Lo necesario y lo insuficiente

Actualidad 21 de febrero de 2023
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Por su propio peso, el encuentro de la “mesa política” del Frente de Todos es, sin dudas y dentro de lo mediocre del escenario, un hecho sobresaliente. Pero hay el desafío de evaluar si lo que sobresale del contenido, y no de la noticia en sí misma, tiene efectos concretos sobre la agotadora interna del Gobierno. Y, por esa vía, acerca de algún rumbo de mediano plazo.

Una primera observación, con la que nadie en su sano juicio político podría estar en desacuerdo, es que por fin se juntaron todos o casi, cara a cara, durante varias horas, sin guardarse nada, en vez de sacar sus trapos al sol de manera destemplada y hasta agresiva. No hubo un solo testimonio, de los conocidos al cabo de la reunión, que dejase de reparar en ese aspecto.

Un participante -no interesa quién, mayormente- habló de “lo fantásticos” que hubiesen sido este tipo de encuentros hace un par de años.

A todos y todas les caben responsabilidades por no haber hecho cuanto fuese posible para evitar quebraduras que, ahora, son mucho más arduas de soldar.

¿Para temprano es tarde?

Y si la respuesta es afirmativa, ¿cuánto de tarde?

Depende de cómo quiera vérselo.

El documento del cónclave, escrito en los días previos y retocado varias veces, al menos citó lo imperioso de preservar la unidad. Puede juzgárselo obvio, pero acaso no lo es cuando se tiene en cuenta hasta dónde llegó -o llega, o llegaría- la perspectiva de ruptura.

Después, naturalmente, viene la pregunta de unidad para qué.

Ahí las cosas se complican porque, como era de esperar, no se avanzó en definiciones programáticas. Es decir: justamente el para qué de la unidad.

En consecuencia, por fuera de lo declamatorio, el encuentro concluyó con dos menciones que dejan “satisfecho” al conjunto de las tribus. Pero eso no es respecto de articular objetivos para la acción, sino de medirse la potencia interna.

Así, el kirchnerismo -para simplificar- obtuvo que se destaque el rol primordial de Cristina junto con lo intolerable de que se la proscriba. Y los demás alcanzaron que se distinga a las PASO como la herramienta apta para “sintetizar las diferentes visiones de un proyecto común”.

Hay dos pequeños inconvenientes.

Uno es que Cristina se bajó de candidatearse a lo que sea y que no hay antecedentes de que haya incumplido su palabra.

Por tanto, devendría abstracto discutir si decidió apartarse de lo electoral por un estado de emoción violenta a partir de la persecución judicial que sufre (¿justo Cristina, quien prepara y calibra cada palabra y cada gesto de cada una de sus intervenciones públicas, con una oratoria probablemente incomparable y siendo que ella misma anticipó lo cantado del fallo que la condenó? Puede ser, pero sería muy raro). O si lo hizo porque admite que los números electorales no le dan, como de hecho no le daban o no le hubieran alcanzado en 2019 cuando, como el propio Lula, debió mostrarse hacia “el centro” para poder ganar. Igual de inviable, ergo, es polemizar en torno a si prevalece que su proscripción es política antes que jurídica.

Y a su turno, el Presidente mantendría su decisión, o deseo, o especulación, de presentarse a las primarias. Pero, vaya, si decide postularse el riesgo es inmenso porque en caso de ser derrotado, aunque no se sabe por quién que no fuera CFK, surgiría literalmente un deterioro gubernamental de efectos impredecibles.

No hay término medio: Alberto Fernández se presenta y todo el peronismo lo apoya, lo cual asoma inconcebible, o se baja de una vez por todas y deja espacio a alguna fórmula de consenso.

Andrés Larroque fue quien mejor dejó clara la oscuridad, con sus declaraciones después del encuentro.

Podrá estimarse como una extravagancia acordar una comisión para acercarle a CFK el intento de que analice reevaluar lo que ya decidió. ¿Una comisión para eso? ¿Para reemplazar lo que simplemente se mide en constancias y diálogos elementales?

Sin embargo, el propio Larroque admitió que es difícil saber cuál será la decisión de Cristina y, con el mismo énfasis, advirtió que “muchos plantearon la necesidad de saber si el Presidente será candidato, porque eso condiciona el escenario y relativiza la posibilidad de desarrollar unas PASO”.

Agregó: “No hubo acuerdo, ni se pudo elaborar una conclusión”.

En síntesis, entonces, podría derivarse a lo que también ya se sabía.

Hay unos con serias dificultades para asimilar (y construir) un kirchnerismo, un “hacia izquierda”, sin Cristina candidata.

Y hay otros con problemas tanto o más complejos para aceptar que los egos, en política y en cualquier orden, exigen tener un límite.

Está fuera de discusión -o debería estarlo- que el liderazgo y la influencia de Cristina, en su carácter práctico y simbólico, es determinante para conservar una parte sustantiva del electorado. Pero no a costa de que ese factor se convierta en un elemento paralizante.

En forma análoga, el componente más “moderado” del peronismo, como única fuerza en condiciones de disputar porciones del Poder real, debiera reconocer que las negociaciones internas no pueden remitirse a caprichos personales (para el caso, y entre otras inercias, lo “obligatorio” de que un Presidente se vea forzado a un segundo mandato consecutivo. ¿Dónde está escrito eso?).

 
La amenaza de que vuelva Macri, bajo el formato candidateable que fuere, es demasiado grave como para que la coalición progre/peronista siga bailando al compás de la proscripción y/o apartamiento electoral de Cristina. Y de las dilaciones de Alberto Fernández.

El Presidente tiene la prevención de que, si se baja ya, corre peligro de pasar a ser una figura sin influencia alguna, adentro y afuera. Es lógico, porque la actividad política lleva intrínseco mantener ambiciones. El tema es saber regularlas según los momentos y etapas.

Lo repetitivo no pierde vigencia al ser ya aburridísimo. Al contrario. Queda estimulada la necesidad de que el oficialismo tenga la capacidad para salir de ese encierro entre las conjeturas sobre qué harán una y otro.

Cuanto antes se sincere lo operativo de lo ideológico, para seguir repitiendo, más rápido se acomodarán los tantos y más efectivas serán, o podrían ser, las definiciones y ritmos de la campaña.

Si la oposición carga sus cuitas, con ese asunto, es problema suyo. Lo único que le falta al FdT es consolarse a través de que, enfrente, atraviesan dificultades similares (por ejemplo: ¿es una táctica fundamental la búsqueda de partir el voto a derecha percudiendo a Milei, mediante el manijeo de los medios oficialistas a los jóvenes “libertarios” que denuncian horribles andanzas pecuniarias, y de favoritismo sexual, por parte del comediante?).

Todavía hay tiempo, es cierto. O digamos. 

Seguramente, las inquietudes electorales son lo último que tiene en la cabeza una inmensa mayoría social.

Pero la responsabilidad dirigencial no puede basarse en ese cálculo.

Faltan apenas cuatro meses para oficializar listas de las primarias y el Gobierno tiene un pescado sin vender bastante o mucho más peliagudo que el de la oposición, porque en ésta -salvo intríngulis finalmente secundarios como el desdoblamiento o no de las elecciones porteñas, o a cuánto llegará la negociación de Larreta con Macri y sus sucedáneos- el candidato parece cantado.

El oficialismo, en cambio y según terminó de ratificarlo su reunión del jueves, continúa pelando margaritas. 

Desde “afuera” se hace trabajoso, por aquello de que uno no es más que un comentarista, interpretar cuánto de difícil o postergable es ponerse de acuerdo en salir de la encerrona; abdicar de los egos; arreglar unas líneas programáticas primordiales, que re-entusiasmen a quienes se supo conseguir hace no tanto.

Y a partir de ahí consensuar una fórmula de candidatos que renueve expectativas, en lugar de seguir dando vueltas alrededor de lo que paraliza.

Por Eduardo Aliverti * P12

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