Ucrania: el invierno se acerca

Actualidad - Internacional 12 de noviembre de 2022
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Más que el hielo, la lluvia es la pesadilla de los militares de los dos frentes: sus vehículos, en especial los blindados, difícilmente pueden maniobrar cuando la “pequeña raspútitsa” –el “tiempo de las malas rutas” –, se declara en otoño: el barro puede transformar las ofensivas ucranianas en un calvario. “Aun con los vehículos modernos del cuerpo de ingeniería, es un fenómeno complicado de controlar” dice Thibault Fouillet, de la Fundación para la Investigación Estratégica (FRS). La “gran raspútitsa de primavera”, a la hora del deshielo, puede ser aún más perjudicial para las maniobras: durante los meses de febrero y marzo pasados, a comienzos de la intervención rusa, había demorado el avance de los blindados y ocasionado pérdidas importantes.

En cualquier caso, será un período de ralentización general de las operaciones, inconveniente tanto para los ucranianos, cuyas ofensivas de las últimas semanas podrían marcar el paso, como para los rusos, que se verán obligados, para su eventual retirada, a confiar en los pocos ejes que puedan maniobrar, que son fácilmente identificables por el enemigo. Entre las dos ofensivas, el hielo, endureciendo los suelos, devolverá la movilidad a los soldados, pero complicará la logística, provocando incremento de reparaciones, abastecimiento, calefacción…

Durante estos meses de otoño y de invierno, la población ucraniana en su conjunto, alcanzada las últimas semanas por los ataques rusos de misiles o drones contra las instalaciones eléctricas o indiscriminadamente contra edificios, se enfrentará a dificultades de iluminación, comunicación, calefacción, acceso al agua, abastecimiento y transporte. El cambio brusco de la estrategia rusa a partir del 10 de octubre —los bombardeos diarios sobre la totalidad de las ciudades de Ucrania— provocó la destrucción de más de un tercio de las centrales eléctricas del país, con cortes de corriente masivos desde la primera semana.

Cueste lo que cueste

Según el director regional del Banco Mundial para Europa del Este, Arup Banerji, un cuarto de la población ucraniana podría caer en la pobreza de aquí a fin de año —una proporción que se duplicaría a fines del 2023 si el conflicto perdura—. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR), Ucrania ya cuenta con siete millones de desplazados al interior del país. Banerji predice otra ola de desplazamientos internos si los graves daños al parque inmobiliario creados por los bombardeos no pueden ser reparados de aquí a diciembre o enero. Al no poder invertir la relación de fuerzas militares en poco tiempo, el ejecutivo ruso privilegia la acción psicológica y política.

Tras haber cambiado de tono en las últimas semanas, y al no esconder más los “errores” ni las “tensiones” de la operación especial en Ucrania, el canal público ruso Rossiya 1 (“Rusia 1”) permite decir a sus panelistas que hay que cortar el agua, matar de hambre, poner de rodillas a la población ucraniana. La capacidad de resiliencia de esta última será puesta a prueba cuando falten el agua, los víveres, la electricidad, el combustible: ¿hasta dónde irán el espíritu de sacrificio, el coraje, la unidad —hasta ahora espectaculares— de la sociedad civil ucraniana? ¿Y aquellos soldados que han dado pruebas de su habilidad, agilidad, adaptabilidad; incluso si han aprovechado ampliamente el apoyo europeo y estadounidense? “Sin calefacción, sin electricidad:  en Ucrania nosotros podemos, haremos el esfuerzo” promete un consejero militar del presidente Zelensky.

Las cuestiones de resiliencia también caen, en primer lugar, del lado de los militares rusos actualmente desplegados en Ucrania. En segundo lugar, de los que lo estarán en los próximos meses y de la población rusa en general, dada la movilización de la juventud, la fuga de una parte de los jóvenes mandos y las restricciones económicas crecientes. Éstas conciernen en menor medida al régimen ruso en sí mismo: “los reveses iniciales del ejército ruso no han hecho más que endurecer la voluntad del Kremlin de ganar cueste lo que cueste”, escribió el ex secretario de Estado de Asuntos Europeos, Pierre Lellouche.

Siempre más

Dichas cuestiones pueden jugar sobre la moral de los aliados de Ucrania. El “General Invierno”, con el que cuenta Vladimir Putin, puede alentar a la opinión europea —por la interrupción en el envío de gas ruso y el encarecimiento general de los costos del petróleo, gas, electricidad, madera, etc.— a expresar cada día un poco más su cansancio respecto de una guerra que sería cada vez menos la suya. Y, por lo tanto, limitar la ayuda en términos de más y más inteligencia, más y más entrenamiento, más y más equipo pesado, caro y ofensivo, ¡siempre más!; ayuda que coloca a Occidente cada vez más en la posición de co-beligerante de facto.

Las disonancias de estos últimos días entre Estados europeos a propósito de las estrategias de aprovisionamiento de gas y petróleo, agregadas a las incertidumbres políticas en varios países modelo del continente —Reino Unido, Italia e incluso Francia— o los desacuerdos más antiguos (euro-húngaros, franco-británicos, franco-alemanes, greco-turcos, etc.) muestran hasta qué punto la Unión, que parecía sólida a la hora de la invasión y de las primeras olas de sanciones contra Rusia, deja lugar a un paisaje de contrastes.

El régimen de Moscú puede esperar que el efecto de sus propias sanciones contra los occidentales ponga fin a su resiliencia más rápidamente que el efecto de las sanciones contra su propio país (interrupción en el envío de material sofisticado, bloqueo de circuitos bancarios, desvinculación de grandes grupos extranjeros). Su aislamiento diplomático es muy real: el 12 de octubre, 143 estados adoptaron una resolución en la ONU que condena la invasión y las anexiones rusas (que solo tienen el sostén de Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Nicaragua). Rusia está limitada a descansar en el apoyo militar de Irán. El jefe de su diplomacia, Serguéi Lavrov, afirma que “no tiene ningún sentido, ni hay ningún deseo de mantener la misma presencia en los países occidentales. Por el contrario, los países del tercer mundo, tanto en Asia como en África, necesitan más atención”.

A largo plazo

Desde hace algunas semanas, la dinámica militar está del lado ucraniano y las fuerzas rusas están en una posición extremadamente delicada: “Asistimos, por un lado, al colapso de un sistema ruso que todavía seguía en el modelo soviético y, por otro, a la emergencia de un sistema ágil que se inspira en modelos occidentales y en parte estadounidenses” analizaba el 5 de octubre en Franceinfo el general Jérôme Pellistrandi, director de la revista Defensa Nacional. No obstante, invitaba a la prudencia: además del rol que jueguen en un sentido u otro las condiciones invernales, los rusos tienen a su favor el número, el tiempo a largo plazo y la profundidad estratégica.

Hacia fines de septiembre, en el marco de las Jornadas de Cooperación Mediterránea en Tolón, el general francés Vincent Breton, del Centro conjunto de Conceptos, Doctrinas y Experimentaciones (CICDE) se interrogaba sobre los escenarios posibles a mediano plazo, incluso si reconocía que los “pseudoreferéndums” seguidos de anexiones en las regiones de Jersón, Lugansk, Zaporiya y Donetsk enturbian un poco las previsiones:

  • escenario de estancamiento: se pensaba que esta guerra iba a ser corta y no lo es. Con el invierno que se acerca, se desemboca en un conflicto congelado con combates esporádicos;
  • puede ser también la adopción de Vladimir Putin de una hoja de ruta de tipo: “Gané mi operación especial, ahora voy a consolidar mis territorios anexados”;
  • no se puede excluir el eventual colapso de uno de los dos beligerantes, los ucranianos o los rusos;
  • incluso una revolución en el palacio de Moscú que dé lugar a un equipo más extremista que el de Putin o a dirigentes que busquen por todos los medios una paz negociada;
  • es posible imaginar, en el marco de una escalada mal controlada, una extensión del conflicto a la OTAN;
  • y prever, de manera casi segura, el desarollo de crisis periféricas en otros lugares del mundo, ligadas a la inflación, a la escasez alimentaria o de energía, que deriven en parte de esta guerra: disturbios violentos, dificultades sociales en las democracias occidentales o en el arco de la crisis afro-mediterránea

¿Moral revitalizada?

La tesis de un posible colapso del ejército ruso sigue siendo controvertida: ciertamente, conoció una seguidilla de decepciones y reculó bajo los efectos de las ofensivas ucranianas al noreste y al sudeste desde comienzos de septiembre. Además, como lo confirman numerosos indicios, la moral de los soldados rusos está muy baja. Sin embargo, para que se inicie una eventual desbandada general de fuerzas expedicionarias sería necesario que un objetivo mayor como Jersón —la primera capital regional caída en manos de los rusos al comienzo de la invasión— sea recuperada por los ucranianos antes del invierno. 

Sin prejuzgar lo que sucederá con esta importante región del sur en las semanas que siguen, la decisión de mediados de septiembre de evacuar una parte de su población —oficialmente para permitir al ejército ruso organizar más libremente sus líneas de defensa— al menos es signo de que los combates alrededor de esta cuidad serán una etapa clave del conflicto. Las unidades rusas desplegadas en esta región parecen ser de mejor calidad que las unidades dispuestas más al norte, según Tornas Ries, de la Escuela Superior de Defensa Nacional de Estocolmo, citado por L’Express. Sin embargo, según otras fuentes, estas unidades habrían sido reemplazadas por reclutas recientes —quizás un signo de que el Estado Mayor ruso no desea “sacrificar” a sus mejores tropas en un combate que estaría perdido de antemano—.

En todo caso, el contingente expedicionario ruso está a la espera de nuevos refuerzos en las semanas o meses próximos, luego de las campañas de movilización lanzadas en septiembre en Rusia y, en opinión de algunos, en los países obligados de Asia central. Por otro lado, la eficacia de las oleadas diarias de ataques con misiles y drones estas últimas semanas en decenas de ciudades, justo después de la renovación del mando de la “operación especial”, sin duda ha revitalizado la moral de los militares rusos.

Sin Crimea

El colapso de un ejército ucraniano con lo último de sus reservas, extenuado por estos ocho primeros meses de guerra, faltándole combatientes y municiones, en el contexto de un país agotado, con redes de comunicación, transporte y abastecimiento desorganizados, algunas ciudades completamente destruidas, una agricultura devastada, una población que sobrevive con dificultad, etc., es una hipótesis todavía menos verosímil: aparte del patriotismo, la resistencia y la inventiva de las fuerzas ucranianas, es posible que sus “padrinos” estadounidenses y europeos hagan de todo para evitarles la pérdida de estabilidad, al menos a corto y mediano plazo.

Lo mismo sucede con la hipótesis o el escenario de una franca escalada: Putin jugaría el todo por el todo, decretaría la movilización general cueste lo que cueste (impopularidad, fuga de mandos, como ya se vio con la movilización parcial lanzada en septiembre) y decidiría atacar fuerte y todavía más indiscriminadamente. Incluso utilizar armas nucleares tácticas para obtener un vuelco rápido y decisivo de la relación de fuerzas.

En este último caso, las repercusiones serían enormes. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha advertido —durante una reunión de Ministros de Defensa el pasado 13 de octubre— que la utilización de armas nucleares cambiaría completamente la naturaleza del conflicto y suscitaría una viva reacción de la Alianza. Tampoco perdió la ocasión de señalar que el Grupo de Planes Nucleares de la OTAN (del que Francia no participa en razón de la autonomía de su propia fuerza de disuasión) celebró recientemente una de sus reuniones periódicas.

Más probable, en el caso de que Kiev conserve la iniciativa estratégica, sería el escenario de una reconquista progresiva del terreno perdido por Ucrania desde febrero, con el objetivo de una “victoria” el próximo año: primero hasta el río Dniepr, luego la región de Zaporiya, etc., pero sin tocar Crimea, sobre la cual Putin no cederá, como sostienen la mayoría de los observadores. La condición sería que los europeos y los estadounidenses continúen involucrándose y que, incluso, acentúen sus esfuerzos a riesgo de acercarse a las “líneas rojas” decretadas por los rusos. Para Moscú, eso sería un doble fracaso: un golpe inútil en términos territoriales y costos económicos y políticos colosales.

Estrategia del caos

En un modo más soft, podríamos encontrarnos con posiciones que se paralizan, beligerantes al límite de su potencial: el “General Invierno”, el conflicto congelado, eventuales negociaciones, una lasitud general —incluida la de los amigos de la causa ucraniana, que empujarían a un acuerdo— y hasta el apartamiento del impetuoso “servidor del pueblo”. Antes de llegar a eso, un Putin debilitado, a la cabeza de un régimen desacreditado, podría contentarse con un escenario de descomposición: no solamente una política de sumisión de Ucrania, sino una destrucción metódica de sus infraestructuras y, en Europa, una “estrategia del caos”: la “guerra del gas”, la denuncia de Occidente, desde ahora el gran lobo feroz, la “guerra de la información”, etc.

Nada dice que Vladimir Putin haya renunciado a sus objetivos de guerra iniciales: poner fin al “genocidio” contra las poblaciones rusófonas y rusófilas y “desnazificar” un régimen considerado indulgente con los ultranacionalistas. Un relato que “se dirigía a la opinión rusa”, explica Céline Marangé, del Instituto de Investigación de la Escuela Militar (IRSEM), participante de las Jornadas Estratégicas del Mediterráneo. Relato que tiene la ventaja de devolver a los remitentes occidentales su cantinela sobre la “responsabilidad de proteger” (8).

Lista de errores

“¿Después de Ucrania?”, se interrogaban los participantes del Encuentro Estratégico del Mediterráneo  que hicieron la cuenta de la impresionante serie de errores de apreciación cometidos especialmente por el Ejecutivo ruso durante esos primeros ocho meses de guerra:

  • al principio, se creía que esta guerra era improbable porque no era posible ganarla. Sin embargo, Rusia intervino, sobreestimó sus propias fuerzas, la debilidad ucraniana, la falta de reacción occidental, etc.;
  • la guerra continúa siendo un enfrentamiento de fuerzas morales y voluntades: en ese juego, Ucrania gana en materia de cohesión, de movilización, de unidad;
  • las fuerzas morales de los soldados rusos han sido corroídas por la mentira sistemática, la ausencia de preparación psicológica y el sinsentido de esta guerra: una “operación especial”, al principio presentada como pan comido, luego los reclutamientos generosamente pagados o más o menos forzados (hasta en el seno de minorías étnicas, en prisiones…), el recurso al Grupo Wagner o a los asesinos chechenos de Kadyrov —por no hablar de los errores logísticos constatados a lo largo de esta intervención—;
  • enfrente, los ucranianos que se apoyan mutuamente, un ejército que ha sorprendido por su agilidad, inventiva, capacidad para descentralizar y que parece tener la confianza de la opinión pública;
  • un presidente, Volodímir Zelensky, que permanece en el sitio, a la cabeza de instituciones que no se derrumbaron, un Estado que funciona, una administración territorial, un esfuerzo de guerra sostenido por las municipalidades.

Zelensky superstar

Hay que agregar a este tablero una estrategia de comunicación muy eficaz de Kiev, desarrollada con el apoyo de consultores occidentales especializados que se enfocan a la vez en la población ucraniana, los públicos occidentales, la opinión rusa y los dirigentes del mundo entero, mientras que, en Moscú, se ha recurrido —al menos hasta fines de septiembre— a las mentiras exageradas o las amenazas para dar miedo (el recurso a las armas nucleares). Asimismo:

  • un ejército ruso en posición contraria: muchas pérdidas en los mandos, la dificultad para integrar, armar, acarrear a las centenas de miles de movilizados, la partida hacia el extranjero de centenas de miles de jóvenes para escapar;
  • anexiones precipitadas de regiones conocidas como prorrusas en el este y en el sur, incluso cuando el ejército ruso debía abandonar algunas de sus posiciones;
  • el aliado Alexandre Lukachenko, presidente de Bielorrusia, no tan cooperativo como lo desearía Moscú; Occidente más unido de lo previsto (con ocho series de sanciones, material de asistencia técnica a raudales, etc.).

En un bunker

La escalada ruso-ucraniana, en la cual están embarcados desde el comienzo los estadounidenses y los europeos al servicio de su aliado de Kiev, vuelve a poner en primer plano el debate sobre los riesgos de la cobeligerancia. La intervención de la Unión Europea (UE) como institución ha sido confirmada recientemente: con el título de Apoyo por la paz —un fondo que hasta ahora había beneficiado especialmente a la Unión Africana, así como a los Estados del continente negro—, una nueva porción de 500 millones de euros ha sido desbloqueada durante el Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores reunido en Luxemburgo el 17 de octubre, que también ha aprobado el marco de la nueva misión de formación de las fuerzas armadas ucranianas, la EUMAM Ucrania, como lo revela B2, el sitio bruselense independiente que sigue día tras día la actualidad diplomática y de seguridad europea.

Aunque Ucrania todavía no es miembro de la Unión, su ministro de Asuntos Exteriores, Dmytro Kuleba, intervino en esta reunión desde el bunker donde se refugiaba mientras su barrio en Kiev era objeto de ataques de drones: “Es la primera vez que hablamos con un ministro refugiado en un bunker”, contó Josep Borell, el alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE, para quien “Putin pierde política y moralmente”.

La OTAN, cuyos ministros de Defensa se habían reunido algunos días antes en Bruselas, no intervino directamente, recordó su secretario general Jens Stoltenberg. Sin embargo, éste denunció nuevamente la “guerra de agresión salvaje” de Rusia, que compensa sus fracasos en el terreno militar recurriendo a una “retórica nuclear irresponsable” (“reckless”) y ataques indiscriminados contra civiles e infraestructuras críticas. Esto constituye, según él, un giro radical en esta guerra.

La Alianza, cuyos principales Estados miembro se comprometieron ampliamente con la asistencia al ejército ucraniano, quiere proporcionarle, en el corto plazo, cientos de equipos antidrones y ayudar, a más largo plazo, a pasar de sus equipos de la era soviética a materiales más modernos… bajo los estándares de la OTAN.

Por Philippe Leymarie * Le Monde Diplomatique

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