





No solo el capitalismo es el único sistema político y económico viable, sino también que ahora es imposible incluso imaginar una alternativa coherente a él”


Mark Fisher (2009)
El 27 de marzo del año 2009 se publicaba en Reino Unido Realismo capitalista, ¿No hay alternativa?, la obra más importante e influyente del pensador británico Mark Fisher. Fiel al estilo polemista desplegado a lo larga de su corta vida, k-punk -como se hacía llamar en el ya viejo mundo bloggero- nos dejó una reflexión imprescindible para pensar al capitalismo contemporáneo, que camina en el límite entre el pesimismo de la razón y la voluntad de un militante.
Después de la crisis hipotecaria del año 2008, que ponía contra las cuerdas al capitalismo global, el salvataje al sistema internacional llevado adelante por los principales Estados del mundo parecería echar por tierra la posibilidad de pensar cualquier paradigma alternativo. Resultaba imposible siquiera pensar la caída del capitalismo financiero sin el completo derrumbe de la economía mundial.
Bajo esta perspectiva, millones de dólares de los contribuyentes de todo el planeta se volcaron al sistema financiero para rescatarlo de su autodestrucción. Libradas al libre juego, las fuerzas del mercado habían desatado una crisis sin precedentes desde el crack del 29. Al momento de afrontarla, no hubo izquierda ni derecha, solo la necesidad imperiosa de sacar a flote la única posibilidad existente de organización económica. Era cuestión de vida o muerte, estaba en juego la supervivencia humana en el planeta tierra.
Con la caída de la Unión Soviética y el fin de la historia Fukuyamiano, cualquier alternativa al capitalismo parecía haberse extinguido. Fisher conceptualiza a esta totalidad sistémica como realismo capitalista, el cual se sustenta en la idea hegemónica de que no hay posibilidad de estructurar otro sistema económico diferente al existente, siendo imposible incluso imaginar una alternativa. El presente se estructura así como una barrera que clausura el futuro, prolongándose al infinito y hundiéndonos en la desesperanza.
El volcán argentino
El colapso macroeconómico, la quiebra total de la clase política tradicional y el hartazgo social fueron un caldo de cultivo para la emergencia en nuestro país del fenómeno Milei. En una realidad llena de incertidumbre y con la sensación de una argentina a la deriva, una importante porción de nuestra sociedad fue arrojada a los brazos de un nuevo liderazgo que prometía salvar al país de su balcanización. O quizás acelerarla para resurgir de las cenizas… Pero lo importante fue que traía bajo su brazo certezas, seguridad, la apariencia de saber realmente que hacer para devolvernos al sendero del que nunca tendríamos que haber salido.
Como todo proceso de erupción volcánica, el magma contenido bajo la superficie de nuestro sistema político se fue acumulando y aumentando su temperatura, logrando visualizarse recién luego de una repentina explosión que permitió que saliera a la superficie. Aquellas oscuras fuerzas que parecían derrotadas en realidad estaban dormidas, reuniéndose, para tomarnos por sorpresa fortalecidas y rumbo a concretar sus históricos anhelos. Los dinosaurios parece que nunca desaparecieron, ni lo van a hacer.
Milei resulta ser así una válvula de escape de un sistema que caminaba rumbo a un colapso inminente. En este sentido, el hombre de peluca y campera de cuero no fue un peligro para la democracia, sino su salvación. Su imagen como líder que viene a corregir el rumbo que desvió la casta política, incluyendo al peronismo y también a todos los demás, le permitió transformar el malestar en esperanza. Milei es presente, pero sobre todo, futuro. El único imaginable.
No hay camino alternativo al llevado adelante por el Gobierno libertario. Por más ajuste, recesión, dificultades para llegar a fin de mes o despidos que haya, no hay opción. Lo otro era caos, hiperinflación y anarquía. Cualquier orden, por más injusto que sea, es mejor que ese pasado. El corto plazo es sacrificable en función al futuro, con una crisis que se presenta como un continuo largo, un presente eterno al cual ya nos acostumbramos y del que Milei viene a sacarnos. En algún momento impreciso, construible por el relato, desplazable -pero no de forma eterna-.
La construcción de lo que denominamos “Realismo Mileiísta” actúa como atmósfera general y condiciona como una barrera invisible el pensamiento. Esta construcción simbólica es alimentada con gran enjundia por todo el elenco opositor, que funciona como cimiento principal de ese edificio retórico. Sin renovación de liderazgos totalmente deslegitimados, con divisiones internas, con resistencias y traiciones, parte de la nobleza de un régimen monárquico que se resiste a caer. Todo un pasado por delante.
Sin fisuras en el horizonte de lo pensable, el Mileiísmo ha logrado determinar por completo el juego político. Las reglas, instituciones, los límites del Estado e incluso la forma que asume la propia oposición. Del otro lado ya no hay ideas ni palabras que nos evoquen algo diferente a lo que ya pasó. El modelo saliente cumplió, fracasó, mejoró o empeoró, pero seguro que quedó por detrás. La historia juzga al pasado, la política es la construcción de futuros.
En este mismo sentido, incluso los débiles reflejos del antimileiísmo parecerían ser parte de la misma realidad Mileiista, funcional a su consolidación, absorbido por el relato como el “otro” que lo hace funcionar. Invirtiendo lo que sucede frente al capitalismo, en el cual todos se oponen en su fuero íntimo pero actúan reproduciendo al sistema, todos los que se oponen públicamente a Milei están, en el fondo, poco convencidos de esa postura. Hay sensaciones encontradas, parecería que algo de lo que dice el Presidente encuentra eco, parte de su accionar es percibido como necesario. En este esquema, la oposición es solo un ruido de fondo, un actor más de la misma obra y con un rol claramente predefinido, parte de lo esperado.
Aún con casi la mitad de la población fuertemente enemistada con el rumbo llevado adelante la actual gestión, un silencio atroz invade el espacio público ante la perplejidad de quienes creíamos que esto era imposible. La Francia pobre, esa sociedad rebelde capaz de enfrentar a las peores tiranías, parece ser ahora un gatito mimoso. Un espectador pasivo de un show al cual muchos parecerían no haber sido invitados.
Esta sensación de vacío, de secuestro de la esperanza, lleva naturalmente a la inmovilidad, la parálisis colectiva y la reclusión individual. Más alimento a este realismo y a la hegemonía neoliberal. Por más injusto que pueda ser el presente, por más desacuerdos o broncas que se acumulen, no hay posibilidad de imaginar algo diferente. Dicen que lo último que se pierde es la esperanza, y hoy hasta esto pareciera haberse perdido.
Una realidad para armar
¿Cómo entrarle al realismo Mileiísta? ¿Dónde están sus fisuras? Lo expuesto previamente parecería dejarnos con la sensación de que no hay salida a este laberinto. Al menos desde su construcción simbólica, el relato da la sensación de agotar la realidad e incluso de haber absorbido a la oposición existente como parte del mismo esquema. Pero más allá de la realidad Mileiísta, está el mundo Real.
Tal como es sostenido por la teoría Lacaniana, hay una distinción teórica muy relevante entre lo Real y la realidad. Lo Real es definido como todo aquello que no puede ser expresado y supera al entendimiento, que está afuera del lenguaje y que la “realidad” debe suprimir -la muerte, para el psicoanálisis-. Lo Real en sí mismo es imposible de ser captado y solo nos llega a través de fisuras en la realidad, dado que siempre está mediado por el sujeto, es inconcebible como tal y que al ser verbalizado se convierte automáticamente en realidad.
Lo Real en la cosmovisión oficialista son aquellos elementos que el realismo mileiísta quiere borrar con su verdad simbólica, lo que no menciona, lo que oculta. Sin embargo, lo Real siempre está ahí, emerge, está presente de forma latente. Evocarlo, ponerlo en palabras, hacerlo parte de una nueva realidad es la única posibilidad de romper con la hegemonía Mileiísta, mostrando la disfuncionalidad de su estructura discursiva y proponiendo un horizonte alternativo.
La construcción de esta realidad alternativa requerirá entonces no solo de renovar liderazgos y un programa claro, sino principalmente de un nuevo lenguaje que permita tejer bajo una cosmovisión emergente un relato con esos fragmentos de lo Real que hoy no encuentran eco político. Ernesto Laclau conceptualizó a esto como cadena de equivalencias. Crear un nuevo pueblo postmileiísta, pero también postkirchnerista. Con otros símbolos, otras ideas, otras palabras que no remitan al pasado. Lograr pasar del descontento de los universitarios, de los nuevos precarizados o de la marcha de los jubilados a una construcción política.
La forma que asumirá esta nueva articulación alternativa al orden Mileiísta probablemente nos sea desconocida hasta el momento. Quizás será posible obtener victorias electorales y lograr alternancia política, pero si no logramos ser capaces de construir realmente un horizonte diferente, otro lenguaje y una nueva mayoría silvestre, como la denomina Federico Zapata, será imposible salir del nuevo orden generado por la irrupción libertaria. Milei podrá irse, pero el nuevo orden Mileiísta quedará y limitará totalmente nuestro accionar. Ante eso no hay solo que oponerse, sino tener la astucia, el valor y la imaginación necesaria para crear una nueva utopía. Podemos hacerlo, sin darnos cuenta estamos empezando a transitar ese largo camino que nos llevará a lograrlo.
Por Nahuel Nicolás Peña / Revista Urbe







