Un potrero tomado por las masas

Actualidad 22 de diciembre de 2022
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Se habla de “La fiesta más grande de la historia”, circulan imágenes con personas aglomeradas en tamaño hormiga: toda una plaga apocalíptica, sacrificada, juntísima, expansiva, ¿vulgar? sobre la 9 de Julio y la autopista Riccheri desde un plano contrapicado, mirada dron, pero al bajar y dimensionar la escala real todo es bombo, canciones repetidas, de esas que se te pegan, que suenan en la mente al irnos a dormir, mover la patita en la reunión de trabajo y en la fila del super, todo eso es todo esto, ahora, una puesta en escena colectiva de quienes no fuimos a Qatar; baile, alegría, roces pegajosos, corridas de la mano; no hay señal, ¿ellos dónde están? Camisetas argentinas y de varios clubes, Chacarita, Defensa y Justicia, (¿Quién te conocía, Enzo Fernandez?), Instituto de Córdoba, Independiente y Boca; la pasión por la lucha, y que la multitud impida avanzar, que todo se demore; ahora la Scaloneta motorizada avanza lenta en su colectivo sin techo y no se traba del todo; viene hacia nosotros un poco, inalcanzable y próxima, todo el oxímoron del solo hasta ahí.

Porque enseguida se transforma en un vuelo (¿barriletes cósmicos?), un viaje en helicóptero; un velociraptor con alas en nuestra imaginación, el sueño aumenta hiperbólico, exagerado, el que solo es capaz de provocar una fiesta popular total en una mega producción de héroes de Hollywood pero made in casa: desearíamos que bajaran, sobre una plataforma, los ángeles Di María, los Mesías Messi, los voladores Dibu que es tan real como caricatura, en paracaídas, uno a uno, De Paul y Montiel, y Lautaro Martínez, el bahiense de los ojos de Sven, el reno de la película Frozen frente a sus súbditos en danza santificante y triunfal.

Cuando tantos activismos y militancias se dan solamente en el espacio virtual, las calles copadas, y sin protestas, generan el shock de lo inédito; el delirio de estar habitando otro territorio, otro planeta (¿de cuál viniste?), en un tiempo mítico, irreal.

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Los buenos hinchas

Ante experiencias extraordinarias, el orden mitológico, los lugares comunes y los arquetipos nos siguen ordenando -aunque sea por un rato- ante el maremágnum dramático de euforia, tensión y decepción; chauvinismo, odios, cábalas y rencores, risas, picardías, sufrimiento y avivadas en el país donde -como señalaba el ex presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia- tenemos un enormísimo caudal de ensayos sobre búsquedas de identidad (“el argentino es así”; “los argentinos somos”). No solo de los históricos, de Esteban Echeverría, Joaquín V.González a Sarmiento (oh, la barbarie); la tradición alcanza a contemporáneos como Martín Caparrós y su Argentinismos o Juan José Becerra y su Grasa. Retratos de la vulgaridad argentina.

“Si hay una grasada está en la burguesía”, declaraba Becerra en una entrevista con Ángel Berlanga para Página/12. Su libro parece haber sido escrito como para dialogar con aquel artículo tan debatido en las redes sobre la “vulgaridad” de Messi al contestarle al jugador de Países Bajos que nos regaló una nueva joya plebeya (Cartier, no te necesitamos ni para mirar con deseo tu cuenta de IG)- del consumo popular: “qué mirá, bobo, andápallá” es remera, taza, meme, chiste, charla y grafiti.

Y, sin ser un nacionalista acérrimo, el mismo Barcia solía cuestionar esa tendencia de sectores argentos de considerar lo extranjero como superior. 

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El 18 de diciembre de 2022 Argentina ganó la Copa del Mundo y 5 millones de hinchas en la ciudad de Buenos Aires quisieron ver en persona a los jugadores de fútbol y no lo lograron. “Las ciencias sociales se quedaron sin argumentos”, dice José Garriga, autor de La era del aguante Barras, hinchas, violencias y muerte en el fútbol argentino, luego de esperar durante seis horas bajo el sol a quienes nunca llegaron. ¿Podemos disfrutar lo inalcanzable cuando lo suponíamos tan próximo? ¿Por qué la gente va hacia un lugar para que aparezcan jugadores que luego no aparecen? ¿No hay destrozos para amainar la decepción? Los argentinos “nos presentamos como ‘buenos hinchas’’”, dice Garriga, ya volviendo de la 9 de Julio. “Ser apasionados es parte de nuestra representación como espectadores, eso nos ‘obliga’ a hacer cosas para demostrarlo. Y no solo somos eso, dice. Nos creemos centrales en el devenir del juego. Aguantamos porque la copa también es un poco nuestra”.

Cada cabulero cumplió con su deber; sintió que ayudó. Y recibió su premio. Y cada hincha vino a apoyar y celebrar. A orar ante un Dios ausente sin aviso, que cambió de recorrido, porque sus fieles fueron más y, en otra paradoja argenta le impidieron el paso de tanto desearlo, y así le arrebataron lo íntegro del ritual. Lo opuesto a velar en ausencia: acá se festejó soñando una presencia y prescindiendo de ella. Los dioses son omnipresentes.

El amor está en el aire, y en todos lados. Y si le devolvemos osadía a nuestros osados, el día hasta nos regaló la perla de aquel valiente que subió -fuera de la ley- al pico del obelisco y las cámaras captaron un “Viviana Oviedo te amo” en la punta; qué ganas de saber la arqueología de aquella historia de amor.

Un subidón de sensaciones, de la indiferencia al compromiso total

No llegamos de la nada. En el previsible -acorde a los resultados– in crescendo narrativo, la ilusión de la unión volvió a repetirse como en mundiales anteriores, de la publicidad a las audiencias. En Radio la Red, especializada en deportes, varios oyentes dejaron mensajes apelando a la unidad, en los términos que, sabemos, le dan entidad a ficciones como los de Nación y Patria, que buscan borrar las diferencias bajo un objetivo superior. Conceptos tan estudiados, analizados y ya cuestionados, que durante el mundial adquieren peso punchi, o peso plomo, como contrapartida a “la grieta”. 

Lo cierto es que sí, el pasaje se dio: pasamos de transitar autopistas paralelas a deslizarnos, todos juntos, en un tobogán anchísimo, pura adrenalina, como esos parques acuáticos idealizados de la infancia. Allí todos cabemos como caben en las calles los ricos, los pobres, los clase media que se creen alta y los que no, los gays, y les no binaries, las tortas, los universitarios, los analfabetos, y quienes no se definen, todos persiguen a ese descapotable enorme donde 26 hombres acaban de ganar el torneo de fútbol más importante del mundo. Las metáforas bélicas también se repiten cada cuatro años: guerreros, luchadores, batallas. A los futbolistas también se los llama “los chicos”, y hace juego con el Malvinas de la canción hit; más reverberancia belicosa.

La imagen de ellos bajando del avión a las 3 de la madrugada reproduce la de emperadores romanos al volver del campo de batalla con nuevos territorios conquistados, mientras el pueblo los ovaciona. (¿Alguien habrá dicho, al oído de Messi, por lo bajo, como lo hacía aquel esclavo que caminaba junto al caballo del emperador luego de la victoria: “Leo, recuerda que eres mortal”?).

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En el juego de espejos narcisista futbolero, delicia de la cultura popular que seduce y subyuga con consentimiento, funciona el vaivén de la horizontalidad y la deidad al mismo tiempo. Los jugadores también son “hinchas”; y los hinchas, nosotros, torpes mortales, los endiosamos y humanizamos porque ganamos junto a ellos: son uno de nosotros. Todes campeones. 

“Amiga, disculpá, ¿qué es la scaloneta?”

El aumento de la tensión dramática y del compromiso con el correr de los días mundialistas no fue sorpresivo. Algunos estudios sociológicos muestran que al ver un partido de otro equipo, desde afuera, hinchamos por el más débil. Y no dispongo de estudios que lo avalen pero, pareciera, si estamos involucrados es otro cantar; no solo queremos ser amigos del campeón sino ganar. Y jugar bien. Y Messi campeón (el clásico “última oportunidad”). 

El sábado 3 de diciembre, temprano, antes del partido de octavos de final, una amiga cuyo único texto sobre fútbol que había leído -lo decía con orgullo- era uno que escribí yo, casi como de favor, dice: “Tengo que preguntarte algo. No te enojes”. Le pedí que no me asustase, ¿qué cosa tan terrible confesaría?. La consulta era: “¿Qué es la scaloneta?”. No me enojé (aunque hubiera sido entendible, la quiero demasiado y no pude retarla). Le conté y le aclaré que, a pesar de lo que ella creía, no era un término peyorativo. Durante los días siguientes, cada vez que hablamos, la desafié a que incluyera esa palabra en cualquier conversación. Ahora, bajo el sol, ya caminó más de 25 cuadras, del Obelisco hacia la autopista porque acabamos de enterarnos de que el descapotable de la scaloneta no va a llegar hasta acá. Ya está afónica de tanto cantar. En el estudio de arquitectura donde trabaja le regalaron hace dos semanas la camiseta nacional. Desde entonces, por cábala, no se la sacó, hasta el domingo, ni para dormir. Me juró que hoy ya la había lavado. Elijo usar la frase al uso: elijo creer.

Durante el festejo, ya nadie se acuerda de varias cosas; como la infantil falsa dicotomía, estilo ¿a quién querés más, a tu mamá o a tu papá? De cuando se escuchaba la pregunta que forzaba una elección. ¿Prefiero que mi equipo gane la Libertadores o prefiero que Argentina salga campeón mundial? O la calificación “nació el Messi maradoneano”, una forma de ningunear que Messi es Messi y de olvidar sus gestos temperamentales previos, como cuando criticó, enojado, a la Conmebol luego de la última Copa América.

Sí queda la extrañeza. A esta altura de las cosas, el panel del programa Código Qatar por DeporTV desplegó -no siempre, pero algunas veces- igualdad de cupo. Algo poco frecuente, ¡anómalo! en las transmisiones deportivas de otros canales como TyC, ESPN y así... El sentido común todavía es macho. Aunque el universo del fútbol en sus mandatos y mensajes más conocidos, más extendidos, sigan siendo machirulos, los festejos, la sapiencia, el análisis lo exceden; las plebes, los disconformes, se apropian del juego, y se mostraron más que en otros mundiales.

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La reivindicación tiene cara de revancha

La alegría venía siendo no solo postergada, sino esquiva. El mundial de Rusia en 2018 fue un desastre deportivo, con jugadores y cuerpo técnico enemistados. Salvo por uno de los ayudantes del DT Jorge Sampaoli: Lionel Scaloni. En 2014 perdimos la final por muy poquito, 0-1, con gol de Mario Götze. Ya no estaba en la cima pero lo convocaron igual para este torneo y en las redes se multiplicaron los fantasmas del trauma argento. Volvía aquel malvado que nos eliminó y nos robó la copa. La paliza del 2010: derrota ante Alemania 0-4, dolorosa no solo por la diferencia en el resultado, sino porque Diego Maradona era el director técnico. Dolor absurdo porque al mismo tiempo Lionel Messi brillaba como el mejor jugador del planeta. En 2006, quedamos eliminados ante el local Alemania por penales; con la imagen bíblica del Ratón Roberto Ayala tirado, derrotado, sobre el piso verde, como un Cristo crucificado; hoy es parte del cuerpo técnico.

Bajo el mito de que Argentina “no gana nada”, en su libro Héroes, machos y patriotas, Pablo Alabarces admite que mientras el fútbol a nivel selección mayor no tuvo grandes logros, el deporte argentino sí. Por solo mencionar algunas: el básquet y la Generación Dorada, con Manu Ginóbili como estandarte, obtuvo medalla dorada en los Juegos Olímpicos Atenas 2004, y fue el primer equipo en vencer a Estados Unidos, equipo conformado en su totalidad por jugadores de la NBA, en Indianápolis 2002; el tenis y “la legión, cuando once jugadores llegaron a ser Top 25 del ránking mundial, y tantos otros logros más recientes. 

A veces no es tan complicado: “La alegría del triunfo es algo enorme en el deporte, muy difícil de pensar. Y esta junta muchos elementos: la idolatría por Messi, el torneo anhelado hace mucho tiempo, con factores que tienen que ver con cuestiones de cábalas y el pensar del espectador que cree que afecta el devenir en el juego, dice Garriga Zucal”.

La mejor comunicación -en relación a la mayoría de las transmisiones televisivas- la hacen los mismos jugadores (Messi abrazado a la copa como sujeto amado, temprano a la mañana en su IG) y el resto del relato lo armamos nosotros, las masas. El Premio Nobel de Literatura 1981, Elías Canetti diseccciona y distingue tipos de masividad. Dan ganas de quebrar, de mezclar y jugar con su taxonomía de Masa y poder, publicado en 1960. En estos días, las calles de Buenos Aires -porque Dios atiende en la capital, y los demiurgos también, por esos los mahomas del resto del país peregrinan hasta el Obelisco y un poquito hasta Ezeiza- aventuran a pensar un cruce de sus tipologías. Por un lado, la de “masa abierta”: todos podemos formar parte de ella, es la que se hace fuerte cuando se suma más gente y apunta hacia el mismo objetivo como ahora, mientras esperamos a nuestros ídolos y admiramos la velocidad de los inteligentes vendedores y de los trabajadores textiles que ya ofrecen camisetas con la tercera estrella bordada, y cuando, con envidia y estupor de pares -que no le pase nada, por favor- vemos hombres araña eufóricos trepados al poste de señalética “Guernica” que se dobla; porque no es la pelota (que no dobla), sino un estandarte urbano que nuestro compañero de festejo quiere domar, jugar arriba suyo pero, (“será de dios”), el poste, traicionero, no soporta su peso y lo devuelve al asfalto. 

Esta fiesta inclusiva desdibuja por un rato las diferencias sociales, como rezaba el efecto de carnavalización en la literatura del teórico ruso Mijail Bajtin. Ojo: también podríamos estar enojados, porque según Canetti estas “masas abiertas” que somos, son “inestables y efímeras, pero sumamente poderosas e incisivas”; porque también se forman para derrocar un régimen o para linchar a una persona. Entonces mejor pensemos el mix: lo que pasa en este festejo donde la gente busca jugadores que no están, mezcla la “masa abierta” con la “masa como anillo”. Está presente en estadios, espacios limitados donde, dice Canetti, se diluyen las diferencias individuales en pos de la unidad común. El adentro, en estos festejos mundiales, es el afuera de gran parte de la ciudad; la ciudad nuestro campo de juego, nuestro potrero tomado por las masas.

Por Sonia Busdassi

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