El superyó peronista

Actualidad14/02/2025
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Si intentamos analizar cualquier fenómeno social, presente o histórico, de inmediato nos asalta la vivencia de lo inabarcable. Ya sea que pensemos en sus razones causales, en las variables que operan en su interior, en los interrogantes que despabila o en sus consecuencias, el significante heterogeneidad no llega a describir todo lo que anida en ese fenómeno. Epistemológicamente nos decimos que todo suceso es multicausal, o bien, recurrimos al paradigma de la complejidad. Sin embargo, aunque estas expresiones no conducen necesariamente a otros hallazgos, al menos nos advierten sobre nuestras propias limitaciones cognitivas. Decírnoslas a nosotros mismos es el elegante modo de afirmar: “todavía no entendimos”.

Desde hace poco más de un año nos debatimos sobre las razones del triunfo de Milei en las elecciones presidenciales y, con frecuencia, la respuesta que nos damos es: “Milei ganó por culpa de los errores del peronismo”. Recientemente, comencé a reflexionar en este mismo diario sobre el desacierto de esta hipótesis que, cuanto mucho, apenas roza una de las variables y, a su vez, intensifica el autocastigo, con lo que éste tiene --paradójicamente-- de mantra aliviador.

Si tal como imagino, solo una regresión social de magnitudes pudo conducir al triunfo de los libertarios, debemos comprender qué procesos histórico-sociales pudieron arrastrarnos colectivamente hacia ese destino. En este sentido, los inflamados errores del peronismo (si es que al decir eso nos referimos al gobierno de Alberto Fernández) solo ocupan una pequeña porción del esclarecimiento y, posiblemente, aquellos presuntos errores no se correspondan con los que muchos de nosotros podríamos señalar, precisamente, sobre aquel gobierno. De hecho, aunque el peronismo cometió innumerables errores, ha sido más atacado por sus aciertos que por sus fallos, pero ese es un asunto que no abordaremos ahora.

También podemos decirlo así: afirmar enérgicamente que Milei ganó por los errores del peronismo quizá sea otro error más del peronismo. Y si el peronismo, ya desde hace tiempo, está tan dedicado a asumir todas las culpas, es hora de examinar lo que podemos llamar el superyó peronista.

Pero antes, demos un rodeo. El superyó es una instancia anímica que cumple, simultáneamente, dos funciones: por un lado, ofrece una orientación --singular y colectiva-- a partir de un conjunto de ideales y valores que, a su vez, recuperan un conjunto de tradiciones y liderazgos previos. En esa misma línea, sostuvo Freud, proporciona un marco identificatorio para las ligazones comunitarias (libidinales) y, también, despliega diversos juicios (de atribución y de existencia) sobre nuestros pensamientos y acciones. Por otro lado, el superyó opera como un agente del masoquismo (individual y grupal) y, en consecuencia, en una espiral interminable, ordena padecer para aliviar un sinfín de culpas cuyo origen no siempre es nítido. Curiosamente, en ese circuito, el castigo (auto)inflingido exige más y más castigos.

 
Ahora volvamos, retomemos nuestros interrogantes combinados sobre por qué ganó Milei: ¿cuáles son los determinantes de tamaña regresión social? y ¿de qué se trata el error peronista de explicar este asunto por vía de los errores del peronismo?

No pretendo demostrar nada, pero sí ilustrar sobre la dimensión del problema que afrontamos. Por ejemplo, ¿tenemos claro cuánto ha afectado al tejido social el descreimiento que desde hace tanto tiempo recae sobre el poder judicial? No es éste el lugar para dirimir cuánto de esa sensación se funda en hechos objetivos o en inducciones de la opinión pública, pero hay dos variables que merecen ser consideradas: por un lado, que aquel escepticismo efectivamente existe, se siente. Por otro lado, que al no ser la justicia un poder electivo, el malestar social que le corresponde se vehiculiza sobre los restantes dos poderes (legislativo y ejecutivo).

 
A su vez, y ya que mencioné la opinión pública, ¿hemos calibrado los efectos de años de discursos mentirosos y de odio? Y no me refiero solo a la imagen que, desde tales discursos, se ha dado de tantos dirigentes y líderes, sino al efecto que tienen en quienes absorben esos discursos. Sin embargo, con ello solo estamos considerando una preparación que se vendría cocinando en las últimas dos décadas y, creo, conviene ir aun hacia más atrás.

En efecto, si pensamos la historia desde la propuesta freudiana (Tótem y tabú, Moisés y la religión monoteísta) debemos prestar atención a los traumas generacionales, que se transmiten y atraviesan muchas décadas de nuestra historia. De hecho, resulta notable que hallamos dado tanto peso a las tragedias de nuestro país (el terrorismo de Estado, la hiperinflación, el desempleo, el corralito, etc.) pero, al mismo tiempo, no hallamos considerado sus efectos subjetivos (singulares y colectivos) en el mediano y largo plazo. Esto es, haber sostenido la memoria y el dolor de lo ocurrido, o haber destacado los ingentes perjuicios económicos, no tuvo como correlato el registro del daño cuyos síntomas actuales, entre otros, son el individualismo triunfante, el odio expandido y un desgano paralizante.

 
Podemos sintetizar todo esto en una pregunta: ¿no serán todos estos factores, y quizá algunos más, los que llevaron a que tantos argentinos hoy piensen que la libertad es esa violenta banalidad que proclama Milei?

Hasta aquí, algunos elementos para pensar la regresión social, y algo equivalente podemos proponer para pensar el superyó peronista. Esto es, a los logros históricos del peronismo (desde el año 1946) y que forjaron ideales e imperativos categóricos (“la única verdad es la realidad”, “donde hay una necesidad hay un derecho”, “luche y vuelve”, “la patria es el otro”, “el amor vence al odio”, etc.), tenemos que sumarles las consecuencias del bombardeo de Plaza de Mayo, casi veinte años de proscripción, la sustracción del cuerpo de Eva Perón, la Triple A, los desaparecidos, la traición menemista, el lawfare y la persecución, etc.

 
Si se quiere, mi hipótesis es que no alcanza con denunciar la injusticia y el dolor de todos estos hechos si ello deja de lado la dimensión traumática, mortífera, que perdura como culpa y necesidad de castigo.

Dicho esto, imagino que más de un lector podrá sentirse ofendido por alguna de estas hipótesis, y a cuyas objeciones, al menos en este breve espacio, solo podré responder que si las verdades fácticas importan, no tienen menos eficacia las verdades psíquicas, una vez más, singulares y colectivas.

Más aun, desde hace tiempo sostengo que hemos estudiado profundamente la subjetividad neoliberal, al tiempo que desestimamos una indagación semejante sobre la propia subjetividad. A su vez, en ese camino de omisión, no pudimos advertir que nuestra propia subjetividad iba quedando intrusada por aquella subjetividad neoliberal.

 
No es necesario que la disconformidad del lector con mis apreciaciones sea muy intensa, pues en el campo del pensamiento toda reflexión o conjetura es siempre provisoria, sujeta a rectificaciones de todo tipo. No obstante, intuyo que algunos síntomas dan algún crédito a mis afirmaciones.

Veámoslo así: si la política instalada por Milei, en más o en menos, es repetición de otras anteriores (Martínez de Hoz, Cavallo, etc.), ¿por qué tanta desorientación y desconcierto en la oposición para enfrentarla? ¿A qué se debe que en el peronismo hoy prevalezcan el desánimo, la fragmentación, una sucesión de reproches y autorreproches, sentir que nada se puede hacer, etc.?

Si la queja es el síntoma del destiempo, nuestra permanencia en ella no es sino la expresión de la compulsión a la repetición de los traumas. Y también, si la oposición apenas se luce en una sucesión de críticas a Milei, pero cuyo horizonte no configura ninguna acción, aquella crítica entonces delata por sí misma su función: el esfuerzo por desembarazarse del autorreproche. 

¿Cuáles han sido, entonces, los errores del peronismo que habrían llevado a Milei a la presidencia?

Suponer que hay un número significativo de votantes que se enojaron por las malas decisiones de un gobierno peronista es una simplificación que fantasea un votante racional que no existe y que, además, desestima una reflexión histórica inevitable.

El problema, pues, es mucho más profundo. No se trata de pensar en una espontánea derechización de la sociedad que habría reaccionado a las defecciones del peronismo. Más bien, hay un proceso diverso y oscuro, una suerte de serie complementaria entre dos empujes y que consiste, por un lado, en una regresión social compleja, ya que solo así se entronizan el odio y el individualismo; por otro lado, en una oposición que languidece y que, por ahora, solo atina a constituirse en un peronismo de los errores. 

Por Sebastián Plut * Doctor en Psicología y psicoanalista. / P12

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