¿Monetarismo sí o no? ¿En qué quedamos?

Economía 15 de octubre de 2022
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Un artículo de reciente aparición en Le Monde diplomatique firmado por Fabián Amico, Franklin Serrano y Matías Vernengo (https://recursoshumanostdf.ar/contenido/11920/como-evitar-el-bimonetarismo-y-el-monetarismo) busca insertarse en un debate sobre inflación y monetarismo a partir de una nota de Eduardo Crespo, también publicada en El Dipló, que alertaba sobre los riesgos de la desaparición del peso como moneda nacional (.https://recursoshumanostdf.ar/contenido/10877/como-evitar-la-desaparicion-del-peso). Para ello no solo contraponen los enfoques ortodoxo y heterodoxo, sino que buscan generar un debate al interior de estos últimos, sosteniendo que, salvo el propio, el resto de los planteos no logra superar la visión monetarista.

En este texto queremos discutir con algunas de las premisas y de las “soluciones” propuestas en el artículo de Amico, Serrano y Vernengo, pero también, y no menos importante, desmontar la caricaturización que los autores hacen de otras visiones, mostrando, en el mejor de los casos, una lectura superficial y sesgada de trabajos ajenos. Comencemos por esto último. 

El artículo comienza presentando de modo sucinto las visiones ortodoxa y heterodoxa sobre las causas del denominado bimonetarismo en la Argentina. Mientras que para la primera este fenómeno sería culpa del financiamiento monetario del déficit fiscal (“populismo macroeconómico”), para la segunda la causa sería… ¡el financiamiento monetario del déficit fiscal! Solo que con una explicación distinta sobre cuáles son los mecanismos operativos: en el caso de la visión heterodoxa, el efecto sería indirecto, ya que el financiamiento monetario del déficit incrementaría la demanda de dólares por parte del sector privado.

Pero nos interesa destacar que, dentro de las explicaciones heterodoxas, los autores identifican una vertiente que atribuiría el bimonetarismo a la actividad especulativa presente en la economía de nuestro país. Citamos textualmente: “para algunos heterodoxos, el alto grado de dolarización resultaría de problemas específicos de la Argentina, de especuladores que jugarían en contra de la moneda nacional. Sería un patrón de acumulación de los sectores internacionalizados, que promoverían una estrategia de endeudarse externamente para fugar”. Para justificar esta posición ponen como ejemplo un capítulo del libro ¿Por qué siempre faltan dólares? cuyo autor es uno de los firmantes de esta nota.

Citamos un pasaje textual de dicho artículo para que el lector pueda sacar sus propias conclusiones sobre lo apuntado por Amico, Serrano y Vernengo. En libro en cuestión se afirma lo siguiente: “Si bien en el país la fuga de capitales es una práctica extendida, dado que la moneda local no opera como reserva de valor, no se trata de un fenómeno singular de la economía argentina, sino que es un elemento común a otros países periféricos cuyas monedas no son validadas para las transacciones internacionales. En un escenario de creciente internacionalización comercial, financiera y productiva, el grado de valorización del circuito de acumulación del capital en su conjunto ha quedado establecido en términos del dinero-divisa”. Como podrá apreciar el lector, la de Amico, Serrano y Vernengo es, como mínimo, una lectura poco atenta.

El juego de las tasas

Ahora bien, vayamos al meollo del asunto y veamos cómo es que los autores, que pretenden situarse en el olimpo de la heterodoxia, terminan siendo en los hechos tan ortodoxos como los monetaristas. Para ellos, las causas de la inflación en la Argentina deben buscarse en la situación del sector externo y no en el déficit fiscal: «En un contexto de inflación de costos movida por la puja distributiva, la fragilidad externa es agravada por la presión cambiaria que resulta de la política monetaria, no de la fiscal». Serían las tasas de interés por debajo de la tasa de retorno de los activos financieros en dólares las que, en definitiva, explicarían el bimonetarismo y, por ende, la inflación. 

Los autores señalan que los gobiernos populares y los neoliberales han coincidido, aunque por distintos motivos, en sostener tasas de interés bajas. Mientras que para los gobiernos liberales prefieren las tasas bajas porque una tasa de interés alta tendría efectos negativos sobre la inversión privada y, por ende, sobre el nivel de actividad, los gobiernos populares optarían también por tasas bajas, pero para reducir rendimientos del capital financiero, fomentar la actividad y mejorar la distribución. Según los autores, estas concepciones son equivocadas, ya que la tasa de interés no tiene incidencia sobre la inversión privada, que estaría determinada únicamente por la demanda efectiva esperada. Para ellos, alcanzaría con establecer una tasa de interés lo suficientemente elevada como para desalentar la fuga hacia el dólar, sin necesidad de tomar medidas adicionales para combatir la inflación como, por ejemplo, un ancla cambiaria o el necesario restablecimiento de capacidades regulatorias por parte del Estado (buena parte de las cuales fueron barridas por los sucesivos experimentos neoliberales en el país).

Coincidimos con los autores en que el déficit fiscal no es el principal causante de la inflación y que se trata de un fenómeno vinculado estructuralmente a la vulnerabilidad externa, pero discrepamos en que el aumento de la tasa de interés alcance para descomprimir por completo la presión sobre el dólar o, en todo caso, a qué costo se produciría, sobre todo en un mundo que se dirige a una nueva fase recesiva. El razonamiento de Amico, Serrano y Venrnengo presenta dos escollos significativos, uno de índole empírica y otro teórica.

En el primer caso, si uno se aleja un poco de los modelos macroeconómicos abstractos y repasa la historia económica del país (algo que muchas veces ciertos “heterodoxos” renuncian a hacer), se encontrará con que hubo períodos con tasas de interés positivas en dólares, superiores a la tasa internacional, en distintos pasajes de planteos neoliberales: tras la sanción de la reforma financiera en 1977 bajo la vigencia de la “tablita cambiaria”, durante la vigencia de la Convertibilidad en los años noventa y en los primeros años del gobierno de Macri. El problema es que en ningún caso este esquema de tasas de interés permitió superar el bimonetarismo; más bien lo contrario, se terminó por afianzar el dólar como moneda de reserva e, incluso, como unidad de cambio y de cuenta para algunos bienes. Si bien es cierto que la Convertibilidad tuvo éxito en la baja de la inflación, ello no fue gracias a que las tasas de interés ofrecían un mayor rendimiento que los activos en dólares sino a la fijación del tipo de cambio, una política con altísimos costos en materia de pérdida de acervo productivo y un fuerte incremento del endeudamiento externo y de la desocupación, entre otras consecuencias deletéreas.

Estas experiencias históricas nos muestran que la suba de la tasa de interés como único instrumento para frenar la demanda de dólares conduce a procesos de valorización financiera que terminan con crisis de la deuda, desindustrialización, salida de capitales masiva y fuertes devaluaciones que impulsan la inflación y, con ello, una redistribución regresiva del ingreso. Lo cual nos lleva, a su vez, a analizar el problema teórico del planteo de Amico, Serrano y Verenengo.

Los autores pasan por alto una variable central que determina el proceso de acumulación de capital: la tasa de ganancia. Ello no invalida la importancia de la demanda efectiva, porque ciertamente las mercancías y servicios producidos deben ser realizados en el mercado (vendidos) para poder dar ganancias. Pero nadie invierte solo porque pueda vender mucho si con eso no obtiene una ganancia acorde a la magnitud de la inversión realizada. Basta ver lo que sucede con los productos del programa “Precios cuidados” cuando la inflación va achicando sus márgenes, los cuales dejan de ser repuestos en las góndolas de los supermercados a pesar de ser los más vendidos. 

Este punto es central porque ningún proceso de crecimiento económico en un país periférico como el nuestro puede ser sustentable si en el largo plazo la tasa de interés supera sistemáticamente a la tasa de ganancia en el sector productivo, tal como sucedió durante los mencionados regímenes neoliberales. Las consecuencias no son otras que las descriptas: desindustrialización, reprimarización, endeudamiento externo y regresividad distributiva. Esto no quiere decir que la tasa de interés deba ser necesariamente negativa en términos reales, sino que la tasa de ganancia que requieren los capitales para ser invertidos en la producción debe ser más alta que aquella.

¿Quién es quién?

El aumento de la tasa de interés como único instrumento, sin preocuparse por las condiciones estructurales que presenta el capitalismo dependiente argentino y, por lo tanto, qué intereses detentan los sectores dominantes, solo favorece la generación de burbujas que son aprovechadas por grandes actores económicos que operan con una lógica financiera, hasta que finalmente deviene la crisis, que siempre se “resuelve” con un avance del capital sobre el trabajo. Para acabar con el bimonetarismo es necesario generar condiciones que hagan atractiva y viable la reinversión productiva del excedente económico generado. Pero ello, en el marco de una economía que se ha reprimarizado de la mano tanto de políticas neoliberales como “neodesarrollistas”, se vuelve cada vez más complejo, ya que los grandes actores económicos (empresas extranjeras y unos pocos grupos económicos locales) sólo encuentran interés en aquellos sectores que presentan ventajas comparativas estáticas vinculadas a la explotación de recursos naturales (fundamentalmente agroindustria, minería e hidrocarburos. Es decir, actividades con un acotado aporte en materia de valor agregado y, por lo tanto, insuficientes por sí solas para generar condiciones de vida dignas para 46 millones de argentinos.

Estos actores remiten además al exterior el valor producido en el país en la forma de pagos de patentes, regalías, servicios tercerizados, remisión de utilidades y dividendos, servicios de deuda, precios de transferencia en operaciones intra-corporativas, etc. De modo que una parte relevante de las divisas generadas se vuelve a ir de la economía, alimentando la necesidad de profundizar el avance exportador para compensar las cuentas externas y, con ello, reforzando la centralidad estructural de este núcleo del poder económico doméstico.

Si se quiere lograr un verdadero desarrollo económico es necesario modificar el perfil productivo, lo cual solo podrá darse mediante una necesaria intervención estatal que busque reorientar el desarrollo de las fuerzas productivas con otros horizontes sociales y económicos. Aquí es donde se puede comprender el desdén que muestran algunos “heterodoxos” por aquellos que tratamos a la economía como lo que es: una ciencia social, en la cual el poder económico se distribuye desigualmente entre actores con intereses contrapuestos y situados en un determinado contexto histórico. No parece un enfoque acertado tratar a la economía argentina como un agregado de acciones individuales, que admitan explicar y resolver el problema del bimonetarismo a partir de un equilibrio parcial. Postular soluciones abstractas y ahistóricas no solo reduce enormemente la complejidad del problema, sino que soslaya quiénes son los que se terminan beneficiando con las mismas. Coincidimos plenamente con los autores en que para superar el bimonetarismo primero hay que abandonar el monetarismo. Pero como dice el dicho popular, les sugerimos que empiecen por casa.

Por Martín Schorr y Andrés Wainer

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