China y Rusia marcan el tiempo de las "potencias responsables" en el siglo XXI

Actualidad - Internacional 18 de septiembre de 2022
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El primer ministro de la India, Narendra Modi, aprieta fuerte las manos de Vladimir Putin, a su derecha, y la de Xi Jinping a la izquierda. Los tres sonríen para la foto, conscientes de su protagonismo en este momento trascendental de un cambio de época.

Están en la legendaria Samarcanda (Uzbekistán), famosa porque su fastuosidad aparece una y otra vez en los relatos de Las Mil y una Noches y porque fue, hace 2200 años, el centro neurálgico de la antigua Ruta de la Seda. Cuenta la historia que, desde allí, como punto de cruce de los caminos que conectaban Oriente y Occidente, se difundió, entre muchos saberes científicos y tecnológicos, el secreto de la fabricación del papel. Durante siglos fue uno de los núcleos civilizatorios de mayor irradiación artística y de poder. Su fama está, además, indisolublemente ligada a la figura de Tamerlán, el gran guerrero nómada del siglo XIV, musulmán de origen túrquico y mongol, que conquistó ocho millones cuadrados de tierra en Eurasia, desde la Delhi a Moscú y desde Alma Ata en Kazajastán hasta la zona turca de Anatolia.

No es casualidad que Samarcanda, con la fuerza simbólica que tiene en Asia, haya sido elegida para congregar, el 15 y 16 de septiembre pasado, la XXII cumbre de la Organización para la Cooperación de Shangai (OCS), la mayor entidad global de la actualidad. La OCS fue fundada en esa ciudad china en 2001. Estaba integrada por ocho naciones: Rusia, China, India, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán. Pero en esta cumbre se han sumado dos más: Irán y Bielorrusia. El presidente turco, Recep Erdogan, por su parte ya comunicó que aspira también a que su país se convierta en miembro pleno. Están asociadas a la OCS además: Afganistán, Mongolia, Armenia, Azerbaiyán, Camboya, Nepal y Sri Lanka. Los países miembros de la OCS producen una cuarta parte del PBI mundial y representan casi la mitad de la población del planeta: 3.200 millones de personas. 

Al margen de la reunión central, los presidentes Xi y Putin mantuvieron un encuentro en privado, el primero desde el 4 de febrero de este año, en los días previos a la “operación militar especial” del Kremlin en Ucrania. El momento actual vuelve a ser crucial para Rusia. El incremento de la venta de armas estadounidenses y europeas a Ucrania y el recrudecimiento de los ataques ucranianos –sobre todo en las áreas que rodeas la planta nuclear de Zaporozhie- han abierto un nuevo interrogante en torno al curso de la guerra. La administración prorrusa de la zona asegura que no se está aún en una situación de emergencia, pero la sombra de una catástrofe atómica sobrevuela a Europa y al resto del mundo. Por el momento el único reactor operativo de la central está cerrado.

La perspectiva futura de la guerra en Ucrania fue, según trascendió, una de las preocupaciones manifestadas por Xi. Tras la reunión bilateral, Putin habló con la prensa, pero fue escueto: aseguró haber aclarado la posición de Rusia y agradeció “la postura equilibrada de China respecto a la crisis ucraniana”. Aprovechó para condenar las “provocaciones” de Estados Unidos en Taiwán y para reiterar que el Kremlin adhiere al principio de “una sola China”.

Por otra parte, las declaraciones públicas del presidente chino no dejaron dudas sobre el apoyo “sin límites” a su par ruso. No obstante, hubo algo más importante aún: Xi anunció la voluntad de liderar, junto con Moscú, la nueva época global emergente. "Ante los tremendos cambios de nuestro tiempo a escala mundial, sin precedentes en la historia, estamos dispuestos, junto con nuestros colegas rusos, a ser un ejemplo de potencias mundiales responsables y a desempeñar un papel de liderazgo para situar este mundo tan cambiante en la senda del desarrollo sostenible y positivo”, dijo.

El concepto del “fin de una era” y de “punto de partida para una nueva realidad geopolítica” fueron los pilares de la cumbre en Samarcanda. El presidente anfitrión, el uzbeko, Shavkat Mirziyoyev, tal vez inspirado en las lecturas de la obra del italiano Antonio Gramsci, aseguró que nos encontramos “ante un período de ruptura histórica, en el momento en que termina una época y empieza otra aún imprevisible y desconocida”. 

Hubo muchas y significativas medidas de cooperación acordadas en la cumbre entre los países miembros: alianzas en ciencia y tecnología, acuerdos de protección de la seguridad regional y nuevos pactos comunicacionales, entre otros. Pero tal vez lo más relevante hayan sido el impulso a la integración euroasiática y la voluntad explícita de continuar con la creación de una nueva arquitectura financiera, comercial y económica. En este plano, Xi se refirió al intercambio en monedas nacionales (ya en funcionamiento) lo que sin dudas es la antesala para un nuevo orden monetario global.

“Hemos de implementar debidamente la hoja de ruta de los Estados miembros de la OCS para la ampliación de su participación en la liquidación en monedas locales, desarrollar mejor el sistema de pago y liquidación transfronterizos en monedas locales, promover el establecimiento de un banco de desarrollo de la OCS, y acelerar el proceso de integración económica regional.”

Y en ese marco anunció que la nueva etapa de Asia incluirá el uso mancomunado de los adelantos aeroespaciales, datos satelitales y desarrollo industrial. “El año que viene –dijo Xi en Samarcanda-, China auspiciará una reunión de la OCS sobre las cadenas industriales y de suministro, y establecerá el centro de cooperación de macrodatos China-OCS, a fin de crear nuevos motores para el desarrollo compartido. China se dispone a desplegar la cooperación aeroespacial con los demás países de la OCS y proporcionar servicios de datos satelitales para apoyarlos en el desarrollo agrícola, la construcción de conectividad, y la mitigación y atención de desastres”. 

Un nuevo mundo es posible y pareciera que ya está en marcha.

Por Telma Luzzani

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