Abrir el culo
I
Según una tradición historiográfica oral, tras ser obligado a abdicar del trono en una conjura encabezada por su esposa Isabel de Francia y el barón Roger Mortimer, el rey Eduardo II (1284-1327) fue asesinado de manera salvaje en el castillo de Berkeley: penetrado por el recto con una espada al rojo vivo. Poco más de dos siglos después, Christopher Marlowe inmortalizó la escena en “Eduardo II” (1592), la obra teatral que maneja la hipótesis de que la tortuosidad del crimen fue un castigo simbólico a la medida de los deseos homoeróticos del monarca, en especial su apasionada predilección por los “favoritos” Piers Gaveston y Hugo el Despenser.
El 27 de junio de 1558, Caupolicán (¿?-1558), el líder guerrero de los mapuches, fue capturado en Pilmaiquén por una avanzada militar al mando de Pedro de Avendaño. El conquistador español Alonso de Reinoso reservó una pena ejemplar para quien fuera símbolo del último bastión de resistencia de los pueblos originarios de América Latina: Caupolicán fue condenado a morir en la pica, bajo la terrible técnica del empalamiento.
En la tarde del 16 de agosto de 1936, Federico García Lorca (1898-1936) fue apresado por la Guardia Civil mientras estaba refugiado en casa de un amigo. Un informe de la Jefatura Superior de Policía de Granada hallado con posterioridad reveló que los cargos adjudicados al poeta fueron “socialista y masón” y “prácticas de homosexualismo y aberración”. Dos días después, en el camino que va entre Víznar y Alcafar, en un paraje conocido como Fuente Grande, García Lorca fue fusilado por soldados franquistas. Según varios testigos consignados en la biografía de Ian Gibson, uno de sus victimarios se vanagloriaba de haberle propinado dos tiros de gracia entre las nalgas: “En el culo ¡por maricón!”.
II
El presidente argentino Javier Milei parece obsesionado con el culo, con los usos del culo y particularmente con el sexo anal y la fisura del ano. Para citar los ejemplos más recientes, el 18 de junio de 2024, en entrevista con el periodista Alejandro Fantino, Milei declaró que “Nadie le puede tocar el culo a Caputo” (en referencia a Luis Caputo, el ministro de Economía de la Nación desde el comienzo de su gestión en 2023). En contraposición suele afirmar que, para reconstruir la Argentina, va a sacar a los políticos “con patadas en el culo”. En el cierre del Council de las Américas, el 19 de julio de 2024 dedicó un mensaje a quienes aconsejan emitir billetes en lugar de seguir ajustando las economías de los sectores más desfavorecidos: "Me están diciendo que les rompa el culo a los argentinos con inflación para pagar la deuda". Al otro día, en otra entrevista con Fantino acusó al Banco Macro (a quien vinculó con el político peronista Sergio Massa) de propiciar un salto en el precio del dólar con el dicho: "Lo quisieron llevar a $1.800 y les dejamos el culo como a un mandril".
A su vez, el 12 de agosto de 2024, Milei hizo un posteo en las redes sociales donde establecía una relación entre las vidas de las prisiones y lo que él llama “la sociedad ideal progre”. La analogía suponía cuestionar derechos humanos establecidos en diversos artículos de la Constitución Nacional, tales como el acceso a la vivienda, la salud y la educación. También enumeraba una serie de condiciones que, según su particular punto de vista, eran estructurales tanto de los presidios como del progresismo: “no hay que trabajar”, “todos reciben el mismo trato”, “todos son económicamente iguales”. A las cuales les agregó otra: “mucho sexo gay”. En otra antológica ocasión Milei había comparado la cópula sexual entre varones con el acoplamiento entre elefantes.
En esta lista, es difícil olvidar una de sus intervenciones más brutales, una entrevista de 2018 concedida a canal A24 donde había señalado que: “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”.
III
¿Qué tienen en común los tres relatos con los dichos de Milei? En primer lugar, utilizan al culo como insulto y a la fisura anal como humillación. En ese sentido, continúan una perdurable tradición lingüística local y global.
Tal como advirtieron Javier Saéz y Sejo Carrascosa en “Por el culo. Políticas anales” (2011), el culo es el lugar corporal de la injuria por antonomasia al punto de que la mayoría de los países tiene expresiones insultantes centradas en el culo. Los autores españoles dan cuenta de que una de las formas principales en que se construye el género en las sociedades heteronormativas y patriarcales es a través del binarismo cuerpos penetrables (femeninos, feminizados, pasivos, sometidos) - cuerpos no penetrables (masculinos, activos, sometedores). Insertos en relaciones de poder asimétricas, los cuerpos no penetrables adquieren primacía y ejercen su poder sobre los cuerpos penetrables.
A su vez, señalan que una de las primeras cosas que aprendemos los niños varones es que “tener el culo abierto” o “que te rompan el culo” es algo terrible, algo que rebaja, que degrada, que reduce. Y “te voy a romper el culo” es una amenaza que se presume como una humillación insoportable. Quizás ni siquiera sepamos qué significan esas expresiones las primeras veces que las escuchamos, sin embargo, el insulto resulta performativo. La amenaza es persistente en espacios paradigmáticos donde se construye la masculinidad hegemónica, particularmente en lugares de “hombres sin mujeres” y comunidades homosociales. Por ejemplo, se expresa en los cánticos populares de una hinchada hacia otra en las tribunas de las canchas de fútbol. La idea que flota es que, roto el culo, el hombre pierde su virilidad. O, por lo menos, el estatus total de hombre [1].
El uso del discurso del sexo anal como metáfora de la humillación no fue ajeno a casi ninguna tradición argentina [2]. En un poema del siglo XIX, “La Refalosa”, un mazorquero federal amenaza a un gaucho con realizar los mismos actos sodomíticos a los que sometían los federales a los unitarios. En el mismo sentido, diversos testimonios dan cuenta de que federales y unitarios, para desprestigiarse, se acusaban mutuamente de practicar el sexo anal y de “maricones”.
Aún a mediados del siglo XX diversas publicaciones peronistas construían una especie de iconografía laica justicialista: la representación del cuerpo fuerte, sano, viril y masculino del trabajador descamisado peronista se oponía a la de una oligarquía afeminada. La excepcionalidad de Milei radica en que la amenaza de “romper el culo” o el pánico de la fisura anal, adquiere literalidad, explicitud y protagonismo en sus discursos.
En segundo lugar, los hechos históricos referidos y los dichos de Milei tienen el común denominador de hacer entrar ignominiosamente al culo en la historia. En un libro ejemplar, “El sexo en la historia” (2000), Omar Acha emprende una batalla contra la historiografía y su papel en la reproducción heterosexista al negar al ano como objeto de conocimiento y zona erógena y hacerlo aparecer exclusivamente como el lugar del castigo y la vergüenza. Por ello se propone historizar el ano, ese gran ausente de los estudios científicos, porque estudiar el culo, dentro y fuera de la academia, pareciera que mancha, que ensucia. El caso paradigmático fue la polémica por el investigador que estudiaba "el ano de Batman". La incomodidad no ocurre por cuestiones de índole sanitaria, sino porque estudiar el culo (que incluye el ano, pero también a los glúteos) remueve demasiados intereses y estructuras de poder.
Acha demuestra que la Historia universal construyó narraciones identitarias mediadas por el falocentrismo, con protagonismo de los varones que construían con precisión los límites del cuerpo del varón masculino en tanto cuerpo no penetrable. Es decir, si se pretendía ser considerado varón, el culo de los héroes debía tener solamente funciones excretoras y nunca receptoras. Así, la secuencia narrativa clásica del relato historiográfico de los “hombres” fue: conquista, monta y gloria, que reactualizaban constantemente el triunfo del pene y de su necesario correlato, el oprobio del culo. El hecho de pensar al culo como el trasero del cuerpo, ponía en constante delantera protagónica y central al pene. Elevado su poder simbólico en el plano social, el pene llegó a representar lo viril, lo público, lo bélico, lo político, a la par de que el culo pasó a representar lo femenino, lo privado, lo pasivo, el fracaso.
En esa línea de pensamiento, en “Terror anal. Apuntes sobre los primeros días de la revolución sexual”, Paul B. Preciado establece un paralelismo entre la acumulación originaria que dio origen al capitalismo -descripta por Karl Marx en el capítulo XXIV de “El capital- y la privatización del culo como zona erógena en el marco de la hegemonía del patriarcado heteronormativo. Según el filósofo, en concomitancia con la necesidad de cercar las tierras para instaurar la propiedad privada, rigió el lema “cierra el ano y serás propietario: tendrás mujer, hijos, objetos, tendrás patria”. De esta manera, a medida que los cuerpos se integraban al mundo mercantil y se construían sujetos útiles y dóciles al sistema productivo, se sublimó el placer pansexual.
El desarrollo del capitalismo exigió la instauración de la propiedad privada, la delimitación del territorio material y simbólico donde una autoridad única va a ejercer su poder (el Estado-Nación y la Patria) y la “creación” de los varones que iban a ejercer ese poder. Esto implicó tres cercamientos: cercar las tierras para instaurar la propiedad privada, cercar el territorio para reconocer los límites del Estado-Nación (en Argentina eso ocurrió tras la matanza de la población originaria autodenominada “conquista del desierto” vindicada por el gobierno de Milei) y cercar el Ano para fabricar a los verdaderos varones.
No parece casual que un proyecto político y económico que, como el de Milei, legitima el neocapitalismo salvaje exija un discurso defensor y defensivo a ultranza de la propiedad privada, de las privatizaciones de los servicios públicos y de la privación de los placeres anales. El neocapitalismo precisa reactualizar constantemente el cercamiento tripartita originario y adecuarse a las nuevas formas de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
La era Milei popularizó el lema “no hay plata”, para justificar y deslindar al Estado de cualquier obligación en relación con la salud, la educación, la jubilación o el trabajo de las y los ciudadanos. El “no hay plata” es explicado como el resultado de las políticas del Estado de Bienestar. A ese Estado ineficiente, “populista y demagógico”, se le opone la privatización de todas las esferas de la vida social. La privación de los placeres anales representa el paroxismo, el punto cúlmine de un proyecto político que se propone, tanto privatizar -y mercantilizar- los beneficios y los derechos que supo brindar el Estado de Bienestar como los placeres de la existencia.
“Mandriles, ensobrados, les cerramos el orto” vociferó el presidente Milei el sábado 28 de septiembre en Parque Lezama, en ocasión del lanzamiento de su partido -La Libertad Avanza- a nivel nacional. Pero la promesa o amenaza dirigida a los opositores políticos, adquiere en su discurso el carácter de universal. Para Milei, todos deberíamos cerrar el orto (en el sentido metafórico y en el sentido literal).
Otro aspecto novedoso del discurso de Milei, es que, nunca en la retórica discursiva política argentina, esta tradición y genealogía que insiste en negativizar el uso erógeno del culo (“el trasero”) en concomitancia con el protagonismo del pene (“lo de delante y central”) haya pasado del plano social al individual e íntimo. Se manifiesta en las confesiones públicas del presidente argentino sobre el uso de sus placeres. Las mismas incluyen detalles de su iniciación sexual a los trece años con una prostituta (se vanagloria de que fue solo a la sauna), una auto-celebración de su recurrente “efectividad” en el arte de la erótica, la participación en tríos sexuales (“el 90 por ciento de las veces fueron dos mujeres conmigo”), su opción por el sexo tántrico en desmedro del sexo tradicional (a este respecto señaló que le dicen “vaca mala”). A su vez, desde que asumió la primera magistratura, los medios masivos de comunicación afines parecen particularmente interesados en divulgar sus romances con actrices y vedettes. Al tiempo que utiliza metáforas sexuales para referirse a lo que considera avances o éxitos en sus políticas, Milei intenta brindar una imagen pública, viril y seductora, a la vieja usanza. De esas maneras se celebra la masculinidad hegemónica que sentó las bases de la dominación masculina y habilitó las más atroces violencias de género como contrapartida de una política neoliberal legitimadora de las explotaciones del capitalismo con una cruel obscenidad que no respeta siquiera los derechos de las niñeces y las ancianidades.
IV
Durante la década del sesenta, los discursos sobre el sexo estaban ligados a los sueños redentores del comunismo. Conjugando las teorías de Freud y Marx, filósofos como Herbert Marcuse postularon la teoría de que, liberación social y liberación sexual debían ir de la mano. La hipótesis central era que el capitalismo reprimía el sexo, porque no quería que las fuerzas libidinales y eróticas se dirigieran al ocio y al placer, sino al mundo del trabajo y de la producción. Las fábricas exigían carne que trabaje no carne que goce. Partiendo de estos presupuestos liberar al cuerpo de la explotación y de la alienación del rutinario trabajo capitalista, precisaba de liberar al cuerpo para el goce de los sentidos.
Estás ideas encendieron una mecha en Paris con fuegos que se propagaron hasta Praga, Chicago, Tlatelolco y Córdoba. Por primera vez, estudiantes y obreros se unieron en manifestaciones masivas. Quizás, algunos grafitis escritos por estudiantes parisinos sean los que más ejemplifican el espíritu de esa época: “Cuánto más ganas tengo de hacer la revolución, más ganas tengo de hacer el amor. Cuánto más ganas tengo de hacer el amor más ganas tengo de hacer la revolución”… “Abran el cerebro tan a menudo como la bragueta”. A la sombra de estas ideas redentoras sobre el sexo, el mayor de los cineastas políticos, Pier Paolo Pasolini creó películas como aquellas que conforman la “Trilogía de la vida” en donde los cuerpos desnudos y los genitales moviéndose en cópula loca o colgando alegremente representaban la subversión contra la seriedad y la represión de las sociedades burguesas.
A su vez, en otros escenarios públicos el sexo servía para ridiculizar o rebajar a los políticos. Así, la oferta sexual de algunos espectáculos y medios gráficos venía de la mano del humor político. En Argentina, los géneros del café concert o la Revista y la publicación “Sex Humor” fueron ejemplos paradigmáticos de esta tradición.
Hoy el sexo, como la rebeldía, pareciera haberse vuelto de ultraderecha. Mientras los sectores progresistas se vuelven propensos al “cancelamiento”, a la policía del sexo y otras estrategias políticas que fueran tradicionales de la derecha; Milei apela al lenguaje del sexo, pero le otorga sentidos y contenidos menos concupiscentes que los discursos liberadores de nuestros años sesenta. Quizás las imágenes propuestas por Milei guarden semejanzas con las que el propio Pasolini había anticipado y presagiado en su proyecto “Trilogía de la muerte”: cuerpos humillados, rebajados, abusados. En efecto, en la primera y única película que llegó a filmar de lo que iba a hacer la “Trilogía de la muerte”, “Saló o los 120 días de Sodoma” (Pasolini, 1975), para Pasolini el sexo ya no es subversión ni alegría, sino la representación de meros cuerpos cosificados, mercantilizados, explotados y humillados de las peores formas posibles por las nuevas formas del capital.
V
En “Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976”, Daniel James resalta la retórica, el vocabulario y el lenguaje de los discursos de Juan Perón como una causa fundamental para comprender el fenómeno del apoyo de la clase obrera al peronismo. En su análisis, James destaca: Perón apeló a un lenguaje cotidiano, asequible y mundano -incluído el uso del lunfardo- que contrastaba radicalmente con la formalidad, el acartonamiento y la solemnidad de sus predecesores. Ese nuevo estilo redundó en un fuerte impacto positivo sobre la sensibilidad popular [3].
En relatos efectuados por observadores y periodistas en los decisivos años iniciales del peronismo con frecuencia aparecen los adjetivos “chabacano” y “burdo”, “grosero”, “rústica” para describir las formas de expresarse de Perón y sus partidarios. Estos análisis fueron incapaces de comprender el profundo poder social herético que comenzaba a representar el peronismo y se reflejaba en el lenguaje. Es decir, Perón tuvo la enorme capacidad de captar el tono de la sensibilidad de la clase obrera argentina. Utilizó un lenguaje que, denostado para muchos, resultó subversivo, creativo e imaginativo y supo captar la sensibilidad popular.
Situado en las antípodas de lo afectivo, del paternalismo o de las promesas redentoras del Estado providencia, quizás, lo propio puede decirse del lenguaje mileista. En su simpleza, virulencia, odio, procacidad, sexualidad explícita y radical violencia evidentemente, Milei supo capitalizar los que Peter Sloterdijk denonima “bancos de ira”. Si, según este autor, el comunismo y el fascismo, supieron constituirse históricamente en los principales “bancos de ira”, para recolectar y movilizar la ira antiliberal y anticapitalista, lo propio parecen hacer los nuevos populismos de ultraderecha en relación con el Estado de Bienestar. En esa línea, utilizando un discurso llano y de raigambre popular, Milei supo condensar y resumir en su lenguaje, sentimientos colectivos de décadas de frustraciones de la sociedad argentina frente a las promesas incumplidas de justicia social y los sueños de estabilidad económica largamente postergados.
En este sentido resulta simplificador, analizar los discursos de Milei solo en clave de exabruptos o con la misma vara que periodistas y observadores de las décadas del cuarenta y del cincuenta analizaron el primer peronismo. No alcanza, con escandalizarse ni posicionarse en el papel cómodo y conservador de los buenos modales y las mentes biempensantes, sino comprender que, en su irreverencia subversiva y apasionada, evidentemente Milei supo captar cierto aire de los tiempos.
VI
Las tres entradas del culo en la Historia adquieren particular actualidad en la Argentina de la era “libertaria”. Por un lado, el estreno en octubre de este año de una nueva versión de “Eduardo II” de Marlowe en el Teatro San Martín puede convertirse en un acontecimiento cultural de inusitadas resonancias al operar como artefacto de denuncia a un régimen con funcionarios que insisten en lanzar diatribas contra el matrimonio gay y el sexo anal. (En entrevista con Luis Novaresio, la canciller Diana Mondino comparó al matrimonio gay con “elegir no bañarse y estar lleno de piojos”. En otra ocasión Milei había comparado la cópula sexual entre varones con el acoplamiento entre elefantes).
Por otro lado, el 16 de agosto pasado, con motivo de cumplirse el 150° aniversario, la Casa Rosada reivindicó la autodenominada conquista del desierto. Ese hecho originario de esa Argentina moderna y capitalista -de cuya apología hace gala el oficialismo en el poder- guarda estrecha relación con aquel otro hecho fundacional que segó la vida de Caupolicán, y reducía el estatus masculino del valiente guerrero a la vez que ensalzaba la masculinidad civilizatoria de los opresores.
Finalmente, el crimen de García Lorca por “rojo y puto” guarda analogías con un discurso presidencial que insiste en demonizar por igual al conjunto de la izquierda y a la centroizquierda (una gran bolsa de gatos con el denominador común de “progresismo”). En otra de sus brutales intervenciones públicas en México en 2018, identificó el ser de izquierda con tener el pene pequeño. Sus dichos literales fueron: “El capitalismo exitoso es exitoso porque es un benefactor social. Lo que hay que entender es que, cuando aparecen estos chairos resentidos, envidiosos, que yo los suelo llamar el club de los penes cortos. Porque, básicamente, ¿quién reclama por el pene promedio? El que la tiene chiquita”.
Nuevamente, se hace necesario volver a Pasolini. Comme d’ habitude, la obra del poeta y visionario italiano brinda algunas claves. En “Teorema” (Pasolini, 1968), un extranjero ¿ángel o demonio? llega al hogar de una familia burguesa y con el correr de los días, la termina seduciendo y penetrando a todos sus integrantes: a la madre, al padre, al hijo, a la criada. De esa manera, con el lenguaje del sexo y la metáfora del amor, el huésped pone en jaque el sistema de creencias y valores en los que se sustenta la estructura familiar tradicional de la burguesía. Particularmente, a través del sexo anal, logra horadar el poder patriarcal. Una vez entregado y culeado, al padre no le queda otra alternativa que entregar su riqueza, donar su fábrica a los obreros. A la vida monótona, a la conciencia falsa e hipócrita de la burguesía, Pasolini le contrapone la inocencia de un cuerpo bello copulando tiernamente por el culo. Esto basta desestabilizar la ideología del bienestar y del poder, los valores del mundo burgués. El cuerpo maldito del burgués es exorcizado por el falo luminoso de un hombre sagrado al penetrar sus oscuridades anales, remover sus desperdicios.
Colectivizar el ano, abrirlo como cavidad orgásmica y músculo receptor no productivo ni reproductivo, como biopuerto mediante el cual el cuerpo queda abierto a unos y a otros, parece todo lo contrario del cuerpo que existe en el sistema neocapitalista y que defiende el discurso libertario. Colectivizar el ano, desmorona la estructura fálica al demostrar que el cuerpo masculino tiene igual estatus que cualquier otro cuerpo y que todo lo que es socialmente femenino, podría entrar a contaminar el cuerpo masculino.
Parafraseando aquel célebre grafiti de los estudiantes de Mayo del ‘68, quizás un cambio de paradigma o un primer paso hacia la redención o hacia alguna forma de respiro social, exija “abrir el culo tan menudo como el cerebro”.
[1]La condena al sexo anal de los varones es de larga data. En “Homosexualidad griega”, Kenneth Dover dio cuenta de que, en la antigüedad greco-romana, la penetración anal estaba reservada a los esclavos y a las mujeres, y era penada para los varones al punto que, de practicarla, implicaba perder los derechos de ciudadanía tal como lo demuestra el célebre caso “Contra Timarco” (siglo IV a. C). A su vez, ciertas comedias de Aristófanes, la poesía de Cátulo o las “Sátiras” de Juvenal, son ejemplos literarios de que uno de los peores insultos que se les podía dirigir a un ciudadano era el de haber sido penetrado analmente. Hacia fines del siglo XX, el SIDA resignificó los discursos condenatorios al sexo anal al colocar al ano en un lugar paradigmático de propagación de la enfermedad.
[2] El “pánico” anal aparece también desde los orígenes oficiales de la literatura. Es la verga federal que casi atraviesa los delicados pasadizos interiores del apuesto unitario de veinticinco años, con la patilla en forma de ‘u’” del considerado primer cuento argentino. En efecto, en “El matadero” (1838) de Esteban Echeverría, el muchacho protagonista del relato prefiere sangrar por las sienes hasta desangrarse antes de ser abusado sexualmente. De esa manera, el joven unitario define y defiende a la vez, su masculinidad y su patriotismo. Desde que el miembro federal casi se apoya sobre el agujero rosado del unitario, hasta el paroxismo de la violencia sexual en el ano en “El niño proletario” (1973) el esfínter aparece como el espacio amenazado por excelencia y la rotura del culo, como una de las metáforas más recurrentes de la humillación política en la literatura argentina.
[3] La recurrencia de Perón al uso de los tópicos y los lenguajes propios de la cultura popular tales como la gauchesca -el empleo de los versos más conocidos del “Martín Fierro”, por ejemplo-, el tango y el lunfardo -en el discurso del 17 de octubre dijo querer abrazar a la multitud como abrazaría a su ‘vieja’- crearon un idioma común y un fuerte y perdurable lazo afectivo entre Perón y gran parte de la clase obrera. La inclusión de esas formas discursivas fue un fenómeno inédito en el lenguaje político argentino. Cuando Perón irrumpió en la escena pública, los estilos y el vocabulario de conservadores, radicales, comunistas y socialistas sonaban anticuado y de difícil comprensión y no habían encontrado eco masivo en la clase trabajadora.
Por Adrián Melo y Arte Sebastián Angresano / Revista Angibia