El peronismo ante la prisión de Cristina

Actualidad15/06/2025
Furer-180824-scaled

Un largo proceso judicial por corrupción administrativa dejó a Cristina Kirchner afuera de la política electoral. En pocos días sabremos si finalmente irá a la cárcel o le otorgarán la prisión domiciliaria, desde donde seguirá haciendo otro tipo de política mientras continúa el avance de las otras causas en su contra, que no son pocas. El alma mater del kirchnerismo, la fuerza política dominante entre 2003 y 2023, enfrenta su ocaso. En esta nota vamos a analizar las implicancias políticas del encarcelamiento de Cristina sobre el justicialismo y la representación política de la oposición. La pregunta es: ¿podrá renovarse el peronismo bajo la sombra de una Cristina presa?

Lawfare, corrupción y después

Cristina Kirchner se suma a una ya larga lista mundial de líderes políticos con popularidad cuyas carreras se ven truncadas en los tribunales. Aun cuando ella esté en el tramo final de su largo trayecto político, sigue siendo la principal referente de la oposición en Argentina, y su inhabilitación electoral deja un vacío en la representación política. El lawfare existe y es real, como reconoció días atrás el gobernador republicano del Estado de Florida, Ron De Santis (1). Y es independiente de la veracidad o no de los hechos judicializables de los políticos judicializados. Que quede claro: es perfectamente posible que los hechos de corrupción de la Causa Vialidad, de los que Elisa Carrió acusó a Cristina en 2008, hayan existido, y a su vez que sus adversarios –incluida, por supuesto, la propia  Carrió– hayan utilizado esos hechos en los tribunales para hacerle una guerra política. De hecho, todo indica que eso fue lo que ocurrió. Lawfare y actos de corrupción no son incompatibles, como tampoco lo son el delito y la animosidad personal contra el delincuente por parte de su denunciante. La justicia terrenal es así, atravesada por los intereses y las pasiones personales; la justicia divina no es de este mundo.

Cristina Kirchner fue elocuente al denunciar la guerra político-judicial que le estaban haciendo, aunque hizo muy poco para convencernos de que no hubo corrupción. En estos 17 años sólo se dedicó a decir que ella no tenía nada que ver con los hechos, y que sus enemigos la estaban asediando, pero apenas los negó y no hizo mucho para esclarecerlos. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, como dice el antiguo adagio, y por eso los políticos no pueden tener ni una mácula. Si ella era inocente, como dice, debió ponerse al frente de las denuncias y las investigaciones contra José López, Lázaro Báez y otros que sí fueron sorprendidos con las manos en la masa. De hecho, eso es lo que vienen advirtiendo, desde hace años, quienes siguen los aspectos jurídicos y técnicos de los procesos: que la defensa legal de Cristina fue débil, insuficiente, poco esmerada, como si esperara que la política le resolviese todo. De hecho, en la Causa Vialidad perdió en todas las instancias. ¿Todos, absolutamente todos los jueces estuvieron confabulados contra ella? Ya no tiene más arenas judiciales para pelear, lo de la Corte Interamericana es una ilusión, se le acabaron los rings: ahora sólo le queda la política de la resistencia para seguir batallando.

Los fundadores intelectuales de la república moderna diseñaron instrumentos como los fueros o los indultos para que los políticos puedan protegerse de los otros políticos.

La pregunta, entonces, es cómo queda el justicialismo, que ella aún preside, después de este cross a la mandíbula. Sí, la judicialización de la política suele estar promovida por la propia política, tiene efectos políticos, y ello aplica tanto a Cristina como a Donald Trump, Lula, Jair Bolsonaro, Marine Le Pen, Nicolas Sarkozy o Rafael Correa. Pero nada de esto es nuevo ni desconocido. Tratar de sacar a un competidor de la carrera acusándolo de corrupto, inepto o inmoral es más viejo que la política misma. Es una práctica común en las monarquías, las democracias y hasta en las dictaduras. Los fundadores intelectuales de la república moderna, como Montesquieu, Madison o Alberdi, diseñaron constituciones con instrumentos defensivos para los funcionarios, como los fueros o los indultos, precisamente para que los políticos puedan protegerse de los otros políticos. No es cierto que los personeros del poder sean privilegiados e intocables: ser poderoso implica, casi siempre, estar a tiro de otro poderoso. Por eso tantas generaciones de madres recomiendan enfáticamente a sus hijos que “no se metan en política”: porque saben que el poder es una profesión de riesgo, y que las probabilidades de terminar lastimado son altas.

Una buena pregunta, de difícil respuesta, es si en 2025 el asedio político-judicial a Cristina Kirchner es parte de una trama actual, o la bala perdida de un disparo de 2008. Para ella, obviamente, es un tema de hoy: sus enemigos, sostiene, están desesperados por impedir su imparable regreso triunfal. Pero lo cierto es que la confirmación de su condena le llega sobre el fin de una extensa carrera, no en su auge, y de las manos unánimes de una Corte Suprema que Javier Milei no designó. Y cuando los principales efectores de la historia ya no están. Néstor Kirchner, el aparente constructor de la caja, ya falleció. Claudio Bonadío, su archinémesis judicial, también, al igual que Jorge Lanata, el periodista que llevó el tema a la opinión pública. Y Sergio Massa, ex socio de la también denunciante Margarita Stolbizer, a quien Cristina en su momento acusó de ser el titiritero de Bonadío, hoy es su aliado. Entonces, ¿quiénes serían hoy los efectores políticos de su encarcelamiento? Más bien, la confirmación de su condena luce como la inercia procesal de una botella lanzada al mar hace 17 años, que tocó la orilla en un tiempo y lugar impensados.

La Argentina de Milei ya no es el país donde Cristina Kirchner era el centro de la política. Ese fue el mundo de la grieta kirchnerismo-antikirchnerismo; para el mileísmo, el centro es Milei. La propia Cristina, quien tilda al presidente de “monigote”, reconoce que él no tiene nada que ver con esto. Milei trató de nombrar dos nuevos jueces en la Corte y ni siquiera lo dejaron. En rigor, a Milei la historia de Cristina no le interesa. A diferencia de Macri y las viudas de Juntos por el Cambio, que hicieron de Cristina el centro de su acción y concepción políticas, la obsesión de los libertarios es su propia revolución. Milei simplemente no piensa en Cristina, y sólo le responde por X cuando ella le habla. Cuando salió el fallo, su reacción en redes fue: “¿vieron que yo no tenía nada que ver?”.

El antikirchnerismo cambiemita, que sí había hecho de Cristina su razón de ser, queda huérfano y sin agenda tras la confirmación condenatoria. El encarcelamiento de Cristina era la última bandera que le quedaba, y denunciar un supuesto entendimiento entre Milei y el kirchnerismo, su último cartucho retórico, como se vio en la campaña porteña de Silvia Lospennato. Ahora, como el fantasma de Sam en Ghost, se despide de escena tras haberse esclarecido su propio crimen. Misión cumplida.

Entonces, entre un mileísmo prescindente y un cambiemismo que avizora una merecida jubilación, la fuerza más afectada por la novela de Cristina es el peronismo. El partido fundado hace 60 años por Perón venía intentando con dificultad una renovación tras el fracaso del gobierno del Frente de Todos, pero en los últimos seis meses se estaba cristinizando nuevamente. La ex presidenta había asumido la jefatura del PJ y desde allí pretendía controlar los bloques legislativos y bendecir a los candidatos provinciales. Para colmo, lanzó una osada precandidatura a diputada provincial por la Tercera Sección bonaerense, demostrando que estaba dispuesta a dar batalla y poner el cuerpo en la primera línea de combate. Las encuestas mostraban que ella, pese a su alta imagen negativa, se consolidaba como líder de la oposición ante la mirada social. Nadie se le animaba, y la situación se asemejaba cada vez más a la UCR de Raúl Alfonsín, que siguió liderando el partido una vez que dejó el gobierno sin éxitos electorales. Ese fue el contexto, y el timing, de la confirmación de la condena. ¿Cómo puede ahora Axel Kicillof, o algún otro aspirante a la renovación, suceder a una Cristina martirizada y vigente, que arrastra al justicialismo detrás de su historia personal?

¿Otro peronismo de la resistencia?

A lo largo de sus 80 años de historia hubo varios peronismos, y varias formas de clasificarlos. Sin dudas, hubo un peronismo de la gobernabilidad: el peronismo de Perón, Menem, Duhalde y Kirchner fue un partido del poder y del orden, que garantizaba mayorías sociales y legislativas para implementar planes reformistas. Hubo peronismos de la renovación, como los de Cafiero y Massa, que buscaban la transición hacia nuevos liderazgos aglutinadores. Y también hubo un peronismo de la resistencia, nacido del exilio de Perón y su exclusión forzada del sistema político. El kirchnerismo, sobre todo en su fase cristinista, jugó con todos los mitos para construir su propia identidad: rosca gobernista, retórica renovadora y estética resistente.

 ¿Cómo puede ahora Axel Kicillof, o algún otro aspirante a la renovación, suceder a una Cristina martirizada y vigente, que arrastra al justicialismo detrás de su historia personal?

Sin embargo, no es un espejo feliz, porque el peronismo de la resistencia fue un fracaso histórico. Totalmente distinto al peronismo gobernista de Perón, el de la resistencia se enfrascó en su propia problemática y no pudo ofrecer a la Argentina otro proyecto de país que el de bregar por su propio regreso al sistema. Tuvo una efervescencia paralizante, porque movilizó con efectividad a una parte importante de la sociedad detrás de una ilusión sin proyecto. Perón trató infructuosamente de recuperar a su propia criatura de ese destino, pero murió antes de tiempo. Y al justicialismo le llevó largos años desembarazarse de esa dinámica autodestructiva.

El mundo de 2025 es muy distinto al de aquel momento, pero las analogías y las apelaciones se repiten. Hasta ayer nomás, el justicialismo se dirimía entre el paradigma de la renovación y el de la resistencia, pero en las últimas horas juega con la última versión. Si Cristina pretende convertirse en un mito viviente, hacer de su prisión domiciliaria otra Puerta de Hierro y convertir al Partido Justicialista en una fuerza que gire en torno a su reivindicación, la principal fuerza opositora de hoy volverá a enfrascarse, como en aquellos tiempos, en su propia realidad alterna, que convoca a la abstención electoral, se entiende con Myriam Bregman y defiende al Instituto Perón a través de Juan Grabois, mientras es derrotado en todas las elecciones provinciales. Se aceleraría el quiebre de los vínculos entre Cristina y el peronismo de la gobernabilidad. Para colmo, el peronismo que se repliega tras el drama personal de Cristina Kirchner tiene enfrente a un presidente con amplio respaldo popular, y que le habla a su propio electorado.

Sin embargo, el que Cristina Kirchner arrastre tras de sí a un justicialismo que no pudo renovarse no significa que el peronismo de la gobernabilidad haya fenecido. A lo largo y a lo ancho del país hay gobernantes subnacionales peronistas que fueron elegidos por amplios electorados locales, y que gozan de popularidad en sus distritos. El ocaso de Cristina es una crisis que afecta al liderazgo del justicialismo, y pone en suspensión su capacidad de articular a todos los peronismos locales detrás de una única jefatura. La tobillera de Cristina prolonga esa crisis y obtura la posibilidad de renovación. En este marco, el justicialismo de la gobernabilidad, que subsiste a nivel local, deberá dominar la culpa, resistirse a los cantos de sirena de la resistencia, y renovarse a pesar de todo. De lo contrario, ya sabe lo que le augura la historia: otros 18 años en el desierto.

1.https://www.foxnews.com/politics/desantis-punches-back-hope-florida-controversy-likens-lawfare-attacks-trump-nominees

Por Julio Burdman * Politólogo./  Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Ilustración: Seul.ar

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email