El asesino serial de mirada magnética que murió junto a su última víctima y los secretos que se llevó a la tumba

Historia18 de septiembre de 2024
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Hay días que convendría borrar del almanaque. Uno de ellos podría ser el 29 de enero de 1953, más precisamente la mañana en la que nació Bruce Everitt Lindahl en Saint Charles, Illinois, Estados Unidos. Porque ese bebé tan lindo y regordete, tan rubio y de ojos color cielo, se convirtió en uno de los asesinos más siniestros de la historia de su país.

A pesar de que murió joven, con solo 28 años ya cargaba sobre sus espaldas un historial de horror del que nunca tuvo que rendir cuentas. Porque, como muchas veces ocurre, la policía llegó demasiado tarde a descubrirlo.

Paracaídas y multas leves
 
Bruce, hijo de Jerome Conrad Lindahl y de Arlene Marie Folkens Haddock, estudió en Downers Grove North School, en las afueras de Chicago, Illinois, y se graduó como electromecánico a mitad de la década del 70. Se dedicó a trabajar como electricista mientras, al mismo tiempo, enseñaba como maestro en Kaneland Vocational School. De esos primeros años se sabe relativamente muy poco de él.

Lo cierto es que era un hombre atractivo físicamente, excelente deportista y tenía muchos amigos con los que deambulaba por bares y boliches. Era bueno jugando al racquetball, pero lo que más disfrutaba Lindahl eran las actividades deportivas con altas dosis de adrenalina como el paracaidismo. Quienes lo conocieron por esos años dicen que tenía una mirada azul magnética y un temperamento sumamente volátil. Uno de sus mejores amigos era un joven oficial de policía llamado Dave Torres. Se conocieron en 1975 mientras practicaban saltos en paracaídas en el Hinckley Parachute Center. Hasta aquí nada demasiado llamativo para contar.

Pamela Maurer tenía 16 años y cursaba el secundario en Downers Grove South School cuando el lunes 12 de enero de 1976, por la tarde, fue a visitar a un amigo suyo a Lisle, un barrio cercano a donde ella vivía. A las 21.45 salió de la casa donde estaba para ir a comprar una bebida al local de McDonalds que estaba a la vuelta. No volvió.

Al día siguiente, martes 13 de enero, un peatón vio una billetera y una identificación tiradas en la esquina de College y la avenida Maple, en Lisle. Muy cerca de donde se había esfumado Pamela la noche anterior. Avisó a las autoridades lo que había encontrado. La policía, sabiendo que la joven de ese documento estaba reportada como desaparecida, fue inmediatamente hasta el lugar. No tuvieron que buscar demasiado. Del otro lado del guard rail, en la banquina y entre matorrales y yuyos, encontraron el cuerpo de Pamela. Los forenses confirmaron lo peor: había sido violada y estrangulada con una manguera de goma que estaba tirada cerca del cadáver. Los especialistas de homicidios sospecharon que el asesino no la había matado ahí y que había arrojado el cuerpo en el lugar para simular un atropellamiento seguido de una huida. Levantaron muestras que resultaron ser de un hombre, pero la ciencia de esa época no tenía las sofisticadas herramientas actuales para avanzar más.

Lindahl tenía por entonces 23 años y era de la zona. Pero ¿por qué alguien pensaría en él? Sin pistas, el crimen quedó irresuelto y las muestras recogidas bien custodiadas.

El amigo policía
A fines de 1976 Bruce Lindahl cayó detenido por primera vez en su vida. Fue por posesión de marihuana. Como no era un adicto a las drogas ni tenía antecedentes, no pasó nada. Después, tuvo un par de detenciones más por temas menores y recibió multas leves. Era joven, se llevaba puesto el mundo y le faltaba madurar. Eso creían.

En 1978 Lindahl se mudó a Aurora, a 32 kilómetros de donde vivía. Ahora estaba más cerca de su amigo policía Dave Torres. En 1979 compró la casa de Dave sobre la avenida Solfisburg. Bajo ese techo ocurrirían los peores crímenes. Vale aclarar que Torres jamás sospechó nada de ese joven intenso con el que salía a tomar cerveza y saltaba por el aire. Solo admitió, tiempo después al enterarse de todo, haber notado que tenía un carácter que cambiaba súbitamente: “Era un tipo agradable, pero con un temperamento iracundo”.

El 6 de marzo de 1979 con el pretexto de venderle marihuana, Lindahl secuestró a Annette Lazar de 20 años. La metió en su auto y luego la introdujo en su casa a punta de pistola. La llevó al sótano, puso música a todo volumen. El tema que sonaba sin parar era Nights in blue satin, de Moody Blues. Siempre con la 9 milímetros apoyada en su cabeza Annette tuvo que entrar al dormitorio de Lindahl. Él le exigió que se quitara la ropa. Luego le arrancó con sus manos la ropa interior. Ella asustada decidió ser amable para evitar algo peor. El sujeto era muy violento. La treta de coquetearle funcionó. Para que la dejara ir le dijo que podía ser su novia y hasta le anotó en un papel su teléfono y una dirección. Salió temblando y fue directo a la comisaría. Los policías desconfiaron de su versión y ubicaron a Lindahl quien les mostró el papel que ella le había dado. Y sacó a relucir su amistad con Dave Torres. Era palabra contra palabra. Le creyeron a él. El testimonio de Annette fue descartado.

Hacia fines de ese año hay más registros de Lindahl atacando y saliendo bien parado. El 22 de diciembre, en el norte de la ciudad, agredió a una mujer de 30 años cuando ella se negó a tener sexo con él a cambio de dinero. Como había testigos, Lindahl optó por huir de la escena. La mujer fue con sus golpes a la policía donde le mostraron fotografías de violadores peligrosos. Ella señaló a uno que era parecido a Lindahl. Pero lo cierto es que su atacante no estaba entre esas fotos que le habían presentado. Nuevamente el verdadero agresor se había salvado.

Un tiempo después la policía detuvo el auto de Lindahl en la ruta. Dentro del vehículo había una mujer inconsciente que sangraba por una herida profunda en su cabeza. Lindahl dijo desesperado que la estaba llevando al hospital para que atendieran su herida. Le advirtieron que estaba yendo en dirección contraria y llamaron ellos mismos a una ambulancia que se la llevó. Una vez en el hospital los médicos descubrieron que había sido violada, pero ella no recordaba nada de nada de lo sucedido. Había estado en una fiesta, había tomado un trago que Lindahl le había ofrecido, pero nada más. No presentó cargos y se fue a su casa culpándose a sí misma por lo que había pasado. Después de todo, Lindahl había sido un tipo muy amable que la había llevado a emergencias.

Es curioso, pero en otra ocasión por haber asistido a una joven de 19 años que había sido atropellada por un conductor que se dio a la fuga, fue premiado con una condecoración policial. Sonrió para la foto y se llevó el premio a su casa. Su fachada de tipo amable y simpático funcionaba. Era difícil sacarle la ficha oscura.

Matar para callar
El 23 de junio de 1980 en el estacionamiento de un shopping Northgate de Aurora, Lindahl y Debra Colliander cruzaron sus destinos. Ella andaba en bicicleta y él le pidió ayuda para poder arrancar su auto. Le preguntó si podía pisar los pedales mientras él trabajaba en el motor. Ella accedió y apenas se sentó, él sacó un arma blanca y la apoyó sobre su cuello. La secuestró y la llevó hasta su casa donde amenazándola con una escopeta la violó hasta cansarse. Le sacó numerosas fotografías desnuda. Cuando él se quedó dormido, ella aprovechó la oportunidad para escapar. Aterrada corrió desnuda por la calle, pasó por el frente de unas cuatro casas y de pronto vio a una mujer en la puerta de la quinta. Le pidió ayuda de manera histérica. Karen Weeks-Kozman estaba subiendo a sus hijas a su camioneta, pero le prestó atención y la hizo entrar rápidamente. Le brindó ropa, la escuchó y llamó a la policía. Debra repetía que el hombre tenía unos penetrantes ojos azules. Karen enseguida se dio cuenta de quien hablaba esa chica: estaba describiendo a su joven vecino Bruce Lindahl. Lo tenía bien claro. Esos ojos eran especiales.

Cuando la policía transmitió los detalles del caso por la frecuencia policial, Dave Torres pegó un salto. La dirección que daba la víctima parecía la de su ex casa, la que le había vendido a Lindahl. Sorprendido manejó hasta allí y tocó el timbre con sus compañeros. Hacía tiempo que no veía a su amigo. “Hola Bruce, tenemos que hablar con vos”, dijo del otro lado de la puerta. Lindahl apareció con el torso desnudo. Dave le indicó: “Vestite que tenemos que ir a la ciudad”. Otro de los policías presentes confiscó esa misma noche aquella condecoración policial que le habían otorgado. No la merecía. Lindahl y Torres nunca más volvieron a hablar.

El detenido enfrentó cargos serios, pero la fianza fue baja y Lindahl pudo pagarla. Iba a esperar el juicio en libertad. No solo haría eso. El 7 de octubre de 1980, dos semanas antes de la audiencia donde testificaría contra Bruce Lindahl, Debra Colliander desapareció al salir de su trabajo en el Hospital Copley.

Karen Weeks-Kozman, quien era la otra testigo, entró en estado de alerta. Estaba asustadísima. La policía le puso custodia. Todos los días el acusado Lindhal paseaba a su perro y pasaba por la puerta de su casa mirando fijo hacia dentro. Si iba en auto, se detenía para observar a las hijas de Karen jugar en el jardín. Era obvio que la estaba amenazando. En marzo de 1981 el juicio quedó en la nada. Ya no había víctima que lo señalara y los cargos contra él cayeron.

 La investigación por el asesinato de Pamela Maurer -ocurrido en 1976- había quedado en la nada. En 2019 se hicieron exámenes de ADN y se descubrió que Bruce Lindahl había sido el victimario (Grosby)
Lindahl siguió con su vida violenta. Unas semanas después, el 4 de abril de 1981, en un local de entretenimiento Lindahl se topó con el joven Charles Robert Chuck Huber Jr. (18) Luego de varios juegos de bowling, Lindahl lo llevó a su casa con la idea de tomar alcohol. En ese lugar, no se sabe por qué, lo atacó con un cuchillo de cocina y lo apuñaló 28 veces. Huber se resistió y eso hizo que Lindhal se hiriera sin querer en su muslo. El feroz atacante en su locura se había cortado la femoral. Murió segundos después de que lo hiciera la que fue su última víctima.

Lindhal se había ido muy joven, con 28 años, pero nadie sabía todavía el tendal de muerte y terror que había dejado.

Luego de su fallecimiento su vivienda fue inspeccionada. Los detectives encontraron varias fotos de mujeres jóvenes desnudas. Entre ellas había una de una chica de 16 años llamada Deborah McCall. Estaba desaparecida desde el 5 de noviembre de 1979 cuando salió del colegio. Había más pero no sabían a quiénes pertenecían.

A comienzos de 1982 un hombre llamó a la policía diciendo que un par de años atrás un joven llamado Lindahl le había ofrecido dinero para que asesinara a Debra Colliander para que esa mujer no pudiera testificar en su contra. Dijo dónde estaba el cuerpo en la localidad de Oswego. El 28 de abril de ese año los detectives de homicidios se dirigieron a un descampado rural y en una tumba superficial encontraron un cadáver. Lo mandaron a analizar. Era Debra Colliander. Su foto era una de las que estaban en la casa de Bruce Lindahl. Las muestras del cuerpo no sirvieron para explicar cómo había sido su muerte. Había pasado demasiado tiempo.

El hilo rojo de los crímenes de Lindahl, aunque ya el victimario no estuviera por esta tierra, había comenzado de desenredarse.

Las sobrevivientes
Annette Lazar es una de las que sobrevivieron a Lindahl. Recuerda con espanto el frío del metal de una pistola 9 mm sobre su sien y la voz que le dijo: “No irás a ningún lado”. Hoy sabe perfectamente lo que podría haberle pasado ese día: “Traté de decirle a todos que era un monstruo, pero nadie quiso escucharme”.

Sherry Hopson es otra de las mujeres que cayó bajo sus garras. No tenía idea de que ese hombre llamado Bruce Lindahl, tan encantador y con quien salía, podía ser un asesino serial. Aunque, haciendo memoria, algunas alertas observó. Lo contó en el episodio de People Magazine Investigates: Surviving a Serial Killer. Una de ellas fueron sus repentinos ataques de ira: “Bruce se podía enojar mucho muy fácilmente cuando yo decía que no a algo (...) tenía un temperamento explosivo”. Otra, fue algo que sucedió un día que iban en auto. Ella encontró el aro de otra mujer en el piso del coche y, en un ataque de celos, lo confrontó. Su respuesta fue fría: “Tomó de mi mano el aro y me dijo: ’Es un aro de mi hermana’”. Luego, bajó la ventana y lo arrojó”. Sherry quedó sorprendida de que hubiera tirado algo de su hermana y se lo retrucó. Bruce Lindahl le respondió terminante: “Ella ya no lo necesita más”.

Había más cosas que le llamaban la atención: “Sexualmente era rudo. Y había días en que yo me despertaba sin recordar en qué momento me había quedado dormida, por más que quería no podía recordarlo. Me quedaba dormida, me levantaba a cualquier hora y llegaba tarde a mi trabajo. Un par de veces me sentí realmente mareada… como que no me podía despertar”. Se lo comentó a Lindahl muy extrañada y él le contestó que no se preocupara, que ya se le iba a pasar: “Ahora miró hacia atrás y pienso que él me drogaba todos los días y yo ni me enteraba”.

A pesar de que él murió, Sherry todavía se siente acosada por las pesadillas. Podría haber sido una de las otras mujeres que no sobrevivieron.

La casa que había sido de Lindahl fue comprada, después de su muerte, por Virginia Garza y su marido. La pareja no sabía nada de lo ocurrido entre esas paredes. Cuando su marido comenzó a hacer reparaciones encontró escondidas decenas de fotos de mujeres desnudas. Estaban entre los paneles de las paredes, en el techo y debajo de los pisos. Como no sabía qué significaban, las tiró. Fue mucho después que ellos supieron que podrían haber servido en el caso policial.

Lo que señala el ADN
Los padres de Bruce Lindahl murieron mucho tiempo más tarde sin saber del historial homicida del hijo: su madre falleció, en 2004, a los 72 años y su padre, en 2007, a los 78.

El detective Chris Loudon, encargado del crimen de Pamela Maurer, nunca olvidó a la víctima. En 2019 el cuerpo de Pamela fue exhumado para volver a extraer muestras para analizar. En los meses siguientes consiguieron un perfil de ADN perfecto. A comienzos del 2020, aplicando la nueva técnica de ADN que busca en las bases de datos a los parientes del perfil genético hallado, lo consiguieron. La genealogía genética los había llevado hasta el fallecido Bruce Lindhal. Ya hacía 39 años que el asesino había muerto y su víctima llevaba más de 44 años bajo tierra. Pidieron exhumar el cuerpo del asesino para confirmarlo. Se determinó que Bruce Lindahl había sido el victimario de Pamela Maurer. Ya no había duda alguna.

Louden fue en persona a comunicarle al padre de Pamela la noticia. Tenían nombre, apellido y una cara. Las células de Lindahl analizadas bajo el microscopio constituyen un “legado rojo” que hasta ahora lo han conectado con al menos doce homicidios y nueve violaciones cometidas en diferentes barrios de Chicago. En las décadas del 70 y del 80 la policía no tenía muchas herramientas de búsqueda como hay en la actualidad. No había celulares, ni sofisticados exámenes de ADN, ni bases computarizadas de datos, ni cámaras callejeras, ni autos con GPS. Hoy la policía investiga decenas de casos que podrían estar ligados a Bruce Lindhal. Tienen las fotos, los ADN y los archivos de casos no resueltos. Hay mucho trabajo por hacer.

No me digan que no estaría bueno poder borrar algunas horas fatales del universo, esas oscuras y siniestras de cuando nacen los monstruos.

Nota:infobae.com

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