





La frase que encabeza este artículo pertenece a un intelectual argentino que es muy citado, poco leído y nada comprendido. Agreguemos, no sin pesar, que ni por propios ni extraños. Se trata de Arturo Jauretche, quien en coyunturas nefastas por las que atravesó nuestro país, supo decir las cosas con valentía y precisión, aunque esto le valiera el silencio de los medios masivos de comunicación y un rápido “olvido” de los sectores que él representaba como ninguno.


Por fortuna, por las discusiones públicas suscitadas por la Ley de Servicios Audiovisuales (N° 26522), en la actualidad, gran parte de la sociedad sabe que los medios de comunicación inexorablemente poseen intereses económicos, ideológicos, partidarios que los lleva a posicionarse ante determinadas cuestiones nacionales, de un modo “acomodaticio”. Es decir, que suelen sostener ideas hoy que mañana desconocerán, tergiversarán o, lo que es aún peor, silenciarán.
En este momento en el que imperan las redes sociales y que, sin embargo, se nutren de los medios tradicionales, el oficialismo aprovechando el estado de anomia de la ciudadanía, arremete con mensajes cargados de violencia y, sobre todo, falsedades de diversa catadura, especialmente sobre el pasado. Estas barbaridades calan profundo en la opinión pública por varios motivos, pero consideramos que la principal es la “ignorancia aprendida” del pueblo y sus dirigentes que lejos de formarse como “genuinos representantes se han dedicado a conseguir prerrogativas que no merecen en absoluto.”. Abandonando, de esta forma, la genuina función que deberían asumir de acompañar y orientar al conjunto de la población, pero con el ejemplo.
A menudo, se sostiene, ligeramente, que vivimos en un “eterno presente” y que revisitar el pasado es perder tiempo. Razonamiento que adquiere una potencia inusitada cuando se habla de los medios de comunicación. Sin embargo, nos proponemos advertir a nuestros lectores que se está frente a una gran falacia, pues como supo escribir Rodolfo Walsh, todo está en la prensa, solo hay que saber buscarlo.
En este caso, nos remitiremos a un viejo editorial publicado en 1993, plena década menemista, administración en la que el presidente Javier Milei decididamente se apoya. En ocasiones para emularla y, en otras, para afirmar que la ha superado. ¡Vaya éxito! El gobierno de Carlos Menem ha sido, qué duda cabe, uno de los más oprobiosos que haya tenido que tolerar nuestra vapuleada Patria.
Deseamos, asimismo, que este escrito sirva como material de reflexión a alumnos de la cátedra de Historia del Periodismo (FPyCS UNLP), quienes como no puede ser de otra forma, están muy influenciados por las redes sociales. Gravitación perniciosa si las hay para estudiantes de comunicación, puesto que frecuentemente olvidan que ellos deben estar por encima de la media. En otros términos, ellos deben estar muy bien formados e informados para poder ayudar a comprender al conjunto del pueblo la tremenda circunstancia que nos toca afrontar, con un gobierno que no solo quiere destruir al Estado Nacional, sino que pretende regalárselo a dos potencias en descomposición y que muy pronto deberán afrontar el juicio implacable de la historia.
Concebimos a los diarios como “actores políticos” (Borrat, 1989) que interactúan con los demás actores (PE; PL.; PJ; FF.AA.; Universidad; sindicalismo, iglesia; entre otros). Nos centramos en la columna editorial pues es su voz institucional y tiene como interlocutores a la opinión pública y, muy especialmente, a los líderes de las distintas organizaciones de la sociedad civil y a los representantes del poder político y económico.
Ahora proponemos a los lectores que establezcan con precisión qué diario editorializó bajo el título de “Velay con la pobreza” en el año 1993. Este ejercicio didáctico persigue la finalidad de someter toda información a la “duda”, aunque sea de un medio afín y que, también, estemos preparados para recurrir al pasado para comprender mejor el presente, de tal modo que se consiga señalar las incongruencias con las que nos abruma, jornada tras jornada, el devastador gobierno actual.
La nota institucional de marras apelaba a que la opinión pública fuera capaz de interpretar el momento histórico, más allá de las explicaciones pueriles a las que, habitualmente, nos bombardean los gobiernos cipayos.
La voz institucional de ese día comenzaba con una frase asertiva, para luego sumergirse en una serie de cavilaciones que complejizaban la temática:
“POBRES habrá siempre.” La frase -un lugar común del conformismo- encubre o bien una desidia, o bien una insoportable mala fe. Pues, una vez emitida la sentencia, falta saber cuántos son los pobres y en qué medida los afectan sus carencias; falta averiguar si su número crece o no crece, y las razones de la variabilidad; falta suponer si habrá, para ellos y sus hijos, esperanza en un futuro razonable. Y, en todo caso, si la sociedad los asume, para redimirlos de su condición menguada o, al contrario, los rechaza hacia guetos de indiferencia y desprecio. Entretanto, “ya no es posible ignorarlos.
El editorialista, con posterioridad, describía detenidamente en dónde se podía percibir el indignante flagelo, y retomaba la vieja expresión criolla: “Velay la pobreza. Está entre nosotros, envolviéndonos, rodeándonos, acusándonos. Se la ve por doquier. No son solamente los sin techo ni los chicos desarrapados y mendicantes de la ciudad ni quienes trabajan por salarios que no restituyen su fuerza de trabajo. Los pobres están también en los hospitales donde se les dificulta una asistencia idónea y eficaz; en las escuelas donde la educación que reciben es anticuada y regresiva; en las colas de los jubilados, con el fenómeno insólito y hasta increíble del activismo de la vejez; se los ve en todo lugar y en todo momento. Y también en la oleada de violencia que azota a la comunidad”. Este párrafo si mencionara la represión a la que son sometidos los jubilados miércoles a miércoles, se podría decir que estaba vaticinando lo que ocurriría 32 años después.
Pero el editorial no se detenía en la descripción anterior, profundizando en la amarga situación social al destacar que “ya no hay tapadera posible. Ahí están los pobres. Aquí están. Las argucias con las cuales se disimulaba su condición decaen a la hora en que se les reclama que renuncien a la electricidad que recibían “colgados” de cables ajenos o cuando se los empuja al desalojo de predios que no son los suyos, pero donde tenían cobijo, si bien ilegal; o cuando deben seguir trabajando con riesgo de su integridad y a veces de su vida en profesiones sometidas a la violencia de la calle (como los choferes del transporte), pero a cuyos salarios no pueden renunciar”.
El columnista avanzaba , esta vez, marcando a fuego las causas remanidas de las políticas liberales, siempre insensibles a las penurias de quienes postergan y sumen en la indigencia, y ofrecía un mapeo para una mejor comprensión. “La pobreza se transmuta en violencia para quienes matan o mueren por unos pocos pesos; para quienes persisten en trabajos vocacionales por los que reciben ridículos ingresos (los maestros o los médicos); para quienes sufren humillaciones y postergación para sacar adelante a sus hijos; para las familias que se disgregan. La pobreza se resuelve en retraso, para un país que no logra ponerse a la par con las necesidades de su propia sociedad ni con los desafíos de la hora mundial”.
Increíblemente, la nota detallaba un fenómeno de actualidad estremecedora que hoy se conoce como “la grieta” y, sorprendentemente, existen algunos impresentables que se arrrogan para sí la invención de la figura literaria “nuestra sociedad se vuelve, a su vez, dicotómica, puesto que una parte oscila hacia el éxito opulento, mientras la otra se retrasa en la inopia irredenta. Se apaga la fragua social donde se alcanzaba la solidaridad entre sus ciudadanos, antes alimentada por la voluntad y la certidumbre de un destino compartido que se construía con el trabajo de las generaciones. Cede también la idea de la “patria grande”, desarrollada, movilizadora de sus recursos dormidos, capaz de albergar pobladores y actividad en todos sus rincones”.
A continuación, se reforzaba la idea de las implicancias de la situación asfixiante, conforme la interpretación de la línea editorial al afirmar que “la pobreza no es apenas el hombre desvalido que pierde su trabajo, su Casa o su decoro. Es también la sociedad dividida. Es la incertidumbre acerca del cumplimiento de las metas nacionales. Cuantifíquense estos conceptos y se tendrá la ecuación de la decadencia nacional y la medida del drama de una nación cuya unidad espiritual puede llegar a romperse”.
En efecto, la “unidad espiritual” se hallaba en una inestabilidad que solo un gobierno popular podría revertir, pero mientras tanto, un gobierno traidor, pérfido, vendepatria, aplicaba las recetas de siempre, cuyo origen está en las potencias centrales y, entonces, insistía “Velay la pobreza. Cuando las cosas se dan de tal manera que, en lugar de proteger el trabajo propio subsidiamos el trabajo externo; cuando la desocupación aumenta, como lo ha hecho en estos días, hasta alcanzar el 9% de la mano de obra, allí está la pobreza.”
Con respecto a un actor político de gran contención para la sociedad proseguía: “Cuando la Iglesia advierte acerca de la diferencia entre ´el gran orden económico´, donde hay estabilidad, y ´el pueblo común y la familia´, que ´no siempre tiene los recursos suficientes para pasar el mes´, allí está la pobreza.”
“Cuando la gente del interior del país dice de fábricas y comercios que cierran, jóvenes que se van, pueblos que se apagan, comunicaciones que se niegan, allí —en todo lugar donde se achica el país— está la pobreza. La región patagónica es un vademécum de la tendencia”. Repárese en este juicio. Asombra la similitud con el presente. ¿Qué nos ha pasado a los argentinos que no logramos superar diferencias adjetivas y posicionarnos en coincidencias sustanciales que nos acercarían a la felicidad social?
El remate del artículo editorial también nos coloca ante una realidad pasada que, no supimos asimilar lo suficiente para no caer recurrentemente en los desgastados y desgastantes postulados liberales que, no solo han probado ser falsos, sino perjudiciales, ya que nos sumergen en una desunión política, social, cultural, demostrando cuánto nos falta para constituirnos como una sociedad adulta, solidaria y responsable. Así las cosas, mientras que la máquina de escribir con sus teclas impregnadas de tinta, plasmaban de manera indeleble una verdad que rompe los ojos volver a leer tamaña falsedad “el país necesitaba terminar con el Estado hipertrofiado, para abrir paso a la actividad privada productiva. Necesitaba sanear las finanzas públicas y frenar el proceso de la inflación desorbitada. Incluso requería una mayor inserción en la economía mundial”.
Pero, con agudeza indicaba que “el precio de esos pasos no puede ser la de la eliminación de las facultades del Estado en la prestación de los servicios básicos ni en la protección de los ciudadanos ni en las políticas económicas que orienten hacia los fines de la nación. El resultado debe ser una reforma y una ampliación de la estructura productiva, con generosa creación de puestos de trabajo, oportunidades de calificación y aprendizaje, servicios de salud, seguridad y así siguiendo. Si esto se declina o se posterga sine die, si el ajuste se resuelve en recesión y el país deja de funcionar como una unidad territorial y social; si la inversión productiva no enjuga el sacrificio de tanta gente, de nada servirá distraerse o invocar los manes de Margaret Thatcher. La pobreza avanzará y volverá a alimentarse el circuito perverso de la inestabilidad argentina”.
Este editorial pareciera escrito hoy, Por establecer con nitidez las causas y consecuencias de la política ejercida por -ayer el presidente C. Menem- y hoy por el presidente Milei e, incluso, por la mención de Thatcher, quien es reivindicada por el segundo de manera provocativa, pese a ser una de las principales sino la principal responsable de la guerra de Malvinas, como su posterior explotación de riquezas que perdura de forma ilegítima en la actualidad.
En fin, ahora que citamos y comentamos in extenso el editorial, le toca al lector conjeturar de qué medio se trata. ¿Será Página/12, creado en mayo de 1987 por un combativo Jorge Lanata con fondos proporcionados por la guerrilla de izquierda? ¿Acaso será un desvío de la línea editorial e ideológica Mayo-Caseros de La Nación, quien a principios del siglo XX, dejó de atribuirse de manera falaz ser una verdadera “tribuna de doctrina” para “mirar la política desde arriba”? ¿Será un grito resentido del viejo diario La Prensa, quien para el ´93 se encontraba en plena decadencia y franco retroceso al haber perdido por el camino entre ventas y medianoches la mayoría de sus lectores? ¿Prensa de izquierda de baja calidad y tirada reducida a cambio de larga lectura apasionada? ¿Ya sabe de qué diario se trata? ¿Necesita alguna pista más? ¿Qué “gran diario argentino” no ha sido nombrado hasta este momento? ¿¡Pero cómo?!, si usted sabe muy bien que ese medio fue una barricada electoral para que Menem tomara el bastón presidencial, favor que le fue devuelto inmediatamente a través del decreto 830/89, el cual ordenó la privatización de los canales 11 y 13, este último el cual pese al mal augurio que representa numerológicamente, fue por mucho tiempo la máxima aspiración de Clarín, puesto que de este modo se convertía en el grupo mediático más influyente de nuestro país. Por consiguiente, no le debía al gobierno encabezado por el riojano más que gratitud, valor que la mayoría de las veces se paga con unas cuantas tapas y editoriales de apoyo militante a su facilitador. ¿Será una disonancia de la voz institucional que esa fecha no reparó detenidamente en los argumentos repetidos diariamente o será tal vez que estamos en presencia de un actor político que, tal como explicitamos arriba, hace pesar por sobre su supuesta ideología, intereses crematísticos?
Evidentemente no estamos frente al desliz de un editorialista de turno sino en presencia de las operaciones políticas que todos los medios de comunicación utilizan.
Una vez esclarecido el quien es quien, nos resta explicar por qué hemos traído a colación el nombre de Arturo Jauretche al principio de este texto -cuya expresión “Vuelvan Caras…Argentinos”-precisamente lo intitula. Se debe principalmente a que esta era su frase de cabecera cuando la falta de horizonte e indiferencia del pueblo se volvía protagonista del clima social. Ahora que una enorme cantidad de los argentinos y argentinas nos despertamos con una pantalla ante nuestros ojos, la cual ocupa nuestra mirada la mayoría del día, pareciera ser ella quien nos dicta nuestro humor social y la importancia de la coyuntura política. Y es por esas astucias de la historia que la idea del pensador nacional cobra más relevancia que nunca. Debemos desviar el rostro de aquella pantalla pletórica de algoritmos y carente del calor que da el prójimo para redescubrir a quienes nos rodean; aquel colectivo que de inconsciente no tiene nada ni se puede definir por una encuesta virtual, que sufre y padece la pobreza en que los mismos de siempre, ayer oligarcas, hoy tecnócratas, lo sumergen; llevar la frente bien en alto para avizorar y conocer al enemigo que arremete contra nuestra soberanía, único faro posible de un proyecto nacional en que solo la tecnología nos puede deslumbrar.
*Resulta importante destacar que este artículo surge del proyecto de investigación que dirijo titulado “El primer gobierno de Menem bajo la lupa editorial de La Nación y Clarín 1989 – 1995“ y, sobre todo el agradecimiento a Mario J. Giménez y a Juan Cruz Vallefín.
Por César «Tato» Díaz * CEHICOPEME- FPYCS-UNLP. / La Tecl@ Eñe







