







Hace unos años recibimos el referato anónimo para un artículo académico que habíamos enviado a una revista internacional de antropología. Nos sugería trazar el paralelismo entre los usos y significados del dólar en la Argentina y los de las armas en Estados Unidos, el país de origen de la evaluadora o evaluador. Desde esta perspectiva, la preferencia popular de los estadounidenses por la tenencia y aun por la portación individual y cotidiana de armas de fuego podía ser puesta en línea con la persistencia con que los argentinos recurren al dólar, en la medida en que armas y moneda son modos de definir una relación de autonomía frente al Estado.


También desde este ángulo la popularización del dólar en la Argentina podría ser leída como un proceso de aprendizaje político. Como corolario de la pregunta sobre el ya crónico interés de los argentinos por el dólar surge un interrogante muy sustantivo: ¿es posible abandonar este aprendizaje de autonomía política? Y si es posible, ¿de qué manera?
En Estados Unidos, la National Rifle Association (NRA), que se define a sí misma como “la más antigua de las organizaciones norteamericanas de derechos civiles”, es la vocera articulada de la defensa de esa autonomía. En la Argentina, salvo en coyunturas particulares, no ha habido una voz para el dólar que asuma un grado de organización colectiva equiparable. Pero se expresa de manera efectiva en los momentos críticos del mercado de cambios a través del uso de una moneda capaz de volverse contra el Estado argentino.
En el proyecto de dolarización libertario presentado en la campaña electoral de 2023 y aun en el horizonte de la política impulsada por el gobierno de Milei, esta autonomía política forjada en la oposición al Estado y sus regulaciones es alentada como valor supremo. Se trata de una paradoja extrema: el propio Estado claudica su poder soberano de emitir moneda, desempatando el partido final contra sí mismo, frente a una sociedad compuesta por poseedores individuales de dólares que defienden ideas antiestatales pintadas de color verde.
En este programa, que es también una declaración de principios a favor del reinado del mercado sin límites, la opción por la salida es llevada a otro nivel. No se trata ya sólo de un mecanismo económico, sino también de una apuesta política ejecutada desde la cúpula misma del Estado. “¿Cómo hacés para estar seguro de que [la emisión monetaria sin control] no va a volver a ocurrir?”, se preguntaba en una entrevista televisiva durante la campaña electoral quien sería la primera canciller del gobierno de Milei, Diana Mondino. Para enseguida responder: “Bueno, ahí estaría la dolarización: para estar seguros de que por más que sea 296 el dólar independiente, un Banco Central no cometerá ese error en un futuro”. Más que una herramienta para ordenar la economía, el dólar es un instrumento de castigo para el Estado.
Las culturas monetarias como culturas políticas
“Cultura” es una palabra maldita a la hora de analizar el lugar del dólar en la sociedad argentina. Al publicarse la primera edición de este libro, al hablar de la popularización del dólar en la Argentina y de la elaboración de la peculiar cultura monetaria a la que aquella dio origen, como autores nos vimos impulsados a participar en un debate que trascendió los límites de la academia. En 2020, en un contexto de cierta inestabilidad cambiaria, en un programa del prime time televisivo el presidente del Banco Central recomendó nuestro libro para entender por qué la cuestión del dólar en la sociedad argentina era un “tema cultural”, y por lo tanto relativamente al margen de su órbita de acción como autoridad monetarIa.
Se trata de una paradoja extrema: el propio Estado claudica su poder soberano de emitir moneda, desempatando el partido final contra sí mismo.
En la última década, la palabra “cultura” fue muchas veces movilizada por el periodismo o incluso por funcionarios públicos para iluminar el carácter persistente y aparentemente irreversible de la “preferencia” de los argentinos por la moneda norteamericana. Otros, en cambio, entendieron que hablar de una “tendencia cultural” hacia el dólar no hacía más que ignorar (y ocultar) los comportamientos racionales de los agentes económicos que orientan esta predilección. La investigación que sustenta este libro no sostiene ni una posición ni la otra. Por un lado, como hemos mostrado en estas páginas, el lugar que adquirió la moneda norteamericana fue un proceso lento, desplegado en la larga duración y resultado del entrelazamiento de dinámicas económicas y políticas, que sólo fue posible en virtud de la existencia de mediaciones sociales y culturales significativas. Como todo proceso de naturaleza histórico-social es susceptible de sufrir transformaciones, incluso de ser revertido; se encuentra lejos de ser un hecho inamovible. Por otro lado, la imagen de agentes guiados exclusivamente por la maximización de la ganancia individual no logra dar cuenta de una cultura monetaria que aloja significados y usos del dólar plurales y no siempre evidentes.
El estudio de las culturas monetarias importa porque la relación de las personas con el dinero no es el mero resultado de determinaciones automáticas de las condiciones materiales a las que aquellas se enfrentan, ni el dinero funciona en la vida social siempre de la misma manera sin importar el contexto y el lugar. Con estas tesis a mano pudimos dar un paso más y descubrir no sólo la incorporación del dólar en los repertorios financieros de los argentinos, sino también los significados y usos políticos de la moneda norteamericana que se alojan en la cultura monetaria forjada por la popularización.
En distintos momentos críticos, durante el largo período que revisamos aquí, funcionarios, periodistas y expertos en economía buscaron desplazar al dólar del centro de los debates. Argumentaban que, en definitiva, era una cuestión que preocupaba sólo a una restricta minoría de argentinos —aquella capaz de invertir en el mercado cambiario—. La célebre frase de Perón “¿Han visto alguna vez un dólar?” fue replicada con mil matices en muchas ocasiones, tanto por quienes se declaraban herederos como por quienes se reconocían detractores del General.
Los hechos que narra este libro, sin embargo, se empecinan en demostrar lo contrario: el dólar es interés de mayorías. Y esto no se debe a la fortaleza relativa de la moneda estadounidense en comparación con el peso argentino, sino además, y sobre todo, a que el dólar ha funcionado consistentemente como un artefacto de interpretaciones viables de la realidad nacional.
El dólar como instrumento de interpretación y decisión política es tan central para comprender su rol en la sociedad argentina como su capacidad para funcionar como unidad de cuenta, medio de cambio y pago y reserva de valor.
Desde hace décadas y con énfasis creciente en los últimos 40 años de vida democrática, los actores políticos, pero también el gran público, encuentran en la cotización de esta divisa un indicador legible y creíble para evaluar la performance del gobierno y para estimar el futuro electoral del oficialismo o de la oposición. Consultado por una periodista respecto al aumento del dólar, un comerciante de una de las zonas más pobladas del conurbano bonaerense, que en la gran crisis de 2001 fue epicentro de los saqueos a comercios, profetizaba sin mucha vacilación en agosto de 2018, tras una fuerte devaluación: “Ahora probablemente vengan los saqueos”. Para este comerciante, la alteración en el valor de la moneda estadounidense representaba, sin duda, un dato relevante que permitía inferir efectos y aun anticipar el porvenir con un grado confiable de certeza. La atención que prestaba a la cotización del dólar era independiente de la presencia o incidencia del bimonetarismo en sus finanzas personales. Antes bien, daba cuenta de la apropiación de ese valor numérico como un dato político con consecuencias muy anticipables, a la vez que muy alarmantes para su vida.
Como en 2011 y 2015, pero aún con mayor intensidad que en esos años, durante las campañas electorales de 2019 y 2023 el mercado cambiario se convirtió en una arena central de la contienda política argentina. La recurrencia en esta posición confirmaba que, lejos de tratarse de un hecho coyuntural, ese entrelazamiento entre proceso electoral y turbulencia cambiaria se había convertido en un rasgo característico de la vida política local.
Después de un largo proceso de sedimentación, la moneda norteamericana ha pasado a formar parte de los modos locales de hacer, pensar y tratar la economía. Ahora podemos concluir que esta sedimentación ha sido también política. El dólar es un dispositivo de interpretación para evaluar una realidad en continuo movimiento y, por momentos, profundamente inestable. Difícilmente podrían los ciudadanos dejar de lado este recurso al dólar o renunciar a él sin que ello no significara también correr el riesgo de perder o de ver disminuida esa capacidad aprendida de interpretación y acción política.
El politólogo argentino Guillermo O’Donnell apelaba a considerar a “otras instituciones”, más allá de las formales, para comprender el funcionamiento de la democracia. Tras el recorrido que propusimos aquí, podemos afirmar que desde 1983, el mercado cambiario fue consolidándose como una de esas otras instituciones de la democracia. Este libro reflejó cómo desde hace varias décadas la cultura política argentina se encuentra atrapada en un proceso que se retroalimenta de su cultura monetaria: la popularización del dólar es la fuente de la centralidad no sólo económica sino también política de la moneda norteamericana, y esa misma centralidad intensifica su carácter de moneda popular argentina.
Como vimos en estas páginas, el mercado cambiario moldeó expectativas y sanciones entre y hacia los actores políticos democráticos durante estas cuatro décadas. Y, como hemos demostrado en profundidad, no lo hizo una vez ni de manera intermitente. Fue un largo proceso que se estabilizó como una forma regular, legítima y dada por descontada desde 1983. Por lo tanto, podemos hablar del mercado cambiario como una institución que contribuyó a dar forma a los comportamientos democráticos gracias a una cultura monetaria organizada en torno del dólar. Durante estos años, los actores políticos (oficialistas y opositores) midieron sus chances de éxito o fracaso a través del escurridizo valor de la moneda norteamericana. En diferentes coyunturas, cuanto más aumentaba el dólar y más se mostraba fuera del control de las autoridades, más se alejaba para el gobierno la posibilidad de un triunfo electoral. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie no pudieron dejar de prestar atención a las oscilaciones del billete verde. En ellas leyeron el rumbo de la economía, y también las alternativas de la política. Ignorar esa cifra que los medios de comunicación informaron a diario equivalía a quedar excluidos de la vida política. Unos y otros estuvieron condicionados por el mercado cambiario en su participación en el juego democrático.
El ciclo político inaugurado por el ascenso de la figura de Javier Milei y su llegada a la presidencia extreman esta tesis. Por un lado, su propuesta de dolarización fue su trampolín a la Casa Rosada. La posibilidad de una dolarización ya había sobrevolado el debate público en otras oportunidades, mucho antes de 2023. En su fallido intento de volver a la presidencia en 2003, Carlos Menem ya había defendido la idea. Sin embargo, esta fue la primera vez que un candidato ganó las elecciones y accedió a la Casa Rosada promoviéndola y al menos una parte de la ciudadanía se mostró lista a apoyarla. Sólo el tiempo podrá demostrar si la dolarización mileísta fue apenas un mensaje político eficaz o si, por el contrario, marcará una nueva inflexión en la lenta y progresiva transformación del billete verde en una moneda argentina.
Por otro lado, durante el primer año de mandato, a medida que esta propuesta se diluía y Milei mostraba su faceta más pragmática, el control del mercado de cambios se convirtió en la fuente principal para asegurar un apoyo social que contrapesara la debilidad institucional de origen. La “nueva” extrema derecha sucumbió a la “vieja” ley sociológica del funcionamiento de la democracia argentina.
La larga historia de la popularización del dólar no es ajena a ese proceso. Tampoco a la paradoja que deja en suspenso. Si el mercado cambiario fue una plataforma para el gobierno de Milei, también puede convertirse en una trampa para el futuro de la democracia tal como la conocemos.
El control de ese mercado puede ser el eslabón central del cambio de la democracia argentina bajo un gobierno que hace de su crítica al Estado y los derechos que protege una de las arenas en las que se mueve más cómodo, donde sabe concitar apoyos y tomar riesgos, tanto para su propia supervivencia política como para la sociedad argentina en su conjunto.
Por Mariana Luzzi y Ariel Wilkis * Respectivamente: Doctora en Sociología por la Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales (Francia). Investigadora adjunta del CONICET y profesora en la Escuela IDAES de la Universidad Nacional de San Martín. Es coautora de “El Dólar. Historia de una moneda argentina 1930-2019”. / Sociólogo, decano de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDAES). / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur







