En el mes de octubre, 27 millones de compatriotas decidirán quién gobernará el país durante los próximos cuatro años.

La Argentina está en una encrucijada.

Hay dos posibilidades: un gobierno con contenido nacional y popular, otro con posiciones neoliberales. Ambos proyectos se han declarado la guerra sin piedad.

Dirigentes y militantes hacen referencia «al país”, al «pueblo» o a «la gente». Pero en realidad es un tema que, por ahora, interesa solo a políticos, militantes y minorías preocupadas por el país.

Se suele decir en la Argentina y en el mundo que existe una mayoría silenciosa, es decir una gran parte de la población que no habla de política pero define las elecciones. Personalmente creo que esa mayoría no es unificable.

Están los que no hablan pero saben a quién van a votar. El problema está en los indiferentes y políticamente ignorantes. Ayer un tachero joven, instruido, me dijo que el problema de la Argentina empezó en 1945 porque el peronismo le repartía a la gente una alpargata antes de votar, y así corrompía al votante. Le expliqué que esa era una práctica de la llamada Década Infame y que justamente el peronismo había desterrado.

La situación que atravesamos no debe sorprendernos. Después del desastroso gobierno de Macri, un 40% volvió a ratificarlo. ¿Un 40%? ¿No era que sólo los que lo apoyaron se beneficiaron con su gobierno? Muchos obreros y muchos humildes quisieron que Macri siguiera en el poder.

Sólo se explica por la capacidad de la derecha para ingresar en el sentido común de las clases populares.

Queda claro: la derecha ganó la batalla cultural. A los ignorantes políticos no hay quien los convenza de que Cristina no es una chorra.

De todas maneras, el peronismo tuvo un rechazo histórico del 40% aún durante sus años de esplendor. En 1952, momento cumbre de la eficacia peronista, obtuvo el 63% de los votos. Cuando la dictadura militar de comienzos de los ’70 no supo cómo ordenar al país, tuvo que recurrir a Perón, que llegó a la Argentina como único político capaz de poner orden. Aun así, Perón obtuvo el 62% de los votos.

Es decir, históricamente en la Argentina hay alrededor de un 40% que jamás votaría al peronismo, aunque el opositor sea el corrupto de Macri.

El peronismo perdió la épica que lo llevó a ser un factor de poder desde el año ‘45.

Tenía como base electoral a la mayoría de la clase obrera. Con la llegada del kirchnerismo, algo cambió. Los Kirchner avanzaron hacia un país culturalmente más moderno. Su preocupación por los derechos de las minorías sexuales produjo cambios fundamentales, fue una conquista que los progresistas de clase media recibimos con gran alegría pero que a los sectores populares no les cayó muy bien. Me hizo acordar al malestar que produjo la aparición de Astor Piazzolla.

Escribí sobre esto último hace un tiempo en esta misma página y recibí un reconocimiento de un alto funcionario del gobierno peronista y veterano militante. “Esto es lo que se está debatiendo en el peronismo”, me dijo.

El problema se agravó con la llegada de Alberto Fernández, un gobierno tibio y dócil. Si algo caracterizó siempre a los Presidentes peronistas fue su capacidad de riesgo y la firmeza para aplicarlo. Sea Menem o sea Kirchner. Cuando en los años ‘50 apareció un brote inflacionario, Perón amenazó con colgar en la Plaza de Mayo a los responsables. Al pueblo le gusta un Presidente con autoridad. La Plaza de Mayo repleta aulló de emoción cuando Galtieri les dijo: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.

Intentaron matar a la líder y no hubo una respuesta significativa. El poder avanza diariamente con medidas verdaderamente antipopulares y no hay respuestas en las calles.

De todas maneras, algo ha cambiado en la Argentina y en el mundo. Mi generación tenía como referente al Che Guevara. Creíamos que llegaba el tiempo del socialismo (“las cosas que he soñao/me cache en dié/qué gil”).

Ahora este lugar lo ocupa Diego Armando Maradona.

Roberto "Tiro" Cosas * El Cohete