Cómo la extensa red de espías chinos logró engañar a Occidente durante décadas

Actualidad - Internacional 01 de enero de 2023
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Durante décadas el régimen chino se fue preparando con el único objetivo de, en un futuro, desplazar a Estados Unidos como la máxima potencia a nivel mundial y, de esa manera, modificar el equilibrio geopolítico. Pero no siempre lo hizo mostrando sus verdaderos intereses. Por muchos años Beijing transmitió una voluntad de cambio, prometiendo y pregonando una mayor apertura. Esto, sin embargo, no fue más que parte de un complejo esquema de engaños y mentiras, ya que el Partido Comunista Chino (PCC) nunca tuvo la más mínima intención de construir una nación más abierta y democrática. Para esto el gigante asiático desplegó durante décadas una extensa red de espionaje para influir en políticos, diplomáticos y académicos, con el objetivo de moldear la percepción global del país.

En abril de 2001, Lin Di, secretario general de una importante organización china de intercambio cultural, brindó una conferencia a un selecto público en el National Press Club de Washington. Allí, ante la atenta mirada de parte de la élite norteamericana, aseguró que su país estaba “profundizando su reforma para construir una nación más abierta, próspera, democrática y modernizada”. Además, expresó su “sincera esperanza” de que en el siglo que comenzaba Estados Unidos y China “trabajen juntos para construir una relación sana y estable por la elevada causa de la paz mundial y el progreso de la civilización humana”.

 
Sus palabras representaban un halo de esperanza en Washington, ya que Lin Di había entablado estrechos lazos y, más importante aún, relaciones de confianza con funcionarios, académicos y diplomáticos norteamericanos. Pero todo era parte de una gran mentira. Lin en verdad era jefe de la Oficina de Investigación Social de la principal agencia de inteligencia china, el Ministerio de Seguridad del Estado (MSS, por sus siglas en inglés). En resumen: era un espía al servicio del régimen comunista.

“En aquel momento, su oficina era la principal unidad de operaciones estadounidenses dentro del MSS, y supervisaba personalmente una extensa red de activos clandestinos en todo el país”, afirma Alex Joske en su libro Spies and Lies: How China’s Greatest Covert Operations Fooled the World, en el que sostiene, además, que durante décadas el MSS ha desplegado diversas técnicas “para engañar a los líderes mundiales” sobre las ambiciones del Partido Comunista Chino.

Los principales objetivos de la inteligencia china incluían presidentes y primeros ministros, empresas multinacionales, líderes empresariales, monjes budistas, influyentes grupos de reflexión y respetados académicos. “Es una operación de influencia que continúa hasta nuestros días”.

Joske, analista principal del Instituto Australiano de Política Estratégica, define en su libro al Ministerio de Seguridad del Estado como una “agencia de inteligencia agresiva y poco sofisticada (...) ávida de secretos comerciales, tecnología sensible e inteligencia sobre política exterior y comunidades disidentes”.

La magnitud del espionaje chino es enorme. Según las estimaciones del investigador australiano, el número de agentes de inteligencia que trabajan para el Partido Comunista a nivel local supera los 100.000. Cada tanto, estas unidades subordinadas en cada región y ciudad importante del país toman la iniciativa en operaciones en el extranjero. Sólo a los oficiales más capaces y de mayor confianza se les encomendaban tales tareas. Peter Mattis, experto en los servicios de inteligencia chinos que es citado por Joske en el libro, afirma que “profundizar en estas organizaciones hace mucho más que ayudar a atrapar espías”: “Comprender el funcionamiento del aparato de inteligencia del Partido es esencial para entender el pasado, el presente y el futuro de China”.

Como parte de la extensa red desplegada por el régimen chino, el Departamento de Trabajo del Frente Unido también desempeñó un rol muy importante al tratarse de una organización del Partido Comunista que buscaba cooptar a miembros de las comunidades de la diáspora china. Su influencia y alcance creció considerablemente desde la llegada de Xi Jinping al poder en 2013.

El caso de Lin, apunta Joske, es un fiel reflejo del modus operandi de Beijing en lo que a espionaje se refiere. Pero como ese, hay muchos casos similares que recopila el libro para entender la magnitud de las operaciones de inteligencia del gigante asiático.


Otro caso modelo es el que involucró al magnate húngaro George Soros, quien, junto al reconocido escritor Liang Heng, con quien compartía la visión de una China más liberal y abierta, fundó lo que se conoció como el Fondo para China, que promovía actividades culturales. Para poder operar en el país debían encontrar una institución china asociada. Liang no tardó en hacer los contactos adecuados dentro del PCCh y finalmente se asociaron con el Centro Internacional de Intercambio Cultural de China (CICEC). Durante un tiempo el proyecto fue prosperando y arrojando muy buenos resultados. Pero a partir de 1988, los intelectuales chinos comenzaron a preocuparse por la creciente injerencia del Partido Comunista en la organización. Al año siguiente, cuenta Joske, Soros recibió una carta del periodista Dai Qing alertando de cómo el programa cultural había sido infiltrado por agentes de seguridad. El director del Fondo en Beijing, Liang Congjie, terminó detenido e interrogado tras la masacre de Tiananmen.

Yu Enguang, co-presidente del Fondo para China del CICEC, fue el agente que operó de manera encubierta. Con un discurso de apertura y modernización, convenció a Soros y a Liang para que cediera el control de la empresa a CICEC. Pero con el tiempo quedó claro que no compartía esa visión. Por el contrario, las pruebas que luego fueron recogidas indican que Yu desconfiaba profundamente del mundo capitalista y consideraba que los países democráticos de Occidente suponían una amenaza para China. Se había mostrado como un reformista, pero en realidad operaba como un alto funcionario encubierto de la policía de seguridad exterior.

“El CICEC utilizó el dinero de Soros para financiar sus propios intercambios con organizaciones extranjeras, oficialmente autorizadas. Esto supuso un giro de 180 grados respecto al objetivo original del proyecto de promover una sociedad abierta”, indica el autor australiano, de origen chino.

Joske explica que una de las claves del éxito del MSS fue su trabajo “a largo plazo”: “Entrevisté a un académico que había sido objetivo de los servicios de inteligencia chinos en tres ocasiones, y el Ministerio de Seguridad del Estado fue el más paciente y cauteloso”. Después de que otras agencias intentaran engañarlo o sobornarlo, el MSS “se centró en tratar de construir una relación con el académico de confianza mutua, de conveniencia, de beneficio (...) Es una forma de convertirlo en un activo de inteligencia extranjero, pero sin obligarlo”

De esa manera, los funcionarios chinos que operaron como agentes de inteligencia se convirtieron en académicos de política exterior, funcionarios de intercambio cultural, escritores y empresarios. La gran mayoría de los subordinados, además, hablaban idiomas extranjeros con suma fluidez, estudiaban en universidades del Reino Unido, Estados Unidos y Francia, y publicaban libros y artículos en prestigiosas revistas. Esto marcaba una gran diferencia respecto a los espías chinos de generaciones pasadas, a los que les costaba mucho más moverse con facilidad en los principales círculos de poder de Occidente.

En tanto, los oficiales destinados a operar en suelo norteamericano debían ser miembros leales y de confianza del Partido Comunista, sobre todo porque podían ser objeto de reclutamiento por parte de espías norteamericanos. Una vez demostrado esto, también se los elegía por su experiencia tanto en política exterior estadounidense como china. En la década de 1990 el régimen dio luz verde para iniciar una misión prioritaria: influir en la política norteamericana. La doble agente Katrina Leung y Mao Guohua, de la Oficina de Investigación Social, recibieron la orden del secretario general del Partido Comunista, Jiang Zemin, de liderar esta operación. Los oficiales de inteligencia contactaron a importantes empresarios con estrechos vínculos con Beijing para que estos, a su vez, ofrecieran “donaciones” a campañas tanto presidenciales como de congresistas en Estados Unidos. El dinero enviado no discriminaba entre demócratas y republicanos; la “generosidad política” de los empresarios era bipartidista. Sin embargo, esta trama terminó en un escándalo conocido como “Chinagate”. Una década después, varios de los implicados se declararon culpables por su papel en las donaciones ilegales, como James Riady, jefe chino-indonesio del conglomerado inmobiliario y bancario Lippo Group. Las agencias de inteligencia estadounidenses también identificaron a Ted Sioeng, otro indonesio con inversiones en China cuyas empresas y familia hacían donaciones a ambos bandos de la política, como agente de influencia del gobierno chino. Leung, por su parte, también fue acusada por Washington de haber perjudicado más de dos décadas de información de inteligencia relacionada con China, así como de comprometer gravemente el programa de contraespionaje chino del FBI.

El escándalo del “Chinagate” llevó a Beijing a emprender una campaña “más amplia, más paciente y más deliberada”. “Tenían que hacer algo más que manipular a la presidencia”. Por eso, para Joske la decisión más efectiva del MSS “fue incorporar a los principales pensadores chinos que en Occidente eran vistos como liberales y reformistas”. El Foro para la Reforma de China, un grupo de expertos creado a la medida por el MSS para influir en el mundo exterior, estuvo en el centro de estas operaciones, reuniendo a los funcionarios más talentosos y capacitados de toda la agencia. En ocasiones, incluso, logrando la participación de algunos de los líderes del Partido. “Este fue un juego a largo plazo de construir relaciones, intercambiar acceso al funcionamiento interno y las élites del Partido Comunista y distorsionar las percepciones de la dirección de China”.

Zheng Bijian, un veterano ideólogo del Partido Comunista, se desempeñó por muchos años como presidente del Foro. Bajo su conducción, la agencia ya no sólo promovía la amistad y la simpatía hacia China, sino que empezó a profundizar la teoría del “ascenso pacífico” del gigante asiático. Un concepto que rápidamente fue elogiado y adoptado nada menos que por el ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y el ex co-presidente de Goldman Sachs y del Instituto Brooking, John L. Thornton. Sin embargo, todas las promesas y afirmaciones esgrimidas bajo esa teoría, “eran una mentira”.

La teoría del ascenso pacífico “siempre tuvo una especie de amenaza a medias”, recordó un académico estadounidense especializado en China que oyó hablar a Zheng. En esa línea, el experto en China Robert Schuettinger dijo que “el concepto de ascenso pacífico se concibió inicialmente como una especie de campaña de propaganda” y que “no debe considerarse necesariamente que tenga un significado decisivo para la política exterior de China”. La idea de “ascenso pacífico” era un simple eslogan ante los ojos del mundo. Mientras, en el seno del Partido Comunista la cúpula del régimen tenía un objetivo claro: convertir a China, con sus propios valores, en la máxima potencia mundial.

En su libro, Joske se pregunta cómo Occidente no logró ver las verdaderas intenciones de Beijing. Pero al mismo tiempo reconoce que “no hay una respuesta fácil a esa pregunta; especialmente cuando las operaciones del MSS son en sí mismas parte de esa respuesta”. Según indica, el problema fue “cíclico”. Argumenta que gran parte de la comunidad internacional no vio el ascenso del régimen chino como una seria amenaza: esto hizo que los recursos asignados a contrarrestar el avance chino disminuyeran.

El 11 de septiembre de 2001 se llevaron a cabo los atentados terroristas contra las Torres Gemelas. “Un desastre para Estados Unidos parecía un soplo de aire fresco para China”, asegura Joske. El Partido Comunista, lejos de entorpecer la lucha de Washington tras los atentados, aprovechó la oportunidad para ganar nuevos amigos en la Casa Blanca. El primer paso fue anunciar su apoyo a la guerra contra el terrorismo liderada por el gobierno del entonces presidente George Bush; también respaldó las resoluciones de las Naciones Unidas y, al mismo tiempo, el MSS creó su propia oficina antiterrorista.

“Zheng Bijian y sus colegas del MSS seguramente intuyeron la oportunidad que se les presentaba. Se trataba de una crisis y de un punto de inflexión para la política exterior estadounidense y para la comprensión del mundo exterior por parte de la recién ungida administración Bush (...) Años, sino décadas, de tiempo para que China siguiera ‘ocultando su fuerza y esperando su momento’ estaban al alcance de la mano si el Partido jugaba bien sus cartas”, comenta el autor.

A mediados de los años 2000, en pleno apogeo del “ascenso pacífico” de China, el régimen ya había logrado que las principales organizaciones norteamericanas de política exterior entablaran relación con el Foro para la Reforma de China. Esto se logró gracias al trabajo a largo plazo que fue realizando el Partido Comunista. De hecho, años atrás, en la década de 1990, el entonces viceministro del MSS, Yu Fang, viajó a Estados Unidos -utilizando su seudónimo Yo Enguang- para realizar un trabajo de campo sobre la comunidad de think tanks de Washington. Allí analizó tanto la Brookings Institution -afín al Partido Demócrata- y al American Enterprise Institute -republicano-. El funcionario chino se interiorizó sobre su financiación, personal e influencia política. “Estos think tanks podrían llamarse almacenes o instituciones de formación para funcionarios del gobierno (...) No hay que restar importancia a su estatus e influencia. Si queremos entender la política estadounidense, no podemos ser indiferentes a los think tanks”, analizó luego de su viaje durante una reunión del Partido.

Así es como luego el régimen logró penetrar en prestigiosas organizaciones norteamericanas, como el Fondo Carnegie para la Paz Internacional y RAND, entre otros, a través del Foro.

Dos importantes figuras que confiaron y creyeron en el discurso de apertura del régimen chino fueron el ex primer ministro australiano Bob Hawke (1983-1991) y John Thornton. Por un lado, el ex mandatario australiano era un ferviente partidario de estrechar lazos con el gigante asiático. Esa relación comenzó a florecer a mediados de los ochenta, cuando recibió a Hu Yaobang y a su primer ministro Zhao Ziyang, y luego se congeló por un tiempo tras la masacre de Tiananmen. Pero años más tarde viajó a Beijing para ser recibido por Jiang Zemin. Todo era parte de otra puesta en escena del régimen chino. Meses después de la visita de Hawke, durante una conferencia secreta del MSS, Jiang declaró que Occidente esperaba ver a China “sumida en el caos”, y que para ello Estados Unidos estaba librando una guerra global. “La China a los ojos de Hawke y la China del Partido eran dos cosas muy diferentes”, reflexionó Joske.

Thornton, por su parte, alcanzó entablar estrechos vínculos con Beijing. A tal punto que llegó a aceptar un rol como asesor en el fondo soberano de China, así como en el programa de Institutos Confucio del gobierno chino. Además, en 2008 recibió el “Premio de la Amistad”, el máximo galardón que el régimen otorga a extranjeros, y trabajó en la Universidad Tsinghua, en Beijing. Esta cercanía con las autoridades chinas lo llevaron a ser una figura de asesoramiento y consultas constantes de los últimos gobiernos. Ya en los inicios de la presidencia de Obama, en 2009, se había afianzado como uno de los principales interlocutores entre Estados Unidos y China. Durante la gestión de Trump, su figura cobró mayor relevancia a raíz de las tensiones entre Washington y Beijing, pero Thornton decidió mantenerse al margen de la administración y trabajar entre bastidores con Steve Bannon -jefe de campaña de Trump-, y el ex presidente. Su constante consejo era “refundar” la relación con el gigante asiático. Pero, por el contrario, las dos potencias entraron en una fuerte guerra económica. Aunque su influencia en la política china de Trump fue efímera, siguió actuando como un canal de apoyo de alto nivel durante la actual presidencia de Biden.

“Como dijo un alto funcionario de la Casa Blanca de la era Trump, nunca recibieron ninguna advertencia de las agencias de inteligencia estadounidenses de que Thornton se había comprometido involuntariamente con el MSS”, apunta Joske.

Después de varios años -y décadas- de operar casi sin trabas y tejiendo extensas redes de espías, el MSS empezó a sufrir duros golpes a medidas que las potencias occidentales comenzaban a descubrir sus operaciones clandestinas. La agencia, que alguna vez se enorgulleció de no haber sufrido la captura de ninguno de sus oficiales en el exterior, vio a uno de los suyos arrestado y llevado ante un jurado en los Estados Unidos. Xu Yanjun, un oficial del Departamento de Seguridad del Estado de Jiangsu, cayó en una trampa tendida por agentes del FBI por robo de tecnología de motores. El espía chino fue capturado en Bélgica y luego extraditado en 2018. Ese mismo año las autoridades norteamericanas llevaron a cabo otros arrestos para desmantelar la red de agentes que había estado construyendo el MSS en Estados Unidos.

El año pasado la CIA, que todavía trabaja en recopilar información de inteligencia después de que el MSS desmantelara sus redes una década atrás, anunció la creación de un nuevo centro de misiones dedicado a las operaciones en China. En esa línea, varios países se sumaron a los esfuerzos de Estados Unidos para contrarrestar la infiltración de espías chinos. Países como Australia, el Reino Unido, Estonia, Francia, Bélgica, Taiwán, India y Singapur, entre otros, han desmantelado redes de espionaje en los últimos tiempos.

Pese a los esfuerzos de Beijing por hacer creer a la comunidad internacional que el país ha avanzado hacia valores más democráticos y de respeto por los derechos humanos, Joske subraya que, por el contrario, el régimen chino ha adoptado una postura de mayor autoritarismo, sobre todo desde la llegada de Xi Jinping al poder. Y concluye: “Ahora que la amenaza de interferencia política es ampliamente reconocida, los gobiernos deben fomentar una comunidad de expertos en el Partido Comunista y sus agencias de inteligencia. Este será un esfuerzo de décadas. Se debe alentar a los analistas del gobierno a que se especialicen y cultiven su experiencia en China en lugar de cambiar de tarea cada tres años”.

Nota: infobae.com

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