Las fuerzas del infierno
Corría el año 1944, tocaba a su fin la Segunda Guerra Mundial, Europa era un continente devastado, producto de la mezcla demencial de psicosis, psicopatía y fanatismo de un líder cargado de odio y resentimiento por las humillaciones sufridas en su infancia y adolescencia, un líder cuya peligrosidad primero no fue tomada en cuenta por quienes pudieron haberla desarticulado, debido a pésimos cálculos políticos, y luego no fue detenida por el círculo de los psicópatas y sociópatas que lo rodeaban, lo seguían y cumplían y amplificaban sus mandatos. Se había vivido uno de los períodos más horrorosos de la historia y cabían dudas sobre los límites a que podía (puede) llegar la capacidad humana para el mal. El mal radical. En ese contexto Carl Gustav Jung (1871-1965) presentaba el que sería el tomo número catorce de sus obras completas: Psicología y Alquimia. Profundo estudioso del significado y la función de lo simbólico, el padre de la psicología arquetípica detectaba significativas señales en la alquimia, práctica milenaria que combina elementos de la ciencia, el arte y la espiritualidad para desentrañar los misterios de la materia. Los alquimistas tomaban lo que llamaban materia basta (por impura, lodosa) y la pasaban por una larga serie de procedimientos depuradores para hallar lo esencial de ella. Simbólicamente buscaban la piedra filosofal, capaz de transformar cualquier metal en oro. Decía Jung que un proceso alquímico es necesario en la experiencia de la vida personal para poder encontrar lo esencial del propio ser, el Yo Mismo, como lo llamaba, que se esconde detrás del ego y de su sombra (guardiana de lo rechazado y negado en nosotros y por nosotros).
Jung escribía en Psicología y Alquimia: “Los leones, como todos los animales salvajes, indican emociones latentes. El león juega un importante papel en la alquimia con este mismo significado. Es un animal fiero, un emblema del diablo, y supone el peligro de ser devorado por el inconsciente”. Una discípula de Jung, la psicoterapeuta Sallie Nichols (1908-1982), señala en su libro Jung y el tarot (decisivo para entender un arte adivinatorio nacido en la Edad Media, cuya conexión con lo inconsciente va más allá de las muchas expresiones chapuceras con que se lo suele ejercer hoy) que “tanto en los mitos como en las fábulas tanto el aspecto celestial como el demoníaco de los animales aparecen repetidamente”. En realidad, como decía el propio Jung, todo lo que percibimos y conocemos tiene un aspecto en luz y otro en sombra. Es posible nombrar lo que nombramos porque existe su opuesto complementario. Luz y sombra, frío y calor, suave y áspero, bien y mal, y así hasta el infinito.
Es difícil que un político se detenga en la comprensión y la exploración de su propio inconsciente
Aunque resulte difícil saber por qué Javier Milei eligió el disfraz de león, sea la razón que fuere conviene (también a él y de paso a su hermana tarotista) releer la descripción de Jung, en especial, las últimas diez palabras. Es difícil que un político o un gobernante se detenga en la comprensión y la exploración de su propio inconsciente, ya que, en general, son personajes básicos y de poco volumen intelectual, pero el inconsciente es una napa profunda del ser. Existe y no deja de expresarse a través de actos que se creen conscientes. Actúa en el orden individual y en el colectivo, de modo que, así como está el inconsciente de Milei, hay un inconsciente libertario. Y, tomando en cuenta la polaridad de lo existente, bien podría ser que la otra cara de las Fuerzas del Cielo sean las fuerzas del Infierno, y que éstas sean hoy las más visibles. Con 52% de pobreza, desprecio a los jubilados, a la cultura, a la salud, a la educación, con intolerancia y violencia verbal hacia el que no comulga, resultan las que más rugen.
Por Sergio Sinay * Escritor y periodista. / Perfil