


El calvario de la joven que fue violada en grupo durante 44 días y asesinada con fuego: cuatro condenados y cien cómplices
Historia26/11/2025




A fines del mes pasado, la youtuber indonesia Nessie Judge, famosa en su país y en otros de Oriente, aunque desconocida aquí, fue severamente cuestionada por sus propios seguidores por el uso de la foto de una joven japonesa llamada Junko Furuta como parte de la ambientación de un video de Halloween que produjo en colaboración con un grupo de música pop. En la grabación se ve la foto de Furuta con los ojos cubiertos de líneas negras expuesta en una pared, como si se tratara de un póster más. Las críticas se centraban en que el clip transgredía una regla no escrita para ese tipo de producciones, más aún si son de carácter festivo: utilizar imágenes de víctimas de crímenes atroces como decoración de “terror” se considera una forma de injusticia que banaliza la tragedia que sufrió.
La polémica trajo así al presente un crimen perpetrado hace 37 años que todavía hoy está catalogado como “el peor caso de delincuencia juvenil en el Japón de la posguerra”. Se trata del secuestro y el asesinato de una adolescente de 17 años que estuvo retenida 44 días por sus raptores, durante los cuales no solo la violaron y la torturaron a diario, sino que invitaron a otras personas a hacerlo y la exhibieron mientras era sometida a esas atrocidades. Finalmente la mataron a golpes y desecharon su cuerpo dentro de un barril lleno de cemento fresco.
Los autores principales del crimen fueron cuatro adolescentes de entre 16 y 18 años. Uno de ellos estaba ligado a la mafia japonesa conocida como Yakuza. Los jóvenes contaron con la complicidad de alrededor de un centenar de personas. Todas ellas fueron acusadas de sumarse a las violaciones y las torturas, asistir a ellas, proporcionarles los lugares para retener a la víctima o mirar hacia otro lado. Cuando se descubrió todo el escándalo alcanzó también a las autoridades porque se supo que la policía pudo haber rescatado a la chica con vida dos semanas después de su secuestro, pero la negligencia de los agentes enviados a investigar una denuncia la condenó a muerte.
Un engaño y un secuestro
La tarde del 25 de noviembre de 1988, Junko Furuta salió de la escuela Yashio-Minami, en Tokio, y montó su bicicleta para ir al trabajo que había conseguido un mes antes en una fábrica de moldes de plástico para ganarse los yenes necesarios para pagar su viaje de fin de curso. Estaba terminando la secundaria y ya tenía un contrato de empleo en una empresa electrónica a la que iba a incorporarse el año siguiente. Con esos planes para el futuro inmediato, Furuta era una típica adolescente japonesa de 17 años que, como tantas otras, pedaleaba esa tarde por las calles de la capital nipona.
Esa misma tarde, mientras Furuta estaba todavía en la escuela, cuatro chicos de más o menos su misma edad se reunían en la casa de uno de ellos para planear las tropelías de ese día. Era casi un hábito que Hiroshi Miyano, de 18 años, Jō Ogura, de 17, Shinji Minato, de 16, y Yasushi Watanabe, de 17, se encontraran en una habitación del segundo piso de la vivienda de la familia de Minato antes de salir a deambular por las calles de Tokio en busca de un objetivo para robar o, quizás, de una víctima. No eran principiantes en el asunto: para entonces ya tenían experiencia como arrebatadores de carteras a transeúntes desprevenidos, habían extorsionado a otros adolescentes para que les pagaran simplemente para no ser golpeados y tenían en su haber por lo menos una violación grupal perpetrada con total impunidad.
Miyano y Minato salieron de la casa con la intención de robar bicicletas. Era el plan del día, porque los otros dos miembros del cuarteto tenían cosas que hacer. Estaban vagando por la calle en busca de una oportunidad cuando, alrededor de las 8.30 de la noche, vieron a Furuta montando su bicicleta. La chica había terminado su horario de trabajo y pedaleaba rumbo a su casa, donde la familia – padre, madre y dos hermanos – la esperaba para cenar.
Al verla decidieron que robarle el vehículo era poca cosa, que la chica estaba para más y urdieron de inmediato una maniobra para engañarla y secuestrarla. Minato interceptó a Furato, le pateó una rueda de la bicicleta, la hizo caer y escapó a la carrera. Mientras la chica todavía estaba en el suelo, Miyano se acercó, la ayudó a levantarse y se ofreció a acompañarla para protegerla de cualquier otro ataque. Confiada, la chica aceptó. Llevaban dos o tres cuadras caminando cuando, al pasar por un local abandonado, Miyano la amenazó de muerte y la obligó a entrar. Una vez adentro le dijo que pertenecía a la Yakuza y que si se resistía no solo la mataría. La violó ahí y después, siempre bajo amenaza, la llevó a un hotel donde volvió a abusar de ella.
Una vez satisfecho, usó el teléfono de la habitación para llamar a Minato, Ogura y Watanabe. Arreglaron para que llevara a Furuta, siempre bajo amenaza, a un parque cercano. La chica obedeció sin ofrecer resistencia después de que su violador le mostró el cuaderno donde tenía anotada la dirección de su casa y le dijo que si se resistía mataría a toda su familia. Eran las 3 de la mañana cuando se encontraron en el parque y de allí caminaron a una casa vacía, propiedad de los padres de Minato, donde la violaron en grupo.
Más tarde se supo que no era la primera vez que utilizaban el lugar para esos siniestros menesteres, pero que en las ocasiones anteriores habían liberado a sus víctimas, que no los denunciaron por temor a las represalias de la Yakuza. En esa ocasión fue diferente, porque Ogura sugirió retenerla para permitir que otros hombres la violaran pagándole buen dinero.
El calvario de Furuta
Suponiendo que los padres de Furuta denunciarían su desaparición a la policía – como efectivamente había hecho -, la mañana del 28 de noviembre la obligaron a llamar a su casa y decirles que no se preocuparan, que estaba “con un amigo”, sin dar otra explicación. Los padres y el hermano de Minato, que no tardaron en descubrir que tenían retenida a la chica en una de sus propiedades, no se atrevieron a denunciarlos por temor a la Yakuza. Más tarde dijeron que también temieron que el propio Minato los matara, porque era cada día más violento con ellos.
Desde ese momento, Junko Furuta dejó de ser una persona para convertirse en prisionera, juguete sexual y víctima de todas las ocurrencias de sus secuestradores. La investigación posterior calculó que, en el transcurso de 44 días, la adolescente sufrió más de cuatrocientas violaciones perpetradas por diferentes hombres y que al menos unas cien personas asistieron a las sesiones de tortura como espectadores.
Su cuerpo fue brutalmente mutilado: le introdujeron objetos punzantes, la quemaron con cigarrillos, le aplicaron cera caliente en la piel y la golpearon con todo tipo de objetos. Su vejiga quedó tan dañada que ya no podía orinar ni defecar con normalidad. Los agresores la obligaron a comer cucarachas vivas y a tomar su propia orina. Además, cada tanto la colgaban del techo y la usaban como saco de boxeo. Su cara quedó desfigurada por los golpes y sus piernas, incapaces de sostenerla, quedaron deformadas por las fracturas que nadie se ocupó de curar. En el juicio, uno de los secuestradores contó que estaba tan lastimada que “le llevaba más de una hora arrastrarse escaleras abajo para ir al baño”.
A principios de diciembre, cuando llevaba dos semanas secuestrada, Furuta aprovechó un descuido de sus secuestradores e intentó llamar a la policía. La descubrieron y como castigo rociaron sus piernas y pies con bencina y les prendieron fuego. También le introdujeron una botella grande en su ano y la mantuvieron así durante horas.
Así y todo, la policía pudo haberla rescatado: un amigo del hermano de Miyano sospechó que algo raro ocurría en la casa y avisó a las autoridades. Desde la comisaría enviaron a dos agentes para investigar la denuncia. Llamaron a la puerta de la vivienda y los atendió el propio Miyano que, con absoluta sangre fría, les dijo que allí no pasaba nada e incluso los invitó a pasar a revisar la vivienda. Convencidos de que ese adolescente tan amable decía la verdad, los agentes le respondieron que no hacía falta y que disculpara la molestia. Cuando el caso salió a la luz, los dos hombres fueron expulsados de la fuerza.
El juego de la muerte
La trágica suerte de Furuta se terminó de sellar el 4 de enero de 1989, luego de que sus secuestradores la “invitaran” a jugar con ellos al mahjong, un popular juego de mesa de origen chino. A pesar de su cuerpo destruido y su terrible estado de alteración mental, la chica les ganó la partida, lo que desató la furia de Miyano. Como venganza, la golpearon con una barra de hierro, la patearon y le colocaron dos velas cortas sobre los párpados para quemarlos con la cera caliente. Como estaba sangrando profusamente y salía pus de las quemaduras infectadas, los cuatro agresores se cubrieron las manos con bolsas de plástico para poder seguir golpeándola. Con la chica en el suelo y convulsionando, le dejaron caer pesas de ejercicios sobre el estómago, una y otra vez, y después la rociaron nuevamente con bencina los muslos, los brazos, la cara y los pechos y la prendieron fuego. Furuta agonizó más de dos horas antes de morir en medio de terribles dolores y un último ataque convulsivo. Faltaban diez días para que cumpliera 18 años.
Para deshacerse del cuerpo, los cuatro asesinos lo envolvieron con mantas, lo metieron en una bolsa de viaje y lo introdujeron en un barril metálico de 208 litros que luego llenaron con cemento fresco. La noche del 5 de enero subieron esa siniestra carga a un vehículo y la abandonaron en una zona de las afueras de Tokio donde la gente solía arrojar basura y objetos que ya no les servían.
Sintiéndose a salvo de toda sospecha, Hiroshi Miyano, Jō Ogura, Shinji Minato y Yasushi Watanabe no descansaron demasiado antes de volver a las andadas, pero en esta ocasión con menos suerte. El 23 de enero, Miyano y Ogura fueron arrestados por otra violación, esta vez de una chica de 19 años. Al allanar sus casas, la policía encontró ropa interior femenina. Poniendo esas prendas sobre la mesa, uno de los detectives a cargo de ese caso volvió a interrogar a Miyano, que se confundió y creyó que la policía había descubierto el asesinato de Furuta. Pensando que Ogura había confesado, quiso aliviar su situación y reveló dónde habían dejado el cuerpo de la chica y el nombre de los otros dos cómplices. Se vendió solo, porque hasta entonces los investigadores ni siquiera sospechaban que tuvieran que ver con la desaparición de la estudiante.
La policía encontró el bidón que contenía el cuerpo de Furuta al día siguiente y lo identificó a través de las huellas dactilares. El 1 de abril de 1989, Jō Ogura fue imputado nuevo por el asesinato de Furuta. Watanabe, Minato y el hermano de Minato también fueron detenidos. Con el correr de los días, los investigadores identificaron formalmente a otros cómplices que participaron en el abuso de Furuta, entre ellos Tetsuo Nakamura y Koichi Ihara, que fueron acusados de violación después de que se encontrara su ADN en el cuerpo de la víctima.
Juicio, condenas y escándalo
El juicio por el crimen de Junko Furuta se desarrolló en medio de un escándalo. Como tres de los cuatro principales perpetradores eran menores de edad, la justicia resolvió no revelar sus nombres e identificarlos solamente como los acusados A, B, C y D. A pesar de eso, la revista Shukan Bunshun reveló sus identidades y justificó esa decisión en que “dada la gravedad del delito no merecen que se respete su derecho al anonimato”. Los cuatro se declararon culpables de “cometer lesiones corporales que resultaron en la muerte”, en lugar de asesinato.
Dada la corta edad de los criminales, las penas fueron bajas con relación a la magnitud de las atrocidades cometidas: Hiroshi Miyano fue condenado a 20 años de prisión, Shinji Minato recibió entre cinco y nueve años. Jō Ogura fue sentenciado a entre cinco a 10 años y Yasushi Watanabe enfrentó una pena de entre cinco y siete años. La opinión pública japonesa reaccionó indignada: la justicia fue acusada de “blanda” y la policía fue cuestionada por su negligencia.
Por la brevedad de las condenas, todos fueron liberados con menos de 40 años y dos de ellos volvieron a las andadas. En julio de 2004, Jō Ogura fue arrestado por agredir a Takatoshi Isono, un conocido con el que pensó que su novia podría haber estado involucrada. Lo golpeó, lo secuestró y lo llevó al bar de su madre, donde lo siguió maltratando y lo amenazó de muerte. En 2018, Shinji Minato fue detenido por intento de homicidio después de golpear y apuñalar a un hombre que logró sobrevivir al ataque.
La terrible historia de la estudiante secuestrada y de sus asesinos inspiró dos famosos manga japoneses: la chica del concreto, dibujado por Waita Uziga, y 17 años, creada por Fujii Seiji y Kamata Youji, y publicada en las páginas de la revista Manga Action.
Junko Furuta no pudo descansar en paz ni siquiera después de su dolorosa muerte. La tumba en la que fue enterrada en un cementerio de Tokio fue vandalizada en dos ocasiones: la primera por la Yakuza, la segunda por la madre de Jō Ogura, que la acusó de ser culpable de “la perdición” de su hijo. La familia decidió entonces trasladar sus restos a los Estados Unidos y los sepultó en el Cementerio Paradise North en Houston, Texas.
Nota:infobae.com






















