
Los profesionales del private equity deberían estar buscando otro trabajo hace ya tiempo
Actualidad11/06/2025




Robert Smith, CEO de Vista Equity Partners, lo dejó meridianamente claro esta semana durante su intervención en SuperReturn: «AI is going to take your job», que al menos el 60% de los asistentes a la conferencia iban a estar buscando trabajo antes del próximo año. Y lo interesante no es tanto la frase, que ya suena a meme repetido hasta la saciedad, sino el contexto: Smith se estaba dirigiendo directamente a una audiencia compuesta sobre todo por profesionales del llamado private equity o capital privado. Y sí, tiene toda la razón del mundo. Es más, lo sorprendente es que todavía no haya ocurrido.


El private equity, ese oasis de trajes caros, oficinas con vistas espectaculares, y lenguaje técnico supuestamente exclusivo, lleva años viviendo del humo, de una narrativa construida en torno a la ilusión de que algunos iluminados son supuestamente capaces de vencer al mercado mediante «acceso privilegiado a oportunidades» y «análisis profundo». Una ilusión que funcionaba cuando tan solo unos pocos, gracias a sus contactos, podían acceder a la información financiera relevante, cuando los mercados no estaban ni remotamente tan interconectados como ahora, y cuando un Excel bien armado parecía suficiente para justificar comisiones de dos dígitos. Pero ese mundo ya no existe, y se alimenta únicamente de los incautos que no saben eso.
Desde que el Premio Nobel de Economía Eugene Fama formuló su efficient market hypothesis en los años 70, que ya ha llovido, todo aquel que haya querido escuchar ha tenido la evidencia delante: es imposible batir de manera consistente al mercado porque la información ya está incorporada en los precios. Es decir, cualquier analista de un fondo privado, por muy listo que sea y por muchos PowerPoints que elabore, compite contra miles de ordenadores y millones de decisiones instantáneas tomadas por algoritmos con más información que él. Si todavía consigue justificar su salario es únicamente porque vive de las rentas de una industria que lleva años vendiendo humo en botella de champán.
En 2018, empecé a invertir mi dinero en Indexa Capital, una empresa española que aplica una filosofía diametralmente opuesta a la del private equity. Nada de gurús financieros ni decisiones mágicas: carteras indexadas, frugalidad y comisiones ridículamente bajas, gestión automatizada, y transparencia radical. Desde entonces, los resultados han sido consistentemente superiores a cualquier propuesta que me haya ofrecido el mundo del capital privado. Cada vez que un comercial de private equity me llama, lo que cada vez ocurre menos, y les cuento las rentabilidades que estoy obteniendo con Indexa, la conversación suele terminar con un silencio incómodo y una despedida precipitada. Ninguno ha vuelto a llamar.
La inteligencia artificial no solo puede reemplazar a los analistas de private equity, sino que lo hará mucho mejor. ¿Qué es un profesional de este sector sino una persona que intenta detectar patrones, hacer predicciones basadas en datos, construir escenarios de valoración y diseñar estrategias de entrada y salida? Todas esas tareas pueden automatizarse hoy con herramientas de machine learning que no duermen, no cometen errores emocionales, y no necesitan una oficina en Mayfair. Lo que hasta hace poco se justificaba con «olfato de inversión» y «contactos estratégicos» ahora puede resumirse en una API bien entrenada.
Nota: https://www.enriquedans.com/
Y sin embargo, los fondos de capital privado siguen levantando dinero, siguen cobrando sus generosas comisiones de gestión, y siguen llenando sus informes con jerga vacía y promesas sin sustancia. ¿Hasta cuándo? Hasta que los inversores empiecen a hacer preguntas. Hasta que comprendan que el castillo de naipes no se sostiene frente a la evidencia empírica. Hasta que descubran que con una cartera indexada, un algoritmo que optimice rebalanceos, y una comisión del 0.1% o menor, pueden obtener mucho mejores rendimientos con mucho menos riesgo.
El private equity es una industria obsoleta, construida sobre privilegios informativos que ya no existen, y sostenida por un modelo de negocio que drena recursos de los clientes para mantener una fachada de lujo y sofisticación. Su desaparición no solo es deseable, es inevitable. Y cuando ocurra, no será culpa de la inteligencia artificial. Será culpa de no haber visto que el mundo ya había cambiado.







