, la currícula, la agilidad de los contenidos, la forma de la evaluación.

— Compartimos retos, pero no creo que todos debamos resolverlos de la misma manera porque ahí es donde muere la creatividad. Con respecto a la acreditación, como reto personal yo quisiera impulsar la acreditación con otras instituciones. Y también con nuestros programas: si alguien quiere cambiarse de una carrera, qué tanto le acreditamos. A veces creo que somos más exigentes de lo que deberíamos ser. ¿Cómo nos flexibilizamos nosotros? Creo que colectivamente debemos ser mucho más ágiles y más abiertos para generar una transferibilidad de créditos que le sirva de una mejor manera al estudiante.

—Imagino que es una complejidad extra teniendo el Tec presencia en más de veinte Estados. ¿Cómo hacen para conciliar criterios?

—¡Con muchas conversaciones y mucho trabajo! Hace unos diez años, el Tecnológico se parecía más a una universidad como la de Texas o la de California, donde los campus son independiente en los procesos de acreditación, admisión. Nosotros éramos un híbrido. Los procesos de admisión eran únicos, los programas eran iguales, pero la contratación de profesores era particular para cada campus. Entonces decidimos ser una colección de campus y ser más un sistema. Por ejemplo, hay un decano nacional de la Escuela de Ingeniería y Ciencias que tiene responsabilidad por los programas, la facultad y la investigación en todos los campus. Luego hay decanos regionales y un diseño con derechos de decisión locales y decisión nacionales. Si vas a contratar un profesor por asignatura, puede decidirlo cada campus, pero si vas a contratar un profesor a tiempo completo hay alguien central que tiene que dar un visto bueno. Nos permite homologar procesos. Hablamos de un solo Tec, pero eso no significa que sea la misma experiencia. Lo que sí significa es que ponemos a disposición de todos nuestros alumnos todas las fortalezas del Tec. Esté donde esté.

—En esta respuesta menciona como ejemplo universidades de Estados Unidos. ¿Hay mucha diferencia, en términos de sistema o arquitectura, con las demás universidades de Latinoamérica?

—Yo creo que el hecho de que el Tec sea multicampus y multinivel —tenemos secundaria, preparatoria, posgrado, educación continua en veintiséis ciudades— nos hace muy distintos. No es común que exista ni en América Latina ni en el resto del mundo. En México hay otras instituciones que han copiado el modelo del Tec; en el resto de América Latina lo más común es ver universidades de un solo campus o en una sola ciudad. A veces tienen un segundo campus, pero son más tradicionales en su modelo de gestión.

—¿Las carreras de posgrado son las que tal vez requieren de más actualización? ¿Cómo se responde a lo que piden los estudiantes, lo que piden las empresas y lo que también pide el Tec?

—Un reto de México como país es que, si a nivel licenciatura estamos mal, a nivel posgrado estamos peor. En México hay cuatro millones y medio de estudiantes de grado y hay menos de 500.000 alumnos de maestría y doctorado. Es uno de los porcentajes más bajos de la región, con un fenómeno interesante: hay más alumnos en escuelas privadas que en escuelas públicas. En el caso del Tec es similar. Tenemos 60.000 alumnos de licenciatura y 7.000 de posgrado. En licenciatura ya no queremos crecer; en posgrado, sí. Aquí clasificamos al posgrado en tres grandes cubetas: los posgrados científicos, los programas profesionalizantes —por ejemplo, los MBA— y las residencias médicas de alta especialidad. Creo que es con los programas profesionalizantes donde hay que renovar de manera más ágil. Y son programas más cortos: hay de uno y dos años. Y cada dos o tres años debemos incorporar nuevos programas.

—El campus del Tec tiene una característica sobresaliente, que es la sensación de estar siempre adelante en el futuro, con la presencia de la tecnología de vanguardia. ¿Pero con qué valor pedagógico se analiza la incorporación de esa tecnología?

—Entré al Tec como vicepresidente de Planeación y en ese momento, en una conferencia en Estados Unidos, me topé con una empresa de educación que se llama Pearson. Tenían un reporte, que era la reflexión de Sir Michael Barber, el ministro de Educación de Tony Blair, que, más o menos, decía: “Yo no sé si nuestros productos, no sé si mi curso, ni si mi tecnología funciona: tenemos que desarrollar la capacidad de medir los learning outcomes, la eficacia de la educación”. Y yo le escribí y le dije que me pasaba exactamente lo mismo. Nos invitó a Londres y allá fuimos con un equipo y estuvimos trabajando para diseñar un proceso de evaluación de las innovaciones, para que no se trate de innovar por innovar sino para innovar porque mejoramos los resultados de aprendizaje. Todavía es muy difícil alejarse de evaluaciones subjetivas, de evaluaciones de preferencia. Lo estamos haciendo cada vez con más rigor e independencia, y hemos invitamos a profesores de otras universidades a que nos ayuden. Está cada vez mejor, pero creo que, como sector, es algo todavía pendiente.

Nota:infobae.com

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