Sobre la eficacia politica

Actualidad06 de marzo de 2025
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¿Qué era la política?

Escribimos este texto en 2025, sufriendo uno de los gobiernos más agresivos y hostiles a los sectores populares desde la última dictadura, más depredadores de los logros históricos del país, y más sometidos a los intereses del gran capital local y extranjero.

Por ahora, las capacidades sociales de frenar y revertir este escenario lamentable no son suficientes. Sin duda, confluyen en la coyuntura procesos internacionales y nacionales muy variados y complejos que afectan a todos los actores, potenciando a unos y debilitando a otros. Queremos enfocarnos en pensar los instrumentos políticos que tenemos a mano los que nos oponemos completamente al modelo neoliberal autoritario, para evaluar en qué medida son útiles para revertir la ofensiva de las fuerzas regresivas y minoritarias que están en el poder.

La política trata sobre cambiar (o no cambiar) la realidad en un sentido deseado.
Qué es la realidad no es algo simple, requiere aclaraciones. Nos referimos aquí al ordenamiento de la vida en sociedad, cómo está organizada, qué proporción de acuerdos, de coerción y de inercia lo explican, y cómo se establece esa ecuación en forma dinámica. Y qué poder tiene cada fracción para incidir en el resultado político final.

En estos 41 años de democracia, las expectativas de vivir en un país mejor que el de la dictadura, sólo se verificaron en cuanto a no estar sometidos a asesinatos, torturas y desapariciones por disposición de las autoridades.

Pero desde el punto de vista económico y social, la tendencia de largo plazo fue el progresivo deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores, el aumento del desempleo y la pobreza, el angostamiento de los canales de ascenso social, la pérdida de poder del Estado nacional para imponer la ley y regular la economía, y un acostumbramiento general a metas cada vez más limitadas como país y cómo sociedad. En vez del desarrollo, venimos recorriendo el camino al subdesarrollo. El nivel cultural general se fue empobreciendo, y la discusión política fue bastardeada y transformada en una ciénaga en la cual no se entiende nada, lo que es funcional a la derecha dominante. Ésta logró en estas décadas que el ingreso se concentrara en capas cada vez más reducidas de la sociedad, que incrementaron su desafección hacia la sociedad en la que viven, mientras volvían al país cada vez más dependiente en términos productivos, financieros y culturales.

64f9caa86cccc_asuncion-raul-alfonsin-baja (1)  Foto: Biblioteca del Congreso de la Nación.
 

Avatares políticos e impacto regresivo en los partidos políticos

La vuelta a la democracia mostró a los dos grandes partidos tradicionales, el justicialismo y el radicalismo, ocupando el centro de la escena. Ambos contaban con programas económicos sociales que hoy calificaríamos como progresistas. Los secundaban partidos más a la izquierda (el Partido Intransigente parecía promisorio) y más a la derecha, la Unión de Centro Democrático, cuyo líder, Álvaro Alsogaray, representaba la tradición histórica de la derecha liberal antipopular.

El final hiperinflacionario del gobierno de Alfonsín llevó a la casi desaparición de su partido, la UCR. Esa frustración no llevó a incrementar la fuerza de la izquierda, sino al crecimiento de la UCD. El peronismo y parte de la izquierda votaron por Carlos Menem, que, en vez de enfrentar las presiones de la derecha privatizadora, implementó uno de los experimentos neoliberales más extremos de América Latina. Ese experimento, sin embargo, no generó ni la fractura del peronismo, ni el crecimiento de la izquierda, a pesar de la desindustrialización y el aumento del desempleo, la pobreza y la marginación social.

Hubo un intento de crear una fuerza progresista en los ´90, que inició Carlos Auyero y que finalmente lideró Chacho Álvarez, el FREPASO. Pero en vez de fortalecer esa opción, se optó por aliarse con la conservadora UCR, para “ganarle al menemismo”. Así se instaló la gestión continuista encabezada por Fernando de La Rúa. A él le estalló el legado económico menemista, al que había respetado en su totalidad.

La grave crisis económica y social del 2001-2002 generó una enorme irritación en amplias masas, que se condensó en el muy equívoco “que se vayan todos”. La izquierda creyó que ese era su momento para lograr un avance significativo en su influencia política, pero eso no ocurrió. El peronismo, gran responsable del desastre de los ´90, no sólo no se fracturó, ni se radicalizó, sino que asumió con Duhalde, exvicepresidente con Menem. Para evitar una crisis de ingobernabilidad, convocó a nuevas elecciones, donde los candidatos neoliberales (Menem y López Murphy) obtuvieron en conjunto el 42% de los votos en 2003, ¡a favor de una propuesta idéntica a la que había llevado a la catástrofe de un año atrás! Kirchner salió segundo, después de Menem.

El kirchnerismo fue, en ese contexto, un gobierno que con sus políticas públicas produjo un giro hacia la izquierda en lo económico-social, hacia los derechos humanos, asumiendo posiciones más soberanas en lo internacional. A pesar de esos lineamientos, o precisamente por ellos, sectores del peronismo fueron abandonando el gobierno a medida que se desplegaban los ataques del sector agrario, los grandes empresarios, y los medios influyentes contra las políticas oficiales.

Desgastado el kirchnerismo luego de 12 años, y con una creciente oposición externa e interna, resurgió electoralmente la derecha en su versión macrista, que se presentó como “el cambio” frente a la gestión saliente. No hubo en ese momento ninguna propuesta de profundización progresista con posibilidades de generar apoyo masivo. El candidato oficialista Scioli representaba un giro hacia la “moderación”, o sea, hacia algún tipo de acuerdo con la derecha económica.

El macrismo encaró el desmantelamiento gradual de los logros kirchneristas, pero fue devorado políticamente por la crisis que generó su propia política económica. Nuevamente la izquierda no captó las expectativas populares y el kirchnerismo optó por ofrecer una propuesta más conservadora y contemporizadora con el gran empresariado, propuesta que era precisamente aceptada para el resto del peronismo.

El gobierno de Alberto Fernández fue decepcionante, conservador, y generó impotencia y desorientación en los sectores que esperaban retomar las reformas progresistas del kirchnerismo.

Y así llegamos hasta Milei, con un kirchnerismo cada vez más debilitado y desorientado, mirando hacia el pasado, y una izquierda que, a pesar de las reiteradas crisis económicas y políticas y los sufrimientos populares, no ha logrado incrementar sus apoyos y su influencia social.

Por el contrario, lo “nuevo” en 2023 estuvo representado por el mileísmo, que se presentó como una negación violenta de todo lo progresista, con apelación al voto más joven y de sectores sociales muy diversos. Milei embiste de frente contra la idea de la justicia social, del Estado benefactor, para no hablar de los derechos de los trabajadores, o de las conquistas en materias de derechos civiles o democráticos básicos.

Su programa de gobierno es la continuidad y profundización de las políticas que se iniciaron bajo la dictadura militar, fueron profundizadas por el menemismo, retomadas transitoriamente por Macri. En un momento de crisis de la globalización versión neoliberal, el mileísmo, secundado por la elite argentina, promueve el desmantelamiento de cualquier proyecto nacional viable, y de las instituciones sociales protectores creadas a lo largo de décadas que hicieron de la sociedad argentina una realidad menos injusta y salvaje que en otros parajes de América Latina.

milei-macri Javier Milei y Mauricio Macri, durante la asunción presidencial.
 

Efectividad política

Un repaso acelerado de estos 41 años nos arroja la imagen de una derecha argentina que hace política en serio, con vocación transformadora, usando todos los medios, legales o ilegales, transparentes o turbios, institucionales o extrainstitucionales, para modificar la realidad en el sentido deseado. Conoce los mecanismos reales del poder, y no se confunde entre las formalidades institucionales y discursos de ocasión que pregona, con las metas muy precisas que tiene en materia del orden social.

Usamos la palabra “derecha” no en un sentido partidario, sino como un conglomerado social, cuyo centro organizador son los intereses de los grandes empresarios. Es un espacio que, a partir de los intereses puntuales de ese núcleo de negocios, articula partidos políticos, medios de comunicación, instituciones diversas y embajadas, que están de acuerdo en un proyecto de negocios a costa de la Argentina. La destrucción del país es, para este sector, sólo un daño colateral de estos proyectos corporativos. No tiene importancia.

A pesar de sus reiterados fracasos políticos para extender su hegemonía hacia todos los sectores de la sociedad -como lograron las clases altas de Chile durante largas décadas-, el timón se mantiene firme a lo largo de los sucesivos experimentos neoliberales contra las clases subalternas, el estado benefactor, la industria y la tecnología, y a favor de una alianza subordinada con el capital global.

Las diversas fuerzas que proponen la necesidad de un cambio progresivo no han podido torcer la larga marcha hacia un país bananero, empobrecido material y espiritualmente.

En vez de que los gobiernos de derecha generen reacciones políticas en la sociedad, que lleven a un crecimiento cuantitativo y cualitativo de la consciencia y la organización de los sectores políticos populares, pareciera que la degradación general provocada por el empobrecimiento neoliberal desemboca en nuevos avances electorales de las fuerzas culpables del retroceso.

 
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Sin copiar ni repetir

El “centro democrático” en otro momento podía ser representado por los radicales, los demócratas cristianos y demócrata progresistas, los socialistas moderados de diversos pelajes y fracciones de peronismo “renovador”, y hasta conservadores civilizados, ha terminado convergiendo abiertamente con la derecha, tanto en el odio antikirchnerista irracional, como en el apoyo “en lo económico” al liberalismo extremista. Hoy, las únicas fuerzas políticas de las cuales se puede esperar la impugnación del actual gobierno y del actual modelo económico y social son el kirchnerismo y la izquierda.

Ambos espacios tienen problemas políticos serios en cuanto a su capacidad para incidir en la realidad. Vienen asumiendo posturas defensivas, buscando sostener los logros y conquistas, ante un embate incesante de la derecha, que actúa sobre cuestiones estructurales desde hace décadas, creando hechos consumados que le hacen muy cuesta arriba la lucha a los diversos sectores que están a favor de la igualdad social.

Se reiteran acciones que parecen no tener efecto. Se reiteran documentos, se firman petitorios, se realizan declaraciones, se convocan manifestaciones, se denuncia y se repudia, sólo para ver la reiteración de acciones estatales brutalmente antipopulares, y votaciones calamitosas en el Congreso. La máquina destructiva no acusa recibo de las acciones políticas populares. 

Revisar lo que se hace

Muy lejos de intentar aquí decir qué tiene que hacer cada sector político del campo popular para mejorar su impacto sobre la realidad, me interesa llamar la atención sobre un punto específico, que no parece estar presente en las organizaciones populares con la debida importancia.

Me refiero al tema de la eficacia de la acción política. Seguramente todos dirán que la eficacia política no depende sólo de la propia voluntad, sino de complejos elementos donde juegan la voluntad del enemigo, las estructuras económicas, sociales y políticas, los medios, las mentalidades, etc. Pero, ¿seguro que se está haciendo lo que hace falta, y no lo que las rutinas aprendidas que se cristalizaron en otra época, donde resultaban útiles, pero ya no?

La izquierda, en sus diversas variantes, tiene una tradición de militancia muy intensa. No le falta la disposición a “hacer”, pero muchas veces ese hacer es infructuoso. Una de las organizaciones muy antiguas de la izquierda trotskista, el Partido Obrero, se creó en 1963 bajo el nombre de “Política Obrera”. Es decir, que es con todos sus devenires, una organización que tiene más de 60 años. El morenismo, corriente fundado por Nahuel Moreno y que originó varias organizaciones trotskistas, no es menos joven. El Partido Comunista fue fundado en Argentina hace 107 años, pero su línea actual proviene de los años 90. Variantes maoístas tienen su origen en los años 60. La izquierda nacional tiene también muchas décadas de existencia. Todos tienen “tradiciones” para reivindicar. ¿Eso alcanza hoy para incidir sobre la realidad política?

Estas “edades” de partidos de izquierda -que no se consideran reformistas del sistema, sino impugnadores radicales del mismo-, deberían llamar la atención sobre qué se ha logrado en tanto tiempo. ¿Son adecuadas las prácticas que tienen y la forma en que intervienen en la escena pública? ¿Alcanza con la voluntad y sacrificio de los militantes, cuando no hay impacto real, o se diluye rápidamente?

De ninguna forma se puede negar la influencia que la izquierda en general tuvo para que esta sociedad no sea tan brutal, tan despiadada o desigual. La impugnación social del capitalismo fue conocida ampliamente en Argentina en otra época. Parte de la dirigencia política “reformista” aceptaba en su momento varios de las críticas al sistema, promoviendo cambios dentro del mismo. Irigoyen y Perón entendían muchos de los puntos de vista del sindicalismo y de las corrientes de izquierda sobre las inequidades e injusticias que había en el país.

Pero hoy ¿no habría nada para cambiar en la izquierda, en su forma de expresarse, de intervenir, en los actores a los que les hablan, en el tipo de propuesta que hacen, en cómo comunican?

La ruptura epocal que significó la instauración del neoliberalismo a nivel global, como un gran artefacto económico, pero también político y cultural, obliga a pensar respuestas creativas que tengan impacto sobre la realidad. Las tecnologías que están impactando sobre la subjetividad requieren nuevos abordajes. La crisis actual del sistema internacional llama a repensar formas de intervención y a lanzar nuevas propuestas a futuro. 
 
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El kirchnerismo

Luego de parecer un potente potro al que la clase dominante argentina no lograba domesticar, el kirchnerismo viene achicándose con el paso del tiempo, desde que abandonó el gobierno nacional.

No acertó políticamente con sus modestos candidatos a presidente, Scioli y Alberto Fernández. Se fue desmovilizando y replegando a la vida político-parlamentaria. Continuó insistiendo en una conducción unipersonal y vertical, desperdiciando decenas de miles de simpatizantes en todo el país dispuestos a participar y aportar, con sus conocimientos y convicciones. No se les otra tarea que apoyar pasivamente y aplaudir acríticamente lo que hiciera la conducción.
El kirchnerismo es reacio al debate sobre sus prácticas, su experiencia de gobierno, y sus sucesivos problemas políticos. Esa actitud bloquea la posibilidad de aprender de los errores, rescatar los logros y renovar sus métodos y propuestas. No alcanza con centrarse en la maldad –real- de sus enemigos y la perversidad de sus medios de comunicación.

Sólo el hecho de haberse convertido en la “bestia negra” para el poder real en la Argentina, debió haber propiciado una revisión sobre los supuestos tradicionales del peronismo: un proyecto de crecimiento con inclusión social era violentamente rechazado por la “burguesía nacional”. Algo había que ponerse a pensar. El kirchnerismo tampoco fue amigo de la organización –cosa que sí caracteriza a la izquierda tradicional-, pero no para respetar a una vida movimientista rica y activa, sino preservar mecanismos internos muy limitados de elaboración y decisión política.

La deriva hacia un parlamentarismo sin otras dimensiones de lucha social también le quitó potencia a un espacio que supo dar esperanzas a grandes mayorías. Aquí también la revisión de caracterizaciones, prácticas políticas, discursos, formas organizativas y el propio concepto de “militancia” –básicamente adhesión acrítica y la repetición de consignas sin profundización de su significado- debería abrir paso a una búsqueda de la acción política efectiva del espacio.
Sólo pensar en la consigna “Si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar” debería desatar una profunda y necesaria revisión de lo que se pensaba y de lo que se era.

Fin y principio

Nos hemos acostumbrado en las últimas décadas, o nos han acostumbrado, a ver en películas y series innumerables distopías en las que se nos muestra un futuro horrible, con el mundo arrasado, con masas bestializadas y con puñados de buenas gentes defendiéndose a tiros simplemente para sobrevivir en las peores condiciones.

Dado el carácter industrial y masivo de estas propuestas de imaginario colectivo, es evidente que no son otra cosa que la instalación de un imaginario catastrófico, producto de que el capitalismo realmente existente está cada vez peor, más agresivo, más irracional y autoritario, generando miedo y conservadorismo individualista en relación con el futuro.

No es casual que el fenómeno de un capitalismo sin horizonte se replique en nuestro país, donde venimos soportando hace décadas a una élite tan reaccionaria en lo social como incompetente en el escenario capitalista global. Esa clase es la madre de todos los experimentos neoliberales que degradaron a la sociedad argentina, antes y después de la vuelta de la “democracia”.

Se puede comprender el tradicionalismo de las diversas corrientes políticas populares. En momentos lúgubres puede servir aferrarse a imágenes, cantos, consignas que hablan de la gloria de un pasado más o menos remoto. Pero El 17 de Octubre cumple, en 2025, 80 años. Y la Revolución Rusa, 108.

El pasado puede servir como inspiración, recordarnos que hay momentos de fractura en la historia donde los poderes opresores pueden ser demolidos por acción de las organizaciones, de los hombres excepcionales y de las masas que cada tanto cambian la historia.

Pero nada nos libera de nuestra obligación de buscar en nuestro tiempo histórico las respuestas efectivas a los problemas concretos.

Volvemos al principio. Efectividad es lograr que las cosas cambien.

No debería alcanzar con hacer los gestos aprendidos, cristalizados en otras épocas y repetidos con fidelidad reverencial, para sentir que se ha cumplido con el deber.

Por Ricardo Aronskind *Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento. / La Tecl@ Eñe

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