La pelea del siglo

Actualidad - Internacional08/05/2025
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Durante décadas, la externalización de la manufactura hacia economías de bajo costo fue una estrategia dominante en el marco del capitalismo global. Esta tendencia estuvo influida por teorías como la “curva de la sonrisa”, propuesta por Stan Shih en 1992, que sostenía que el mayor valor agregado en una cadena de producción se encontraba en las etapas de diseño y comercialización, mientras que la manufactura era vista como una actividad secundaria. Esta visión impulsó a países como Estados Unidos a deslocalizar gran parte de su capacidad industrial.

Sin embargo, investigaciones más recientes, entre ellas las de Dani Rodrik y Suzanne Berger, han cuestionado esta separación entre producción e innovación. Según estos estudios, la manufactura no debe ser considerada simplemente como un proceso logístico, sino como un espacio crucial de generación de conocimiento. Lejos de ser una etapa aislada, la producción industrial coevoluciona con la innovación tecnológica y actúa como un motor para el aprendizaje mediante la práctica (learning by doing) y la creación de efectos de derrame tecnológico a nivel local. 

Empíricamente, se ha observado que las regiones con una fuerte base manufacturera tienden a tener mayores capacidades de innovación. La proximidad física entre fábricas, ingenieros y desarrolladores genera ciclos virtuosos de mejora continua, facilita la transferencia de conocimiento y fortalece la colaboración. En cambio, cuando las capacidades productivas se externalizan, el ecosistema se debilita, interrumpiendo los flujos de conocimiento necesarios para sostener la innovación.

El impacto de la deslocalización ha sido no sólo teórico. En un estudio sobre más de 250 empresas en Estados Unidos, Suzanne Berger identificó que muchas start-ups con innovaciones prometedoras en hardware enfrentaban grandes obstáculos para escalar su producción. La causa principal era la ausencia de infraestructura productiva local: fábricas, proveedores, maquinaria especializada y conocimientos técnicos se habían desplazado, en general a Asia. Esto no sólo limitó el crecimiento de estas empresas, sino también su capacidad para consolidar ventajas tecnológicas.

El resultado es que, aun cuando sigue siendo líder en investigación y desarrollo, Estados Unidos ha perdido competitividad en sectores industriales clave, como los paneles solares, las baterías para vehículos eléctricos, los autos eléctricos y las telecomunicaciones. En estos casos, las innovaciones iniciales tuvieron lugar en laboratorios estadounidenses, pero la falta de manufactura local permitió que otros países, particularmente China, capturaran el aprendizaje productivo y escalaran la producción. Este fenómeno está estrechamente relacionado con la planificación centralizada de China, específicamente con los planes quinquenales implementados por el Partido Comunista Chino (PCCh), que han sido fundamentales para su avance en estos sectores. Las decisiones estratégicas tomadas por el gobierno chino, como la priorización de la inversión en tecnología, infraestructuras de manufactura y la creación de clústeres industriales –el programa Made in China 2025 es emblemático– han permitido que el gigante asiático se consolide como líder en áreas clave de la innovación tecnológica global.

Al consolidar una base industrial robusta e integrarla con tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, la automatización y las energías renovables, China ha logrado dejar atrás su papel de “fábrica del mundo” para convertirse en un actor central en la innovación tecnológica. El caso de los paneles solares es ilustrativo: los primeros avances se realizaron en Estados Unidos, pero hoy alrededor del 80% de la producción mundial está concentrado en China. Otro ejemplo: en 2023, la producción mundial de vehículos alcanzó los 93,5 millones de unidades (1). China se consolidó como el mayor fabricante del mundo, con 30,16 millones de vehículos, equivalente a más del 32% del total mundial (de hecho, fabrica más que Estados Unidos, Europa, Japón y Corea del Sur sumados).

Estrategia de largo plazo y ofensiva monetaria 

El ascenso de China no es un fenómeno casual. Una de las claves de este proceso ha sido la creación y expansión de infraestructura a gran escala impulsada por el PCCh, tanto dentro de sus fronteras como en el extranjero. Las inversiones masivas en ferrocarriles, puertos y redes de telecomunicaciones, junto con la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, le han permitido establecer una red de conexiones comerciales, financieras y culturales en Asia, África, Europa y América Latina. No es sólo una cuestión de comercio, sino también de influencia estratégica y diplomática.

La integración regional de China en instituciones como el RCEP (Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional, que integran diez países del Sudeste Asiático) es un ejemplo claro de cómo el país ha trabajado activamente para establecer tratados que fomenten el libre comercio y la cooperación económica y que, al mismo tiempo, lo sitúen en una posición de liderazgo en la región Asia-Pacífico. En paralelo, la participación en foros multilaterales como la Organización de Cooperación de Shanghai (que nuclea a China y Rusia con los países de Asia Central) o los BRICS refleja la voluntad de China de construir alianzas con economías emergentes, creando un bloque de influencia que desafíe el orden económico y político dominado por las potencias occidentales. Estas plataformas apuntan a la creación de un sistema económico internacional paralelo al establecido por instituciones como el FMI o el Banco Mundial. En este sentido, iniciativas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, promovidas por la élite política china, emergen como mecanismos estratégicos orientados a canalizar inversiones hacia el fortalecimiento del sistema productivo de los países en desarrollo, en contraposición a los esquemas financieros tradicionales. A través de estas iniciativas, China no sólo consolida su liderazgo en un nuevo orden financiero internacional, sino que resignifica los ideales fundacionales del Movimiento de Países No Alineados, surgido en la histórica Conferencia de Bandung de 1955.

Por otra parte, las inversiones en infraestructura, energía y tecnología en África, así como el aumento de los lazos comerciales con América Latina, han generado un creciente espacio de influencia, reforzando lazos no sólo económicos, sino también políticos y culturales. Esto fortalece la posición de China en el escenario global y le permite contribuir activamente en la construcción de un nuevo orden multilateral, en el que se busque un equilibrio entre sus intereses y valores y los de otros actores internacionales.

Uno de los elementos más disruptivos de la estrategia china es el desarrollo del yuan digital. Al ser una moneda centralizada digitalizada, respaldada por la tecnología blockchain y supervisada por el Banco Popular de China, tiene el potencial de transformar el sistema financiero global. Aunque la creación de monedas digitales no es algo novedoso, en este caso se distingue por contar con respaldo estatal y por su integración con el sistema financiero tradicional de China, lo que permite que las transacciones sean más rápidas, seguras y trazables, a la vez que elimina diversas ineficiencias del sistema financiero global actual.

En este sentido, uno de los aspectos más revolucionarios de la moneda digital china es su capacidad para desafiar el dominio del dólar en el sistema de pagos. El yuan digital ofrece una alternativa viable y competitiva al SWIFT y a las monedas tradicionales utilizadas en transacciones globales, aumenta la soberanía monetaria de China, reduce su vulnerabilidad a las sanciones estadounidenses y promueve un sistema de pagos más autónomo y multilateral. Además, posiciona al yuan como una moneda clave en los mercados emergentes. 

Jaque a la hegemonía americana

Si bien Estados Unidos sigue ostentando el liderazgo mundial en muchas áreas, particularmente en investigación y desarrollo, innovación tecnológica y en la creación de estándares globales, esta primacía enfrenta retos fundamentales. La creciente dependencia de cadenas de suministro externas, que en muchos casos están centradas en Asia, especialmente en China, ha generado un cambio estructural que amenaza su estabilidad y capacidad productiva.En las últimas décadas, en efecto, la globalización ha permitido que las economías emergentes se convirtieran en actores centrales del mercado mundial, un proceso que, como señalamos, ha estado acompañado de la deslocalización industrial en Estados Unidos. Esta transformación de su aparato productivo pone en duda su capacidad para sostener su hegemonía global en el largo plazo. La paradoja aquí es que, a pesar de la creciente concentración de riqueza y poder financiero, las bases materiales de la hegemonía estadounidense están siendo erosionadas. Tal como señalaba Adam Smith en La riqueza de las naciones, la verdadera fuente de poder de un país radica en su capacidad de producir, no sólo de acumular riqueza. En este sentido, la apuesta por la financiarización y el consumo como motores del crecimiento ha debilitado la capacidad productiva de Estados Unidos, generando una dependencia creciente de factores externos para mantener su estilo de vida y su posición en el mundo.

Las regiones con una fuerte base manufacturera tienen mayores capacidades de innovación.

Las políticas proteccionistas de Donald Trump son un intento de frenar la deslocalización industrial y recuperar la capacidad productiva de su país ante el avance de las economías emergentes, en particular de China. Sin embargo, esta estrategia defensiva presenta contradicciones, ya que el aislacionismo puede debilitar la competitividad global que se busca recuperar. Al mismo tiempo, aunque el sistema financiero estadounidense y el dólar siguen siendo dos pilares de su poder global, la desdolarización impulsada por los BRICS aparece como una amenaza creciente a su dominio financiero, que podría limitar su capacidad de imponer sanciones económicas en el futuro.

América Latina: el dilema de la inserción

En el escenario actual, marcado por una creciente multipolaridad y una clara reconfiguración del poder global, América Latina enfrenta el desafío urgente de redefinir su inserción internacional. La intensificación de la competencia entre los dos grandes bloques, liderados por Estados Unidos y China, impone a los países de la región la necesidad de tomar decisiones que van más allá de los alineamientos ideológicos tradicionales. En este contexto, la política exterior y económica debe responder cada vez más a criterios pragmáticos, orientados a la defensa de los intereses nacionales en un entorno global fragmentado y altamente competitivo.

El caso del gobierno de Javier Milei resulta especialmente ilustrativo. Aunque ha adoptado una narrativa alineada con Estados Unidos y las potencias occidentales criticando abiertamente a China y Rusia, la necesidad financiera lo llevó a renovar el swap para sostener las reservas internacionales y evitar presiones sobre el tipo de cambio (en su visita a Argentina, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, trazó una línea roja pidiendo el futuro desarme del swap). Esta contradicción entre el discurso y la acción muestra los límites de los posicionamientos ideológicos. Al mismo tiempo, la decisión de no unirse a los BRICS refleja la dificultad de combinar los principios ideológicos con la necesidad de fortalecer vínculos estratégicos más allá del eje atlántico.

En este marco, el verdadero desafío de Argentina, al igual que el de otros países de la región, es reconstruir sus capacidades productivas, tecnológicas y científicas como condición indispensable para ejercer una mayor autonomía estratégica. Sin una base sólida en estas áreas, las naciones latinoamericanas seguirán expuestas a la volatilidad externa y a las presiones de los grandes centros de poder. Sólo mediante un fortalecimiento sostenido de su estructura interna podrán negociar en mejores términos en un mundo cada vez más polarizado y en transformación constante.

Del desacople a la bifurcación

La guerra comercial entre Estados Unidos y China no es un fenómeno coyuntural; es la manifestación visible de un reordenamiento sistémico de carácter estructural. El sistema internacional atraviesa una etapa de bifurcación que va más allá de las disputas arancelarias: asistimos a la consolidación de dos modelos de desarrollo y de gobernanza económica, que compiten no sólo por mercados sino por la legitimidad de sus arquitecturas institucionales, sus marcos normativos y sus visiones de futuro.

Esta bifurcación se expresa simultáneamente en los planos económico, tecnológico y monetario. El desacople, promovido desde el primer gobierno de Trump como una herramienta para contener el ascenso chino, ha derivado en una ruptura progresiva de la interdependencia que caracterizó la globalización de las últimas décadas. Estados Unidos ha optado por una estrategia de repliegue selectivo, buscando reconstruir su base industrial y proteger sectores estratégicos mediante el uso intensivo de instrumentos arancelarios y subsidios internos. En cambio, China profundiza su inserción internacional por vía de un modelo de cooperación multilateral centrado en el desarrollo de infraestructura, la innovación tecnológica y la soberanía financiera.

La escalada arancelaria iniciada en enero con un gravamen del 10%, que rápidamente se multiplicó hasta alcanzar un 245% al momento de cerrar esta nota, encontró en Beijing una respuesta contundente y planificada. Las contramedidas chinas, que incluyeron un arancel del 125% a productos estadounidenses y una serie de respuestas diplomáticas y económicas, evidencian que el conflicto comercial está enmarcado en una lógica más amplia: la defensa de un modelo soberano de desarrollo y de proyección internacional. Tal como advierten analistas como Diana Choyleva (2), la dirigencia china no puede permitirse retrocesos que sean percibidos como debilidad interna. Como la legitimidad del liderazgo político chino se vincula estrechamente con la afirmación de la soberanía nacional, cada movimiento estadounidense es interpretado como parte de una estrategia más profunda de contención.

China ha respondido fortaleciendo su capacidad de resiliencia externa. Desde la primera guerra comercial iniciada en 2018, ha diversificado sus fuentes de aprovisionamiento, aumentado su integración con Asia, América Latina y África, y reducido su exposición a los mercados estadounidenses. Las exportaciones de soja brasileña, por ejemplo, crecieron más del 45% entre 2018 y 2020, en tanto que las estadounidenses se redujeron 38% (3), afectando de manera directa a sectores agrícolas que juegan un rol clave en la política interna de Estados Unidos.

Más allá de los intercambios comerciales, lo que está en juego es la orientación futura del orden global. Mientras China propone un modelo basado en la cooperación Sur-Sur, el desarrollo compartido y el respeto por la soberanía de los países, Estados Unidos intenta preservar un statu quo que ya no puede sostener. Desde una perspectiva histórica, China no está emergiendo, sino reemergiendo. Durante siglos fue el principal centro de producción y comercio mundial, hasta que las intervenciones coloniales del siglo XIX reconfiguraron violentamente el equilibrio global. En ese marco, desde el punto de vista chino los cambios actuales del orden internacional no son más que el retorno a una trayectoria interrumpida.

1. International Organization of Motor Vehicle Manufacturers (OICA), Production Statics 2024, www.oica.net
2. “China unlikely to blink first as Trump’s trade war enters uncharted new territory”, The Guardian, 9 de abril de 2025.
3. Idem.

 
Por Sabino Vaca Narvaja * Ex embajador de Argentina en China. / El Diplo

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