Valéry, los Autos Locos y la batalla inculta

Actualidad05/10/2025
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1.Adolfo Bioy Casares dijo alguna vez: “El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez”. La última semana de la gestión del gobierno actual, los cimbronazos que provocó José Luis Espert luego de la publicación en PERFIL de la constatación de un pago de US$ 200 mil por parte de Fred Machado, las idas y vueltas de Luis Caputo con Scott Bessent deberían leerse bajo la lógica bioyciana. Un outsider que llega al poder cree que puede resolverlo todo. Pero outsider y líder no son sinónimos. La gestión del poder es un problema. Requiere de expertise, deseo y menos sintomatología psicológica. La palabra institucionalidad y racionalidad siguen siendo la contracara, el soporte, de lo que hasta la explosión ultrarreaccionaria actual se llamó gobernanza.

2. Milei se presentó como el Topo que implosionaría al Estado. Comenzó por el Estado de derecho (el discurso a espaldas del Parlamento), siguió con instituciones como universidades u hospitales. En los casi dos años de gestión mostró impericia para manejar temas tan elementales como la emisión de pasaportes o fabricación de patentes de autos, tuvo una relación cuanto menos ambigua con arribistas de las finanzas digitales. Delegó el armado electoral en su propia hermana y en la familia Menem y no pudo despegarse de acusaciones de corrupción y venta de cargos, sumando a un elogio de la evasión fiscal. Lo hizo en nombre de una ideología, el libertarismo y sustentado en lo que la ultraderecha global llama, mal citando a Antonio Gramsci, batalla cultural anti-woke. Se encontró con un establishment cuanto menos tolerante que, como dice el nombre de su propia fuerza, le permitió avanzar. ¿Pero avanzar cómo y hacia dónde?

3. Los estudiosos de otros fenómenos de ultraderecha hablan de pluriocracia: los líderes populistas (empezando por los mismísimos Hitler y Mussolini) son una mezcla de decisionismo con cierta indolencia. El jefe nazi solía parecer más preocupado en temas menores que en las cuestiones de la gestión. El del fascismo italiano se caracterizaba por sus contradicciones. Mientras tanto, había instancias menores que tomaban decisiones prácticas. Temas tan graves como la siniestra “solución final” empezó en las zonas invadidas por Alemania antes que en la conducción del gobierno. Ese caos en la gestión tuvo los resultados conocidos. Lo mismo puede decirse de los vaivenes de la gestión Donald Trump: las idas y vueltas son la contracara de una ideología que parece rígida vista de lejos, pero que en la práctica se transforma casi en el obstáculo de la gestión. 
 
4. Una de las bromas que aplican a la experiencia argentina es la que afirma que Javier Milei es el ministro de Economía del gobierno de Karina Milei. Como sucede con todos los chistes, este también tiene el don de encerrar una verdad terrible. ¿La batalla cultural es contra el progresismo? ¿Contra la ideología de género? ¿Contra el comunismo? ¿O, en realidad, se trata de una batalla, precisamente, contra la cultura, en el sentido de las formas que hacen que los humanos podamos entendernos, comunicarnos, encontrar consensos?

5. El epígrafe que acompaña a estas reflexiones proviene de un cuaderno de notas del poeta Paul Valéry en Argel. La anarquía para él era más que una postura política extrema: se trataba de una forma de observación, de una poética, de una manera de hacer las cosas. Como regla general, cabría tener claro que an-arquía no es para nada un des-gobierno. Los últimos dos años de la Argentina parecerían indicar que estamos más en lo segundo que en lo primero.

6. En un reportaje con Jorge Fontevecchia, el historiador canadiense Quinn Slobodian decía a fin del año pasado lo siguiente: “La aparición de Milei en escena ha sido realmente fascinante para alguien como yo, que estudia la historia intelectual del neoliberalismo. Porque más que nadie, ciertamente desde Thatcher, tiene una especie de autocomprensión de sí mismo en ese linaje intelectual que acabo de describir. Se coloca como una figura más radical que Friedrich Hayek, e incluso más radical que Ludwig von Mises, identificándose principalmente con la persona que mencionaste, Murray Rothbard. Cuando digo radical, normalmente la implicación es: ¿qué papel desempeña el Estado en la organización de la economía? Hayek y Von Mises sostenían que el gobierno debía desempeñar algún tipo de rol en la organización de la competencia, la protección de la propiedad, la protección del contrato y el Estado de derecho. Mientras que Murray Rothbard lo que lo hace inusual, incluso entre otros intelectuales neoliberales, es que creía que se podía acabar con el gobierno y el Estado por completo, y que los proveedores de servicios privados podían desempeñar todas las funciones que el gobierno suele desempeñar”.

7. Es muy diferente una experiencia anarquista a una anárquica. Detrás de las primeras hay ideas; de las segundas, hay Caos. En los años 60, la serie El Super Agente 86 ironizó sobre el mundo de los espías y la Guerra Fría. El mundo que cuenta la serie se parece bastante a la concepción política que muestra el gobierno hoy: dosis de impericia y paranoia juntas. La organización del Agente 86 se enfrentaba a otra global, una especie de broma que sumaba nazismo y comunismo al mismo tiempo. Se llamaba, precisamente, Kaos. Su líder era un tal Sigfrido que cada vez que algo le salía bien solía repetir: “Soy malo y me gusta serlo”.

8. Semanas atrás describíamos la gestión como el argumento de una ópera en progreso (https://www.perfil.com/noticias/columnistas/operas-y-operetas-por-pablo-helman.phtml). La última semana con sus desvaríos recuerda más a un dibujo animado, Los Autos Locos, contemporáneo del Agente 86. Seguramente, muchos de los lectores recuerden su anécdota: personajes disparatados corrían una carrera en la que todo valía. Es posible, incluso, establecer analogías: ¿O acaso Lila Lemoine no sería una suerte de Penélope Glamour de LLA, o Luis Caputo algo así como un Pierre Nodoyuna? Este gobierno tiene sus tecnócratas como el Profesor Locovich (¿Sturzenegger?) y su propio escuadrón Mete La Pata, en el gordo Dan y sus entusiastas seguidores. Y también, claro está, esta serie a la que asistimos tiene sus propios Hermanos Macana. Algo que debería tener en cuenta todo aquel que crea que es un “gobierno fácilmente influenciable” a la hora de plantearse un nuevo esquema de gobernabilidad.

Por Pablo Helman * Jefe de redacción Diario PERFIL.

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