La democracia fatigada

Actualidad29/06/2025
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13  de abril de 2025. Atardecer en Santa Fe. Llegan los primeros reportes: votó poco más del 50% del padrón electoral para las elecciones de convencionales constituyentes provinciales, que se realizaron junto a las primarias locales. 

11 de mayo. Cerca de las 20:00 los datos muestran que en Chaco, Jujuy, Salta y San Luis votó el 52%, el 60%, el 58% y el 59% de los respectivos padrones en las legislativas de mitad de mandato. Los porcentajes más bajos desde 1983 en estas provincias.

18 de mayo. Ciudad de Buenos Aires. Pasadas las 19:00 llegan las primeras informaciones: muestran que el nivel de participación electoral ronda el 52%. Finalmente fue del 53,35% para las primeras elecciones de renovación parcial de la Legislatura porteña.

Siete elecciones. Siete datos. Siete alarmas. Una misma lectura que se extiende: no está votando nadie. Pero lo que se viene formulando como una afirmación puede ser pensado mejor como pregunta. ¿La gente vota? O más bien, ¿está votando? Si vemos el cortometraje, la respuesta es que no tanto. Pero si miramos el largometraje, la historia es muy diferente.

La tendencia histórica

Desde el Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD) construimos una base de datos para analizar las tendencias de participación electoral en Argentina desde 1983 hasta la fecha. Tomamos todas las elecciones a cargos ejecutivos, legislativos, de convencionales constituyentes y primarias, tanto nacionales como provinciales. El registro nos arroja, hasta la fecha, un total de 891 comicios que brindan información muy rica sobre la concurrencia a las urnas del electorado argentino. El Gráfico 1 sintetiza esa película larga. Cada punto indica el valor de participación electoral en una elección en un distrito y año determinados.

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El primer aspecto para resaltar es que las provincias argentinas se mueven bastante juntas. En otras palabras, los cambios en el comportamiento electoral son parejos cada dos años, salvo algunos casos aislados. Como muestra el Gráfico, esta idea se refuerza al ver la baja dispersión que muestra cada fila de puntitos: el tamaño de la pilita es bastante similar cada dos años. No es un dato menor si tenemos en cuenta que en las primeras dos décadas de democracia las elecciones provinciales y nacionales estaban en su mayoría unificadas, mientras que en los últimos 20 años se viene imponiendo el desdoblamiento.

El segundo punto a destacar está en sintonía con el anterior, y se apoya sobre lo que muestra la línea de tendencia. Hay oleadas, algunas descendentes y otras ascendentes. Esto quiere decir que hay momentos en los cuales la participación disminuye elección tras elección (los más), y otros en los cuales sube (los menos). Como toda marea, va y viene. Pero, tal como se ve en el margen derecho extremo del Gráfico, las elecciones de este año muestran una caída importante, rompiendo la tendencia histórica. Excepciones, por ahora, antes que la regla. Hoy estamos cerca del 50% de participación electoral, valor que suele ser común en elecciones celebradas en países que tienen voto voluntario.

¿Se trata, entonces, de un momento aislado? ¿O estamos en una nueva fase? Esto se puede responder si partimos la base de datos en décadas. La Tabla 1 sintetiza esa información. La primera columna indica la década de referencia, mientras que la segunda contabiliza la cantidad de elecciones celebradas en ese período. La tercera y la cuarta columnas muestran la elección con menor y mayor asistencia. La quinta muestra el promedio de todo el período, y la última presenta la diferencia del promedio de cada década contra la anterior, expresada en puntos porcentuales. 

6-tabla-1-1536x617Los datos hablan. La participación electoral ha ido cayendo desde 1983 hasta hoy. Pero esa caída no ha sido fuerte en términos históricos. El interés por participar en elecciones se ha ido desgranando como una torta. Pasito a pasito, suave, suavecito. La década de los 90 muestra, en promedio, que la caída es de poco más de cuatro puntos porcentuales. Después del 2000, la baja es levemente más pronunciada, superando los cinco puntos y medio.

Sin embargo, a partir del 2011 la concurrencia a las urnas sube tres puntos y medio, con casi el doble de procesos electorales celebrados. El período coincide con la incorporación de las primarias obligatorias nacionales y en varias provincias. Esta suba, por otra parte, no logra compensar la magnitud del descenso de las dos décadas anteriores, pero sí estabiliza la participación en torno al 75%. Decente, digamos.

La situación de hoy es la que genera mayores alarmas. Alarmas que, sin embargo, hay que matizar. Es cierto que los datos de las siete provincias que ya celebraron elecciones en 2025 rompen la tendencia histórica, con una caída de entre 20 y 25 puntos en relación al período anterior. Pero, volviendo a la Tabla anterior, se puede ver que ya en la década del 90 hubo elecciones aisladas donde concurrió a votar una proporción similar a la de este año. Esto se puede ver claramente en los niveles de participación mínima. 

El gran interrogante es si este cortometraje se convierte en una película larga. Eso es algo que todavía no sabemos.

Los legisladores no son ejecutivos

El electorado argentino tiene una mayor propensión a concurrir a las urnas cuando se elige al Presidente o alguno de los 24 gobernadores que cuando solamente se renuevan bancas de legisladores. Este 2025 es un año de renovación parcial de cargos legislativos nacionales y de 13 legislaturas provinciales.  

La Tabla 2 ilustra esta situación. Como era de esperar, la tendencia para ambos tipos de elecciones, ejecutivas y legislativas, es en general descendente, muy similar al recorrido histórico desde 1983 (salvo la década 2011-2019). Por fuera de esta evolución paralela, hay diferencias. Al ver la comparación entre décadas, se puede observar que la caída de la concurrencia a las urnas para elecciones donde sólo se renuevan cargos legislativos es mayor. Solamente cambia en la década del 2000 y en la subsiguiente. Incluso en el período que estamos transitando el descenso es más del doble para elecciones legislativas (caída de 7,87) que ejecutivas (caída de 3,09). ¿Síntoma de época?

6-tabla-2-1536x953La otra diferencia entre ambos tipos de elección se observa al interior de una misma década. En cada período analizado, el promedio de participación en procesos electorales para bancas legislativas fue menor que para sillones ejecutivos. Durante los primeros 36 años de elecciones, la distancia nunca superó los 2 puntos y medio porcentuales entre legislativas y ejecutivas. En los últimos cuatro esa distancia se amplió a poco más de 6. ¿Más síntomas de época?

El dilema de adelantar

Desdoblar elecciones se ha vuelto una moda. Adelantarlas, en realidad, porque son muy pocos los casos en los que los gobernadores deciden convocar a elecciones provinciales después de las nacionales. Esto también fue motivo de debate. Las siete provincias que ya votaron lo hicieron antes. En un mundo en donde la fatiga democrática nos inunda, convocar a votar cargos provinciales por separado no parece ser el mejor remedio.

Este argumento nos llevaría a pensar que en elecciones desdobladas la participación electoral debería ser menor a las que son unificadas. Pero los datos dicen que no es tan así. Salvo en la década del 2000-2009, en el resto de los períodos la evolución es bastante similar. Adicionalmente, la diferencia en el promedio de participación es bastante parecida al contrastar desdobladas contra unificadas en cada década. Desdoblar, entonces, no parecería ser el problema.

Muchos mitos

“Existen acá”, cantaba Alejandro Sokol. Y puede ser que eso le esté pasando a nuestro prisma de este año electoral 2025. La estadística muestra que la baja participación puede ser sólo un momento, no necesariamente una fase. Hemos tenido en el pasado elecciones con 50% de participación, sí. Hemos tenido elecciones por encima del 90% de concurrencia, también. 

No hay que temer. Las alertas se encienden porque la tendencia del año es bastante marcada respecto de períodos anteriores. Sin embargo, eso no necesariamente indica que lo que queda de la década pueda continuar en el mismo carril. Si las elecciones nacionales de octubre se acercan a los mínimos históricos, y si esa tendencia se mantuviera en 2027, sí habría motivos de preocupación. 

¿Todos están viendo la misma película? El dictamen es generalizado y se centra sobre cuatro puntos que explican un presente de desencanto. 

En primer lugar, y como se adelantó más arriba, hay fatiga democrática. Esta idea refiere a cierto desgaste o pérdida de entusiasmo de una parte importante de la ciudadanía hacia la democracia como sistema político, a sus instituciones, sus procesos y sus actores. Esta sensación no implica necesariamente que exista un deseo masivo de reemplazar a la democracia por otro tipo de régimen, sino más bien una disminución en la participación cívica, en la confianza en los procesos electorales y en el compromiso con los comicios. Si el sistema político es un motor, lo que no tiene hoy es la inyección de nafta ni de energía para andar bien.

En segundo lugar, los niveles de polarización política  van in crescendo con el correr de los años. Esto no es algo nuevo, pero sí es innovador el ingenio que se le dedica a la disputa amigo-enemigo entre partidos, coaliciones y dirigentes. Los puntos de consenso son cada vez menores; los de encuentro mucho menos. Si el sistema está cada vez más polarizado frente a una demanda ciudadana que, según surge de varios estudios de opinión pública, brega por el consenso y los acuerdos, entonces se refuerza la fatiga. Es circular.

En tercer lugar, la oferta política actual no entusiasma mucho. Es una especie de crisis del 2001 aggiornada. Algo que, por otra parte, parece ocurrir cada veinte años. Si a fines de los 90 se jubiló a la generación política que lideró la transición a la democracia, veinte años después de esa crisis de representación aparece una nueva, esta vez enfocada en los responsables de reconstruir la relación del Estado con la sociedad argentina después del estallido de diciembre de 2001. Son estas caras, las mismas de siempre, las  que no estarían satisfaciendo del todo la necesidad de renovación política que la ciudadanía viene demandando desde hace ya algunos años. 

En cuarto lugar, y como corolario de los tres anteriores, todo este cocktail tomó forma en el medio de procesos electorales que no se entienden bien. En estos casos, el adelantamiento puede operar como elemento catalizador. La Ciudad de Bueno Aires votó por primera vez en su historia legisladores locales sin unificación con diputados nacionales o Jefe de Gobierno. Lo mismo ocurrirá en territorio bonaerense. “¿Qué hace un legislador por mí en mi diaria?”. “¿De qué me sirve un convencional constituyente?”. “¿Por qué el gobernador necesita una mayoría si ya empezó a cambiar las cosas?”. Preguntas sin respuesta, pero preguntas al fin.

A esto se le suma un gran interrogante: el efecto Cristina Fernández de Kirchner. La titular del Partido Justicialista, principal referente opositora al gobierno de Javier Milei y quien mejor intención de voto y diferencial de imagen tiene en la provincia de Buenos Aires, está oficialmente fuera de la cancha electoral. Si ahora empieza a oficiar como DT desde el banco de suplentes, ¿resulta suficiente para reactivar la pasión por el peronismo? Asumir que la caída de la participación electoral se debe en gran parte a una desmovilización del votante peronista desencantado puede derivar en que la construcción de un Puerta de Hierro del siglo XXI recupere la mística, el amor, los votos y la participación. ¿Alcanzará? Tomando en cuenta los puntos anteriores, huele, por ahora, a poco.

Por Facundo Cruz * Politólogo. Codirector del Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD), / Le Monde Diplomatique

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