







Más preocupados que sorprendidos por la rareza, algunos vecinos levantan su vista al cielo. Una escuadra de aviones militares de origen estadounidense vuela en modo rasante sobre la ciudad de Buenos Aires. Los pilotos son argentinos y al menos una de las aeronaves lleva ploteado en su fuselaje un león con melena al viento, en homenaje a Javier Milei. Aunque real, una pesadilla.
Pero a Luis Caputo, alias Toto, el crupier del JP Morgan en situación de ministro de Economía y Finanzas, el desfile aéreo lo llama a exclamar en su cuenta de X: “Emociona. Cada vez más gente tiene esperanza y menos gente se come el relato comunista que hundió al país por décadas”.
Su sensibilidad es reveladora -o al menos da una pista nítida- del posible uso que se le dará a una aviónica maquillada, un tanto obsoleta, que se pagó cara y será más cara todavía de mantener; y que, a juzgar por el proveedor original con poder de veto -Estados Unidos, el jefe de la OTAN- resultaría inadecuada para su uso en el marco de la principal hipótesis de conflicto que tiene nuestro país en el Atlántico Sur, que son las operaciones militares que el Reino Unido despliega, en violación de nuestra soberanía territorial, en las islas Malvinas.
¿Alguien conoce alguna queja del Foreign Office por la adquisición que emociona tanto a Caputo? No la hay. ¿Acaso Estados Unidos autorizaría un rearme de la Argentina que implique riesgo o amenaza al enclave colonial de su socio militar estratégico a las puertas de la Antártida? No es creíble. Pareciera ser una adquisición castrada geopolíticamente. ¿Entonces, para qué comprar esos aviones que comenzaron a fabricarse cuando Juan Domingo Perón daba sus últimos suspiros?
Como en un Test de Bender, interesa saber qué dice haber visto Caputo en esos aviones, no sólo para conocer cuál sería su percepción de las cosas, sino para identificar el origen de su marcada emoción macartista. La publicación del “corolario Trump” a la añeja doctrina Monroe (“América para los americanos”), que pone en vigencia una agresiva política de anexión continental en nombre de la seguridad y los negocios estadounidenses, blindando lo que concibe como su “patio trasero” de la influencia de la China comunista o a la Rusia del ex KGB Vladimir Putin, compone una escena donde Caputo podría llegar a justificar lo injustificable, sin por eso ser candidato al chaleco de fuerza.
Aunque remozados, los rancios F16 fueron elegidos por el gobierno argentino en desmedro de los J-F17, de tecnología y fabricación más recientes, producidos por la emergente y amenazante China, dando una señal más de subordinación colonial a las decisiones de la administración Trump. Los dólares que Scott Bessent puso sobre la mesa, justo cuando Javier Milei tenía un serio pronóstico de derrota en las últimas elecciones, tienen un costo alto: ver comunistas por todos lados, como hace Caputo, es lo de menos; lo más grave sería convertir a nuestras Fuerzas Armadas en fuerzas de ocupación regional cuyo objetivo fundamental sea garantizar las necesidades estadounidenses, sin conflicto ni queja.
Volviendo al Test de Bender y los aviones, cuando Perón inauguró la planta cordobesa del IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), a principios de los ‘50, la gran fábrica de fábricas del industrialismo peronista, estaba viendo en el desarrollo alcanzado por la industria aeronáutica nacional -que permitía el uso de aleaciones complejas, el dominio de tecnologías de precisión y la fabricación de motores-, una ventana de oportunidad para producir a gran escala autos, camiones, motos, tractores, lanchas y aviones, y no solamente para abastecer el mercado interno, sino para exportar en búsqueda de los dólares que comenzaban a faltar en la economía doméstica, como cada tanto ocurre.
Del Pulqui al Rastrojero, del Justicialista a la moto Puma, la apuesta por convertir a la Argentina en potencia industrial, aventajando incluso a Brasil por aquellos años, sufrió una irrecuperable herida con el golpe gorila del ’55. Porque en aquellos aviones donde algunos veían chances para el crecimiento del país, otros vieron símbolos de tiranía.
Es una realidad, hay que aceptar que no todos vemos lo mismo en las mismas cosas, tampoco en los aviones. El artista plástico Daniel Santoro, por ejemplo, ve en el Pulqui un avión, como casi todo el mundo, pero también una metáfora del peronismo: un ala izquierda y un ala derecha unidas por un fuselaje donde está el piloto, es decir, la conducción estratégica del movimiento.
Conducción estratégica que estuvo proscripta durante 18 años, mientras las familias peronistas soñaban con aviones. Los que en junio del ’55 bombardearon la Plaza de Mayo dejando un tendal de asesinados, pero también uno que retornara al líder depuesto a la Argentina desde Madrid, sede de su exilio obligado. Con el tiempo, el “avión negro que iba a traer al General” se convirtió en un mito, un Granma volador, capaz de aterrizar de modo clandestino en algún lugar del norte del país para que Perón avanzara hacia la Capital Federal a recuperar lo suyo, con el apoyo de los proscriptos y perseguidos como él; todos ciudadanos de segunda en la polis, también como él.
El avión no fue negro como pretendía la leyenda urbana, fue un vuelo de Iberia de los corrientes y aterrizó en 1964 en el aeropuerto de El Galeao, Brasil, para hacer una escala previa con Perón a bordo, ladeado por Augusto Timoteo Vandor. El presidente de entonces era Arturo Illia y el mensaje recibido por la tripulación no tenía fisura: Perón no tenía autorizado su desembarco en Ezeiza. El “avión negro” volvió a Barajas, con su ilustre pasajero proscripto, mirando melancólico por la ventanilla. Ocho años después, en otro avión, uno de Alitalia, el líder finalmente pudo reencontrarse con su pueblo. El “Luche y vuelve” había derrotado a la proscripción. Lo que sigue es otra historia, también con aviones, algunos muy trágicos.
Son increíbles las cosas que vemos en los aviones. A tal punto que habría que inventar un Test de Bender para dar respuesta a un nuevo enigma popular: “Dime qué ves en los aviones y te diré quién eres”.
Por Roberto Caballero * Junto a Cynthia Ottaviano, autor de Proscripta y Sublevada. Crónicas ardientes de la Argentina indomable. / Pagina12






















