Estados Unidos: Entre tropezones y caídas

Actualidad - Internacional 08 de julio de 2022
Biden

Ocurrió hace dos semanas. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, salió a dar un paseo en bicicleta por la playa, mientras se encontraba de vacaciones en Delaware, el estado por el que fue senador por más de 36 años. Ante un pequeño grupo de seguidores que lo aplaudieron al pasar, el presidente, ataviado con casco y ropa deportiva, detuvo la marcha para recibir el saludo y, de manera insólita, perdió el equilibrio y cayó al piso. El video se viralizó y el mundo entero se rió de Biden.
La situación del mandatario de 79 años puede servir de metáfora para pensar los equilibrios que se vienen perdiendo en el país del Norte. Su “estabilidad histórica”, producto de su poderío, le ha permitido no solo erigirse en potencia incuestionable durante más de un siglo, sino predicar desde los directorios de organismos multilaterales las recetas que otros países “en vías de desarrollo” deberían aplicar para parecérsele.

El economista jefe de JP Morgan para los Estados Unidos, Michael Feroli, estimó hace cuatro días que la economía estadounidense se acerca “peligrosamente a una recesión”. Por su parte, el banco de la Reserva Federal de Atlanta pronosticó que la economía de Estados Unidos se podría contraer en un 2,1% durante el trimestre de abril a junio de este año, sumando a la caída del PIB de 1,6% en el primer trimestre. Una cifra que se ajusta, según NBC, a la definición técnica de recesión.

Lo cierto es que la crisis económica que se viene expresando hace años es general y fue, como hemos afirmado en otras oportunidades, agravada por la guerra. El conflicto en Ucrania, desatado con una evidente y pública promoción de la Casa Blanca, está haciendo temblar a su propia economía doméstica. A mediados de junio, el precio del combustible en Estados Unidos alcanzó los 5,016 dólares por galón (casi cuatro litros), un valor que no tenía desde hace 40 años.
Esto llevó a Biden a pedir a las empresas, vía Twitter, que dejen de aprovecharse de los consumidores con un mensaje categórico: “Mi mensaje a las empresas que gestionan las gasolineras y fijan los precios es sencillo: es una época de guerra y peligro mundial. Reduzcan el precio para reflejar el costo que están pagando por el producto. Y háganlo ahora”.

El revés vino de parte del dueño de Amazon, Jeff Bezos, quien también se posicionó en Twitter: “Ay! La inflación es un problema demasiado importante para que la Casa Blanca siga haciendo declaraciones como esta. Es una mala dirección o un profundo malentendido de la dinámica básica del mercado”.

En mayo, el país norteamericano rompió otro récord histórico y alcanzó 8,6% de inflación interanual, presionando sobre el costo de vida de la población. El costo de la vivienda ha aumentado 5% respecto del año pasado y la faltante de leche de fórmula para bebés ha sido otro indicador de la crisis inédita por la que atraviesa la economía estadounidense. Esto obligó al presidente a recurrir a la Ley de Producción de Defensa, un marco normativo cuyo origen se remonta a la Guerra de Corea.

En este contexto, la imagen de Biden, quien no escatimó en gastos para enviar armas a Ucrania, experimenta una caída importante. De cara a las elecciones legislativas, que ocurrirán en noviembre de este año, sólo un 22% cree que el país va en un rumbo correcto, según un sondeo de marzo de NBC News. Por otro lado, en mayo de este año sólo el 39% de las y los estadounidenses respaldaba la gestión del presidente, según una encuesta de The Associated Press-NORC Center for Public Research.

Aunque desde 2020 Jerome Powell, presidente de la FED (el Banco Central de los Estados Unidos), caracterizaba a la inflación como algo transitorio y pronosticaba un “aterrizaje suave”, la situación económica lo llevó a ir cambiando su discurso con una coyuntura que marca el deterioro económico del país. Desde mediados del año pasado, Powell dejó entrever que comenzaría el tapering, es decir, una reducción progresiva de compra de deuda que permitió una mayor inyección de dinero en una magnitud y velocidad superior al salvataje realizado en el marco de la crisis financiera de 2008. El tapering comenzó en noviembre de 2021 como un proceso que iba a ser estable pero que rápidamente la Fed decidió duplicar en diciembre. 

La fecha no es ninguna casualidad. En noviembre de 2021, Biden lo reeligió para un nuevo período al frente de la FED. El presidente de 79 años, que cierta prensa “light-liberal” calificó casi como un socialista, ratificó en su cargo a Jerome Powell, alguien que funge como máxima autoridad de la FED desde febrero de 2018, nombrado por entonces por el republicano Donald Trump. Así, reservó el control de la política monetaria a un neoconservador, rescatando su desempeño en la Pandemia durante el gobierno de Trump y la aceptación que logró en ambos partidos. En ese momento, le encomendó tres prioridades: mantener baja la inflación, los precios estables y el empleo al alza.

Powell impulsó una serie de fuertes aumentos a la tasa de interés norteamericana que, sin un calendario previo claro, aumentó en 0,25% en marzo, 0,50% en mayo y, finalmente, 0,75% en junio, siendo el mayor aumento en casi 30 años. Así, tras una declaración de último minuto de Powell, se estableció un aumento muy por encima de los 0,50 anunciados previamente y consolidó la mayor suba de tasas desde 1994. De esta manera comenzó el fin del período de “dinero gratis”, con la pandemia como marco de justificación, que infló los mercados financieros alimentando la especulación y las ganancias de un puñado de empresas, aumentando ahora el costo del crédito, contrayendo el consumo y afectando, en definitiva, a la población de a pie.

Luego de tomar la medida, el 22 de junio Powell compareció ante una comisión del Senado y allí reconoció que la recesión “no es en absoluto el resultado deseado, pero ciertamente es una posibilidad”. Vale decir, también, que el plan económico del gobierno de Biden fue sucesivamente bloqueado y enviado a revisión en varias oportunidades en el Congreso. Eso sucedió con el caso de remoción del techo de deuda o extensiones de plazos para su pago, la ley de infraestructura, o la ley federal del derecho al voto. 

El 11 de noviembre de 2021, la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes logró aprobar, por 228 votos a favor y 206 en contra, el plan de infraestructuras de Biden por U$S1,2 billones, casi la mitad de lo anunciado en su campaña electoral. Mientras el país resuelve sus conflictos domésticos, a nivel global, su capacidad de imponerse como potencia única e indiscutible se ha visto desgastada, lo que lo lleva a sostener iniciativas para fortalecer el control de territorios y su marco de alianzas. 

En la última cumbre de la OTAN, que se realizó en España a fines de junio de este año, luego de mucha insistencia, Estados Unidos logró imponer lo que venía intentando sin éxito: la definición de China como una amenaza estratégica, también para su gran socio comercial europeo. 

Respecto a la relación del gigante asiático con Rusia, el 29 de junio la alianza militar agregó que “la profundización de esa asociación estratégica y sus intentos de socavar el orden internacional son contrarios a nuestros valores e intereses", al tiempo que cada estado miembro se comprometió a aumentar sus gastos en Defensa, en el marco del conflicto ucraniano. Así, la actual administración de la Casa Blanca demuestra el despliegue de una estrategia multilateral para enfrentar a su enemigo del siglo. El mismo Biden afirmó en su primer discurso al Congreso el 28 de abril de 2021 que está “en una competencia con China y otros países para ganar el siglo XXI”, pero, mientras tanto, se debate en la disyuntiva de poner la casa en orden, en una cuenta regresiva hacia las legislativas. 

La tradicional lectura bipartidista de la potencia del Norte, parece asumir otras complejidades. Los recientes y regresivos fallos de la Corte, respecto de la anulación del derecho al aborto, la limitación a los estados para regular la portación de armas y/o la medida que vuelve a poner en discusion el derecho al voto, son apenas algunas muestras de la avanzada del lobby neoconservador en la política estadounidense. Ese lobby neoconservador cuenta, además, con el registro de calle de los violentos grupos neofascistas, encolumnados con el trumpismo, como los Proud Boys o los Oath Keepers.

Las tensiones entre demócratas y republicanos se diluyen y se entreveran en la disputa entre los dos proyectos estratégicos del gran capital angloamericano, el neoconservador y globalista, que disputan el control de la economía doméstica al calor de un escenario mundial donde la guerra es por determinar quién impone las reglas del juego para los próximos años, y donde los factores determinantes pasan por el control de los mercados y territorios, por un lado, y el desarrollo, despliegue y apropiación de la revolución tecnológica en curso.

En términos económicos, el gobierno demócrata debe enfrentar la inflación más importante en años, el aumento sostenido en el precio de los combustibles y los alimentos, el aumento de la tasa de interés, que conlleva aumentos en los costos del crédito productivo, a los que se suman los numerosos informes sobre una inminente recesión. En términos políticos, Biden enfrenta las presiones desde adentro, con las fuerzas conservadoras ejerciendo presión desde las trabas en el Congreso y la Corte Suprema, y desde afuera, enfrentando la estrategia china que avanza, con capacidad material para volverse hegemónica y disputar la conducción de esta nueva fase del capitalismo a las históricas fuerzas de Occidente. En términos estratégicos entonces, la actual administración estadounidense juega su propia existencia hegemónica al intentar fortalecer su brazo político a través del G7 y su brazo militar a través de la OTAN, para una lucha que sabe, será de vida o muerte. Si, Biden bicicletea en medio de la tempestad. 

Por Paula Gimenez

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