





Ya lo advertí mil veces: esta empresa era un problema esperando la ocasión de estallar. Las últimas revelaciones prueban que no hablamos de errores puntuales, sino de una cultura corporativa construida sobre la reincidencia y la impunidad. Nada que se parezca a una multa, por significativa que sea, resolverá semejante patrón de conducta. Lo que corresponde es clausurar la compañía y llevar a su fundador ante la justicia.


Desde los históricos excesos, hemos llegado directamente a la obscenidad: TechCrunch ha destapado cómo la nueva app Meta AI convertía en escaparate público las conversaciones privadas de sus usuarios, exponiendo audios, textos e imágenes sin que nadie entendiera bien la cesión de derechos que estaba firmando. Que alguien pregunte al chatbot por evasión fiscal o comparta datos médicos y termine siendo observado por desconocidos es, sencillamente, una violación de la confianza más elemental.
Pero el truco del localhost es todavía más siniestro: investigaciones llevadas a cabo en Europa descubrieron que Facebook e Instagram abrían puertos ocultos en el móvil para atrapar las cookies generadas por el omnipresente Meta Pixel, enlazando así todo tu historial de navegación con tu identidad real, incluso sin sesión iniciada, mientras la empresa, por supuesto, lo negaba todo. Cuando «el truco» se hizo público, Meta pausó el sistema. No antes.
Incumplir primero y pedir permiso después es la estrategia consagrada desde sus inicios, mucho antes de Cambridge Analytica: lanzar la infracción, rentabilizarla al máximo y retroceder solo cuando la prensa o la autoridad reguladora encienden la luz. Si en el pasado la compañía sorteó multas récord de la FTC o la sanción de 1,200 millones del EDPB, hoy repite la jugada con los WebSockets, los puertos UDP y los túneles WebRTC que burlan hasta el modo incógnito. Simplemente, nadie está seguro mientras esta compañía tenga permiso para seguir operando: su cultura es demasiado perniciosa y nociva como para permitir que exista.
La coartada del «vale, ya lo hemos desactivado» suena absurda y hueca cuando uno revisa el historial: cada vez que un navegador cerraba una puerta, Meta abría una ventana nueva. Cuando Chrome anunció contramedidas, el código mutó para mantenerse vivo. No estamos ante descuidos, sino ante una carrera premeditada contra la ley y la privacidad de las personas para ser capaz de colonizar todos los resquicios del ecosistema. Ninguna multa puede evitar lo que es claramente una característica de una cultura empresarial consolidada y personificada en un liderazgo persistente. Un absoluto y patente desprecio por la ley y por los usuarios establecido claramente a través de un patrón de conducta inequívoco y persistente.
Ese historial de reincidencia demuestra que la multa, por alta que parezca, es ya una partida presupuestaria más: el coste del negocio. Mientras la sanción sea menor que el beneficio obtenido con los datos, la infracción seguirá siendo rentable. La única medida proporcional al daño es la extinción corporativa.
Regular no basta, porque quien vive de pisotear consistentemente la norma no se reforma con más artículo legal: se cierra. Y si la cultura delictiva parte de la cúspide, es la cúspide la que debe responder. Mark Zuckerberg ha modelado personalmente un entorno donde la privacidad es un obstáculo a sortear, nunca un derecho a respetar. En derecho penal, eso se llama dolo: la voluntad consciente, flagrante y evidente de cometer el delito.
Por todo ello, ha llegado la hora del desmantelamiento. Clausurar Meta, confiscar sus activos y procesar penalmente a su dirección no es una fantasía exagerada, sino la respuesta lógica cuando una organización se instala en la conducta ilícita como motor de crecimiento. Meta no es «demasiado grande para caer», es «demasiado peligrosa para existir». Cada día que continúa operando amplía su archivo de vidas escudriñadas y normaliza el despojo de los derechos digitales hasta límites inenarrables. Si de verdad creemos que la privacidad es un pilar democrático, debemos actuar en consecuencia: cerrar la empresa, sentar a su fundador en el banquillo, e inhabilitarlo para que no pueda crear ninguna compañía más.
Nota: https://www.enriquedans.com/







