El combate primordial

Actualidad - Internacional 20 de julio de 2022
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“Quien controla los alimentos, controla a la población;
quien controla la energía, controla continentes,
quien controla al dinero, controla al mundo”.
 

Esta frase, atribuida a Henry Kissinger, remite al eje sobre el cual gira la guerra en Ucrania. Hoy la energía, los alimentos y el dinero ocupan el primer plano del escenario político mundial y muestran su rol en el mantenimiento de la actual estructura de poder global. Más allá de las ideologías, de los sistemas políticos y de la capacidad militar de los países involucrados en esta guerra, la misma saca a la superficie un combate primordial por el control de recursos estratégicos.

Este combate no es casual: brota de las entrañas de una estructura de poder mundial resquebrajada por la crisis sistémica del capitalismo global monopólico. En esta etapa de su desarrollo, este modo de producción busca maximizar ganancias en todos los órdenes de la vida social y en los lugares más recónditos del planeta. Así ha logrado integrar a la economía y a las finanzas globales a un nivel inédito en la historia de la humanidad, sometiendo al mundo entero a una dinámica que, sustituyendo la inversión productiva por el endeudamiento ilimitado, deriva en una brecha creciente entre el aumento del endeudamiento y el crecimiento de la economía real. Esto genera estancamiento económico, crecimiento de la especulación financiera, enorme concentración de la riqueza en pocas manos y creciente desigualdad económica y social entre países, regiones, sectores sociales e individuos. También destruye al clima y al medioambiente, depreda recursos no renovables de importancia estratégica, multiplica reclamos y demandas insatisfechas, pulveriza la legitimidad de los valores y de las instituciones y esparce a los cuatro vientos un vértigo caótico de conflictos locales y geopolíticos que escalan hacia un futuro cada vez más incierto. En su agonía, esta estructura de poder global muestra sus pies de barro y su cabeza corroída por una irracionalidad maníaca. Paradójicanente, en la penumbra de este derrumbe se esboza la esperanza de un mundo mejor, que moviliza las energías humanas hacia la reflexión y la creatividad, única forma de superar el caos que vivimos.

En los tiempos que corren, la escalada militar en Ucrania no admite límites y se encamina hacia una confrontación entre potencias nucleares. Este ritmo alocado contribuye a revelar la crisis de la hegemonía global de los Estados Unidos. Hay, sin embargo, algo más: al tiempo que visibiliza el rol de la energía, de los alimentos y del dinero en el dominio global del planeta, la guerra en Ucrania también saca a la intemperie la importancia de la información como fuente de dominación global. Su control y manipulación permite bloquear la capacidad cognitiva y manipular los deseos y sentimientos más oscuros de la población mundial. De este modo, el relato oficial de la guerra es hoy parte esencial del conflicto militar. La brutal importancia de su rol en la guerra expone la vigencia de una nueva fase en la evolución del capitalismo global monopólico, dominada por el control digital de todos los aspectos de la vida social. Esta fase intensifica a los conflictos existentes y a la vez expone la forma en que los valores, deseos y objetivos son cooptados, vaciados de contenido y subvertidos para asegurar la dominación política a nivel mundial.

Las causas del conflicto militar en Ucrania trascienden, pues, las definiciones ideológicas y las características e idiosincrasias de sus principales actores y apuntan hacia una crisis sistémica de la estructura de poder global. Así, en medio del derrumbe destructivo y del caos, una certeza empieza a tomar cuerpo: salir de la crisis implica cambiar los criterios de apropiación y distribución del excedente y de los recursos de la sociedad, pero ello sólo es posible a partir de la transformación de las formas de organización y participación de la ciudadanía en las decisiones y en la elaboración de consensos. Esto implica avanzar hacia la construcción de nuevas instituciones y nuevas formas de legitimación social y política: tarea ardua, pero posible.

Crisis de hegemonía y guerra

El objetivo oficial de no negociar y “desangrar a Rusia” en un conflicto largo, que genere las condiciones para un “cambio de régimen” y la posterior desintegración del país, unifica el pensamiento de los neocons que, más allá de su eventual pertenencia al Partido Demócrata o Republicano, dominan la política exterior norteamericana desde hace décadas. Recientemente, un importante dirigente de este sector sintetizó la relación entre estos objetivos y el control de recursos estratégicos. Para el ex secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, la guerra en Ucrania jamás terminará en una paz negociada, ya que su objetivo último es impedir la reconstitución del poder de Rusia y su capacidad para dictar “el abastecimiento global de energías fósiles, causando una hemorragia económica en los Estados Unidos y en el resto del mundo (…) Esta guerra muestra la centralidad de la extracción de los hidrocarburos en la geopolítica mundial (…) estos son la base de todo lo que consumimos (…) y constituyen los pilares en los que descansa el poder geoestratégico norteamericano y la paz” en el mundo.

Estas definiciones se dan al tiempo que las tropas rusas avanzan decisivamente en la región del sudeste de Ucrania y se avizora la inminente aniquilación del centro de comando de las operaciones del ejército de Ucrania en el Donbas, poniendo así fin a la batalla que allí se libra y aumentando el territorio bajo control ruso de un modo por demás significativo. Mientras tanto, la guerra informativa anuncia el inicio de una “contraofensiva” del ejército de Ucrania, que con “un millón de personas” retomará los territorios perdidos. Esto ha dado lugar a nuevos pedidos de envío de equipo y financiación a Ucrania, al tiempo que se conoce la creciente inquietud de distintos funcionarios del Pentágono ante la existencia de un entramado de operaciones de venta clandestina de armamento, cuyo destino final se desconoce. Asimismo, al tiempo que aumenta el flujo financiero hacia las corporaciones que producen armamentos, proliferan dudas sobre la capacidad que estas tienen para sustituir la munición y el equipo que se gasta por semana en una guerra que no tiene aparente fin.

La respuesta del Presidente ruso, Vladimir Putin, al anuncio de la futura contraofensiva de las fuerzas de Ucrania fue rápida e incisiva: “Dicen que quieren derrotarnos en el campo de batalla: pues bien, que lo intenten (…) hasta ahora sólo hemos utilizado una fracción mínima de nuestra fuerza (…) no rechazamos las negociaciones de paz, pero aquellos que no la aceptan deberían saber que cuanto más tiempo pase, más difícil les será negociar con nosotros”. Dejó así entrever el posible avance de las tropas rusas sobre otras regiones de Ucrania. Para Putin, Rusia ya ha ganado una guerra cuyo significado trasciende las fronteras del país: “Vamos hacia un mundo verdaderamente multipolar, que no está basado en las reglas inventadas de acuerdo a los intereses de algunos y detrás de las cuales sólo existe el deseo de hegemonía”. Un nuevo orden global puja por nacer, un orden “basado en la ley internacional, en la soberanía de los pueblos (…) construyendo cooperación en base a democracia, justicia e igualdad (…) Este proceso ya no puede ser detenido”.

Recursos y crisis económica global

La implosión financiera internacional de 2008 fue detonada por factores internos –la especulación con las hipotecas subprime y sus derivados– de un sistema financiero muy sobreendeudado. En los tiempos que corren, el sobreendeudamiento es mayor al existente en 2008 y se ve amenazado por factores “externos” a la dinámica especulativa de las finanzas. La guerra comercial desatada por el gobierno de Donald Trump contra China y la pandemia provocaron una disrupción de las cadenas de valor global y el consiguiente impacto sobre los precios de todos los bienes y servicios a nivel mundial. Este fenómeno fue amplificado por el poder de las corporaciones monopólicas (tanto en el transporte como en la producción) para acumular rentas a partir de la formación de precios. En consecuencia, la inflación fue permeando la economía mundial e impactando tanto al centro como a la periferia del orden global. Más recientemente, las sanciones contra Rusia y su respuesta, que –como vimos en otras notas– vincula el pago de sus exportaciones al rublo, relaciona a este con el oro y propicia transacciones por fuera del área del dólar, han profundizado la disrupción existente en las cadenas de valor global, el desabastecimiento de recursos energéticos y de alimentos y la estampida de sus precios. Han abierto además, las puertas a un nuevo orden global.

La inflación anual en los Estados Unidos hoy es del 9% y supera ampliamente a los aumentos implementados y proyectados por la Reserva Federal en las tasas de interés (actualmente del 1.75%) con el objetivo de combatirla. Estos incrementos plantean una amenaza a la estabilidad de un sistema financiero caracterizado por la burbuja de precios y el alto sobreendeudamiento. Entre fines de 2019 y junio de 2021, el valor de mercado de las acciones creció un 42%, llegando a los 54.789 billones (trillions) de dólares. Este valor supera al producto bruto combinado de los Estados Unidos, China, Japón, Alemania Francia, Italia, España e Inglaterra. Desde ese entonces, los valores de las acciones han caído, pero la volatilidad ha llegado para quedarse y la implosión financiera está a la orden del día. Detrás de la burbuja de los activos financieros, existe el endeudamiento que la hizo posible.

Hacia diciembre de 2021, existían 4.839 bancos comerciales asegurados por el gobierno federal. Sin embargo, sólo seis mega-bancos controlaban el 61% del total de los activos de la banca comercial y el 89% de los 234 billones (trillions) de dólares de deudas con derivados. Estos derivados conectan a estos seis bancos con mega-bancos extranjeros. El total de deuda global con derivados asciende a cifras astronómicas e inciertas, que varían desde los 600 billones (trillions) de valor nominal asignados por el BIS (Bank of International Settlements) a más de diez veces el valor del producto bruto mundial.

El fuerte endeudamiento norteamericano tiene su correlato a nivel de la deuda global, que hacia fines de 2021 había alcanzado los 303 billones (trillions) de dólares. En este contexto, una suba de las tasas de interés al 1.75 por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos es insuficiente para enfrentar a una inflación que crece al 9% anual, pero puede detonar un incendio no sólo a nivel del enorme endeudamiento norteamericano, sino también del global.

Esta situación precaria golpea especialmente a los países de la periferia, fuertemente endeudados en dólares, con escasas o nulas reservas y azotados ahora por la inflación internacional. El número de países en desarrollo en situación de stress de deuda se ha duplicado: cerca del 17% del total de la deuda soberana en dólares de estos países ya está en situación de stress. Un aumento de las tasas de interés de la Reserva Federal norteamericana alienta la salida de capitales, evapora sus reservas y augura un posible efecto dominó de defaults e implosiones sociales y políticas, al estilo de lo que sucede actualmente en Sri Lanka. De ocurrir, estos fenómenos afectarán inmediatamente al sistema financiero internacional y a la capacidad prestable del FMI. Un billón (trillion) de dólares, difícilmente podrá mitigar el incendio. Este panorama augura un futuro de enorme presión por parte del FMI sobre los países endeudados.

En este contexto, la propuesta de Rusia a los BRICS de crear una canasta de monedas locales y realizar transacciones al margen del dólar abre a los países de la periferia la posibilidad de utilizar sus recursos para cortar el endeudamiento ilimitado en dólares. Asimismo, augura el eventual fin del dólar como moneda internacional de reserva. Hoy, el 80% de las transacciones internacionales de petróleo se hacen en esta moneda. Las sanciones contra Rusia empezaron a modificar esta situación al provocar un aumento creciente del comercio del petróleo y gas entre Rusia, China y la India, y en sus monedas. El anuncio de la posible incorporación de Irán y Arabia Saudita a los BRICS potencia la amenaza al dólar como moneda internacional de reserva.

Argentina, en la crisis

La Argentina sufre el embate abierto de los desconocidos de siempre, unidos en el intento de producir “un cambio de régimen” lo antes posible para “terminar con el populismo”, imponer la regla de oro del más fuerte y fugar los enormes recursos naturales del país. La debilidad que perciben en el gobierno los enardece al punto de negarse a cualquier “pacto de convivencia”, a congratularse públicamente por la remarcación de precios, a exhibir guillotinas y mensajes abiertamente violentos y a anunciar con bombos y platillos que cuando vuelvan “terminarán con todos los derechos adquiridos”.

Este embate se acompaña por una violenta corrida cambiaria y financiera que no cede, a pesar de los esfuerzos del gobierno por calmar a los principales sectores del poder económico ofreciendo ajuste fiscal y tasas de interés a medida de sus demandas, entre otras promesas. En el medio de esta embestida, el FMI acecha cautelosamente. En su Acuerdo, ha prohibido la emisión de criptomonedas y seguramente pondrá todo tipo de trabas a la integración de la Argentina a los BRICs, a la realización de transacciones comerciales y financieras por fuera del área del dólar y al fortalecimiento del peso argentino, anclándolo en los recursos naturales que tiene el país. De ahí la importancia de poner fin a los espejos de colores de la dolarización y del bimonetarismo y de articular un movimiento, que –con el apoyo de diversos sectores de la sociedad– discuta el anclaje del peso en nuestros recursos naturales y la deuda odiosa que nos dejó Mauricio Macri. Para ello es necesario identificar a los que la fugaron y redefinir la relación presente y futura del país con el FMI, poniendo fin al endeudamiento ilimitado y a sus recetas de ajuste estructural.

En este contexto, el paso al frente y en conjunto de los distintos movimientos sociales exigiendo distintas medidas tendientes a proteger a los sectores más vulnerables constituye un hito de importancia crucial. La unidad en la calle es lo que permitirá ir hacia nuevas formas de organización que permitan poner límites al embate actual y avanzar con un programa de cambios económicos, políticos e institucionales que permitan al país salir del agujero actual. Hoy este plan no existe y esto alienta la ofensiva actual. La importancia de esta acción conjunta de los movimientos sociales explica el embate judicial y político contra sus dirigentes y los distintos intentos de dividirlos y de estigmatizarlos. Esto último releva la importancia de poner fin al clientelismo en todas las organizaciones e instituciones, incluidas las del Estado, conformando nuevas formas de participación política, que de abajo hacia arriba, redefinan los criterios de apropiación y distribución del excedente y de la riqueza que hoy colocan al país al borde del canibalismo y la desintegración social.

Por Mónica Peralta Ramos

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