





El gobierno de Javier Milei es uno de los más dañinos y agresivos de la historia argentina.
De hecho, es el primero que festeja los sufrimientos, dolores y degradación de los sectores populares, y se vanagloria de ello.
Es central entenderlo: desde el punto de vista nacional, es un gobierno de extrema entrega a los Estados Unidos, como estamos viendo en las últimas semanas con la virtual sumisión financiera al Secretario del Tesoro norteamericano. Se está generando un incremento acelerado de la deuda pública, para fines absolutamente improductivos. Al mismo tiempo se plantea la venta de todos los sectores valiosos que aún posee el Estado Nacional, así como los recursos naturales estratégicos.
Desde el punto de vista social, es la continuación salvaje de los anteriores intentos neoliberales, con permanente traslación de ingresos desde los trabajadores y sectores medios hacia la cúpula rica de la sociedad. Se promueve la contracción del mercado interno, y hay cada vez menores oportunidades de tener un trabajo razonablemente remunerado. Se ataca a la salud pública de forma incomprensible y totalmente irresponsable, poniendo en severo riesgo al conjunto de la población.
Desde el punto de vista productivo, es el ataque más grande a todos los sectores que generan riqueza real y empleo en nuestro país, propiciando al mismo tiempo extraordinarios negocios financieros. Se abre la economía con un tipo de cambio que favorece las importaciones que dañan severamente a la producción industrial nacional.
Desde el punto de vista cultural, se viene realizando otro flagrante ataque al necesario apoyo a todas las enormes capacidades locales en materia artística y cultural. Se agrede también al sistema científico y tecnológico, lo que lo pone en situación de grave retroceso en sus capacidades ya logradas, y se procede al desfinanciamiento universitario para quebrar otra de las actividades que le dan a la sociedad argentina una característica destacada en cuanto a la formación de su población.
Es necesario señalarlo con claridad: pasan los gobiernos neoliberales, y sólo su personal político es culpado por el fracaso. Pero la realidad es que el gobierno de Milei no existiría ni un minuto más si no contara con el apoyo del gran capital local y de potenciales inversores internacionales.
El gran empresariado local atraviesa la historia económica nacional disimulando su reiterada adhesión y complicidad a experimentos económicos dañinos para el país, y destructores de su tejido social, al tiempo que reclama creciente subordinación a una generación de políticos cada vez más grises.
El apoyo y participación en gobiernos pésimos no es nuevo
El argumento que reiteradamente emana de la derecha económica es que en nuestro país no han podido construir un capitalismo “exitoso” porque los populistas se lo impidieron. Se trata de un relato autocomplaciente que no tiene ningún fundamento empírico.
La dictadura cívico-militar -que inspiraron y apoyaron sectores empresariales muy concentrados de la economía-, contó con todo el poder político durante varios años, sin oposición alguna, y pudo haber construido una economía “moderna y eficiente” según la propaganda del momento. Pero generaron un desastre económico, financiero y cambiario que contribuyó a su posterior salida traumática. Dejaron una deuda externa enorme, que condicionó al resto de los gobiernos argentinos hasta la actualidad.
El menemismo fue otro período, aún más largo, en el que contaron con todo el poder (ejecutivo, legislativo y judicial alineados), con legitimación democrática y el control sobre el sistema político partidario (el peronismo detrás del gobierno y la oposición débil y confundida) y los medios de comunicación legitimando los negocios del momento. Nuevamente llevaron a una catástrofe económica (2001-2002), luego de haber rematado a precio vil valiosas empresas públicas, lo que significó desplazar al Estado de su lugar estratégico en el liderazgo del desarrollo.
Volvieron los sectores concentrados con Macri, otro gobierno con mucho apoyo externo (EE.UU. y la UE) e interno: grandes empresarios, medios de comunicación, el poder judicial, los servicios de inteligencia. Con el kirchnerismo debilitado y sometido a acoso judicial, contaron con parte del propio peronismo para avanzar en su esquema económico fallido, que colapsó a mitad de la gestión. Reendeudaron fuertemente el país sin que se observaran inversiones productivas importantes, ni incentivos para el crecimiento de largo plazo.
Ahora, nuevamente, los grandes empresarios apoyan al gobierno extremista de Milei, y son los que hacen lobby sobre el resto de los bloques parlamentarios para que salgan las leyes que el gobierno necesita, o sea ellos. Son los redactores de la Ley Bases, que es un compendio de demandas empresarias elaboradas en grandes estudios jurídicos. Y son los que necesitan que Milei y Macri continúen impulsando las nuevas leyes que les otorguen más negocios y prebendas. ¿El bienestar de los argentinos? “No es nuestro problema”.
«Industria Nacional», spot publicitario de la dictadura cívico-militar
Entonces ¿qué es lo que merece ser respetado?
A pesar de la trayectoria política de los grandes empresarios que hemos descripto, y de lo pésimo que es este gobierno, no sólo en materia económica y social, sino en materia democrática y en calidad institucional, no apareció hasta la fecha un solo empresario grande capaz de salir al cruce de este proyecto y repudiarlo abiertamente. A diferencia de otros momentos históricos, no se pretende estar defendiendo ningún valor común, comunitario, como por ejemplo “la república” o “la decencia”.
Sin embargo, buena parte del sistema político, incluidos amplios sectores “nacionales y populares”, se mantienen permanentemente atentos en relación al pensamiento empresario, tomando las visiones de este sector como un punto de referencia muy importante para establecer su propia posición frente a las cuestiones económicas.
Efectivamente, el gran empresariado no es un sector más, por dos razones:
a) por ser el sector más poderoso e influyente del país, en la economía, en la política, en el pensamiento de la población a través de los medios;
b) por ser el sector que ha sostenido, apoyado y aplaudido sistemáticamente a los peores gobiernos de los últimos 50 años sin excepción, partiendo de la propia dictadura cívico-militar.
Entonces, ¿cuál sería el “mérito” empresario que debería ser valorado, para considerarlo un sector decisivo a la hora de diseñar las políticas públicas? ¿Es un sector portador de progreso, de innovación, de cohesión social?
Que saben ganar plata no hay ninguna duda, pero que los modelos económicos a los que adhieren y promueven reiteradamente sólo llevan al subdesarrollo y a la pobreza, tampoco quedan dudas.
No estamos discutiendo aquí una cuestión moral.
Preguntamos, en especial al amplio espacio nacional y popular, porqué se deberían tomar en consideración los puntos de vista fuertemente ideologizados de un sector que ha apostado sistemáticamente por gobiernos económicamente fracasados y dañinos para el progreso del país.
Se puede entender una especie de “realismo” político, que trata de vincularse con los sectores de poder para el financiamiento de campañas y recibir los favores de la gran prensa y simpatía de las embajadas. Pero si eso es todo lo que hace falta saber para ser un candidato “nacional y popular”, lo nacional y popular está de más en la política argentina.
Desde el punto de vista económico, las grandes empresas capaces de producir riqueza sin tener que vampirizar al resto de la sociedad, deben ser respetadas. Hay un puñado de grandes empresas locales que tienen capacidades productivas importantes. El problema es que tal vez sean cinco, o diez, cuando deberían ser 50, o 100. Seguidas por otras miles en plena expansión.
Su éxito individual, sin embargo, no las convierte en la fuente intelectual de la cual abrevar para diseñar un proyecto nacional. No tenemos un entramado productivo vigoroso y diversificado, precisamente por las opciones políticas que apoyan sistemáticamente.
Diferencias conceptuales fundamentales
La larga degradación que viene sufriendo la política argentina parece no tener fin, y eso ayuda a entender el sometimiento de los políticos –aquellos que no vienen de la derecha explícita-, al mundo de los grandes empresarios.
Como ya hace bastante en nuestro país, no se está discutiendo entre socialismo y capitalismo. Salvo el FIT, el Partido Comunista, y otros grupos de izquierda, no hay sectores políticos influyentes que propongan un modelo socialista.
Lo que ocurre es que dentro de la discusión sobre qué tipo de capitalismo debería funcionar en Argentina, fue ganando terreno, debido a la degradación del pensamiento neoliberal periférico, al retroceso en la academia de las corrientes heterodoxas y al deterioro intelectual en los círculos del gran capital, recetas económicas desastrosas cuyo efecto es colocar a la Argentina en un lugar muy menor en la división internacional del trabajo.
Los altos empresarios argentinos compraron cuentitos simplificados sobre cómo lograron “la prosperidad” en los países centrales, sus economistas contratados les refuerzan esas creencias, y los políticos, que quieren subir rápido y fácil hacia posiciones de poder, se adaptan y repiten.
Un modelo exitoso requiere pensamiento propio
Un empresario puede saber mucho de su actividad, conocer muy bien la rama en la que opera, incluso el mercado internacional de su producto, pero una cosa muy distinta es opinar sobre economía.
Los estados capitalistas exitosos no se basaron en un estado telecomandado por los intereses privados, sino en uno que supiera organizar la economía para crear un entramado productivo que sirviera para la integración de toda la nación, y que le diera, al mismo tiempo, un lugar interesante en el espacio mundial.
Es comprensible que el gran capital quiera subordinar completamente la política a sus intereses, pero es más difícil de entender que quienes proclaman representar a los intereses de las mayorías “vayan al pie”, intelectualmente, de las superficialidades en las que creen los grandes empresarios.
La reiteración de personajes como Caputo o Sturzenegger en los gobiernos de derecha no se debe a la “falta de memoria” de la población, sino a la adhesión de las fracciones más poderosas del capital local a recetas fallidas, que hunden al país y desperdician su potencial.
Milei es el ejemplo extremo de la política subordinada a las necesidades del gran capital, hasta el punto de tratar de degradar el Estado y volverlo inservible.
Sin embargo, desde una perspectiva popular, el Estado debería ser entendido como el entorno institucional en el cual se deberían procesar inteligentemente las necesidades del conjunto de la sociedad, no sólo las demandas cortoplacistas de los grandes negocios.
Ese Estado es el que debería ser capaz de plantear y planificar las mejores opciones económicas para establecer un sendero de progreso colectivo, no de reducidas minorías.
La política popular tendrá que perder el respeto a las ideas que provienen del mundo del dinero para poder liberarse de ataduras intelectuales conservadoras, y así imaginar y proponer un proyecto realmente alternativo y transformador.
Por Ricardo Aronskind * Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento. / La Tecl@ Eñe





