





tantos los índices de insanía argentina o, como dicen, de neurodivergencia que uno no sabe bien sobre cuál fijar su atención. Dejo de lado el último anuncio de Luis Caputo: “Argentina, el primer país del mundo en el que las drogas recreativas están prohibidas, pero su comercio podrá bancarizarse.” Me detengo en la reacción en cadena que tuvo la singular interpretación del Sr. Milei de una columna del Sr. Pagni, quien glosó un libro que plantea que una de las razones del ascenso de Hitler a la Cancillería alemana fue la confusión política que reinaba en Berlín en ese momento, que impedía la comunicación entre las diferentes facciones políticas. La hipótesis es tan cierta que no sirve para nada. Cualquier catástrofe política supone un caos previo. Para que se entienda el asunto: Hitler no dio un golpe de Estado (lo había intentado antes y había ido preso) ni fue elegido por la ciudadanía: el presidente alemán Paul von Hindenburg lo nombró canciller (como sucede en cualquier régimen parlamentario) el 30 de enero de 1933.


El golpe final lo dio el Parlamento, al conceder a Hitler plenos poderes en marzo de 1933. Eso sí que es mala comprensión de los alcances.
Argentina, mucho más precavida, le negó esos poderes al Sr. Milei y nuestro Parlamento redujo los tomos de la Ley Bases a la tarjeta bancaria para la Pasta Base que acaba de anunciar el Sr. Caputo.
Pueden trazarse comparaciones siempre y cuando se parta de los hechos históricos.
En segundo lugar, no se entiende por qué el Sr. Milei, con la rápida ratificación de esa institución derechista, la DAIA y el Estado de Israel (ultraderechista), que respondieron con premura a su preocupación, identifican exterminio nazi con el pueblo judío únicamente, cuando está históricamente demostrado que las víctimas judías del exterminio fueron 6 millones de los once (o más) documentadas. Olvidarse del exterminio romaní justamente en el año que el reino de España ha declarado como “Año del pueblo gitano” parece de una crueldad inaudita.
El Sr. Pagni fue acusado de “banalizar” el Holocausto. Primero: la designación “holocausto” es ideológica, no histórica. Hay quienes la aceptan y quienes no. Segundo: Hannah Arendt, quien aceptó el trabajo de asistir al juicio de Eichmann en Jerusalem propuso la herramienta teórica de la “banalidad del mal” que hasta ahora ha sido bastante útil para explicar la locura que supusieron los campos de exterminio, tanto conceptualmente como existencialmente, algo que la película Zona de interés (2023) desplegó con una calidad expresiva todavía memorable. Y cuarto: no parece ser un tema para tiempos electoralistas. Lo que consigue el Sr. Milei con sus arrebatos (que su equipo acompaña con entusiasmo suicida) es distraer la atención del hecho de que el Gobierno reasignó veinticinco mil millones para su central de inteligencia, de los cuales ocho mil son reservados (es decir: descontrolados). Eso es un paso más hacia una forma de fascismo. De lejos, la psicosis argentina da tanto miedo como pena y vergüenza.
Por Daniel Link / Perfil
Arte: Juan Dellacha





